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Cultura 29 de agosto de 2017

El dispositivo de la vida

por Odda Schumann

Para ese entonces no era como Agustín, que podía patear la pelota y meterla en el cesto de basura del pasillo de enfrente, o hacer cálculos complejos con solo cerrar los ojos. Apenas pude acostarme con un número reducido de mujeres durante el último bimestre escolar. Y quiero hablar de esa francesa filóloga, pero resulta terriblemente difícil hablar sobre alguien que ha muerto. Porque ella, que era joven, ahora va a seguir siéndolo eternamente. En cambio yo envejezco cada año, cada mes, cada día. A veces tengo la sensación de que envejezco cada minuto. Y lo más triste de todo es que es cierto. Y envejezco en las horas que escribo esto, que va a estar muerto antes que yo en cuanto ponga un punto final y lo envíe. Pero volviendo a la francesa, ella no era exactamente una belleza. Y no estoy seguro de que haya sido alguien que pudiera mirar a los ojos de verdad, o tocarle la cara o el hombro. Apenas era el tipo de mujer que hubiera deseado acompañar a la verdulería o llevar al cine. Pero como todo, ella tuvo su sentencia de muerte, allá por el siglo XVI cuando la ataron a un palo y la colgaron cabeza para abajo antes de quemarla por apoyar alguna idea que Vanini tenía, pero que hoy no le mueve un pelo a nadie. Solo quedó un retrato que sobrevivió a los tiempos. Eso y nada más. Pero cinco siglos más tarde todavía vive, porque la estoy buscando por ahí, en la calle, en la biblioteca, quizá escribiendo al lado mío al otro lado de la sección de libros antiguos prohibidos en Rusia. Quizá sea la mucama o una lectora de café.

Quizá la primera muerte, la muerte aparente, no sea el fin. Quizá pueda vivir en mi imaginación hasta que pierda la cabeza. Hoy no quemarían a nadie, pero tampoco romperían un texto electrónico. Quizá el dispositivo de la vida nos regale eso. La posibilidad de que puedas encontrarme para insultarme por la calle o preguntarme qué quise decir con eso del dispositivo de la vida, o mandarme a callar la boca porque ahora todos deliramos. ¿O acaso ese tal Agustín, que sería el hermano menor de ella, no es ese costal de complementos metálicos que juega todas las tardes en la puerta de mi casa? Si sobrevivís a la vejez de este minuto, y el texto a la imposibilidad de romperse, y yo al tiempo que a vos te lleve encontrarme y preguntarme, puede que te termine contando cuál es la verdadera historia.

(*): www.paramatarlapoesia.com



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