Federico Andahazi: “Yo, si de algo me arrepiento, es de haber dado el paso a la política”
"Nunca debería haber traspasado esa frontera”, agrega el escritor, quien conversó con LA CAPITAL sobre de "Mares de Furia", su nueva novela centrada en Hipólito Bouchard y su travesía por el mundo con la fragata "La Argentina". El autor reflexiona sobre los orígenes de la nación, marcados por ideales patrióticos pero también por la piratería y la megalomanía, aún vigente en el país.
“Todavía conservamos esa suerte de megalomanía que tuvo la fragata La Argentina”, analiza Federico Andahazi. Foto: Aída Pippo.
Por Rocío Ibarlucía
Tras una sólida trayectoria en la novela histórica con títulos como “El anatomista”, “Las piadosas” y “El libro de los placeres prohibidos”, por mencionar solo algunos, Federico Andahazi regresa a la ficción con “Mares de Furia” (Grijalbo), una obra sobre una figura fascinante y contradictoria de la historia nacional: el corsario Hipólito Bouchard.
La novela comienza en 1837, en los últimos instantes de vida de Bouchard, asesinado a cuchilladas por sus propios esclavos en su ingenio azucarero del Perú. Ese desenlace brutal es descrito por Andahazi como “un final shakesperiano” para “el personaje más literario que dio la Argentina”, cuya vida, signada por la aventura en altamar y la furia, parece extraída de las páginas de una novela de piratas.
En ese momento de agonía, el marino francés rememora una gesta de toda su vida heroica. Si bien Bouchard participa en las campañas napoleónicas en Egipto y después en Haití, se alista en el Regimiento de Granaderos a Caballo al llegar a las Provincias Unidas del Río de la Plata y tiene un rol destacado en la batalla de San Lorenzo, entre muchos otros hechos relevantes de su carrera militar, su memoria se detiene en la extraordinaria expedición de la fragata “La Argentina” con la que dio la vuelta al mundo entre 1817 y 1819.
“Mares de Furia” se centra en esta impresionante travesía en ultramar que empieza a un año de la declaración de la independencia con una misión ambiciosa: hacer conocer al mundo la existencia del país naciente, pero también atacar a la Corona española donde fuera posible y rapiñar sus tesoros tanto en tierra como en mar.
Durante la vuelta al mundo, Bouchard libera esclavos en Madagascar, captura barcos mercantes en Asia, supera una epidemia de escorbuto que ataca a su tripulación en el Pacífico, firma un tratado de paz y comercio con el rey de Hawaii y protagoniza un episodio tan insólito como real: la ocupación de California, que por seis días fue territorio argentino.
Este viaje fundacional, sin embargo, es narrado como una gesta épica atravesada por controversias. La novela retrata cómo Bouchard y su tripulación oscila entre los ideales patrióticos, la codicia pirata y la crueldad más despiadada contra sus enemigos.
“La Argentina fue un barco corsario antes que un país”, dice el narrador de “Mares de Furia”, una idea que Andahazi retoma y amplía en entrevista con este medio. Esa frase inquietante revela que el origen de nuestra nación no solo estuvo marcado por el heroísmo, sino también por la violencia, la ambición de poder y la locura, rasgos que, advierte el escritor, siguen vigentes en el devenir histórico de la nación.

-¿Recordás ese momento en que te interpeló por primera vez la figura de Bouchard como para escribir sobre ella?
-Yo me encuentro con Bouchard hace unos treinta y tantos años. Los primeros apuntes para una novela, antes aún que “El anatomista”, fueron esto que después se convirtió en “Mares de Furia”. Durante muchísimo tiempo estuvo con un nombre provisorio, “El Corsario”, para identificar el archivo nada más y quedó ahí.
Siempre digo que hay que anotar las ideas que uno tenga, dejarlas decantar, cada tanto ir a ver esa carpeta y ver si eso fermentó. En este caso, después de muchos años y novelas en el medio, me encontré con esos viejos apuntes y ahí me di cuenta de que había madurado ese proyecto.
Creo que el proceso de escritura es inconsciente. Hay algo que trabaja a pesar de vos y que va fermentando sin que vos lo hables. Muchas de esas cosas que están escritas hace más de 30 años las continué con una fluidez como si las hubiera escrito ayer. Eso me impactó mucho. Y sobre todo, lo que notás es la vigencia de los proyectos a través del tiempo.
-¿Y cómo se produjo aquel encuentro con Bouchard?
-Bueno, creo que de la misma forma que a muchísimos otros escritores. El otro día, conversando con Jorge Fernández Díaz, quien me hacía una entrevista, me dice “¿vos sabés que escribiste la novela que yo hubiera querido?”. Y ese mismo comentario se lo escuché a otros escritores que en algún momento se cruzaron con Bouchard y dijeron “acá hay una novela”. La verdad es que es una novela muy difícil de escribir.
-¿Por qué?
-Porque la historia de Bouchard es mucho más reciente que, por ejemplo, la del protagonista de “El anatomista”, basada en un personaje (Mateo Colón) que realmente existió en el Renacimiento y ese paso del tiempo te da cierta impunidad. Aparte era un personaje del que había muy poca bibliografía, con lo cual me tomé la libertad de hacer una conjetura de cómo pudo haber sido su existencia. En cambio, Bouchard es un personaje que anotó algo de sus viajes en sus memorias y hay alguna bibliografía existente, lo que te limita bastante a la hora de generar una ficción. Además, de por sí es un personaje novelesco, con ribetes tan literarios, yo creo que es el personaje más literario que dio la Argentina y mirá que tenemos un montón de personajes literarios, y justamente ahí radica su dificultad: ¿cómo competir desde la ficción con alguien que parece salido de las novelas de piratas? Yo leía la bibliografía que existe de Bouchard y te encontrás con Stevenson, Daniel Defoe, Rafael Sabatini, Emilio Salgari, o sea, en su mismo atractivo está la dificultad. Pero, creo que 30 años de maduración para algo sirvieron y finalmente le encontré la vuelta por dónde avanzar.

Foto: Aída Pippo.
-La novela describe a Bouchard como un personaje dual: por un lado, es un estratega racional con ideales patrióticos y, por otro lado, es Furia, un hombre capaz de fusilar sin piedad, destruir casas, quemar ciudades. ¿Cómo definirías a tu personaje?
-Un poco esta dualidad tiene que ver con esta discusión que existe en torno a la figura de Bouchard de si era un corsario o un pirata. En realidad, la diferencia entre uno y otro es un papel, una patente de corso. Un corsario es un pirata que fue contratado por un Estado. Pero también es cierto que él, al encabezar esta epopeya, tenía que suscribir a los mandatos de la revolución. Entonces, de alguna manera, él también estaba ceñido por aquellos principios.
Hay un hecho que para mí es crucial para intentar entenderlo. Él cuando hace su primera escala en Madagascar, que se encuentra con tres barcos negreros, decide liberar a esos esclavos que estaban ya listos para ser embarcados y vendidos. Entonces hay quienes dicen que si hubiera sido un pirata, hubiera vendido a esos mismos esclavos en el puerto siguiente. O sea, esto demuestra que era un corsario. Pero, al mismo tiempo, fijate ese final shakesperiano de Bouchard, que es muy paradójico, porque muere a manos de sus propios esclavos, con quienes era muy cruel. Me parece que esta dualidad de Bouchard radica esencialmente en la misión revolucionaria que tenía, por una parte, y su tradición marinera, por otra parte, que muchas veces iba en contra de esos mismos principios.
“La Argentina fue un barco corsario antes que un país”
-Pensando en estas contradicciones de Bouchard, uno de los enigmas que plantea el libro es qué lo motivó a venir al Río de la Plata. ¿Fue el ideal revolucionario o la codicia propia de los piratas? ¿A qué conclusión llegaste?
-Me parece que es un poco todo eso. Pero hay un hecho que define muy bien el porqué, que está expresado en la novela. Muchos pensaban que vino a probar fortuna, como tantos otros extranjeros en distintos países de América del Sur que venían justamente para hacer una carrera, habida cuenta de que acá no había una tradición naval. Pero Bouchard, cuando tuvo que elegir, optó por eso incierto que era la patria. Después de la derrota en la batalla de San Nicolás, esa protomarina que había surgido se disuelve, por lo que él podría haber vuelto a su país o podría haber emprendido otras aventuras para otras banderas y, sin embargo, decide quedarse a pelear en tierra con San Martín y tiene su participación tan destacada en la batalla de San Lorenzo. Así que me parece que la batalla de San Lorenzo es una respuesta a esta pregunta. Ahí tenía todo para perder y muy poco para ganar, porque nada le aseguraba que fuera a volver al mar y a una armada. En San Lorenzo tuvo un papel realmente muy constatable. El propio San Martín señala en una carta los méritos de Bouchard porque, como cuento en la novela, fue quien mata al portaestandarte español y quien se queda con la bandera.
-Bouchard elige la patria, pero también se lo describe como un errante que busca su lugar en el mundo, a diferencia de Tomás Espora que sí sabe cuál es su patria antes de que ésta existiera como tal. Entonces, ¿qué idea de patria es la que tiene o busca Bouchard?
-En primer lugar, la patria de Bouchard claramente era el mar, era el barco. Era como un errante que no parecía tener un lugar ni un rumbo siquiera muy fijo. Sin embargo, Europa ya tenía una historia larga de guerras, de fracasos, venía de una Revolución francesa con altibajos, pero ya tenía una historia. Lo que descubre Bouchard acá es la posibilidad de escribir una historia nueva. Estas tierras americanas no solamente recién se independizaban, sino que tenían una historia muy breve y muy reciente. Entonces me parece que, más que una idea de patria, lo que tenían era una pulsión de construir algo propio, algo distinto. En el libro está señalado que en nombre de los grandes ideales de la Revolución francesa en Europa se han hecho grandes calamidades. Entonces me parece que estaba esta intención de Bouchard y de tantos otros que vinieron acá de escribir una una nueva historia a lo que después iba a ser la Argentina, que ni siquiera se llamaba Argentina en ese momento. Por eso ahí en el libro digo que la Argentina fue un barco corsario antes que un país, porque todavía éramos las Provincias Unidas del Río de la Plata. De modo que no sé si tenía una idea muy clara de patria, pero tenía sí completamente decidido fundarla. Fundarla aún sin saber muy bien de qué se iba a tratar, porque todavía ni siquiera estaba decidido qué tipo de gobierno íbamos a tener. Estaban quienes, como San Martín, proponían una monarquía incaica, estaban otros como Belgrano que proponían una monarquía constitucional y eran muy pocos los que proponían una república. Entonces él sale a dar a conocer este nuevo país independiente sin saber muy bien qué iba a ser. Pero además él no participaba de la discusión política. En ese sentido, tenía una visión mucho más romántica que los propios criollos que estaban pensando qué forma de gobierno nos íbamos a dar. Me parece que en ese espíritu épico que de por sí tenía Bouchard estaba de alguna forma la idea de patria.
“Todavía conservamos esa suerte de megalomanía que tuvo la fragata La Argentina”
-Recién mencionaste una frase muy interesante para analizar: “La Argentina fue un barco corsario antes que un país”. ¿Qué es lo que tienen en común la fragata de Bouchard y la nación?
-En principio, esta mezcla que caracteriza lo argentino. En ese barco había franceses, portugueses, ingleses, norteamericanos, gauchos, algún que otro indio, después se sumaron malayos. Esa fisonomía finalmente se consolidó en la Argentina, sobre todo a finales del siglo XIX, principios del siglo XX. De alguna forma, esa fragata anticipó esa variedad que iba a tener la Argentina. Y también la fragata y el país tienen en común ese rasgo violento, ese rasgo exagerado. Ahora, visto en perspectiva, el bombardeo de California, donde plantaron la bandera argentina y destruyeron Monterrey, todos los poblados y todos los puertos del Pacífico, es algo que parece una exageración salida de la imaginación de un escritor, pero fue exactamente así.
Y me parece que todavía conservamos esa suerte de megalomanía que tuvo la fragata La Argentina. Cada mandatario que llega tiene una visión megalómana del mundo, o sea, vienen a cambiar todo, a fundar, a inventar, a hacer algo nuevo. Y eso muchas veces implica la destrucción total. Entonces, vemos cíclicamente cómo la Argentina cuando empieza a construir algo, inmediatamente viene otro y lo destruye tal como se destruyó California a cañonazos. Y a veces nos resulta muy difícil pensar en construir. Al final del viaje de Bouchard, lo que queda como anécdota, como cuento, como moraleja, es esta imposición a cañonazos de un punto de vista. Y creo que hemos insistido en ese afán en un punto violento.
“No veo un espíritu muy republicano en la Argentina”
-¿Seguimos siendo de algún modo una nación a la deriva? ¿Este episodio fundacional de la Argentina, este viaje con su épica y su brutalidad, está retratando o siendo un anticipo del derrotero del país?
-Totalmente. Y más aún, con lo que te decía al principio, cuando yo me reencuentro con estos escritos que son de fines de los 80, principios de los 90, no podía evitar la analogía con lo que estaba pasando en ese momento. Y cuando lo leés hoy, tampoco puedo dejar de pensar en esa misma analogía y cómo cíclicamente se va repitiendo. Porque ese proyecto lo empecé a escribir durante los últimos días del gobierno de Alfonsín y los primeros días del gobierno de Menem. Y ahí tuviste lo mismo: una ruptura que es muy parecida a la que estamos viendo hoy, con diferentes narrativas y tonos, si querés, pero es casi un déjà vu. Yo creo que ese es el problema, que todo el tiempo estamos, como decís, a la deriva, buscando un destino que ni siquiera sabemos cuál es.
Creo que así como en 1816 nos declaramos independientes, pero no sabíamos qué tipo de gobierno íbamos a querer y si realmente queríamos una república, eso todavía se nota. No veo un espíritu muy republicano en la Argentina. Siempre existe este impulso de romper las instituciones, de ir por otro lado, de buscar caminos más o menos absurdos. Tenemos un divorcio del sentido común. Me parece que lo que caracteriza a la Argentina es este divorcio con el sentido común y esta cosa tan exagerada con la que nos encontramos una y otra vez a lo largo de la historia. Aparte, es un péndulo que va y viene, que va tomando una u otra forma, pero no deja de sorprenderme esta pendularidad.
“Aparece con mucha frecuencia en la historia de la Argentina la figura del loco”
-Esa tensión entre la razón y la locura en Bouchard también se ve en sus marineros, que pasaron de ser hombres formados con los valores de San Martín a piratas despiadados. Pareciera que el poder los lleva a abandonar los ideales patrióticos por la codicia y la megalomanía, como decías.
-Yo creo que eso es un poco lo que imponen las formas de gobierno acá en la Argentina. Primero, hay que decir que los responsables somos nosotros, porque los que están ahí y estuvieron ahí en cada momento es porque, salvo la dictadura por supuesto, han sido elegidos por nosotros. Sería bueno pensar cuánto de responsabilidad tiene la sociedad.
Y, segundo, es cierto, fíjate que aparece con mucha frecuencia en la historia de la Argentina la figura del loco. Por ejemplo, “El Loco” Brown, que además tuvo episodios psiquiátricos, uno diría ahora, más allá de que realmente fue una persona, un marino y un estratega excepcional, pero tenía esta característica y este apodo. Otro fue Sarmiento, a quien también se le conocía como el loco. Hay como un cierto orgullo de esta locura, que tiene que ver con este maximalismo que creo que caracteriza a la Argentina, como si la locura fuera la antinomia de la corrupción. Como soy loco, no soy corrupto. Tenemos una colección bastante interesante de casos extremos, que claramente es lo que se ve en la expedición de la fragata “La Argentina”. Eso sí que fue extremo y creo que terminó siendo una gran metáfora de la historia argentina.

Hipólito Bouchard nació en 1780, en Bormes-les-Mimosas, Francia, y falleció en 1837, en Nazca, Perú.
-Hay un personaje de tu novela, William Taylor, que representa al escritor que renuncia a la ficción para tomar las armas y escribir la historia con su cuerpo. A raíz de esta discusión que se da en el libro, ¿qué pensás sobre el rol del escritor en la política, teniendo en cuenta que también has participado activamente en el debate público?
-Mirá, dos cosas. En principio, desde el punto de vista de la literatura, la aparición de Taylor como un escritor que decide renunciar al papel y pasar a la acción fue un homenaje a Lord Byron. Siendo, a mi juicio, quizá el más grande poeta de Inglaterra, Byron decide tomar las armas, ir a luchar por la independencia de Grecia y dar la vida por ese ideal.
Por otra parte, también es una íntima conversación con Borges. Borges siempre se enorgulleció de sus lecturas, pero en algún momento se arrepintió de no haber tenido más momentos dedicados a vivir. Y creo que es algo que nos sucede a todos los escritores. El trabajo de un escritor es intramuros, estás la mayor parte del día revisando documentos, o escribiendo, o sentado en un escritorio. Y muchas veces pensás que tal vez, en lugar de estar escribiendo, deberías estar dedicándote a la vida. Y cuando cruzás la frontera de los 60, te preguntás si la esencia de la existencia no pasará por otro lugar. Pero a la vez pienso que la literatura me dio esta posibilidad maravillosa de navegar en la fragata La Argentina, de viajar al Renacimiento con Mateo Colón (en “El anatomista”), de viajar al lago Leman con Lord Byron en “Las piadosas”. O sea, es una forma particular de vivir también la del escritor.
Pero esto es literal, me pasó durante la escritura de “Mares de Furia”. Yo estaba muchas horas escribiendo y cuando terminaba un capítulo que ocurría en altamar, me tenía que agarrar del escritorio porque me mareaba como si hubiera estado embarcado. Es muy curioso cómo se mezcla la escritura y la lectura con la existencia de los escritores. En ese sentido, es bastante parecido a esto que tan magistralmente cuenta Cervantes de cómo los escritores terminamos confundiendo la vida y la ficción. Y a veces es muy difícil distinguir este límite.
Y me parece que lo mismo sucede con la intervención de los escritores en política. No sé, hubo muchísimos escritores que fueron políticos y políticos que fueron escritores en la fundación de nuestro país. Tal vez eran momentos bastante más fértiles desde el punto de vista de la experiencia existencial de hacer política, en momentos de revolución. Este no es el mismo momento, la verdad que no, digo de estos últimos años, no me refiero a esta coyuntura precisamente. Yo, si de algo me arrepiento, es de haber dado ese paso a la política, creo que nunca debería haber traspasado esa frontera. Por suerte, volví, porque no es un mundo grato el de la política, ni es un mundo grato el de los políticos, ni es una gente que me interese frecuentar.
-¿Te afectó en lo personal o a nivel profesional tu participación en política? ¿Por qué decís arrepentirte?
-No, no, salvo excepciones, la verdad es que no ha sido una experiencia grata. No es la gente con la cual yo elijo pasar mi tiempo, ni tomar un café, de ninguna manera.
-¿Qué te enseñó la escritura de “Mares de Furia”?
-Para mí, es cerrar un círculo, porque lo empecé a escribir a los veintitantos y lo terminé ahora con sesentitantos. Y descubrí que seguí siendo el mismo escritor. Creo que la mayor maduración a la que puede aspirar un escritor es a volver a sus principios. Yo extraño bastante esa época en que era inédito, en la que aunque no tenía lectores, podía hacer lo que quería sin estar pensando en ninguna otra cosa más que en lo que quería escribir. Después uno se va contaminando con el tiempo, pero escribir este libro me hizo volver al comienzo, me sentí otra vez de 25 años. Me parece que la mejor producción de los artistas, en general, es la primera, siempre son las primeras. Terminar de escribir este libro para mí fue terminar el trabajo de un joven escritor. Me siento unos 40 años más joven.
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