Cultura

Hizo “justicia poética” y editó el libro con los poemas que su papá no pudo publicar en vida

"Fuegos eternos" recopila las poesías de Osvaldo Rodríguez, escritas con disciplina y voluntad, a pesar de haber llevado una vida muy adversa. Lo editó su familia.

“La primera cara de Mar Del Plata y de la escritura es muy elitista, muy de café en bares y él no tenía ni para el café”, recordó María del Mar Rodríguez el trasfondo de la difusión de la obra poética de su papá, Osvaldo, quien nunca pudo tener su poemario con los textos en los que trabajaba voluntariosamente. El poeta, que había nacido en Moreno y también era dibujante y artista plástico, falleció en 2009, a los 68 años.

Por eso entiende que la reciente aparición de “Fuegos eternos” (Editorial Hinvisible), que realizó la familia del autor, se entiende como “un acto de justicia poética”. Ell misma vende el libro en persona y lo recaudado será para “arreglar nuestra casa, queremos terminarla con su poesía y demostrarnos un poquito que una casa no sólo se construye con el sufrimiento de un trabajo explotador”, dijo.

Para su hija, quien también es poeta, Osvaldo “quiso publicar toda su vida y nunca pudo”. Entre los motivos de esa imposibilidad, estuvieron “las crisis económicas y que lo hayan jubilado muy joven”.

Osvaldo trabajaba en el Puerto, se cayó de un camión, se golpeó la cabeza y a partir de ahí lo jubilaron por discapacidad, “después de eso sólo pudo trabajar en changas o inventando el trabajo”, recordó María del Mar.

Y entre medio, se agudizaron enfermedades que padecía, como la esquizofrenia y la depresión. “Era 2001”, evoca la joven. “Que para quienes eran pobres de antes fue peor”.

La poesía no vendía, le decían cada vez que ofrecía sus manuscritos en diversas editoriales. “Todo rebote, cuando su cuadro empezó a empeorar dejó de escribir. En casa quedaron pilas de cuadernos con sus poesías. Unos pasados a máquina, que eran los que más tenía trabajados. Y así fuimos eligiendo” para construir este poemario, relató.

En unos de los poemas más conmovedores del libro, Rodríguez pide perdón por su tristeza, “por la calculativa sapiensa que me lleva a la locura”, dice.

A pesar de esas circunstancias siempre adversas para que su poesía se conociera, Osvaldo fue un poeta disciplinado que “se tomaba en serio” el compromiso con la palabra. “Se pasaba horas en su máquina de escribir corrigiendo sus textos. O estudiando otros. Metía con mucha prolijidad los textos en carpetas. Los llevaba de acá para allá probando suerte. Los cuidaba como oro. Y en su sentir, creo que era su vía de comunicación. Su forma de que el dolor fuera otra cosa”, indicó a LA CAPITAL.

-¿Como describís la poesía de tu papá?

-La poesía de él para mí es compleja. Siempre me costó entenderlo. Recién haciendo esta selección pudimos entender un poco más de lo que hablaba. Porque se enroscaba mucho en un “estilo de poesía”. Hasta medía los costados y le ponía números. Muy desde la estructura. Lo contrario a mi, por ejemplo. Lo que me sorprendió es que él tenía más en claro de lo que yo creía todo lo que le pasaba.

-Los textos de “Fuegos eternos” parecen oscilar entre la contemplación de la naturaleza y la alegría de observarla y el dolor que le provoca vivir. ¿Coincidís?

-Sí. Tal cual. Hubo una intención de buscar un equilibrio en los textos. Pero es un poco lo que atraviesan sus escritos en general. Él conectaba mucho con la naturaleza. Era muy de acá, metido en este barrio (Playa Los lobos). Iba a pescar, a juntar leña, todos sus dibujos contienen paisajes y árboles. Creo que era uno de sus cables a tierra. Pero bueno, después venía lo otro. La tristeza. Pero eso creo que es lo que hace más genuina su escritura. Que se anime a mostrar esa oscuridad. No sólo quedarse con lo “lindo” de una flor. Si no que están las dos cosas: que la vida es jodida también.

-Escribe, “Solo trato de sobrevivir bajo el hastío agonizador y monótono de la realidad”. ¿Qué aspecto de la realidad lo agobiaba más?

-Creo que el desempleo fue una de las cosas que más lo agobiaba. Porque sus deseos no iban de la mano con lo que el podía proyectar. Y cuando agarraba changas acá en el barrio, no siempre fue bien tratado. Ni bien pagado. Entonces eso lo agotaba. Mis recuerdos son esos: intentando de todo. Hasta vendió ropa en la calle. Me acuerdo de que un día se llevó en un bolso los libros de toda su vida y los vendió por dos mangos. Otra vez juntamos todo lo que había y esperábamos ansiosamente a que venga “el chatarrero”. Así hasta que la cosa empezó a empeorar. Y la depresión fue un factor que complicó las cosas.

-Hay en el libro una referencia a “Canto a mi mismo” de Whitman, ¿se consideraba influenciado por Whitman?

-Sí. Ese es uno de los tantos autores. Pero también estaba mucho Pablo Neruda, Almafuerte, Edgar Allan Por y Mario Benedetti. Los libros de Benedetti pude rescatarlos de que no los vendiera en esa época.

-El camino suele aparecer con frecuencia en las poesías de Osvaldo. Por ejemplo, dice: “Sólo se de las manos que modelan los caminos y las sombras en descenso”. ¿A qué atribuís la recurrencia de la imagen del camino?

-Me imagino que su referencia a los caminos es porque antes de llegar al barrio él andaba mucho. Su vida fue un ir y venir de trabajos y de andar. Hasta lamentable, ha dormido en la calle. Hasta que conoció a mi vieja, quien le salvó la vida más de una vez.

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