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Policiales 26 de febrero de 2019

El día en que una pareja de falsos revolucionarios secuestró a una integrante de la familia Moscuzza

El 13 de enero de 1973 se produjo uno de los casos policiales más insólitos de la historia de Mar del Plata: un hombre y una mujer se hicieron pasar por un comando del ERP y tomaron cautiva a Lucía Hilda Romeo, la esposa del empresario portuense José Moscuzza. Luego, descubrió que se trataba de dos inexpertos delincuentes comunes.

Lucía Hilda Romeo y su marido José Moscuzza, junto a sus pequeños nietos, dialogan con el periodista Heberto Calabrese luego de finalizada “la pesadilla”.

Por Bruno Verdenelli

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Hasta el sábado 13 de enero de 1973, el peor día en la vida de José Moscuzza había sido el 29 de agosto de 1946, cuando a bordo de una pequeña lancha debió navegar en medio de la tormenta de Santa Rosa, que desapareció a 31 pescadores.

Pocas situaciones más graves podía imaginar ese inmigrante italiano oriundo de Siracusa, Sicilia, hasta que sonó el teléfono de su comercio y uno de sus 100 empleados le pasó la llamada. “Tenemos secuestrada a su esposa. Somos el ‘Comando Vicente López del Ejército Revolucionario del Pueblo’. Vaya ahora a su casa y espere allí, porque lo vamos a volver a llamar…”, le dijeron.

Moscuzza colgó y sintió un escalofrío. Aún incrédulo, decidió dirigirse hacia la casa de su hija, ubicada en Tucumán 3225.

El empresario portuense sabía que su señora, Lucía Hilda Romeo, debía concurrir a esa vivienda luego de hacer las compras habituales de cada fin de semana. Sin embargo, al llegar al lugar comprobó que la mujer no estaba allí. Era la primera de 34 horas que causarían la desesperación entre los integrantes de la familia Moscuzza y la conmoción general en el seno de la sociedad marplatense.

Después de descubrir que efectivamente su esposa había sido secuestrada, el comerciante dejó allí estacionado su auto e hizo que lo trasladaran hacia su propia casa, emplazada sobre la calle Güemes. Por supuesto que en aquel tiempo esa zona lejos estaba de convertirse en la arteria comercial más exclusiva de la ciudad. Por el contrario, se trataba de un área residencial cuyo potencial resultaba entonces inimaginable.
Minutos después de su arribo, el teléfono sonó otra vez. “¿Cómo es esto señor Moscuzza, su coche está estacionado frente a la casa de su hija y usted está allí…?”, oyó de su interlocutor. Y supo que lo vigilaban. De inmediato, llegó el reclamo: debía entregar 80 millones de pesos de la época -unos 10 millones de pesos de hoy- si quería que liberaran a su mujer.

El empresario enfureció. “¿De qué clase de ERP puede ser usted si ataca a un pequeño industrial que lo único que supo hacer es ayudar a levantar este país con su trabajo?”, contestó. Y la respuesta fue: “Señor, yo pertenezco a una célula, cumplí órdenes. Hace cuatro meses que estudiamos sus costumbres y movimientos, y que planeamos secuestrar a su esposa o a uno de sus nietos”. La llamada finalizó y Moscuzza comprendió que esta vez la lucha no era de frente contra los elementos leales de la naturaleza, sino contra la maldad del hombre. Y lo invadió el temor de no volver a ver a su compañera de más de 35 años; aquella misma que había rezado esa y otras tantas veces porque regresara vivo de altamar.

Tensión

Ya eran las 11 de la mañana y había pasado un rato largo desde la primera comunicación, en el local de venta de artículos de pesca que Moscuzza tenía en la entonces avenida Martínez de Hoz -hoy De Los Trabajadores-, entre 12 de Octubre y Magallanes. Después de abandonar la actividad de pescador, se había convertido en un exitoso empresario importador y exportador de productos necesarios para el sector, como por ejemplo redes, hilos, cables de acero y cabos navales.

Por supuesto, su condición le había dado contactos con otros ciudadanos que gozaban de una próspera economía. Y también estaba vinculado a personas que podían asesorarlo para enfrentar la vil extorsión a la que ahora estaba siendo sometido. Y fue así como decidió escuchar una de esas voces y denunciar lo que ocurría ante la Policía Federal. Mientras tanto, se iniciaron gestiones urgentes para la obtención de la mayor cantidad de dinero en efectivo que se pudiera reunir un sábado, con los bancos cerrados.

Los uniformados que intervinieron en la investigación le habían recomendado a Moscuzza que mantuviera el más hermético silencio sobre el secuestro de su esposa. Pero el operativo montado para juntar la plata hizo que el hecho trascendiera la esfera privada y tomara estado público.

Tal vez, los gestos de solidaridad de distintos comerciantes marplatenses, amigos y hasta desconocidos, hayan sido a la postre un elemento inolvidablemente positivo dentro de la desagradable situación que vivió su familia. Así lo reconocería luego el propio empresario, en diálogo con Heberto Calabrese, histórico periodista de la sección Policiales de LA CAPITAL.

Pasaron varias horas y los captores llamaron en otras oportunidades. Entonces, José Moscuzza ya no estaba al frente de las negociaciones, sino que lo hacía uno de sus sobrinos. Pero sobre el atardecer, el teléfono dejó de sonar y provocó el temor de todos. La tensión aumentaba con la caída del sol.

Bruno04

La policía halló a la víctima custodiada por otra mujer en una casa del barrio Juramento.

Un sospechoso detenido

Mientras tanto, la policía llevaba a cabo una razzia tras otra. En medio de uno de esos operativos, un hombre de 27 años cayó detenido en la comisaría tercera. Lo identificaron, estuvo incomunicado un largo rato y luego finalmente recuperó la libertad, ya que no habían podido verificarle ninguna conducta sospechosa.

Al parecer, los uniformados sabían que había alquilado un Ford Falcon de color celeste por la suma de 8 mil pesos y que le restaban otros mil en la billetera. Esos montos sirven para imaginar cuál era el valor real de la moneda nacional en 1973, en función del pedido de rescate que había recibido Moscuzza.

Lo cierto es que, para el sábado a la noche, las comunicaciones ya estaban bajo el control de los investigadores. Varios de los llamados fueron detectados por quienes controlaban los teléfonos y así fue como alguien pudo advertir en la voz del secuestrador un detalle que acabaría siendo esclarecedor: pronunciaba la “r” de la misma manera en que lo hacía el sospechoso que había sido demorado en la seccional.

El último contacto

La esquina de Olavarría y Larrea era el punto indicado por los captores. Ahí, de acuerdo a lo que había expresado el llamante en el último contacto, tenía que producirse la entrega del dinero el domingo 14 de enero por la mañana. Moscuzza debía concurrir a ese sitio en su vehículo y permanecer 20 minutos con los ojos cerrados. Pero existía un inconveniente: con el inmenso esfuerzo de muchos marplatenses en pleno feriado bancario sólo había logrado reunir 15 millones de pesos.

De todas formas, para los sabuesos de la policía no habría necesidad de abonar ningún billete. Los uniformados estaban seguros de que lograrían rescatar a la mujer cautiva y atraparían a los “terroristas”.

Finalmente, por la intranquilidad que sufría el empresario fue el sobrino -hijo de su hermano Carmelo, también sobreviviente de la tormenta de Santa Rosa-, quien condujo el coche hasta el cruce de las mencionadas calles. Esa y todas las acciones restantes se ejecutaron bajo las estrictas indicaciones de los investigadores.

Para entonces, la casa de los Moscuzza estaba rodeada de periodistas que, si bien mantenían la cautela y el respeto necesarios ante una situación de semejante riesgo, intentaban conseguir información del caso de cualquier forma. Con el objetivo de evadirlos, los policías ordenaron que además del sobrino del marido de la víctima salieran de la vivienda otros autos con hombres que portaban paquetes similares al que contenía el dinero en efectivo. Y cada uno de los rodados tomó direcciones diferentes.

“Todo lo demás fue fácil”, indicó Calabrese en la nota publicada el lunes siguiente en el diario. Y agregó: “Al ser observado el sospechoso identificado en la seccional tercera en la noche anterior al estacionar su Ford Falcon celeste en las inmediaciones, fue rápidamente detenido”.

Poco después de ese operativo, otro grupo de efectivos policiales ingresó en una casa del barrio Juramento, rescató a Lucía Hilda Romeo y detuvo a la mujer que se hallaba custodiándola.

La sorpresa

En la mesada de la cocina, dentro de la propiedad emplazada sobre la calle 41 -hoy Ceferino Namuncurá-, había gaseosas, un vaso con té y limón, chicles y un remedio para dolores dentales. Aunque la señora Romeo de Moscuzza, como le gustaba que la llamaran, no había consumido nada.

Un día y varias horas después de haber salido a hacer las compras, la policía la hallaba sana y salva. Ningún comando la rodeaba. Tampoco una célula combativa ni un ejército. Mucho menos personajes revolucionarios. Todo aquello había sido una farsa. Y la novedad no dejaba de sorprender a los policías.

La mujer que custodiaba a la víctima resultaría ser la pareja del hombre detenido dos veces, la segunda en forma definitiva. “Ella me decía: ‘A mi marido le ha pasado algo… Lo han agarrado… Vea, vamos a esperar otro ratito y si no regresa, yo la acompaño hasta un lugar aquí cerca, se toma un taxi y vuelve a su casa tranquila. Sólo le pido que se olvide de nosotros’. Sin embargo la mujer no se decidía a tomar ninguna decisión por sí sola y eso la hizo aguardar hasta poco después de las 13, en que escuchamos cómo varios policías golpeaban puertas y ventanas e irrumpían en la casa. Yo creía revivir: despertar de una horrible pesadilla”, relató luego la víctima a LA CAPITAL

Llevaba más de un día sin comer y sólo había bebido agua servida en un vaso. Pero porque se había negado a hacerlo, ya que el trato con los delincuentes era sumamente cordial. No tenía ganas. “Pensaba en mi esposo, en mi nietitos, en mi hija. Mi verdadero temor fue no volver a verlos”, fundamentó más tarde, cuando ya había quedado atrás la crisis nerviosa causada por el estrés que le ocasionó el secuestro. Sólo padecía entonces las consecuencias de la falta de descanso y de alimento.

La esposa del empresario portuense estuvo cautiva 34 horas en la habitación de una vivienda, mientras los delincuentes permanecían en la cocina.

La esposa del empresario portuense estuvo cautiva 34 horas en la habitación de una vivienda, mientras los delincuentes permanecían en la cocina.

Peritajes en el lugar

La vivienda donde habían mantenido cautiva a Lucía Hilda Romeo presentaba distintas carencias. Sobre una silla estaba el canasto con las compras efectuadas por la mujer en el mercado de Avellaneda y Güemes, pocos momentos antes de que los captores la obligaran a abordar un auto, espetándole: “Cállese la boca y suba”.

Pese a la reserva de la policía, que realizaba los peritajes en el inmueble en cuestión, pudo determinarse que los dos detenidos por el secuestro de la señora de Moscuzza eran simples delincuentes comunes, cuya torpeza en la planificación y la ejecución del hecho señalaba a las claras su inexperiencia.

A pesar de que se investigaron posibles contactos de los acusados con bandas criminales del Gran Buenos Aires, todas las sospechas fueron desechadas: se trataba de Jorge Daniel Cocchia, un ex empleado público que para esa época, después de estar dos o tres años desocupado, se las rebuscaba como vendedor de artículos de plástico. Tanto a él como a su esposa, Violeta Esther Martínez, se los describió como personas de nivel medio y escasa cultura, “con todas las características de no tener vinculación con movimientos ideológicos” como los que invocaran en sus contactos con la familia de la víctima. Tiempo después, ambos fueron condenados a prisión.

Familia unida

Fabián Scher, uno de los nenes que aparece en la fotografía de la familia, es hoy un hombre y recuerda que después del secuestro de su abuela no salió a la calle solo por mucho tiempo. El temor que lo ocurrido les causó a todos sus allegados fue grande, como también el dolor que sintieron cuando, poco antes del golpe de estado de 1976, Lucía Hilda Romeo falleció.

Al momento de vivir su “mayor pesadilla”, la mujer tenía 54 años. Luego de eso, enfermó de cáncer y no logró reponerse. Por su parte, José Moscuzza murió de viejo, en 1998. Había llegado a la Argentina en 1929, dedicándose desde entonces al rubro pesquero.

Tras fundar su comercio de venta de insumos para el sector en la segunda mitad de la década del ’40, empleó a un centenar de personas de distintos sexos, algo avanzado para la época. Y además, según él mismo mencionaba en la nota con Calabrese, su empresa le ahorraba al país 50 mil dólares por mes que antes debían invertirse en el extranjero para importar, por ejemplo, redes para los barcos. Actualmente, la firma Moscuzza y Cía SACI es dirigida por Scher y distribuye mercadería en distintos puntos del Mercosur. La casa central permanece emplazada en el mismo lugar en el que su fundador recibió, aquella mañana fatídica de enero, el peor de todos los llamados.