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Cultura 28 de abril de 2024

Entretextos: El mar, un cuento de Mauro De Angelis

Mauro De Angelis. Nació en Buenos Aires, en 1976. Desde los diez años vive en Mar del Plata, donde asistió a los talleres de Daniel Boggio. Ganó el Premio Municipal de Literatura Osvaldo Soriano en Poesía y el Premio Alfonsina en Creación Literaria.

A fines de la década del setenta, en una inexplicable jugada inmobiliaria, nos mudamos de Boedo a una casita al costado del acceso sudeste, en Wilde. Mis viejos ansiaban una vida suburbana; que mi hermano recién nacido, y yo, con mis cuatro años, creciéramos en un patio, cerca de la naturaleza, lejos del humo capitalino. Loable intención, sin duda, pero las cosas no salieron bien. El chalet, en apariencia sólido, con su frente de piedra y una orgullosa columna griega en la entrada, nos sorprendió -demasiado pronto- con todo tipo de problemas: voladuras de tejas, caños rotos, humedad. El patio resultó imposible de domar, con alimañas que se negaban a compartir su territorio.

Lo más opresivo, sin embargo, estaba fuera. Vivíamos delante del terraplén de la ruta. Una montaña altísima de pasto reseco que tapaba el horizonte o lo que hubiera atrás del acceso.

Nos mudamos a Barracas. Un departamento amplio, en una calle empedrada. Frente a nuestro balcón había una funeraria muy exitosa. Me acuerdo del mármol oscuro de la fachada, de los vidrios espejados. Todos los días, grandes autos negros pasaban lentamente sobre el empedrado; el crujido de metales y maderas se sentía como una advertencia; en verano, el olor de las coronas recalentadas por el sol, inundaba el departamento. Era un primer piso. A veces, se oían llantos. Mi vieja bajaba el volumen del televisor, en señal de respeto. Mi viejo suspiraba.

¿Me alejo del tema que nos convoca? Tal vez empecé demasiado atrás. Tal vez estoy con un espíritu negro y solo recuerdo detalles sombríos. O me entrego sin escrúpulos a la invención, como hago siempre.

Todos hemos leído esas noticias donde alguien dice “Renuncié a mi puesto de CEO de una multinacional y ahora recorro el mundo en bicicleta”. Muchas veces son familias. “Vendimos todo y llegamos a Alaska haciendo dedo”. Nos sonríen desde su mundo móvil, en la cúspide del desapego. Acaso aprendieron una lección viviendo en jogging, lavándose la cara en estaciones de servicio. Nosotros, ¿qué aprendimos? ¿Cuántas veces se mudan las familias? ¿Por qué no encontrábamos nuestro lugar? ¿Qué buscábamos? Barracas tampoco alcanzó. No puedo decir que nos atravesara la tragedia. Creo que éramos felices. De todas formas, algo andaba mal. Un día, nuestros deseos tomaron la forma de esta ciudad idealizada. Ahora sí, un último viaje. Hasta el Ceo más rebelde deja su bicicleta y se establece. Vendimos todo y vinimos para siempre a Mar del Plata.

Se me ocurre que la casa de Wilde tenía -vista desde la ruta- el estilo del barrio Chauvin. El departamento de Barracas era similar al que compramos cerca de la Peatonal. Logramos una síntesis, como quien perfecciona un trazo. Seguro hay otras simetrías que se me escapan.

Sin embargo, nada anticipaba al mar.

Ahí estaba. El inmenso, el peligroso, el que admite todos los adjetivos. Fui un niño deslumbrado por su presencia. Barrenaba las olas con mi tabla de telgopor. Estaba horas en el agua, como si quisiera vengarme de tantos años de sequedad.

Nunca aprendí a nadar y un día casi me ahogo tratando alcanzar la C de Celusal. ¿El miedo me alejó? ¿Me aburrí? Tras el deseo consumado, el amante se repliega. Otras formas de placer y de hundimiento ocuparon su lugar. Ahora me acerco, una o dos veces al año, con el agua hasta la rodillas y dándome ligeros refrescos con las manos, como los viejos.

Es probable que ese distanciamiento me convierta en un marplatense promedio. Siempre tuve la impresión de que, salvo los surfers y la gente de la pesca, los locales no tienen una relación estrecha con el mar. Quienes viven cerca de un río no pueden evitar que aparezca en su conversación y en sus obras. En Córdoba un guía me habló diez minutos del pájaro mecánico de un reloj. Quizás, como jugadores con la suerte de su parte, somos reservados.
Es una indiferencia estimulada por la certeza de su disponibilidad: el mar está ahí. La ciudad se expande cada vez más lejos de la costa y de su pasado ilustre. El mar seguirá.

Es exagerado decir que me ayuda a pensar, no quiero hacerlo responsable, pero el año pasado, mientras me divorciaba, venía todas las tardes a Varese. Era un rito necesario. Caminaba hasta el Torreón, me sentaba en los murallones y, tras tiritar reflexionando sobre lo inexorable, volvía a casa a embalar mis libros.

Lo reencontré, de mejor forma, cuando llevé a mi hija a la playa por primera vez. Ella se asustaba, corría las pequeñas olas en la orilla. Es probable que por esas escenas le deba una alabanza, aunque ya ha tenido tantas… ¿Y si está cansado de nuestro palabrerío? Hay un poema que habla de callar hondamente frente al mar hondo. Me parece justo.

Él nos espera para acompañarnos en la felicidad y en las penas. Es un amigo que ha vivido demasiado y que nos susurra, tolerante, lo mismo una y otra vez: éste es el presente. No hay más.

Biografía del autor

Mauro De Angelis. Nació en Buenos Aires, en 1976. Desde los diez años vive en Mar del Plata, donde asistió a los talleres de Daniel Boggio. Ganó el Premio Municipal de Literatura Osvaldo Soriano en Poesía y el Premio Alfonsina en Creación Literaria. Fue seleccionado para la antología Mate, del Premio Itaú en 2013. Un cuento suyo fue elegido por Pablo Capanna para integrar la antología Más Acá. Volumen 2 (Letra Sudaca Ediciones) Editó el libro de cuentos Vía Crucis (Letra Sudaca Ediciones) y escribió las novelas Tríptico de la Feria, (Finalista del Concurso de Novela Futurock 2019), El artista de las esferas, Galápagos, y Wilson (Finalista de la convocatoria de La Bestia Equilátera 2022 y Concurso Novela del Verano 2023 del Gran Pez ). Junto a Sebastián Chilano escribió El Lémur, editado por Indómita Luz en 2022.



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