FMI y efecto Trump: fin del cepo y del cambio administrado
Panorama político nacional de los últimos siete días

Por Jorge Raventos
Mañana, lunes 14 de abril, los mercados determinarán cuál es el porcentaje de devaluación que experimenta el peso argentino después del levantamiento del cepo cambiario y con la flexibilización del intervencionismo oficial sobre la cotización del dólar.
Por descontado, el discurso del gobierno gambeteó la palabra devaluación y la maquilló con la idea de flotación entre bandas, con el dibujo de un piso actualmente inverosímil de 1.000 pesos por dólar y un techo de 1.400. El viernes 11, fecha del anuncio, el Banco Central tuvo que desprenderse de casi 500 millones de dólares de reservas ante la alta demanda de un mercado dispuesto a comprar al ahora desaparecido valor Mep a 1355 pesos, considerándolo una oportunidad. La brecha con el valor del dólar intervenido era de 26 por ciento. Se especula que, inclusive contando con que el Banco Central operará fuertemente apoyado en el compromiso de fondos que aportará el FMI a partir del martes, el dólar difícilmente baje ahora de un valor entre 1250 y 1300 pesos, con lo que se estaría ante una devaluación de entre 20 y 25 por ciento. El mercado estaría así reivindicando la opinión de los “econochantas” que, para disgusto del oficialismo, venían insistiendo en que el dólar estaba subvaluado.
La resolución del Board del Fondo Monetario Internacional, cuando se acababa el viernes, fue un salvavidas indispensable. El Banco Central estaba usando reservas ajenas para mantener un esquema cambiario que notoriamente hacía agua, apegado a una tablita de ajuste (crawling peg) ya desvinculada de la realidad y convertida en un obstáculo para conseguir y retener divisas.
El último miércoles, la directora ejecutiva del Fondo anunció que su staff técnico había aprobado el acuerdo con Argentina y que el monto de la operación sería de 20.000 millones de dólares (en Derechos Especiales de Giro, la moneda del Fondo) y que sólo restaba el visto bueno del Board de la institución. Pero faltaban detalles sustanciales del operativo (cuál sería el adelanto, cuáles serían las condiciones) que permitieran avizorar las consecuencias del acuerdo sobre la política cambiaria vigente. Seguramente en virtud de esos huecos informativos la atmósfera de los mercados locales no cambió demasiado después de aquella comunicación de Georgieva.
La Argentina venía durante varias semanas surfeando una atmósfera de incertidumbre financiera. La tendencia a la libertad económica, la desregulación y la inserción en el mundo, que pareció afirmarse durante los primeros meses de gestión de Milei, depende casi exclusivamente del vínculo entre el Presidente y la opinión pública. No hay estructuras políticas sólidas que le den sustento, Y, si bien aquel vínculo mantiene vitalidad, las encuestas de opinión indican que atraviesa un tramo de decaimiento y cualquier traspié en materia de inflación -el puntal decisivo de la gestión presidencial- podría traducirse en un deslizamiento mayor. Cualquier variación en la relación peso/dólar tiende a reflejarse en los precios de productos y servicios. Y los mercados olfateaban que junto con el acuerdo que se cocinaba con el Fondo se precipitarían modificaciones en la política cambiaria. La escasez de dólares y la constante pérdida de reservas del Banco Central en las últimas semanas alentaban rumores de devaluación que ni siquiera amainaron después de que el gobierno consiguió que la Cámara de Diputados aprobara y diera carta blanca a las negociaciones con el FMI, lo que convertía en una certeza la concesión de un préstamo “sustancioso·. El Banco Central perdió 7300 millones de reservas desde principios de este año.
El Fondo y sus condiciones
” Hasta que no se cierre el acuerdo y no sepamos especialmente cómo se modifica la política cambiaria, Argentina no va a tener tranquilidad financiera”, resumió a mediados de semana Gabriel Rubinstein, el ex número 2 del ministerio de Economía con Sergio Massa. Es que a la incertidumbre doméstica se había sumado el clima de estupefacción creado por las medidas que viene adoptando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. “Ahora hay que esperar a que calme la tormenta –reflexionó Rubinstein- Es difícil prepararse activamente. Tenemos una parte financiera que nos afecta bastante, está subiendo el riesgo de los países emergentes, y Argentina sube más y eso nos aleja la posibilidad de ir a los mercados para refinanciar las deudas”. El riesgo país superó los 1000 puntos dos viernes atrás y, aunque bajó hasta poco menos de 900, se mantiene en niveles muy altos como para que Argentina pueda emitir nueva deuda en dólares a una tasa sustentable. Los mercados voluntarios son reticentes.
De allí la creciente dependencia de la financiación política: la ansiedad por la plata fresca del Fondo, la renovación (un día antes) del swap con China, la que puede provenir de organismos como el Banco Mundial o el BID. Hace falta mostrar espaldas fuertes para controlar los efectos más negativos de una devaluación.
El efecto Trump se sobreimprime así en los problemas domésticos.
El amigo americano
En el discurso con el que celebró su victoria de noviembre, Trump había señalado que volvía a la presidencia con un “mandato poderoso y sin precedentes”. No se equivocaba.
Triunfó en el voto popular, obtuvo la mayoría de electores indispensable para definir la presidencia y consiguió el control de ambas cámaras del Congreso. El tercer poder, el judicial, ya contaba con una mayoría conservadora en la Corte Suprema, consolidada durante su anterior gobierno.
La sociedad votó masivamente y le otorgó un poder de enorme extensión. El presidente republicano lo ejerce con un decisionismo que se expresa en un número inusitado de órdenes ejecutivas sobre todo tipo de temas, desde los inmigratorios a los impositivos y comerciales.
Las elites cosmopolitas de Estados Unidos se muestran reactivas a ese poder y, aunque se muestran intimidadas por él, mantienen su capacidad de difundir interna y externamente su escepticismo y sus reparos.
La política económica que Trump sostiene aspira a repatriar empresas industriales de capital estadounidense instaladas en otros países y a acoger empresas extranjeras que, si quieren vender en Estados Unidos, acepten producir y dar trabajo en Estados Unidos.
El instrumento principal con el que Trump eligió operar es la imposición de aranceles “recíprocos” a todos los países que exportan a Estados Unidos, particularmente altos para quienes mantienen a su favor el balance comercial.
China es el objetivo principal de esa política, pero no el único.
Las primeras consecuencias de las medidas arancelarias unilaterales de Trump han sido billonarias caídas en las bolsas de todo el mundo, empezando por las norteamericanas. Una oleada de incertidumbre y pesimismo invadió los mercados del mundo y alimentó una vigorosa resistencia interna: muchos de los grandes inversores que contribuyeron generosamente a financiar la campaña electoral de Trump reclamaron, discreta o estentóreamente, que modificara esa política que parecía conspirar contra el comercio mundial y contra las propias compañías norteamericanas.
Trump en primera instancia se resistió a cambiar y empezó por arengar a ese frente interno: “¡No sean débiles, no sean estúpidos. La grandeza viene con valentía!”. Finalmente, el último miércoles la presión lo obligó a usar el freno de mano: decidió pausar por 90 días sus castigos arancelarios urbi et urbi. “La gente se estaba sobresaltando. Todos se estaban poniendo un poquito miedosos”, explicó.
A diferencia de Milei, su primer admirador argentino, Trump comprende que no conviene acelerar en las curvas riesgosas.
En cualquier caso, como para subrayar que la pausa decretada no equivale a un retroceso, mantuvo una carga de 10 por ciento para todos los países que venden a Estados Unidos y reforzó el arancel que aplicará a China: primero,un 125 por ciento; como desde el rincón chino hubo fuertes medidas de respuesta, Trump reviró con más incrementos arancelarios. Aunque subsiste el temor ante una guerra comercial que dañe indiscriminadamente, los mercados celebraron su propia victoria -el viraje de Trump- con una fuerte recuperación bursátil y un cambio de pronósticos: ya no vaticinan, como una semana atrás, recesión en Estados Unidos. Solo prevén un mínimo incremento del PBI de menos de 1 punto.
La apuesta de Milei
Para el gobierno libertario la presidencia de Donald Trump es un combustible indispensable. Javier Milei apostó tempranamente a Trump y eso le ha valido una cercanía que lo distingue en la política continental y se ha convertido en una carta importantísima para un presidente como el argentino que gobierna sin estructuras políticas, territoriales e institucionales sólidas y confiables.
Habría que destacar el dato común del hiperpresidencialismo, que ambos mandatarios ejercen: Trump, en su primer mandato, tuvo que circunscribirlo por las restricciones clásicas de la democracia bipartidaria norteamericana, límites que ahora se diluyen ante su “mandato poderoso y sin precedentes”. El hiperpresidencialismo de Milei ha sido estimulado por su apalancamiento en la opinión pública, las vacilaciones de gobernadores y opositores legislativos y, más ampliamente, por la disgregación del viejo sistema político y la ausencia de una fuerza alternativa de rasgos superadores, no restauradores. Los límites provienen de su escasa fuerza territorial, parlamentaria y organizativa, potenciada por daños autoinfligidos (que, hay que decirlo, se han multiplicado en los últimos meses al compás de la sangría de reservas y las crecientes dificultades financieras).
La Casa Rosada sufrió en pocos días varios reveses. El viernes último, el INDEC anunció la inflación de marzo, que con 3,7 por ciento y fuertes aumentos en alimentos, casi duplicó la del mes anterior; en el terreno parlamentario experimentó dos derrotas de peso. En primer lugar, los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García Mansilla, los dos jueces supremos que él designó por decreto, fueron rechazados por el Senado. Muchos aliados le advirtieron que conducía rumbo a una curva peligrosa, pero él no aminoró la marcha. Y así le fue.
En segundo lugar, la oposición, con ayuda de muchos que solían darle una mano al oficialismo, votó por la creación de una comisión investigadora que estudiará los pormenores del lanzamiento de la criptomoneda Libra, instrumento de una vidriosa maniobra que el Presidente confesó haber contribuido a difundir.
La reconfiguración
Estos reveses se dan enmarcadas por los preparativos de un proceso que resulta especialmente vital para el oficialismo: en octubre se librarán los comicios de medio término, primer examen electoral de la marcha del gobierno. Hay algunos comicios que operarán como aperitivos. Hoy en Santa Fé se eligen convencionales para una asamblea que tendrá la tarea de reformar la constitución provincial. Será el bautismo político de Karina Milei como Jefa partidaria y estratega de campaña de los libertarios. No se espera que consiga un triunfo, pero salir más abajo del tercer puesto se parecería bastante a un fracaso.
Más cerca, la elección porteña del 18 de mayo, donde se juega una pulseada decisiva en el seno de las fuerzas de centroderecha: La Libertad Avanza quiere derrotar al Pro de Mauricio Macri en su propio territorio como primer paso para controlar el distrito en las elecciones generales de 2027.
Aunque siguen verbalizando que “el principal enemigo es el kirchnerismo”, el macrismo y La Libertad Avanza afrontan esta elección porteña sabiendo que lo principal es su oposición recíproca.
Karina Milei puso a la cabeza de su lista a Manuel Adorni, el vocero presidencial. Convertir al vocero en un concejal de la ciudad revela que el mileísmo invierte fuerte en la ciudad de Buenos Aires, porque atribuye a este duelo un significado más importante que el de un comicio de distrito.
Por la franja que abre la pelea entre libertarios y macristas, Leandro Santoro intentará filtrar una candidatura opositora que, aunque nutrida por elementos peronistas, kirchneristas, radicales y progresistas se insinúa como una opción poskirchnerista y parece buscar un horizonte diferente.
En cierto sentido, las candidaturas de Rodríguez Larreta y del libertario disidente Ramiro Marra podrían contribuir a un eventual éxito de Santoro, ya que lo que ellos sumen seguramente reducirá los votos de Pro y La Libertad Avanza.
En cualquier caso, lo que muestra la elección en CABA confirma el paisaje de dispersión que extiende la diáspora del viejo sistema político.
Como en un juego de espejos invertidos, así como Santoro puede colarse en la Capital a expensas de la división de las fuerzas violeta y amarilla, la convergencia de estas puede capitalizar en la provincia la quebradura que experimenta el oficialismo bonaerense entre el cristi-camporismo y el neokirchnerismo que quiere encarnar el gobernador Kicillof, una fragmentación que ilustra el paulatino eclipse del liderazgo de Cristina Kirchner y el retroceso de su fuerza política en su último santuario, la provincia de Buenos Aires.
La disgregación del sistema político, que temporariamente ha sido una ayuda para Javier Milei, observada con más perspectiva revela un cuadro de vulnerabilidad nacional. El Presidente argentina tiene pocas bases sobre las que apoyarse; tiene buenas razones para su euforia trumpista: la Casa Blanca aparece como un sostén firme para la Casa Rosada- Trump envía la semana próxima como procónsul a su secretario del Tesoro, Scott Bessent, y eso alimenta la idea de que Washington puede agregar una mano para mejorar la ayuda que ofreció el FMI.
El final de un esquema cambiario intervenido y encepado abre una etapa de expectativas diferentes. Se trata de controlar la inflación con otros instrumentos en el marco de una competencia electoral y de una gran turbulencia y un enigmático dinamismo en el escenario mundial.
Paralelamente, se asiste a una fluida reconfiguración política local, que se evidenció con la irrupción de este proceso libertario, pero probablemente no concluye con él.

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