Cultura

El libro que relata los detalles más sutiles de la vida en pandemia

Cómo se transformó la vida en el encierro, lo que emerge, lo que queda del viejo paradigma y el relato fragmentado de un tiempo que está marcado por la historia. Esas son las coordenadas de "Un tiempo sin destino", escrito por un marplatense y una porteña: ella Sara Cohen; él, Osvaldo Picardo.

Por Paola Galano

 

Lo llamaron “acto de amistad”: mientras la pandemia y el confinamiento llegaban para recluirlos -como a tantos-, Sara Cohen y Osvaldo Picardo empezaron a intercambiar textos. La perplejidad del encierro, el mundo en sombra y las propias sombras aventadas poblaron sus escritos. Entre el diálogo, el microrelato y el diario íntimo nació el libro “Un tiempo sin destino” (Editorial Paradiso), que lleva por subtítulo: “Fragmentos de un discurso en pandemia”.

Ella es psicoanalista, psiquiatra infantojuvenil y poeta. El es docente de literatura, escritor y crítico. El diálogo se produjo a la distancia, claro: ella desde Capital Federal, él desde Mar del Plata. Ella desde su departamento y su balcón porteño. El desde el patio de su casa en un barrio local. Y atravesó el otoño, el invierno y lo que vino después del doloroso y extraño 2020.

“Con Sara nos pusimos a escribirnos poco tiempo después del 20 de marzo. Se fue formando una especie de diario con dos voces, en el que volcamos los pequeños y breves acontecimientos de nuestras vidas confinadas”, contó Picardo a LA CAPITAL.

Un tono tranquilo, íntimo y cotidiano atraviesa el libro: “La serenidad de las palabras con que nos hablamos no debilita la turbulencia íntima de la pandemia, la subraya. Y mantiene ese tono amable de un diálogo entre amigos”, agregó.

Aunque no se propusieron escribir poesía, terminaron muy cerca de ella. La infancia, el mar, el sueño alterado, la vigilia sin horarios, las tareas domésticas, los recuerdos y una metáfora que aparece con insistencia, la del “tren varado en una estación de pueblo”, afloran en este libro exquisito.

 


Cohen y Picardo: “La serenidad de las palabras con que nos hablamos no debilita la turbulencia íntima de la pandemia, la subraya”.


 

En él lograron pintar con descripciones, ideas, voces de poetas y hasta con momentos caseros todo aquello que vivimos.

-Aunque ambos son poetas, “Un tiempo sin destino” está más cerca de ser un libro de microrelatos poéticos con la incertidumbre como gran tema, ¿coinciden con esta apreciación?

Sara Cohen: -No nos propusimos escribir poesía, pero somos poetas. Nuestra escritura gusta de lo fragmentario. La experiencia de perplejidad puede que encuentre su mejor formato en varios fragmentos. Puede que alguno de los fragmentos de este diario, que es un diálogo entre dos, sea un microrelato y que la incertidumbre fue y sea nuestra compañera.

Osvaldo Picardo: -Lógicamente la poesía, aunque no se haga de modo explícito, está presente en lo que hablamos entre nosotros. Es una manera de habitar las realidades del mundo. Lo fragmentario casi siempre puede parecer microrrelato, es una de sus virtudes como la de la ambigüedad y capacidad de alegoría. Pero “Un tiempo sin destino” tiene más de diario fragmentario que de reunión de microrrelatos. Por eso el subtítulo alude a Barthes y a la idea del fragmento reflexivo, lo que se llamaba antiguamente “meditatio”, ese tipo de discurso con imágenes y figuras, imaginadas por los sentidos… Al menos eso quisimos hacer.

-Es interesante cómo realizan un desmontaje de la pandemia: el encierro, lo que se ve por la ventana, la relación con los vecinos, los trabajos domésticos, los sueños espesos, los recuerdos de la “vieja normalidad”, los horarios dados vuelta, el silencio de la ciudad pocas veces escuchado. Y a la vez hacen literatura con lo que llaman “el pelaje de la pandemia”. Entonces no puedo dejar de pensar sobre el contenido histórico del libro. ¿Qué opinán?

Sara: -Es indudable que es un libro escrito en un contexto histórico pandémico, no existiría como tal si no lo hubiese disparado esa necesidad de dirigirse a un otro y de establecer un puente con el otro, cuando el afuera parecía clausurado. Pero toda escritura puede decir algo más, no lo sabemos.

Osvaldo: -Sí, hay una fuerte referencia histórica a lo que vivimos: la pandemia. Y es cierto también que hacemos literatura con esos datos. No es una novedad para lectores prevenidos. En el primer canto de la Ilíada, Homero ya habla de una terrible epidemia. Y para no ir tan lejos el peruano Watanabe tiene un hermoso poema dedicado a su hermano muerto, donde dice “la peste tenía su oficio”. La relación que puede existir entre pandemia y poesía también es la que existe entre historia y literatura: sólo es temática y un complejo pretexto para descubrir en el devenir un eterno presente.

-En medio de lo que llaman “la destrucción del tiempo”, aparece la poesía y la literatura y el arte al que hacen referencia como si fueran grandes sostenedores para este tiempo pandémico: “La poesía tiene brazos invisibles que saben abrazar muy fuerte y sostenerte”, escribieron. ¿Se trata de un refugio?

Sara: -Sí, la literatura y el arte pueden sostenernos cuando parece desarticularse el sistema de vida que teníamos, porque funcionan como ejes simbólicos que seguramente ya nos sostenían antes, pero que cobran una vigencia especial cuando se vuelve más incierto el devenir de nuestras vidas.

Osvaldo: -Edgar Bayley tiene un magnífico poema en que responde mejor que yo a esa pregunta. El poema empieza diciendo “esta mano no es la mano ni la piel de tu alegría” y termina: “no esperas nada/ sino la ruta del sol y de la pena/ nunca terminará es infinita esta riqueza/ abandonada”. Esa riqueza abandonada cuando no se espera nada es también la promesa de la Isla del Tesoro de Stevenson y una promesa que la literatura y la poesía atesoran, porque ambas son dadores de sentido, cuando la vida se transforma en un aterrador sinsentido. Pero, creo yo, que nunca hay que esperar que la poesía cumpla con su promesa. No es la poesía la que cumple o falta a su palabra, de eso deben encargarse los lectores.

-De la lectura se desprende que el confinamiento de la pandemia fue también la oportunidad de detenerse en detalles que pasan inadvertidos mientras el tiempo tuvo un destino fijado. ¿Es lo bueno que tuvo?

Sara: -El detenerse en sí mismo podría ser bueno, pero en este caso va y fue acompañado por el dolor de muchas pérdidas en el mundo, en el país y en nuestro pequeño territorio. No sabemos qué hay después de la pandemia, también se pierde un poco el recuerdo preciso de qué era funcionar sin pandemia, es decir antes de la pandemia.

Osvaldo: -No lo creo. Me parece que esta desgracia global nos engaña con el espejo de nuestros deseos. Por un lado, naturalmente, intentamos extraer algo positivo, algo bueno de lo malo que nos ha sucedido. En general, no acertamos con esa mirada condescendiente. Es una ilusión más y medimos la realidad en la proporción de nuestros deseos y prejuicios. Algo de eso quiere desmontar el libro con las dos voces que rearman los pedacitos en que se quebró el tiempo y el espacio. La ilusión de la pérdida y de la duración elástica del tiempo son espejismos. No creo que lo que mostró la pandemia no existiera antes ni creo que dejará de existir después. Estaría buenísimo que la pandemia, a costa de millones de muertos y fracasados en el mundo, nos sirviera para tener el mejor futuro de la humanidad: felices y buenos bailaríamos y reiríamos en el Paraíso recuperado. Creo que hay mucho oportunismo y reduccionismo en estos difíciles momentos. El libro se aleja de esa sentimentalidad concesiva y condescendiente.

-Además, hay otra idea que recorre el libro: la aceptación.

Sara: -Más que aceptar, cuando ocurre tanta cosa puede ser que surja una invitación a pensar acerca de dónde estamos y cómo.

Osvaldo: -Sí, si por aceptación, entendés los límites que uno comienza a comprender y a pensar frente a la enfermedad y la muerte. Porque de eso se trata, de conocer los límites. El orden que le damos cotidianamente a nuestras vidas tiene fronteras débiles cuando la palabra poética interviene e indaga en las formas de pensar y decir lo que nos rodea. La pandemia y el confinamiento pusieron de relieve esas fronteras entre lo cotidiano y lo extraordinario. Así el tiempo dejó de ser el de los horarios habituales, así el espacio descubrió sus extrañamientos. Lo mismo pasó con los sueños y sus vigilias. La realidad se intensifica cuando le sumamos la extraordinaria dimensión del sueño, el aburrimiento, la niñez, la naturaleza. La vida consiste entonces, en algo más que el trabajo y el éxito… es un milagro extraordinario.

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