Cultura

Feminismo, brujas y Matierra: una conversación con Cecilia Secreto

La autora recorre su trayectoria profesional y vital como docente, investigadora y escritora, reflexiona sobre los cruces entre feminismo y escritura y adelanta detalles de dos publicaciones que saldrán este año: “El camino de la heroína: un feminismo de las brujas y la Matierra” y “Cuentas Brevas”.

Por Fernando Valcheff García (*)

Cecilia Secreto, profesora de Teoría y Crítica Literaria en la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata y autora de crítica y ficción, reflexiona sobre algunos de los motivos que atraviesan su trayectoria profesional y vital como docente, investigadora y escritora. A lo largo de la entrevista, opina acerca de la militancia feminista y da su visión sobre la relación entre feminismo y escritura. Además, propone algunas claves de lectura de su primera novela, “Cuando elegí ser Evita”, publicada en 2021 (el libro puede conseguirse acá), y ofrece un adelanto de sus dos publicaciones que saldrán a la luz este 2023: “El camino de la heroína: un feminismo de las brujas y la Matierra” (Biblos, disponible para su compra acá) y “Cuentas Brevas” (Beatriz Viterbo).

-¿Qué opinas acerca de la idea de militancia y de qué maneras creés que se ejerce hoy en día en relación con el feminismo?

La militancia pareciera estar mal vista, pero cuidado, está mal vista la militancia feminista, no la militancia patriarcal. Es decir, se entiende por militancia no a la reproducción de la mismidad sino a los derechos de la diferencia. Es decir, la mismidad entiende a la mismidad como algo tan natural que no ve en ella la militancia. A mí me parece que justamente eso es la hegemonía, ¿no? Y eso es lo que se vendría a deconstruir con el feminismo. En la educación se ha militado siempre, pero en cualquier educación, es decir, en la casa se milita, en las escuelas se milita, en la iglesia se milita, en todos lados se milita. Lo que quiero decir es que se asume que la militancia machista “no es militancia, es natural”. Bueno, es eso lo que pasa con la cultura, ¿no? La cultura adquiere carácter de naturaleza, por eso se usa tanto la frase “se ha naturalizado, está naturalizado”; se ha dejado de observar determinado fenómeno como un producto de la cultura para pasar a ser del orden de la naturaleza. Y todo es del orden de la cultura.

-Una de las formas en las que esta militancia aparece son los encuentros vehiculizados por el formato taller. ¿Cómo fue tu incursión en este mundo, cuál pensás que es el valor específico de un taller de escritura para quienes participan en él? ¿Qué te aportan a vos estos espacios?

Yo empecé a dar talleres en la década del 90. Los últimos que di los volví a dar en Necochea, que estaban auspiciados por la Secretaría de Género de la Municipalidad. Esos talleres resultaron sumamente ricos y a mí siempre me permiten seguir pensando. Por ejemplo, en el último taller (“Ni brujas, Ni putas, Ni vírgenes, Ni madres, un Feminismo de la Brujería y de la Deconstrucción”, en colaboración con Daniela Miriuca) uno de los temas que se trató y se abordó fue la maternidad con “Matate Amor” de Ariana Harwicz. Se trata de una madre que por momentos nombra a su bebé como “ese chico”. En realidad, el bebé nunca tiene nombre en la novela y ella es una madre bastante abyecta, bastante desagradable. Por ejemplo, hay una escena que marca mucho, que es que el nene va a meter los dedos en el enchufe, en la hornalla, o la estufa y la mamá ve que se va a quemar, y dice “se va a quemar, se va a quemar” y no se mueve hasta que nene se quema. Ese instinto materno de que la madre salta ante el peligro del niño, no se registra, no aparece en lo simbólico, es decir, es como que se borra del imaginario y esa ausencia de instinto es la que provoca el debate y el develamiento.

Una de ellas dijo “Si yo tuviera que volver a tomar la decisión, no tendría hijos”. Y señaló “la primera vez que dije esto en una sala de profesores, la mayoría de las mujeres, me quisieron comer” y en ese taller no. Quizás porque se genera a través de la lectura. un espacio fuera de la normativa moral. Y ahí tenés militancia también. No se trata de militar la no maternidad, se trata de militar cierta libertad aunque sea para pensar lo que una quiera, aún cuando una mujer sea madre y ame a sus hijos, la posibilidad de no haberlos tenido. Quitar esa exigencia que cae sobre los atributos de género: maternar.

“Lo que sostengo es que realmente el feminismo se convierta en una maquinaria de desnaturalizar aún aquello que a uno, una le agrada que esté naturalizado”.

-¿Cómo pensás que el feminismo y sus prácticas han afectado tu escritura? ¿Qué efectos producen las luchas feministas en los modos de pensar y del decir?

-Estoy absolutamente agenciada. Pienso en todos los artículos críticos que escribí o la ficción que escribí desde la famosa “perspectiva de” o “mirada de”, lo cual no quiere decir que escriba siempre sobre lo mismo. Porque vuelvo a repetirte, no es el tema, sino que se trata de una forma, una discursividad, un giro que por ahí aparece al final de un relato y que alcanza para deconstruir el patriarcado. Incluso la deconstrucción de la mirada religiosa.

Yo escribí un cuentito que se va a publicar en un libro titulado “Cuentas brevas”, en Beatriz Viterbo, que se llama “Espectral”. Narra la resurrección de Cristo, pero como si la contara Poe, es decir, “no estaba muerto, tuvo un ataque de catalepsia”. Entonces, cuando se despierta y logra salir de la sepultura y recordar toda la tortura, se vuelve a presentar entre la gente, entre sus discípulos que ya no lo reconocen. ¿Qué tiene eso de feminismo? Lo que tiene es: ¿qué pasa si miramos todas las historias desde otro lado, otra perspectiva, otra posibilidad? Se trata de deconstruir esa verdad con mayúsculas. De eso me parece que se trata y no de que siempre las protagonistas sean mujeres sufridas o que no han tenido posibilidades. No, lo que sostengo es que realmente el feminismo se convierta en una maquinaria de desnaturalizar aún aquello que a uno, una le agrada que esté naturalizado.

El género que yo elegí en un inicio, y que lo sigo eligiendo, es el cuento de hadas. El cuento de hadas es o simula ser infantil. Tiene una estructura básica, el mismo tipo de estructura o de impronta en el inconsciente colectivo que los mitos o como los relatos bíblicos. Es decir, son formadores de un imaginario, de un imaginario cultural. Para tomar un ejemplo repetido: aparece el modelo de la mujer bella y obediente que corre peligro, que corre peligro no necesariamente ante la mirada o la hostilidad de los hombres, sino de toda una cultura, puede ser la madrastra, el bosque, el lobo, no importa qué es lo que le hace correr peligro sino que lo corre. Sí, es sujeto femenino, pero es un sujeto que tiene cualidades a las que no puede contrariar (de acuerdo con las leyes del género literario); tiene que seguir siendo siempre bella y tiene que seguir siendo siempre buena, que es lo mismo que decir obediente.

Deconstruir este esquema implicaría deconstruir la figura de lo femenino, el orden patriarcal como un orden amenazante, el casamiento como una salvación para las mujeres o para la cultura misma, porque habilita la procreación y la familia. Es decir, cuando se empiezan a observar todos los elementos ideológicos que ya están en el cuento de hadas, empezar a deconstruirlos implica sí o sí una mirada ideologizada y, en mi caso, feminista.

-Últimamente la crítica utiliza la metáfora de la caída de la ciudad letrada para aludir al éxito editorial y sociocultural de escrituras de mujeres y disidencias en Latinoamérica. ¿Qué pensás que se construye al destruirse la ciudad letrada y cuál es el papel de las escritoras en esa dinámica?

-La tarea consiste en ver cómo se puede establecer esa línea de fuga para observar hacia dónde nos arrojaría. Porque sin pensamiento -pensamiento crítico, que además es creativo porque si no es creativo, no es crítico, me parece a mí-, no hay manera de producir nada, ni pensamiento, ni escritura, ni placer. Nos convertiríamos en máquinas de repetir. Por ejemplo, el personaje de “Cometierra”, de Dolores Reyes, comiendo tierra logra un agenciamiento, adquiere un poder para decir dónde están enterrados los cuerpos de distintos desaparecidos, mujeres en casos de femicidio pero también niños o personas en situaciones de vulnerabilidad.

La novela entra en la dimensión de la biopolítica y denuncia el maltrato y violencia sobre aquellos cuerpos de los que se cree que se puede prescindir. Y ahí aparece este personaje, una joven huérfana y desposeída (casi como en los cuentos de hadas) a quienes recurren incluso personas o personajes de mucho dinero. Cometierra tiene un nombre denotativo, como las heroínas de los cuentos de hadas, Cenicienta, Blancanieves, Cometierra. Y hay un abismo a la vez. A consultar a las brujas o a los brujos van las mujeres más que los hombres, digo bruja porque la protagonista tiene ciertas capacidades de clarividencia. A ella le van dejando botellitas con tierra y me hizo pensar en la Difunta Correa, que le dejan botellitas con agua. Hay algo ahí. Algo de lo popular representado por fuera del orden de lo fantástico, hay otra cosmovisión, otro acercamiento a las creencias llamadas populares pero en las que creen los que no se reconocen como populares.

Mariana Enríquez.

Alguien que me despierta fascinación es Mariana Enríquez, que también escribe distinto. ¿Y qué quiere decir distinto? No tienen el mismo estilo, la forma que le imprimen a esos contenidos marginales, hablan de los bordes, de la locura, de la pobreza, de la perversión, de la necesidad, de los cuerpos lastimados, de la sociedad como responsable de la monstruosidad, de las vulnerabilidades, escriben acerca de lo descentralizado cuestionando no el margen sino el centro mismo.

La literatura se está haciendo cargo de ese colectivo que es “la gente” y la gente no vive toda en la punta del Obelisco, vive por todos lados, con realidades sociales distintas y la literatura tiene la tarea de adaptar un lenguaje que sea siempre otro lenguaje. En algunos casos es un lenguaje naturalista, en otros poético, como el de Gabriela Cabezón Cámara, en otros absolutamente medido y calculado como el de Enríquez. En el de María Gainza, agenciado todo el tiempo por las artes plásticas. Y en el caso en que hay mucho de realismo mágico es en Camila Sosa Villada. Todas ellas (y otras más, por supuesto) confluyen en esto: una militancia, una militancia de la no mismidad, si querés la definimos por negación.

En el caso de Enríquez, por ejemplo, quizás un poco venga por el lado del género también, como la cuestión de trabajar con el gótico pero se trata más bien de un gótico o terror del conurbano y de los pueblos, ese mundo representado la acerca también a lo que se suele asociar con lo popular, como género popular.

En una sociedad que se convierte en su propia agresora, la que es hostil es la sociedad. El miedo de Enríquez pasa por un terror verosímil o realista. Esas paradojas en donde entra la oscuridad de cierta violencia, en el sentido amplio de la palabra: el hambre, la marginación, los crímenes, los homicidios, los femicidios, en un ambiente que creemos culto, que es la sociedad.

-En tu primera novela, “Cuando elegí ser Evita”, existe una inquietante tensión entre los personajes de Eva Perón y su amiga Ema. ¿Cómo se te ocurrió esta dinámica?

-La pregunta que me hice es la siguiente: ¿qué puedo decir de Eva Perón que ya no esté dicho? De hecho, yo no soy investigadora histórica, ¿cómo hago para hablar de Eva desde mi estilo, desde la ficción? Y dije bueno, tiene que ser que alguien hable de ella. El protagónico lo sigue teniendo Eva, pero no quería hablar con la voz del dato de la historia, no quería que hablara un narrador omnisciente que creyera estar diciendo la verdad, sino que necesitaba que fuera una voz de alguien que tuviese un sentimiento personal y genuino hacia Eva.

Así que ahí entró a jugar esa ambivalencia entre la Eva líder popular y la Eva de carne y hueso, la Eva persona, de la que prácticamente no tenemos mucho registro. Y yendo por ese camino me refugié en un género que me atraviesa, la literatura gótica del XIX. Así fue surgiendo una especie de William Wilson, como si fuese el otro yo de Eva, una suerte de amor devenido odio. O cambiado en odio. Elegí la oscilación que se da entre la admiración y la envidia, que es tan común entre todos.

Ahí está la dualidad entre tener algo y amarlo y querer destruirlo para no ser dependientes de eso. Esa fue Ema, que se fue construyendo. Ema la odiaba, pero la odiaba porque la había amado. Y así se va contando la historia de una mujer que no puede separarse nunca de la figura de su amiga de infancia, porque en algún momento fueron iguales. Y creo que esto nos pasa a muchas personas, cómo dos hermanos o dos compañeros de estudio, o un matrimonio, o dos novios, o lo que sea, habiendo estado en el mismo momento, en la misma situación, una llega a ser Eva Perón y la otra, como dice Ema, nadie, “soy nadie”. Y la vuelta de rosca o la vuelta de tuerca de la novela es en ese instante en que se vuelve fantástica y se le aparece a Ema el fantasma de Eva, porque para los argentinos es un fantasma. Nunca dejó de ser un fantasma por dos motivos: porque su cuerpo es una momia, ahí radica lo ominoso del cadáver de Eva y porque es un fantasma imaginario, está siempre presente entre los argentinos. Y además Eva sigue siendo, ya por herencia y por transmisión memética y cultural, para algunos Santa Evita y para los otros, una puta. Esa dualidad siempre me interesó, desde el imaginario de las brujas. Y entonces en Eva también se reproduce ese imaginario de las brujas. Es decir, esta versatilidad de Eva para elegir ser Evita, ella elige ser, se pone el traje sastre, el rodete y sale a hacer lo que sale a hacer, que para algunos es magia, es un hada madrina, y para otros es la madrastra.

-También aparece ahí el imaginario del cuento de hadas.

-Sí, es cierto. La Bella Durmiente y Blancanieves, porque a Blancanieves le hacen un ataúd de cristal. En Romeo y Julieta, Julieta muerta en vida. No tengo la respuesta, pero qué fascinación tiene nuestra cultura con las mujeres, o bien muertas o bien desmayadas, o bien en ese estado inerte. Pero, ¿para qué? Para abusar de ella y eso se vuelve a repetir en Eva. Lo que pasa es que indudablemente tiene elementos del cuento de hadas, pero aquí es un cuento de hadas desfondado, en primera instancia porque es real, no sucede en un mundo maravilloso, no hay príncipes, y en segundo lugar es que se trata de un cuerpo político.

Algunos peronistas me han dicho que dejo mal parada la figura de Perón, porque Perón, en la novela, está representado como la bestia. Hay toda una escena que es la del renunciamiento, en donde ella quiere aceptar la vicepresidencia y Perón le dice basta (momento archiconocido). El giro que tiene este texto es narrarlo desde un contrapunto con la bella y la bestia. Ella es la bella, dialogando con todo ese pueblo que la pide como reina propia. Y él es la bestia que la vuelve a llevar adentro del castillo. Es más, de Perón ni se habla en la novela, siempre se lo menciona como el hombre con el que ella tenía que casarse para llegar a ser Evita, para poder hablar desde el balcón y al mismo tiempo él es la bestia que la entrega a las manos de los que luego la van a violar. No hay un Perón que la haya cuidado en esta representación. Y por ahí esa es la mirada feminista que puedo aportar, algo que no es peronista, es antiperonista, es evitista si se quiere.

“El camino de la heroína” es uno de los libros que saldrá publicado este 2023 por Biblos.

-¿Podrías contarme sobre tus nuevos proyectos que ven la luz este año?

-Hay dos libros. Uno que acaba de aparecer que es sobre teoría y crítica literaria. Se llama “El camino de la heroína: un feminismo de las brujas y la Matierra” en el que hablo de muchas de las cosas que he estado diciendo acá. Te diría que el texto que permite hacer eje es el “Malleus Maleficarum”, un libro escrito en el siglo XV por dos inquisidores. Es un libro que describe el pecado y diferencia el pecado original del pecado de las brujas. Por supuesto que el pecado de las mujeres brujas es mil veces peor. ¿Por qué las mujeres son seres satánicos? ¿Cómo se las reconoce y cómo se las castiga y cómo se las mata? Pues el “Malleus Maleficarum” o “El martillo de las brujas” explica cómo reconocer y sentenciar a una bruja según las creencias de la época y con permiso de la Iglesia. Y a partir de ahí, de entender que esas brujas en realidad eran mujeres libres o inteligentes o sabias, se ha ido creando una genealogía paralela a la del patriarcado que hoy vuelve a aparecer, bajo diferentes formas: la forma de la escritora es una bruja, la artista es una bruja, la mujer libre es una bruja. Es decir, bajo las formas del feminismo.

Viste que se habla mucho de ecofeminismo y yo lo llamé, para no repetir la idea del ecofeminismo porque no sé si es exactamente eso, el feminismo de la matierra. Hay muchas escritoras, me viene a la mente Gianna Molinari, una escritora sueca que leí hace poco; ella escribió “Acá todo puede suceder”, que es una historia rarísima. Tiene un personaje femenino que vino y no sabemos de dónde y que se instala en una fábrica abandonada a cuidar el lugar para otro, un jefe que la contrata. Lo cuida de un lobo. El jefe de esa fábrica abandonada le pide que caven un pozo para tenderle una trampa al lobo cuando venga. La cuestión es que el personaje elige la tierra, prefiere vivir en el pozo, en el medio de la tierra, como una forma de sentirse protegida, más que del lobo, de la sociedad. Pero no es solamente sentirse protegida, yo creo que se está eligiendo la tierra con su forma, su materialidad, como en “Cometierra”, como en “Las aventuras de la China Iron” cuando al final dice lo que dice acerca de salirse de acá en “balsa por el Paraná, ir a una tierra desconocida”. Proponen refundaciones, un nuevo contacto con algo que tiene que ver con una naturaleza que pueda quitar el polvo del malestar en la cultura.

Entonces, esta Matierra es como un regreso a la madre, a la tierra y ahí se hace un link con esto que se llama ecofeminismo. Vuelvo a repetir acá, no solo Cabezón Cámara, que en sus redes, en vez de hablar más de literatura, habla de las petroleras, la alimentación, el cuidado de los animales. Hay dentro de este movimiento feminista, por lo menos en los últimos pocos años, una relación con la ecología, la alimentación, el cuidado del planeta. Hay una cuestión política que va de la literatura, a los cuerpos y al planeta.

¿Qué es lo que está diciendo “Distancia de Rescate” de Samanta Schweblin? Que esa distancia de rescate entre la madre y el hijo ya no sirve de nada ante la amenaza con los agrotóxicos, porque te matan aunque estés con tu hijo al lado. No hay maternidad, ni amor, ni protección que te pueda salvar en contra del capitalismo.

Entonces, todo modelo va a ser monsantiano, transgenizado y, en el caso de “Distancia de rescate”, es claro porque es ahí mismo, literalmente en el pasto en que van a sentarse, donde cae el veneno, para que sea bien gráfica la conciencia de que la tierra está envenenada. Entonces, si la tierra está envenenada, no hay nada que pueda hacer ni una madre, ni el amor. Y por ahí pasa también gran parte de esta denuncia o de esta militancia feminista, porque si vos leés “Distancia de rescate”, decís: ¿qué tiene esto de feminista?. Porque no es solamente a lo femenino que refiere la literatura (que no voy a llamar más feminista, quedó viejo eso), sino a una humanidad vulnerada y vulnerable. “Distancia de rescate” denuncia un capitalismo que nos está matando a todos y que estamos aceptando.

Y el otro texto, “Cuentas brevas”, es un libro de cuentos. “Brevas” refiere no solamente a la brevedad, sino también a las brevas, que es el primer fruto que da la higuera antes de dar los higos y al mismo tiempo porque la higuera es un árbol maldito por Jesús. La maldición consiste en que no dé frutos. Y entonces hay una confluencia en ese título que está explicada dentro del libro. La reescritura es hacer una escritura a contramano o deconstruyendo la mirada binaria y hegemónica del patriarcado sobre géneros y también sobre historias. Por ejemplo, hay una reescritura de Fedra, una de Yocasta, una de Mary Shelley y una de Jesús resucitado; una de la Difunta Correa y varias de los cuentos de hadas reunidos bajo el título de “Licantropías”; una de Juan el Bautista y Salomé, un cuento queer sobre el lobo feroz.

Una es una historia de Caperucita, pero centrada en cómo el lobo se trasviste con las ropas de la abuelita y por ahí circula. Un poco todo lo que hemos hablado, esta mirada deconstructivista del feminismo. Y también hay un punto de confluencia que tiene que ver, no con la distancia, sino con la cercanía entre la escritura ficcional y la escritura de la crítica. Que no son dos mundos aparte sino que se conjugan y se pueden conjugar si una les da lugar y se da permiso.

Yo creo que el “entre” por el que me gusta circular es el de estas dos cosas: la teoría y la crítica de la literatura que yo leo, pero también la que yo escribo. Separar las escrituras y las disciplinas también es un violentamiento del sentido. Al final, una es un ser errático, ¿no? Creo que es importante (re)conectar lo que en realidad está conectado, o sacarle las desconexiones.

(*) Con asistencia de Sol Valcheff García, la Fundación Tinker, el Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe y el Laboratorio de Marxismo de la Universidad de Michigan.

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