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Cultura 13 de mayo de 2022

Guerras de tinta: la polémica entre Neruda y Huidobro

Dos figuras emblemáticas de la literatura chilena del siglo XX, Vicente Huidobro y Pablo Neruda, han sostenido una polémica poética y política a lo largo de sus vidas. Acusaciones de plagio, comentarios irónicos, descalifaciones e insultos -sin filtro- forman parte de esta disputa que pone en evidencia dos concepciones de la literatura, representativas de las vanguardias latinoamericanas: el arte artístico y el arte político.

Por Rocío Ibarlucía

 

“Estoy con ganas de divertirme un poco en estos días”, dice en 1935 el reconocido poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948) en un texto cuyo título ya marca el tono desenfrenado de esta polémica: “Reventando el absceso”. ¿A quién quiere hacer reventar? A un Pablo Neruda de 30 años por acusaciones de plagio. Y Neruda efectivamente reventó de indignación ante la provocación de su contrincante: “CABRONES / Hijos de puta. / Jamás acabaréis conmigo. / Tengo lleno de pétalos los testículos / Tengo poesía y vapores / Incendio en mis veinte poemas, / Y me cago en la puta que os mal parió / Vidobros, / A mí no me alcanzáis ni con anónimos, / Ni con saliva” son algunos bramidos de su poema “Aquí estoy”. Con este nivel de violencia, empieza una enemistad entre Pablo Neruda y Vicente Huidobro que dura prácticamente toda la vida de ambos, desde los años 30 hasta los 70, incluso después de la muerte de Huidobro ocurrida en 1948.

La existencia de este enfrentamiento tal vez se deba a que son escritores de las vanguardias latinoamericanas, movimiento característico por su rebeldía contra las convenciones artísticas y sociales dominantes. De hecho, el término vanguardia hace referencia a las líneas del ejército que van al frente para luchar contra el enemigo. Esta actitud combativa está presente en los manifiestos “Non Serviam” (1914) de Huidobro y “Sobre una poesía sin pureza” (1935) de Neruda, textos que según el crítico Hugo Verani abren y cierran las vanguardias latinoamericanas. El espíritu rebelde, que se desborda de sus obras a sus vidas, parece estar pidiendo a gritos la existencia de la polémica.

Dos anécdotas relacionadas con sus fugas de Chile explican, en parte, el enfrentamiento, como recupera el crítico argentino Noé Jitrik -recientemente postulado al Premio Nobel de Literatura-. Mientras que en 1928 Huidobro cruza la cordillera, disfrazado, en un automóvil moderno conducido por un chofer y acompañado de una joven con dirección a Europa, Neruda en 1949 atraviesa los Andes a caballo también disfrazado pero, en este caso, a causa del hostigamiento de la policía de González Videla y lo hace con su “Canto General” bajo el brazo.

Jitrik observa a partir de esta comparación los rasgos definitorios de sus obras célebres resultantes de estas travesías: “Altazor” y “Canto General”. De la huida de Huidobro advierte una concepción del arte como un acto individualista y autorreferencial, proveniente de una ideología burguesa, con toques futuristas y carente de dimensión política; al contrario, el exilio de Neruda le permite pensar su arte como un acto político y colectivo, con toques criollos y sentido histórico. El crítico reconoce, pues, en Huidobro y en Neruda las dos tendencias -muchas veces vistas como antagónicas- de las vanguardias latinoamericanas: la artística y la política, respectivamente.

Estas diferencias pueden explicar los motivos de la polémica. Nos muestra, ante todo, un enfrentamiento estético, porque defienden dos universos poéticos incompatibles: el creacionismo y la poesía impura. Por un lado, Neruda postula una lírica “sin pureza”, esto es, simultáneamente bella y sucia, manchada del sudor del trabajo obrero, “gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena”; de modo que la tarea del poeta se equipara a la labor de cualquier trabajador. Por otro lado, Huidobro, a través de la fundación del creacionismo, pone al poeta como el amo de la Naturaleza y como un pequeño Dios, dado que su poesía no busca imitar el mundo, sino crear uno nuevo, con su propia fauna y flora. Su obra magna, “Altazor” (1931), lleva al extremo esa ruptura con la realidad, al punto que las palabras pierden su poder de significación y devienen puro sonido. La poesía impura y el creacionismo parten de dos miradas estéticas irreconciliables.

Estas divergencias artísticas se enlazan con un desencuentro personal: ambos se disputan el reconocimiento nacional e internacional de su figura de poeta e intelectual. Neruda está “obsesionado por ser el poeta nacional no solo de su país, sino de todo un continente, como Whitman ya lo fuera del norte. Huidobro, no menos preocupado por ser reconocido como el más internacional, el más original y el primero en casi todo”, según César A. Molina. Para conseguir ese lugar, Neruda emplea estrategias -como también lo hace Huidobro- para poner a circular la carencia de compromiso social en la poesía creacionista: “Hay literatos de siniestra cara, payasos de París, disfrazados de comunistas, (…) mientras Alberti lucha, González Tuñón lucha, Aragón lucha”.

Al mismo tiempo, Neruda abre por medio de esta acusación el desencuentro político, al presentar a Huidobro como un desentendido de las luchas sociales y las denuncias de sus contemporáneos. No obstante, ambos eran militantes comunistas, lo que provoca la recriminación en 1937 por parte de la Asociación Internacional de Escritores por la Defensa de la Cultura, que veía en peligro con esta pelea la unidad de los intelectuales hispanoamericanos, necesaria entonces para defender la República española en el contexto de la Guerra Civil.

El inicio de la polémica

Todo parece empezar con la publicación de “El affaire Neruda-Tagore” en la revista Pro (1934), texto anónimo que acusa a Neruda de haber plagiado un poema de Rabindranath Tagore. Neruda adjudica la autoría de esta denuncia a Huidobro, pero el disparo no había sido lanzado por el fundador del creacionismo. Eso sí, la acusación es republicada un año después en la revista Vital, dirigida por Huidobro, con una nota al pie de página -no por ello menos visible- que dice: “Quieren pelea, ahora van a saber lo que es pelea”. Se inaugura, así, la querella literaria como una lucha a muerte entre enemigos íntimos. Siempre con ironía, se pregunta: “¿Es que mi presencia en el mundo es un obstáculo para la felicidad del señor Neruda y sus amigos? / Siento mucho no poderme suicidar por el momento”. El pequeño Dios se construye como el amo de este primer ring.

Y sigue la difamación de Neruda, a quien compara con una “vieja dulzona”, anticuada, vulgar, “gelatinosa”, “bobalicona”, que se mueve “en su ambiente de putillas chismosas”, “de viejas intrigantes y de literatoides borrachos”, opuesto -por supuesto- a Huidobro, quien se considera a sí mismo un promotor de un arte al servicio de la transformación social. En “Confieso todas mis taras burguesas, pero tengo la esperanza de irlas corrigiendo día a día”, concede la necesidad de distanciarse de su procedencia de clase y, así, aprender de las capas oprimidas que lo obligan a reconstruir su imagen de autor y su escritura. La polémica, entonces, expone la lucha de ambos escritores por defender sus ideas artísticas, pero sobre todo por ocupar una posición privilegiada en el campo literario, objetivo que los obligará a ir reconfigurando su concepción del arte y sus relaciones con la política.

Neruda contraataca

Frente a estas acusaciones de Huidobro, Pablo Neruda no se queda atrás de la crueldad de su contrincante. En un extenso y violento poema titulado “Aquí estoy”, de 1935, escupe:
“Permitidme cagarme en vuestras cosas y en vuestras abuelas, / Y en las revistillas de jóvenes ombligos / En que derretís las últimas chispas que os salen del culo. De nada vale vuestro nombre de pila traducido al francés, / Como convinche al juda cursi, / De nada venir de Talca dispuestos a ser genios, / Os mato / Os mato con espumas y sacrificios / Os meo / Envidiosos, ladrones / HIJOS DEL HIJO DE LA SUEGRA DE LA PUTA / Os meo eternamente en vuestros hígados y en vuestros hijos, / Os meo en la fuente del corazón, que habéis cubierto de estiércol / Y habéis alimentado de estiércol y habéis asesinado con estiércol”.

Mediante enumeraciones escatológicas, cargadas de odio y de rabia, en mayúsculas, sin ningún tipo de filtro, Neruda se desquita y acecha contra el poeta que mira su ombligo. Este odio visceral reflejado en la catarata de insultos -que por cierto es mucho más larga que lo que vemos acá- evidencia, además de su aversión contra Huidobro, la concepción social de su literatura. Por eso detesta el europeísmo de la poesía de Huidobro al escribir parte de sus poemas en francés y trasplantar las estéticas de moda del otro lado del charco, en lugar de intervenir en la realidad circundante, que “se surte de llantos a cada lado y cruje de sangre”.

Ante estas imputaciones de Neruda, el fundador del creacionismo tiene que salir a aclarar su apoyo a la causa de los trabajadores y su voluntad por reconstruir su literatura, que tiende a ser cada vez más comprometida socialmente a medida que avanzan las convulsiones en Europa y Latinoamérica a fines de la década del 30 y comienzos del 40.

Los poetas siguen bramando

Cuando esta guerra de tintas parece haber terminado, por momentos vuelve a salir a la superficie. Incluso, al final de la vida de Neruda, cuando sigue lanzando -en “Confieso que he vivido” (1974)- que “Huidobro es el representante de una larga línea de egocéntricos impenitentes”. Pero, simultáneamente, reconoce la amistad forjada entre ambos y el alto valor literario de la obra de su contrincante:
“Huidobro murió en el año 1948, en Cartagena, cerca de Isla Negra, no sin antes haber escrito algunos de los más desgarradores y serios poemas que me ha tocado leer en mi vida. Poco antes de morir visitó mi casa de Isla Negra, acompañando a Gonzalo Losada, mi buen amigo y editor. Huidobro y yo hablamos como poetas, como chilenos y como amigos”.

Sin embargo, la periodista Faride Zerán, en su libro “La guerrilla literaria”, cuenta que los familiares de Huidobro negaron la existencia de esta reconciliación. El olor a pólvora alrededor de los nombres de Huidobro y Neruda parece no morir nunca.

Volver a esta polémica hoy, más allá de nuestro gusto por los cañonazos de tinta, permite acercarnos al caldero hirviente de palabras de aquellos tiempos. Y, sobre todo, ayuda a reconstruir las ideas que estas dos figuras faro de la poesía latinoamericana tenían sobre la literatura. Este enfrentamiento, que revela concepciones poéticas diversas, sigue resonando en la actualidad, en tanto sigue abriendo interrogantes acerca de los lugares que puede -¿debe?- ocupar el arte en relación con la política, con el contexto histórico, con las necesidades sociales. A casi cien años del nacimiento de la polémica, es evidente que los poetas continúan dando de qué hablar.



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