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Cultura 18 de julio de 2016

Historias de circo: Vladimir y los osos

por Susy Scándali

Vladimir estaba acuclillado junto al animal mientras lo acariciaba con ternura como sólo pueden acariciar los hombres rudos, de manos rudas. Sus manos iban y venían sobre la dura pelambre con un movimiento casi automático, continuo. Ida y vuelta, ida y vuelta sobre la dura pelambre.

Vladimir había llegado a Buenos Aires hacía diez días y no hablaba ni una palabra de castellano. En realidad, ni siquiera lo necesitaba: su único diálogo era con sus animales. Especialmente con Alexander, el oso que ahora acariciaba sin señales de cansancio en ese movimiento de ida y vuelta de sus manos rudas.

El viaje, por barco, había sido difícil. Demasiado largo para su gusto, demasiado movido, para su gusto.

En el barco todos los artistas del circo y los animales se mezclaban en la tarea cotidiana. Eso no le había molestado para nada. Vladimir y sus osos eran un solo grupo, una manada él y los osos. Siempre había sido así, desde que saliera de su Polonia natal en busca de aventura y le encontrara con sus osos, bajo la lona de un circo. Desde ese día no tuvo más compañía que ellos. Cuando nació Alexander se sintió un poco padre el también. Y se puede decir que tuvo una nueva infancia, viendo y ayudando a crecer al osezno que poco a poco se fue convirtiendo en ese animal enorme y temible para todos -menos para él- que era Alexander.

Cuando llegó a Buenos Aires, le hicieron entender que debía dejar a sus osos “en observación”. La rutina oficial así lo imponía y eso le explicaron con profusión de gestos ante su obstinada negativa: “Todo va a estar bien”, le decían. Se dejó convencer. En realidad, no le quedaba otra: el circo tenía que seguir viaje y el “trámite” era imprescindible.

Con enorme dolor, dejó que encerraran al grupo de osos en el Zoológico de Buenos Aires. Desesperado, junto a su ayudante se turnaban en las guardias para estar cerca de ellos. No los dejaron quedarse a la noche, así que él aguardaba el amanecer del otro lado del paredón, imaginando que sus osos, especialmente Alexander, sabían que estaba ahí por si lo necesitaban.

Pero una noche algo salió mal. El cuidador que le había dejado la comida a Alexander olvidó echar llave a la reja. Y Alexander era muy inteligente. Oso de circo, con mañas y buena memoria, seguramente se dio cuenta del olvido, no habrá escuchado el ruido de la doble vuelta de llave. Curioso, puso su manaza sobre la tranca de la reja y simplemente, la corrió. Abrió el portón. Salió. Vladimir se torturaba asegurando que lo buscaba a él. Quién puede saberlo. Alexander caminó por los desiertos senderos del zoológico hasta que un cuidador lo vio. Asustarse y correr a buscar el rifle con narcótico fue una sola cosa. Pegó el grito y salieron otros guardias. Como si Alexander fuera una fiera enfurecida -y no lo era-, varios guardias descargaron sus rifles sobre él.

Alexander se durmió casi inmediatamente. Pero no despertó nunca.

Lo más difícil fue explicárselo a Vladimir, que se pasó el resto de la noche llorando y acariciando el cuerpo exánime del oso, mascullando ininteligibles palabras en polaco, en un tono que iba de la ternura a la ira.

Los dueños del circo se ocuparon del papeleo y de convencer a Vladimir de que debía dejar el cuerpo de su oso en el lugar. Recibió innumerables pedidos de disculpas que o no escuchó, o no entendió, pero que en todo caso no le importaron.

Cuando llegó a Mar del Plata, Vladimir se ocupaba casi en piloto automático de los osos que le quedaban. Los quería, pero no como a Alexander. Vladimir era -dicen- una sombra de lo que había sido.

Yo conocí sólo esa sombra. Tenía un olor profundo y raro que, me explicaron, era olor a oso. No hablaba con nadie y su mirada era oscura y huidiza. Cuando el circo apagaba las luces tras la última función de la noche, sacaba a sus osos a hacerlos caminar y entrenarlos. De día, prácticamente no se lo veía. Por ordenanza, tampoco hubieran podido trabajar sus osos, así que él prefería quedarse encerrado en su carromato. Tan encerrado, que aunque el circo estuvo toda la temporada, me enteré de su presencia unos días antes de que se fuera. Lo vi tan raro, tan sombra, que pregunté acerca de él y me contaron su historia.

Gracias, Héctor Fráncica

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