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Cultura 29 de diciembre de 2018

Grandes libros, pequeños lectores

Por María José Troglia Integrante de la ong Jitanjáfora

Waterloo y Trafalgar, de Olivier Tallec, Buenos Aires

Adriana Hidalgo. Colección Pípala, 2017

Waterloo y Trafalgar trata de la guerra, o más bien de las batallas, de esas pequeñas batallas cotidianas que todos libramos. Y que, como esas famosas que le dan título al libro, tantas veces perdemos.

Éste es un libro álbum que cuenta sin usar una sola palabra las peripecias de dos personajes enfrentados, dos vecinos que se entrenan, se preparan, se atrincheran, se acechan, se desafían, se imitan, separados por un paredón y una extensión de pasto -un campo- que nunca cruzan.

Los hombres son parecidos, las líneas del dibujo son simples, los cuerpos son idénticos, sus ropas casi iguales, sus caras y sus gestos semejantes. Hombres enfrentados que sufren, pelean, disfrutan de agredir al otro, se frustran, fracasan, entregan su vida cotidiana al enfrentamiento y por eso sus trincheras se pueblan de objetos comunes (como una taza de café) y de elementos de la casa que se trasladan a ese único lugar habitable para los sujetos en guerra, la vida misma está en guerra, es la guerra.

El libro está contado casi como una película muda con pequeños episodios grotescos o sketchs y recuerda a algunos dibujos animados mudos de los años ’60. La narración usa dos colores: el naranja y el azul para caracterizar a los personajes (el negro, el blanco y el gris sirven para señalar las zonas “neutrales”). La elección de estos colores complementarios en el círculo cromático da cuenta del enfrentamiento y a la vez de la necesidad que tenemos del otro para definir quiénes somos, de qué mezclas nos hicimos, qué nos falta. El álbum tiene algunos calados y solapas que ayudan a construir nuevos sentidos, a darle dinamismo, a mostrar que siempre hay más de una forma de ver las cosas, o que a veces se gana y otras se pierde.

Olivier Tallec cuenta una historia circular, eterna, universal. Lo hace con elementos simplísimos, con dos colores, sin palabras. Pero con una contundencia indiscutible, tan indiscutible como la batalla que pone fin a una guerra.



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