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Cultura 28 de junio de 2025

Florencia Canale: “Yo sigo escribiendo porque intento encontrar mi Arcadia”

En su paso por Mar del Plata para presentar “La cruzada”, la autora habló con LA CAPITAL sobre las múltiples capas de su nueva protagonista, Catalina de Erauso, la novicia que se vistió de hombre para combatir en América por la corona española, en pleno siglo XVII. Además, se distanció de las lecturas queer sobre la monja alférez por considerarlas simplificadoras. “Prefiero plantear preguntas para seguir pensándola”, dijo.

Florencia Canale, autora de once éxitos editoriales, en la redacción de LA CAPITAL. Fotos: Mauricio Arduin.

Por Rocío Ibarlucía

Que una mujer haya logrado escapar de un convento de clausura a los quince años, vestirse de hombre y, con esa identidad apócrifa, cruzar el océano Atlántico rumbo a América, combatir en los ejércitos de la corona española, matar –no una sino varias veces– y, finalmente, ser reconocida como alférez por el Rey de España y el Papa, en pleno siglo XVII, parece propio de una gran ficción. Más aún si se considera que, en ese contexto, la Inquisición condenaba a la hoguera a cualquier mujer que se apartara del mandato de ser esposa, monja o viuda.

Sin embargo, así fue la vida de Catalina de Erauso, más conocida como la monja alférez, nacida en 1592 en el País Vasco y fallecida en 1650 en tierras mexicanas. La propia Catalina –quien también adoptó los nombres de Francisco de Loyola, Antonio de Erauso o Alonso Díaz Ramírez de Guzmán– escribió sus memorias. Es en ese texto autobiográfico –con guiños a la literatura picaresca y tópicos barrocos como el disfraz y el juego de identidades– donde muchos autores han encontrado material para sus ficciones.

A partir de ese texto y de un riguroso trabajo de investigación y de campo –marca registrada de su narrativa histórica–, Florencia Canale le da nueva vida a la monja alférez en “La cruzada” (Planeta, 2025), mediante una narración que busca retratarla en toda su complejidad, sin moralismos ni etiquetas.

“Estoy un poco cansada de las certezas y de las afirmaciones. Prefiero plantear preguntas y puntos de partida para seguir pensando, pensándola”, dice Canale en esta entrevista concedida a LA CAPITAL, durante su reciente paso por Mar del Plata, su ciudad natal, donde presentó la novela en Villa Victoria el pasado viernes. En el libro, la autora se propone “aportar luz” desde una mirada alejada de los enfoques contemporáneos que leen en Catalina un símbolo de las identidades no binarias. Estas interpretaciones, sostiene, simplifican su figura: “Ella no va detrás de la libertad sexual, que no existía. Ella va detrás de la libertad, que es algo mucho más grande y mucho más complejo”.

Referente de la novela histórica en Argentina y el mundo hispanohablante, Canale se aparta por primera vez de su amado siglo XIX –época que abordó a través de figuras como Remedios de Escalada, Belgrano, Urquiza, Rosas, Encarnación Ezcurra, Madame Périchon, Camila O’Gorman, Monteagudo y Manuela Sáenz– para sumergirse en los siglos XVI y XVII. A través del cuerpo y la voz de Catalina, explora qué significaba entonces vivir bajo sus propias reglas e ir en busca de la libertad. Porque a la autora le interesa escribir desde la Historia para hacerse las grandes preguntas vitales y, quizá, encontrar –como ella misma dice– ese lugar para la paz y la poesía: su propia Arcadia.

“Estoy un poco cansada de las certezas y de las afirmaciones. Prefiero plantear preguntas y puntos de partida para seguir pensando", dice Canale.

“Estoy un poco cansada de las certezas y de las afirmaciones. Prefiero plantear preguntas y puntos de partida para seguir pensando”, dice Canale.

“Catalina de Erauso es un personaje de una modernidad espeluznante”

–¿Cuándo irrumpe Catalina de Erauso en tu vida?

–Me parece que me buscó ella a mí. Yo estaba investigando para mi novela anterior, “El Diablo”, un poco de color de Bernardo de Monteagudo en Chuquisaca, en Sucre, las tradiciones bolivianas y en el primer fragmento que empiezo a leer la nombran a Catalina de Erauso, la monja alférez. Como yo no tenía ni idea quién era, pensé, habrá sido una monjita amiga de mi querido Bernardo. Podría haber seguido de largo, pero por suerte leí por arriba su vida y me voló la cabeza. Lo llamé a mi editor, Mariano Valerio, le conté que quería escribir inmediatamente sobre esta mujer y casi que me dijo dejalo a Monteagudo y vamos con ella. Por supuesto que no, quería seguir con Bernardo, pero a medida que terminaba la novela sobre él, iba buscando material de Catalina.

–¿Y qué aspecto de toda su vida fascinante es el que más te voló la cabeza, como para decidir escribir sobre ella y delimitar el rumbo por donde ir construyendo este personaje?

–Bueno, que hubiera sido una fugitiva del claustro, que hubiera sido una fugitiva de Dios, que se hubiera vestido de varón para salvar el pellejo, que una identidad apócrifa la hubiera salvado, eso en principio. Después, a medida que iba leyendo más, iba entendiendo que todas mis primeras impresiones quedaban muy chiquitas y que cada vez su figura tenía más capas, más sentidos, más lecturas. Y siguen apareciendo líneas de fuga, así como su vida fue una línea de fuga, me siguen apareciendo líneas transversales en las que puedo pensar nuevas ideas.

–¿Cómo la definirías? Es mujer y hombre, monja y soldado, víctima de un sistema opresor pero también una asesina brutal.

–Es la persona y su máscara, es ella y su doble, impostado porque es un disfraz que debe adoptar con sus características viriles para no ser descubierta y asesinada. Es víctima de la persecución de los de afuera y de ella misma. Es una paranoica. Es una hija de la incertidumbre, que ni siquiera busca certezas. Antes de tiempo, es de una modernidad espeluznante y además es un signo de pregunta constante. Además, es una escritora de vanguardia, casi un siglo antes de Sor Juana Inés de la Cruz, que podemos pensar que es nuestra primera escritora casi oficial dentro del claustro.

“Una cronista de su tiempo y su vida”

–¿Qué te llamó la atención de su escritura? ¿Qué voz y visión de mundo aparece en sus memorias que te haya servido para acercarte o distanciarte de ella para tu ficción?

–Por suerte todo eso, fue una maravillosa escritora. Por supuesto, un poco plana, pensemos que es del 1600, pero hace un uso moderno de la escritura para definirse como escritora y como personaje de ficción. Es una narradora omnisciente pero en primera persona. Es un disparate que esto sucediera en ese momento. Pensemos, además, que son los tiempos del Quijote, de Lope de Vega, de los grandes escritores del Siglo de Oro español y ahí está ella. Además, Catalina es una disidente porque se escapa a América, a diferencia de estos hombres de letras. Es realmente una precursora, y sus memorias la confirman y confirman algo que no sucedía entre las mujeres. Al escribir sus memorias, se transforma en una escritora hecha y derecha, donde omite e insufla ‘a piacere’, transformando su vida en una ficción. Es, en todo caso, una cronista de su tiempo y de su vida. No tenemos tanto registro de mujeres que hayan sido cronistas.

Bueno, era imposible no querer escribir sobre ella, que además fue una celebridad en su tiempo. Y después es retomada como personaje en obras de teatro, en el siglo XIX Thomas de Quincey escribió una novela sobre ella y después al principio del siglo XX se multiplican los estudios sobre Catalina de Erauso como sujeto histórico y como sujeto literario. Paul B. Preciado, curando una muestra gigantesca en San Sebastián hace varios años, hace una relectura de los estudios de género sobre su figura. Hay demasiadas capas, demasiados sentidos en una sola persona.

La cruzada

“Tuvo que petrificar su cuerpo para no ir a la hoguera”

–Frente a todas estas representaciones que se han hecho de su figura en el arte y la literatura, a las que podemos sumar la reciente novela “Las niñas del naranjel” de Gabriela Cabezón Cámara, ¿qué creés que aporta “La cruzada” a toda esta genealogía de ficciones sobre Catalina? ¿En qué se diferencia?

–Con este libro, intento traer un poco de luz, una mirada diferente de las lecturas y escrituras y demás posturas sobre su figura como sujeto histórico, y busco una interpretación incierta de su figura. Estoy un poco cansada de las certezas y de las afirmaciones. Prefiero plantear preguntas y puntos de partida para seguir pensando, pensándola, buscándola. Inclusive, después de terminada esta novela, yo sigo interpretando, sigo buscándola y sigo encontrándole sentidos.

–Mucho se ha dicho sobre el lesbianismo de la monja alférez y en la novela hay una sugerencia sutil de su atracción hacia las mujeres, pero también deja abierto el misterio y se sostiene virgen. ¿Cómo decidiste trabajar este tema?

–Bueno, ella no habla de eso en su texto. Creo que intentó congelar el corazón, porque si el corazón se ablanda, uno se pierde y lo digo por mí, incluso. En el amor o en la pasión me pierdo y para Catalina de Erauso, siendo perseguida, no era posible elegir nada. El fantasma de la Inquisición, el fantasma del crimen que ella había cometido, la llevan a fugarse y a endurecer el cuerpo y transformarse en varón. Eso es un cuerpo petrificado. Fascinante, seguramente, lo digo yo desde este lado. Pero tuvo que petrificar el cuerpo y petrificar las emociones para seguir adelante y para que no la descubrieran y no la quemaran en alguna hoguera. Tal vez la peor hoguera era a la que ella se ofrecía constantemente. Y luego encuentra la paz en el desierto y la soledad de México, donde muere. Tal vez es ese el camino del héroe, es esa la vida. Lo pienso desde una lectura del siglo XXI: sería bueno poder entender que eso es la vida. Bueno, a ella le costó un poco entenderlo. Justamente, a mí me interesó esta mujer del siglo XVI, XVII para entender qué es la vida, qué es la muerte. Yo sigo escribiendo porque intento encontrar la Arcadia, mi Atlantis. Bueno, los personajes me van dando pistas y Catalina me dio una pista gigantesca.

–¿Qué pista te dio?

–Por lo pronto, templanza y paciencia, algo que nos cuesta a todos en estos tiempos.

Canale 07

“Sentí que era del País Vasco, tal vez porque me recuerda a Mar del Plata”

–Catalina transgrede todos los órdenes posibles de la España de la Inquisición, y sin embargo logra sobrevivir y hasta ser reconocida como alférez por el Rey y el Papa. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo logró agrietar este sistema tan represivo para las mujeres, tan binario?

–Se viste de varón y se mantiene virgen para salvarse el pellejo; si no, seguramente, hubiera sido violada en algún lugar. Además reprime el deseo, no es una mujer buscando saciar el hambre sexual, salvo en un momento que se hace alguna pregunta que, por supuesto, no recibe respuesta. El elegido siempre es otro. Casi que parece que yo estuviera acá en una conversación con Lacan, por la modernidad de lo que sucede.

Por algo la vida de esta mujer termina siendo un clásico, porque nos hace enfrentar con las grandes preguntas vitales: ¿qué es el amor?, ¿qué es la vida?, ¿qué es la muerte?, ¿qué es la trascendencia? Y lo interesante de esta mujer es que se atreve a todo y mucho más. No la quiero pensar como una mártir, como una mujer en eterno estado sacrificial, porque me parece que no fue eso, sino que fue una muchacha desenfrenada y desatada.

Pero también pensemos en el momento y el lugar en el que nace: en San Sebastián en 1592. Precisamente, esa región del País Vasco, Galicia, Navarra y demás era un matriarcado muy fuerte. Fue el último bastión pagano del territorio hispano. Por eso la Inquisición se ensaña tanto con esa región y persigue y quema en hogueras a las mujeres por brujería. En definitiva, eran gente muy enloquecida y eso es fascinante, sigue siéndolo. Es un lugar al que volvería una y mil veces. Sentí que yo era de ahí, tal vez porque me recuerda a Mar del Plata, tal vez por eso la siento tan cerca, con esa vista al horizonte, a esa cosa infinita que es el mar.

“Catalina de Erauso no va detrás de la libertad sexual, que no existía. Ella va detrás de la libertad, que es algo mucho más grande y mucho más complejo”.

–El mar es un motivo en la novela, ¿qué significados tiene para ella y para vos?

–Claro, el mar es ese más allá que necesito saber y descubrir. Catalina no se queda con el claustro propio que es el convento, sino que va a ir en búsqueda del mar. Pensando en el cuarto propio de Virginia Woolf, el claustro propio de Catalina en todo caso termina siendo un yugo y decide probar suerte o probar desgracia y va hacia el mar, está dispuesta a todo.
Entiendo el asombro que nos puede provocar su vida tan aguerrida y tan corajuda. Sin embargo, no podemos dejar de plantear de dónde venía. Para que yo pudiera contar esta historia, necesité no quedarme en el acotado estudio último de la monja trans o todo eso. De ninguna manera.

–¿Qué pensás respecto de estas lecturas queer sobre la monja alférez?

–Cortas. Le quitan, la subestiman, porque me parece una mirada muy pequeña. Ella no va detrás de la libertad sexual, que no existía. Ella va detrás de la libertad, que es algo mucho más grande y mucho más complejo. Quiero decir, no es que no hubiera hombres que gustaran de hombres ni mujeres que gustaran de mujeres, por supuesto lo hubo desde los tiempos inmemoriales, pensemos en los romanos y los griegos, punto. Sin embargo, no es esta la historia de Catalina de Erauso. Ella se viste de varón no para seducir chicas, pensemos que estamos en los tiempos, además, un poco posteriores al teatro isabelino, donde sobre el escenario hombres se vestían de mujeres en el Siglo de Oro español, pensemos en la picaresca, el carnaval de Bajtín.

Por supuesto, es un mundo binario, los de arriba y los de abajo, los nobles y el pueblo, los grandes palacios y las grandes tabernas, donde seguramente la represión y el deseo desatado convivían, donde la sexualidad y la libertad, en todo caso, en las clases populares estaban permitidas y en el otro ámbito estaba bastante más reprimido. Sin embargo, estaba la doble moral y la iglesia. No podemos olvidar nada de todo esto y además reinados por Felipe II, el rey más católico beligerante de la historia de España, además de Isabel la Católica. Y el poder de la monarquía estaba incluso sobre el poder vaticano, sobre el poder de Dios. Se instituye la Inquisición para pelearle de igual a igual al Papa. Después, con Felipe III y IV empieza a devaluarse, pero el poder de la corona era tal que la represión, la opresión y la persecución eran brutales. Por algo la última hoguera, la última quema de brujas es en el País Vasco, en la cueva de Zugarramurdi, en 1611, 1612 y 1613, donde por supuesto se queman mujeres, aunque también varones y niños… Realmente, la historia de esta mujer es la historia de una sobreviviente.

Canale 14

“Me interesan los personajes que se arrojan a abismos”

–¿Hay algo de Catalina que veas en vos?

–Este arrojo y este abismo. Me interesan en general los personajes, hombres y mujeres, en este caso Catalina, y en la que vendrá, que se arrojan a esos abismos, a esos precipicios a los que se enfrentan, dispuestos a tirarse y a ver qué pasa. Seguramente, hay mucho que no me encuentro ahí, porque Catalina es un personaje muy sanguinario, feroz, ludópata, asesina, tantísimas cosas que a mí me parecen despreciables. Pero me llamó la atención que muchas lectoras jóvenes, de veintipico de años, expresen casi una veneración por Catalina, por ese arrojo y por ese desparpajo de seguir adelante, a pesar del peligro de poder morirse a la vuelta de la esquina. Me pareció interesante, por lo pronto, que les interpele un personaje que uno piensa que puede estar tan lejano.

–Tus novelas anteriores se enmarcan en el siglo XIX y la región sudamericana. Acá viajás a los siglos XVI y XVII. ¿Cómo viviste ese cambio de época y de punto de vista, ya no desde la perspectiva de los americanos, sino de los conquistadores?

–Fascinante. Fue un nuevo desafío, una búsqueda distinta: tratar de encontrarme en ese tiempo, investigar y descifrar una infinidad de enigmas que me despiertan nuevos enigmas. Entender que, en todo caso, de ahí venimos. No reconocernos en ese pasado es un gran error. También como mujeres: el devenir mujer, del que tanto habló Simone de Beauvoir, viene de ahí y de mucho más atrás. Últimamente, hemos repetido como loros una infinidad de consignas erradas. Y no todo fue opresión y horror; hubo mucha sumisión, aceptación, sometimiento con goce, que no es lo mismo que placer. El goce es más complejo, más inquietante, más cercano al sufrimiento. A veces conviene desembarazarse de eso, pero también habrá que entender que no somos tan extraordinarios ni magnánimos. Venimos de sitios más remotos, y conviene –al menos a mí, y creo que también a los lectores– mirar hacia allí. Porque cuando leen, encuentran cosas similares. Somos hombres y mujeres históricos, formados como un palimpsesto, una acumulación de identidades, características y emociones que nos constituyen.

–¿Seguirás trabajando en estos siglos o volvés al XIX?

–Ya estoy trabajando en mi próximo libro. No puedo decir mucho, pero es sobre una mujer, europea, también del siglo XVI…