Cultura

Entretextos: tres “relatos reales de ficción” de Carla Celeste Palanga

"Y me quise ir", "Domingos en el Nación" y "Tapado de piel" son los títulos de los textos que la marplatense comparte con los lectores de LA CAPITAL.

Y me quise ir

La felicidad deja de existir si la opción es vivirla en migajas.

Es sutil el despertar de esos momentos furtivos, cuando me encuentro escribiendo con furia las primeras líneas sueltas, en cualquier sitio, aún donde nunca hubiera imaginado.

Estoy en el ambiente equivocado: esporádicas interrupciones acechan mis pensamientos volados, locos, muy locos… ¿Qué hago acá? Me pregunto si desvarío, si sólo me pasa a mí…

¿Será que, en esos choques neuronales, chispeantes frases salen a la luz?

Domingos en el Nación

Y ahora que me preguntás qué sentía con apenas 6 o 7 años, no más, porque la verdad, Roque, vos sí que la viviste a la época del Club.

Qué épocas aquellas, che, cuando por primera vez mi viejo me dijo que me llevaba a la canchita del Club Nación, apenas a dos cuadras de casa. Íbamos a ver jugar a mi hermano “El Zurdo”, que por esos tiempos jugaba de delantero con el 11.

Recuerdo que iba de la mano de mi viejo, así nomás, sin camisetas ni nada. No como ahora que todos se preparan. Capaz era la cercanía de la cancha con mi casa la que no ameritaba tanta preparatoria, capaz porque nos sentíamos que estábamos ahí, no sé.

Ahora que te lo cuento, Roque, se me pianta un lagrimón de solo recordar la caminata corta que hacíamos con el viejo, mientras ya se olfateaba de lejos el olor a hamburguesa, o el chori, o de un panchito también. Lo que siempre tengo presente era la bolsa de maní con cáscara que me compraba el viejo antes de entrar a las escalinatas del predio. Pasaba todo el partido comiendo maní y alentando, ansioso de a momentos por Gustavo, mi hermano, pensando si se mandaba algún gol.

A veces pienso cómo me acuerdo de los detalles de todo eso siendo tan chico en ese momento. Es que creo que esas cosas uno no las olvida. Sabés que si ahora cierro los ojos, veo todo. Veo el bufet, la cancha de entrenamiento, el quincho. En ese quincho había pool, billar, metegol. Los viejos ahí jugaban al truco, al mu.

Esas no se olvidan, Roque.

En los momentos donde se ponía intensa la jugada y ya estábamos todos nerviosos, le pedía permiso a mi viejito para que me deje bajar al alambrado, cerca del banco de suplentes. Cuando Gustavo metía un gol, bajábamos como una avalancha improvisada, porque éramos dos gatos locos. Y ahora que te lo cuento, me doy cuenta que ahí nació mi pasión por el fútbol, cuando iba de la mano con mi viejo y tenía todas esas sensaciones, el recuerdo de esos aromas de la previa en el predio, o de la salida también, donde se juntaban a tomar la cerveza y a contar el partido. Hoy que te cuento, Roque, me doy cuenta de tantas cosas.

Tapado de piel

Una mañana fría de otoño, me alistaba para la boda de mi amado hijo César. Escasas eran las posibilidades de adquirir un abrigo nuevo para tal ocasión, así que unas semanas previas, junté dinero para enviar a la tintorería y dejar como nuevo mi único y amado tapado blanco de piel. Un vestido rosa pálido acompañaba mi atuendo.

Tenía la costumbre de cuidar mucho mi ropa. De joven, mamá me había aconsejado poner otra prenda en desuso sobre las perchas de madera, para que estas no marcaran la ropa especial. Por ese motivo, mi tapado llevaba tiempo con un calzón viejo en la parte interior de los hombros, sobre la percha.

Esa mañana dejé el vestido sobre la cama y el abrigo colgado en el antiguo ropero. La hora transcurrió rápido y yo aún elegía el labial que daría por finalizados mis preparativos.

Apurada por salir, saqué el tapado y me lo puse veloz, solo pensando en que se estaba haciendo tarde.

Llegué a la boda muy apurada, me acerqué a mi hijo y a mi futura nuera, saludé de prisa para que mi demora pasara inadvertida, pero muchos lo notaron.

En medio de tanto nerviosismo, tomé asiento en los bancos de la Iglesia, y un calor, como fuego de salamandra en invierno, me tomó por sorpresa y me obligó a quitarme el abrigo. Con un movimiento lento, dejé caer las mangas, dejando al descubierto sobre mis hombros, la prenda que usaba sobre la percha como aislante.


Carla Celeste Palanga (Mar del Plata, 1983) es perito psicografólogo, coach y desde muy pequeña creció entre las letras, los papeles y las pinturas que remiten a su padre y a su madre. Comenzó a escribir poesía desde temprana edad, cuando compartía lecturas y la creación de una biblioteca barrial con su abuela materna. Actualmente, participa de talleres literarios y es una apasionada del scrap, bullet y collage. Su primer libro, “Relatos reales de ficción” (2023), reúne poemas, relatos y estampas. La selección publicada en esta página forma parte de este libro. A la fecha, está terminando de ilustrar su segundo libro dedicado a la infancia y ya está disponible su primer fanzine, una pequeña historia dedicada a su abuela poeta, periodista, bibliotecaria, quien fue de gran inspiración para llegar a la publicación de su primer libro.

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