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Opinión 6 de febrero de 2018

Febrero, mes sanmartiniano

Por Martín Balza (*)

El mes de febrero marca tres hitos en la vida de José de San Martín: su nacimiento en Yapeyú, el bautismo de fuego en América en el combate de San Lorenzo, y la batalla de Chacabuco, una acción “… de vida o muerte”, según la definió Sarmiento.

El Libertador fue eminentemente un militar a la “europea”. Hablaba fluidamente francés, inglés e italiano. Fue un profesional con visión política y humanística. Conocía aquello de Cicerón: “La historia es maestra de la vida”, así como el teclado que se debía tocar para influenciarla; había leído ciento de veces acerca de las campañas de Alejandro Magno, Julio César y Aníbal Barca, pero quizás influyeron más en él las de Federico el Grande, Napoleón y Wellington. En su concepción marítima, en la expedición de Chile al Perú, se aprecia la influencia de Horatio Nelson, almirante de la Marina Real británica.

Nunca, en sus campañas, la iniciativa y la creatividad se le fueron de las manos. Como buen ajedrecista, ubicó la estrategia de la acción en su contexto político –social. En medio de la niebla de la guerra, y aún en situaciones adversas supo crear el acontecimiento; baste como ejemplo la declaración de la independencia argentina y del Perú. Exigía una rigidez disciplinaria acorde con la dignidad del soldado; sin duda ejerció un mando firme, equilibrado y respetuoso. Su carácter era recio cuando la situación lo imponía; el coronel Manuel Dorrego lo experimentó en carne propia, cuando, en una reunión de oficiales convocada para unificar voces de mando, pretendió burlarse del tono de voz del general Belgrano.

En su etapa en el ejército español—21 años y 31 combates—estuvo prisionero en dos oportunidades, lo que contribuyó a fortalecer su férreo temple ante la adversidad de la guerra, y supo demostrarlo cuándo parte de sus fuerzas fueron sorprendidas en el combate de Cancha Rayada, como consecuencia de no realizar una persecución de las fuerzas españolas derrotadas en Chacabuco.

Su Plan Continental para la liberación americana consistió en mantener una defensiva de contención en la frontera norte y adoptar una actitud estratégica principal en el oeste. Con un precario Ejército de 3700 hombres, nuestro Aníbal de los Andes cruzó una de las cordilleras más altas del mundo, sorprendió y derrotó a un ejército superior; liberó a Chile, improvisó una flota de la nada, desembarcó en Perú y obligó al poder español en América a entregar Lima con el extraordinario talento de hacerlo sin lucha. El 21 de julio de 1821 proclamó su independencia. En la concepción de su Plan Continental fue un genial estratega; en Chacabuco, en Maipo y en decenas de combates un brillante táctico.

Evidenció su coherencia libertadora cuando el Directorio (o a Logia, como él decía) le ordenó, en 1819, regresar con su Ejército desde Chile para someter a Santa Fe y demás provincias que hacían la guerra a la autoridad nacional. No dudó en no dar cumplimiento a esa orden. Años después, dijo: “Yo había visto que los mejores jefes, como las mejores tropas, se habían desmoralizado y perdido en la guerra del desorden que era necesario hacer, y sobre todo en el desquicio general en que las cosas se hallaban”. Y concluye: “La Logia nunca me lo perdonó…si hubiese regresado la campaña del Perú no habría tenido lugar, ni la guerra de la independencia hubiera terminado tan pronto”. Decisión valiente, genial desobediencia.

Siempre obró con rigor estratégico y no con intuiciones. Fue más allá de las disputas internas, su rechazo a las luchas fratricidas ahorró víctimas inocentes. Actuó con coherencia y fe en su causa. Respetó al adversario y no descuidó la ilustración de los pueblos. Tuvo humanas carencias y debilidades que nunca ocultó, y siempre desechó todo tipo de prebendas. A los militares nos legó un comportamiento y una ética: “Que las armas de la Patria son para la defensa de la soberanía, de la libertad y del derecho de los ciudadanos, pero nunca para deshonrar el uniforme con la comisión de actos criminales”.

Los celos de varios de sus conspicuos contemporáneos llegaron a calificarlo de “traidor”, “corrupto”, “cobarde” y “espía inglés”. Soportó estoicamente difamaciones, persecuciones, abandono y olvido durante su vida. Ello motivó su exilio voluntario en Europa, desde donde continuó prestando servicios a nuestro país. Desde allí, sobre los cargos públicos, a varios de sus amigos, les manifestó: “…la experiencia me ha enseñado que…no producen otra cosa que amargura y sinsabores”. Sobre los gobiernos, sentenció, en 1846: “El mejor gobierno no es el más liberal en sus principios, sino aquél que hace la felicidad de los que obedecen, empleando los medios adecuados a este fin”.

Años antes, en 1833, el Libertador se había encontrado con un antiguo compañero de armas en el ejército español, Alejandro María Aguado, devenido en ese momento próspero banquero europeo. Su amistad con el querido amigo que profesaba la fe judaica duró hasta el fallecimiento de Aguado, quien “lo dejó como su albacea, tutor y curador de sus dos hijos menores en consorcio de la madre…”. Siempre se refirió a él como: “Mi bienhechor…le soy deudor de no haber muerto en un hospital de resultas de una larga enfermedad”.

El abandono de la autoridad, su renunciamiento y su exilio voluntario revela profundas y enriquecedoras aristas de su personalidad. En mi opinión tiene un antecedente: el de Lucio Quincio Cincinato, arquetipo de rectitud, honradez, integridad y otras virtudes romanas, como frugalidad y falta de ambición personal, probidades que supo combinar con una capacidad estratégica militar y legislativa notables.

El más grande de los argentinos murió en Boulogne Sur Mer (Francia) el 17 de agosto de 1850.Fue en Chile donde surgió la idea de erigir el primer monumento a su memoria. Se inauguró el 5 de abril de 1863. Los restos del Libertador recién fueron repatriados en 1880. Descansan donde él expresamente pidió en su testamento: “…pero si desearía el que mi corazón fuera depositado en el de Buenos Aires”, ciudad en la que vivió menos de cinco años. Sin proponérselo —como solo los grandes— jugó a lo póstumo, a la gloria, rechazando efímeras fama y celebridad.

*Ex Jefe del Ejército Argentino, Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.