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La Ciudad 26 de mayo de 2019

Heroínas sin medalla: la dramática espera de las madres de los soldados que lucharon en Malvinas

Madres de soldados que regresaron después de combatir en Malvinas recuerdan la incertidumbre de no saber nada de sus hijos durante semanas. Y cómo los acompañaron cuando volvieron de la guerra.

Por Natalia Prieto

Las cuatro viven en diferentes barrios de la ciudad, incluso distantes como La Perla o San Carlos. Ninguna sabía de la existencia de la otra, pero durante un mes y medio los unió la misma sensación: el miedo. Las lágrimas también fueron sus compañeras durante el tiempo que duró la guerra de Malvinas. Y la incertidumbre de no saber si sus hijos continuaban con vida.

En abril de 1982, Gustavo Schroeder, Gustavo Risso, Marcelo Cantó y José Luis Capurro recién habían terminado el secundario y cumplían el servicio militar en el GADA 601. Sus madres y padres, enterados de que se iban a ir al sur, a pelear a Malvinas, concurrieron a esa unidad militar.

“No nos dejaron entrar -rememora Susana Miguel de Schroeder (85)-, nos dijeron que se iban al hospital para sacarle sangre y hacerles las chapitas identificatorias”.

Palmira Malagutti de Capurro (79) recuerda: “Me enteré por otra mujer, una madre que me llamó por teléfono y me dijo que los chicos iban a Malvinas. Soy italiana, pasé la guerra, sabia como venía la mano”. Y 37 años después vuelve a llorar.

“Me empezó a carcomer la sangre -añade- y él estaba chocho porque estaba en la Artillería Antiaérea.

Yo pensaba ´ojalá le agarre un ataque de asma´, porque de chico era asmático, pero no le agarró un carajo. A mi me pellizcaba el alma, no lo podía creer y no paraba de llorar”.

Esta foto apareció 30 años después, ya que estaba en unos rollos de fotos que los ingleses le habían secuestrado al suboficial José Hermana. Ahora apareció digitalizada en un blog militar inglés. El marplatense Gustavo Schroeder junto a Juan Luis Van Warde, Guillermo Magistrali y Oscar Higueras, compañeros de pozo en Puerto Enriqueta.

Esta foto apareció 30 años después, ya que estaba en unos rollos de fotos que los ingleses le habían secuestrado al suboficial José Hermana. Ahora apareció digitalizada en un blog militar inglés. El marplatense Gustavo Schroeder junto a Juan Luis Van Warde, Guillermo Magistrali y Oscar Higueras, compañeros de pozo en Puerto Enriqueta.

Un llamado del hospital

Justa Díaz de Risso (79) recuerda que el domingo de Pascuas de ese año su hijo Gustavo le pidió que le prepare la ropa porque “la tenia que devolver. Y se fue. Y no lo volvimos a ver, no sabíamos nada. Entonces por intermedio de un vecino que trabajaba en LA CAPITAL, Alberto Di Martino, nos enteramos que estaba en Malvinas”.
Después, al tiempo, le empezaron a llegar las cartas.

“Me envió la primera desde Comodoro Rivadavia -cuenta Hesmilda Padla de Cantó, 85 años-, después desde Río Gallegos y de Malvinas. ´Andamos en viaje, no pasa nada´, me contaba. A mi hijo lo llevaron a Darwin y desde ese momento, 15 de abril, nunca jamás me enteré nada hasta que el 7 de junio me avisaron que estaba herido en Bahía Blanca”.

Durante los largos días sin noticias, “le preguntaba a uno y a otro, lloraba como una loca, una cosa espantosa, espantosa. Hasta que me llamó la señora de un médico de Bahía Blanca, que me dijo que estaba internado en Punta Alta, que estaba herido pero bien”, dice Hesmilda.

Justa Díaz de Risso, madre de Gustavo.

Justa Díaz de Risso, madre de Gustavo Rizzo.

La radio, día y noche

Susana recuerda que “escuchaba radio Colonia de Uruguay, noche y día, porque eran los únicos que decían la verdad.Todo mentira lo que nos decían acá”.

Con el correr de los días, le llegó una carta de Gustavo avisándole que estaba en Malvinas, entonces “me iba al Correo todos los días y mandaba una encomienda con chocolate o una carta y me lo cobraban. Siempre alguna cosa le mandaba aunque me decían que no mande porque no lo iba a recibir”.

“No recibieron nada porque primero llegaban al continente y a Malvinas llegaban vacías. Las cartas llegaban con mucho atraso”, añade Palmira, cuyo hijo había sido destinado a Puerto Argentino porque “habían tenido muchas bajas”.

“Cuando estuvo prisionero -añade- le dieron de comer mejor que los argentinos. De entrada no recibía cartas, después si o llamaba por teléfono. ¿Sabes la cantidad de paquetes que mandé y nunca recibió nada? Mi hija más chica iba al jardín, tejían y hacían cosas y las mandaron. Y nunca llegó”.

En aquel entonces, Justa trabajaba como cocinera en el Instituto Juan Gutenberg donde “estaban todos alterados porque Gustavo era el único ex alumno que estaba en la guerra. Me llevaban de todo para que a él no le falte nada, teníamos una radio en la cocina y todos pasaban y me tranquilizaban”, cuenta.

Sin embargo, el acompañamiento y cariño de la escuela se esfumaba al llegar a su casa. “Vivíamos frente a la Base Naval y todo el tiempo paraban camioncitos -rememora- y yo pensaba ´Dios mío´, creía que era alguna noticia fea sobre Gustavo. Pero no, venían a las casas de los oficiales. Un día me trajeron una carta, decía que estaba bien, pero ¡tenía 15 días de retraso!”.

Susana Miguel de Schroeder, madre de Gustavo.

Susana Miguel de Schroeder, madre de Gustavo.

Rescatado en la estación

Apenas se enteró que su hijo estaba internado en Punta Alta, Hesmilda se fue en auto con su marido y su cuñado. “Llegamos a la noche pero no lo pudimos ver, porque justo llegó otra tanda de heridos así que tuvimos que esperar hasta el otro día. Las enfermeras me decían que me quedara tranquila, que era de los que mejor estaba”, describe.

“Tenía los píes negros, congelados, pie de trinchera que le dicen y estaba con un chico que le faltaba un ojo, que era de Corrientes. Mi cuñado intentaba llamar a la familia del otro chico para avisarle, pero no había linea directa y no podían localizar a los parientes. Así que él llamaba y llamaba. Me acuerdo de eso”.

Su hijo quedó internado, así que ella viajaba los fines de semana y “recorría todos los pabellones, era impresionante. Una masacre cómo estaban esos chicos”, refiere.

Luego lo trasladaron a Campo de Mayo, pero el tren llegó a Constitución dónde “lo buscó mi cuñado y se lo llevó a la casa. Le compró ropa, zapatos, calzoncillos, porque venía con lo puesto. Nadie se dio cuenta que no había llegado a Campo de Mayo, era un desaparecido. Con mi marido lo fuimos a buscar a lo de mi cuñado. Lo que pasé fue terrible”.

“Era piel y hueso”

Susana no sabía de fuente directa la suerte de Gustavo, pero “una vecina amiga hablaba todos los sábado con su marido suboficial y me decían que ´esa batería, donde estaba él, está bien. Nadie sabia que volvía, entre nosotras hablábamos, pero no tenias precisiones, así que cuando llegó a Campo de Mayo me hizo llamar por un muchacho”.
Desde esa unidad militar debía regresar a la ciudad en tren, pero seguía el desconocimiento y la falta de información oficial. “Nosotros vivíamos en 3 de Febrero y Jara, el barrio de la estación, así que conocía a todos pero nadie me daba información porque no sabían. Cada vez que llegaba un tren con soldados, íbamos. Hasta que llegó, era piel y hueso, no tenía músculos”.

Palmira Malagutti, madre de José Luis Capurro.

Palmira Malagutti, madre de José Luis Capurro.

 

No lo reconocí”

Justa asegura que no reconoció a Gustavo cuando llegó a la estación de trenes. “Agarré a un muchacho que estaba de espaldas para que me dejara pasar y era él. No lo reconocí, se le notaban las costillas”, recuerda.

Una vez en su casa, la recuperación fue larga. “No comía, no podía -describe-, estaba a té o mate cocido. Nos contó que solo comían cuando (el periodista) Nicolás Kasanzew les llevaba latas de carne o algún sandwich o alguna cosita. También contó que habían revuelto la basura para conseguir comida. Vino piel y hueso y estuvo un tiempo largo sin comer”.

Palmira tampoco reconoció a su hijo, porque incluso después de haber estado 20 días en Campo de Mayo antes de regresar a Mar del Plata, había perdido su robustez natural. “No lo conocí”, dice hoy y parece que lo está viendo con su uniforme de “colimba”.

“Abría la heladera y lloraba”

Ya con sus hijos de regreso, la reinserción en la cotidianeidad fue dura para todas las familias.

“Gustavo era piel y hueso -recuerda Susana- y cuando los pies le entraban en calor lloraba del dolor que tenía. Abría la heladera y lloraba porque no podía comer nada, se le hinchaba el estómago como a los desnutridos. Además, como había calentado lo que encontraba para comer con gasoil, estuvo como un año expectorando negro”.

“Y el olor a pólvora que trajeron -se suma Palmira a los recuerdos-. No le podías decir nada, él sabía que estaba ducha con eso, porque yo pasé una guerra, pero no hablaba. Estuvo mucho tiempo sin salir de casa”.

Justa dice que la reinserción de su hijo Gustavo se hizo con “paciencia. No quiso ir al médico, no hablaba, por ahí hacía hacia alguna pregunta en cartas y los amigos me las traían para que las leyera. Le costó mucho empezar a comer, de a poquito, nunca le exigimos y se fue recuperando”.

 

Hesmilda Padla de Cantó, madre de Marcelo.

Hesmilda Padla de Cantó, madre de Marcelo.

El apoyo de la familia

Hasta que se enteró que su hijo Marcelo estaba internado en Punta Alta, Hesmilda no había tenido ninguna noticia y “me lo pasaba llorando y mirando TV. Yo pienso que mi hijo está orgulloso de haber ido a Malvinas” y las otras tres madres coinciden en ese pensamiento expresado en voz alta. También expresan su orgullo para con ellos.

Susana sostiene que el regreso a la vida cotidiana de su hijo se sostuvo “gracias a la familia. Todos viven acá, primos, primas, sobrinas y a los amigos. Estoy muy agradecida por lo que ellos hicieron, por la contención que le dieron”.
“La pasamos remal -añade-. A mi marido le decía ´si algo mal hemos hecho en esta vida, creo que con esto lo pagamos bien pagado´”.

Además, las cuatro coinciden en que “costó el cambio de óptica de la gente” y aseguran que cada día en que no tuvieron noticias de sus hijos “pensamos que podían no volver”.

“Yo iba a rezar el rosario a Don Bosco”, confiesa Susana y Palmira recurría a “la virgen de la Medalla Milagrosa, cada vez que pedía. Volvía a casa y había una carta de él”.

“Eran unos nenes, no quería contar nada cuando volvió, no quería tocar el tema”, reseña Hesmilda y las otras madres asienten.

Después de la entrevista que las reunió por primera vez, las cuatro madres prometen juntarse “aunque sea a tomar unos mates”, en el Centro de Soldados ex Combatientes en Malvinas”, fundado junto a muchos otros por sus hijos.