El avión de los carteles en la playa, una postal de Mar del Plata desde adentro
Es un clásico que lleva 50 años sobrevolando la costa marplatense. Cómo es la experiencia de los pilotos, de dónde despegan y cómo cambian los carteles, algunos publicitarios, otros insólitos. Una maniobra de la Segunda Guerra Mundial dio origen al enganche artesanal de la publicidad no tradicional con más adrenalina e historia de la ciudad.
(Fotos y video: Diego Romero | LA CAPITAL)
Por Gonzalo Gobbi
Un avión irrumpe sobre la panorámica de la playa en pleno verano. Bajo el sol, miles de personas oyen el rugido del motor, alzan la mirada al cielo y descubren a uno de los aviones que sobrevuelan la costa de Mar del Plata y llevan los tradicionales carteles publicitarios. La imagen es una postal impregnada en el imaginario colectivo, pero en realidad es el resultado final de un duro y caluroso trabajo en tierra y aire que se repite hace 50 años gracias al éxito de una publicidad no tradicional que todos ven, aunque pocos conocen cómo se vive desde adentro.
Todo marplatense y turista lo vio alguna vez. Claro, un avión que sobrevuela la costa a 150 metros de altura con un cartel gigante (publicitarios pero también otros insólitos) es difícil de ignorar.
Pero, ¿quién es el piloto? ¿Cómo se cuelga y dónde se cambia el cartel? ¿Qué recorrido hace? ¿Puede desprenderse el cartel? ¿Por qué en tiempos de Instagram aún hay aviones que sobrevuelan nuestras cabezas con una soga y un cartel gigante de tela?
Todo guarda una explicación. Y si hay alguien que tiene respuestas a cada pregunta -y el trabajo con la mejor vista de la ciudad- es el experimentado piloto marplatense Marcelo Bertón (60), más conocido como “Perro”, quien hace 27 años vuela uno de los aviones que mayor cantidad de veces ha sobrevolado las playas.
Bajo un calor agobiante en medio del verano y a minutos de despegar (como sucede cada 40 minutos), Bertón recibe a LA CAPITAL en el punto exacto del que salen todos los aviones que realizan esta particular tarea: un hangar del Club de Planeadores a la vera de la ruta 88, entre Mar del Plata y Batán.
Carteles enrollados y repuestos de aviones decoran las paredes de este hangar, propiedad de Editorial LA CAPITAL, con vista a la pista de despegue y aterrizaje junto a un campo de frutillas, y otros hangares con aviones que realizan la misma tarea. A la sombra descansa “Petardo”, un perro anciano que encontró su hogar entre los aviones y carteles, al cuidado del equipo aviadores.
Bertón tenía apenas 6 años cuando en primer grado se maravilló con “El libro volador”, un inocente texto escrito por Atilio A. Veronelli (Kapelusz, 1967) que en las ilustraciones muestra a un niño con un cohete lleno de relojes.
“Con eso me entusiasmé, me llamó mucho la atención la aviación, despertó algo en mí. Mi papá me empezó a comprar aviones para armar y pegar, y un vecino que era piloto me trajo a volar y empecé y no paré; esto es un vicio”, dijo Marcelo.
En 1983 se recibió de piloto privado en el Aeroclub Mar del Plata, donde pasó a ser instructor, y hace casi tres décadas se elevó en el aire con el primer cartel publicitario. “Este es mi trabajo y mi pasión. Amo volar”, le contó a LA CAPITAL.
El piloto no está solo para este trabajo. De hecho, no podría. El “equipo de tierra” es fundamental para hacer el enganche del cartel, una tarea totalmente artesanal.
Allí lo acompañan su hijo Gustavo y el segundo piloto, Cristian D’Anuncio, pero…de pronto la charla se interrumpe. El trabajo llama. Se hace tarde para el siguiente despegue. Así lo marca la planilla donde el equipo anota el cronograma de vuelos y compromisos con las empresas que contratan la publicidad. Es hora de volar.
Despegue en el campo
El mediodía es el horario pico. El ritmo de trabajo en tierra está marcado por el cronograma de vuelos (entre 5 y 10 por día cada fin de semana del verano, algunos menos de lunes a jueves) y el horario de mayor concurrencia a las playas.
Se abren las pesadas puertas enchapadas del hangar y el avión “Sessna 182”, un cuatriplaza con una dimensión aproximada de 8 metros de ala (ancho) por 7 de fuselaje (longitud) que funcionó como el “aeromóvil” de LU6 Radio Atlántica, enciende y calienta el motor. La hélice comienza a girar a toda máquina.
El aeromóvil de LU6, en 1993 (Archivo Diario LA CAPITAL)
El equipo de tierra chequea que todo esté en condiciones. Carga combustible, verifica el lubricante, limpia el parabrisas para “volar tranquilos” y selecciona el cartel indicado, pero (aún) no lo cuelga del avión.
Mientras el piloto se coloca el chaleco salvavidas y se prepara para despegar, el equipo de tierra alza uno de los carteles (son pesados y miden 7 metros de alto y hasta 18 metros de largo) y camina entre 200 y 300 metros bajo el sol para acercarlo al punto de enganche en el medio de la pista.
La altura engaña. Los carteles son considerablemente más grandes de lo que se aprecia en el aire. Además, su confección es artesanal: la empresa recibe el archivo digital con la publicidad, se compran los paños de tela, se sublima la imagen en cada paño y luego un costurero de Batán se encarga de coserlos y unirlos.
El avión está listo. El piloto toma su lugar, enciende el handy y los auriculares con los que mantendrá comunicación con el equipo de tierra todo el vuelo, recibe el Ok y avanza a toda velocidad sobre el pasto hasta elevarse progresivamente en el aire. ¿Y el cartel? ¿Se lo olvidó? Por supuesto que no. Si de trabajo artesanal se trata, el enganche es la maniobra crucial para elevar la publicidad y volar hasta la playa.
El pulso del enganche
El avión ya está en el aire sobrevolando el campo. De él cuelga una soga con un “gancho” de fierro, similar a un ancla. El cartel (en este caso promociona el parador Recreo) continúa tendido sobre el pasto caliente.
Aunque suene increíble, la técnica de enganche de los tradicionales carteles publicitarios que llevan los aviones a las playas de Mar del Plata tiene su origen en la Segunda Guerra Mundial. La maniobra fue inventada por los yankees para rescatar a soldados cuando eran derribados y quedaban a la deriva en el campo de batalla.
“La técnica después terminó aplicándose a la industria con una tecnología bastante efectiva. En Mar del Plata este tipo de publicidad tiene más de 50 años y siempre se ha hecho así. Esto se repite todos los veranos, vacaciones de invierno y fines de semana largo”, contó el piloto.
Pero, ¿en qué consiste la técnica? Básicamente se colocan dos postes, una goma y un arnés. En medio de la pista, lejos del cartel, los postes y una soga (unida al cartel) simulan ser una red de vóley.
El avión sobrevuela el Club de Planeadores, toma impulso y se dirige a toda velocidad, con la soga y el gancho colgando, hacia esta red.
Vía handy, se le indica si debe descender o inclinarse hacia un costado para que el enganche sea exitoso. El avión desciende a metros del pasto y el gancho toma con increíble aunque experimentada precisión la soga unida al cartel.
El rollo de tela se despliega en el aire mientras la nave se eleva rumbo a Los Acantilados, en el sur de Mar del Plata, desde donde la publicidad será observada por quienes disfrutan el día de playa. Pero, ¿Qué sucede arriba, en el aire, a bordo del avión?
Mar del Plata desde el aire
La imagen de Mar del Plata desde el interior del avión es esplendorosa, única.
Los pilotos llevan años sobrevolando la ciudad y no dejan de maravillarse con la impactante panorámica multicolor de los 30 kilómetros de playa, acantilados, balnearios, el puerto, edificios, el centro, el tránsito, la multitud de turistas, miles de carpas y sombrillas de todos los colores, el verde, la arena y el mar que se mezcla en el horizonte con el cielo, sobre todo cuando no hay nubes (y el cartel se ve mejor).
La ruta sigue la línea de las curvas y accidentes geográficos a lo largo de toda la costa. Cada vuelo que parte del Club de Planeadores llega hasta Los Acantilados y recorre toda la costa de Mar del Plata hasta el extremo norte, a la altura del aeropuerto, donde al regreso el avión recarga combustible en caso de necesitarlo. Sí, aterriza con el cartel en la terminal aérea, llena el tanque y vuelve al punto de partida en el hangar para el siguiente vuelo.
El avión alcanza una velocidad crucero de 280 kilómetros por hora, pero viaja más lento y a 150 metros de altura para lucir lo mejor posible el cartel que le toque llevar.
Pero, ¿Por qué se sigue haciendo este tipo de publicidad? Sencillo, porque se ve. Si hay un millón de personas en la playa, un millón de personas oyen y miran al avión pasar y leen la publicidad refregada en sus caras, a la vista de todos.
El vuelo, desde que despega, recorre toda la franja de playas y regresa al punto de partida, dura entre 40 y 45 minutos. El tiempo y el recorrido dependen en gran parte del viento.
Los vuelos, en general, son “tranquilos” y siguen las curvas de la geografía marplatense. ¿Algo puede fallar? Por supuesto, el riesgo es permanente. Puede enrollarse o caerse el cartel, pueden romperse las barras que lo sostienen y pueden surgir problemas mecánicos.
En su larga trayectoria, Marcelo Bertón ha vivido de todo, pero siempre ha cumplido el extenso recorrido en casi 30 temporadas de verano y ha vuelto sano y salvo a la base, el hangar, donde el equipo de tierra orienta el aterrizaje y ya prepara el siguiente cartel.
Claro, mientras el piloto vuela, en el hangar se repite el proceso. Otra vez 300 metros bajo el sol cargando la pesada tela. Regresar, aterrizar, cambiar el cartel, volver a despegar, enganchar y regresar a la playa. El descanso sólo está marcado por el viento.
Leer el cielo
El clima de Mar del Plata es particular. El viento es constante y variante, y en verano la ciudad puede pasar de la tormenta a un sol espectacular y un día de playa en pocas horas.
Cuenta el piloto que “cuando el viento viene del lado del mar, se vuela tranquilo, sin turbulencia”, pero “cuando viene del oeste, el viento pega en los edificios y genera turbulencias y muchas descendientes que pueden complicar el vuelo”.
El otro factor climático es la lluvia. Mientras no haya tormenta eléctrica “se puede volar igual”, aunque “el tema es que el cartel se moja y después pesa mucho más”. El asunto en en ese caso no es el vuelo, sino el después: hay que dejar en tierra el cartel extendido para que se seque antes de volver a volar con él, de acuerdo al cronograma.
Tanto Marcelo como su hijo Gustavo y el segundo piloto, Cristian D’ Anuncio, aseguran que aprendieron a “leer el cielo”, como la gente del campo.
“Ya conocemos la formación de las nubes porque todos los días nos fijamos y ya sabemos si va a llover o no. Podemos leer el cielo. Suena raro pero es así”, cuentan tras aterrizar con un cartel del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires.
En definitiva, volar con un cartel publicitario es un trabajo sencillo pero complejo a la vez. A simple vista, es un avión en el aire sobre la playa con un cartel, pero “esa imagen es el producto final de un proceso largo de laburo, como todo trabajo, en este caso con preparativos, un cronograma, quilombo, calor… tiene lo suyo, pero a mí me gusta volar; sarna con gusto no pica”, completó el “Perro” Marcelo Bertón, el piloto del avión que es una postal histórica de Mar del Plata.
Te amo, perdón, “Una loba como yo…” y un escándalo policial
Los aviones que llevan carteles son reconocidos por publicitar todo tipo de marcas y también nombres de políticos en tiempos de campaña, pero en más de una ocasión se promocionan eventos artísticos y, a veces, también, llevan insólitos mensajes en el aire.
El avión que pilotea el “Perro” Marcelo Bertón guarda decenas de historias, algunas de ellas al borde de lo inverosímil: carteles con declaraciones de amor a la vista de todos, otros para pedir perdón por alguna “macana” o infidelidad, y de vez en cuando algún mensaje “picante”.
El servicio puede ser contratado por particulares. Así, se han encargado carteles con pomposas expresiones románticas con dedicatorias, desde las más cursi hasta otras más atrevidas, como una de ellas que pidió un hombre luego de disfrutar una noche en un hotel con una señorita. “Gracias por una hermosa noche”, le dedicó, sin dar nombres.
Hace poco, Bizarrap y Shakira promocionaron con uno de estos carteles -hecho por otro hangar- su nueva session juntos, dedicada a Gerard Piqué, con el mensaje “Una loba como yo no está pa’ tipos como tú”.
Veranos atrás hizo lo propio Jimena Barón para publicitar una de sus canciones, simulando ser una trabajadora sexual.
En materia política, la publicidad aérea también ha sido utilizada por candidatos de todos los colores partidarios en cada verano desde la vuelta a la democracia.
Años atrás, también, uno de los carteles generó una fuerte polémica mediática que derivó en un escándalo policial. Un hincha de Racing encargó un cartel que decía “Racing 1 Independiente 0, LTA”. Desde el aire, el piloto pudo ver a los hinchas de la Academia celebrar en Mogotes y Varese al verlo pasar, pero también a los fanáticos del Rojo enardecidos en la playa Bristol.
El escándalo se generó porque el mensaje se entendió como una presunta “incitación a la violencia”. La noticia recorrió el país y hasta el entonces jefe de la Policía Bonaerense, Hugo Matzkin, voló en helicóptero hasta el Club de Planeadores para exigir explicaciones escoltado por uniformados. Los pilotos terminaron dando explicaciones en la Fiscalía. Afortunadamente, no pasó a mayores.
En definitiva, anécdotas y rarezas que exponen parte del detrás de escena de la clásica postal que sobrevuela la costa marplatense hace medio siglo, ya sea con el logo de una marca de protector solar, la fecha de un recital, una declaración de amor o el nombre del futuro presidente de la Nación.
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