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Cultura 21 de enero de 2021

Historias de Barrio: Patio de aire y luz

Norita se siente agraviada y arma una discusión con "la cordobesa", marsopas, lobos marinos y lagartos mediante.

Por Enriqueta Barrio (*)

Eran cuatro departamentos en planta baja y cuatro en el primer piso. Cada uno tenía un patio interior con un piletón de cemento y unas cabinas de la época en que el gas venía solo envasado, hoy convertidas en centros de almacenamiento de cosas antes de ser tiradas. Allí se tendía la ropa, aunque nunca daba el sol.

Mi abuela vivía en el último de la planta baja, y por eso contaba con un patio extra, al final del pasillo, muy luminoso y lleno de plantas.

Una mañana, Norita fue de visita y se sentó frente al ventanal que daba al patio, disfrutando de la paz que se vivía en el departamento, mientras mi abuela bordaba pulóveres a rombos para una fábrica de la avenida Juan B Justo. Los apoyaba en la mesa de madera y los sostenía, para que quedaran lisos y poder bordarlos, con la radio Carina, que venía forrada con un cuero protector, a un volumen apenas perceptible. En una sopera de loza ubicada en el centro de la mesa, guardaba agujas y ovillos, entre biromes, clips y banditas elásticas que permanecían años a la espera de ser útiles. La luz cálida del patio extra bañaba el ambiente.

Todo preveía una mañana bucólica, hasta que, como siempre, algo alteró la paz. Por la puerta del pasillo que desembocaba en el patio, entró una mujer de
alrededor de cincuenta años, rubia platinada, que desplegó una reposera exactamente frente a la ventana del departamento de mi abuela. Se bajó los breteles de la bikini fucsia, se embadurnó en Sapolán y abrió las gambas para que el sol llegara a todos lados. Norita se quedó helada.

“Y esta, ¿¡quién es?!”, pregunto entre dientes.

“La cordobesa de arriba, que viene a tomar sol.“, contestó mi abuela como si nada.

“¿Y porqué no se va a la playa? ¿Qué, yo tengo que aguantar que una mina se tire en mi nariz, así, como si fuera lo más normal del mundo?” Entretanto la cordobesa se prendía un pucho, Norita se iba encendiendo y la tormenta se desataba.

Levantó el tubo del teléfono y, mirando de reojo a la turista, llamó a su primo Humberto, abogado, al que recurría para preguntarle todo y no hacerle caso en nada.

-Dice que este es un patio de aire y luz, y que nadie, pero nadie, puede tirarse a tomar sol acá. Ni siquiera vos- dijo señalando a mi abuela.

-Yo no me tiro a tomar sol, che, nunca fui de estar como un lagarto poniéndome negra…

-Bueno, es un decir, quiero decir que nadie puede estar ahí. 

Esto ya lo dijo Norita elevando la voz, para que la cordobesa se fuera anoticiando; aunque permaneció incólume como si nada escuchase.

-Dejá, Nora, a mí no me molesta, quedate ahí tranquila que preparo unos mates… Inútil consejo. La suerte de la cordobesa estaba echada.

-Disculpe, señora, ¿qué hace?, arrancó Norita abriendo la ventana.

La mujer tardó en responder, enceguecida por el sol y enmudecida por lo retórico de la pregunta.

-Nada, tomo sol…como ve.

-Pero usted no puede tirarse al sol como un lobo marino acá en nuestra cara…

-Bueno, lo de lobo marino está de más, no le parece?- dijo la cordobesa que ya se estaba picando, levantándose de la reposera.

-Es una manera de decir, no se haga cargo si no le gusta. Este es un patio de aire y luz, usted no puede tomar sol acá.

-Es un patio de uso común, aseguró la cordobesa que se ve que ya se había asesorado al respecto, que no es lo mismo. Es de todos los que vivimos en el edificio.

-No es de uso común, es de aire y luz, se impuso Norita, acá no pueden venir todos los del edificio a tomar sol; imaginesé lo que sería esto si todos nos tiráramos como marsopas a tomar sol en este patio de seis metros por cuatro….

Mi hermano, que estaba jugando con unos autitos en el piso, levantó la mirada y preguntó extrañado: “¿Qué es una marsopa?”, y por supuesto, nadie le contestó.

-Mire, ya me cansó con las referencias ofensivas…y si es tan de aire y luz, aclareseló a su madre, que tiende la ropa acá, en vez de hacerlo en el patio interno como hacemos todos.

Mi abuela esbozó una disculpa, argumentando la falta de sol en el otro patio, pero Norita la pasó por encima como una locomotora.

-Pero, por favooooor, no va a comparar, algunas prendas colgadas con usted en tetas fumando al sol….

-¿Que es una marsopa?, insistía Marcelino desde el piso, enervando aún más el ambiente, hasta que a la cuarta vez un grito le despejó la duda: “¡Un pescado es una marsopa, un pescado, y terminala con la marsopa!!!!”

La cuestión que la rubia plegó la reposera mientras amenazaba con denuncias, recursos de amparo y cartas documento firmadas por todos los vecinos del edificio, de la cuadra y del barrio. Abrió la puerta del final del pasillo por la que entró y los caños de la reposera se estrellaron contra el contramarco, haciéndola rebotar y largar una puteada llameante.

Norita cerró la ventana como si nada hubiera pasado, y siguió dando explicaciones técnicas de lo que era un patio de aire y luz, “acá no podemos construir, ni techar, ni vos, ni yo, ni nadie”.

Mi abuela le dio una vuelta más a la ruedita del volumen de la radio, suspiró, y dijo con una lógica irrefutable: “Todo muy lindo, muy legal, pero ahora no voy a tener donde secar los calzones.”

 

(*) En Facebook: Enriqueta Barrio Escritora, [email protected], en Instagram @soylaqueta.