Itinerarios de lectura: Elogio de la perseverancia
Una visita guiada por "Alas de águila" de Frank Wead para recordar que la literatura salva.
Frank Wead.
Por Nomi Pendzik
Los amantes del cine de Quentin Tarantino recordarán seguramente la escena de ‘Kill Bill I‘ (EE.UU., 2003) en que la protagonista, interpretada por Uma Thurman, despierta en un hospital, después de varios años de coma. Una vez que se venga de Buck, enfermero que la “alquilaba” para que los tipos se vaciaran en ella, huye de su habitación, y ahora despatarrada en el asiento trasero de un auto robado, procura salir de la parálisis concentrándose en sus pies, y repitiendo como un mantra la frase “Mueve tu pulgar” (textualmente, ‘Wiggel your big toe’). Lo consigue unas trece horas y varias escenas más tarde. Lo que quizá no sepan los fans de ‘Kill Bill’ es que la idea y la frase son un homenaje que rinde Tarantino a una de las más emotivas películas del genial director John Ford: ‘The Winds of Eagles’ (Alas de águila, en Argentina; EE.UU., 1957).
‘Alas de águila’ es una cariñosa biografía que Ford nos cuenta sobre su amigo Frank “Spig” Wead (1895-1947), reconocido pionero de la aviación naval de Estados Unidos. Vaya paradoja, no fue un accidente propio de su profesión lo que en 1926 le dejó al intrépido piloto una lesión espinal incapacitante, sino una rodada por las escaleras de su casa cuando iba a averiguar el porqué del llanto de sus hijas. En consecuencia, no le quedó más opción que aceptar el retiro de la Armada. Sin embargo, Wead logró reponerse de su parálisis y se dedicó a otra pasión que despuntaba en él: la escritura de ficción. Devino así en un exitoso cuentista y dramaturgo, guionista de más de treinta películas –varias de ellas filmadas por Ford mismo–; incluso cosechó un par de nominaciones al Oscar.
‘Alas de águila’ muestra un panorama completo de la vida de Wead, desde su desaforado fervor por los aviones hasta las desavenencias conyugales –la fabulosa Maureen O’Hara interpreta a la esposa–, y desde su amor por sus hijas hasta la amistad con John Ford, representado por el camaleónico Ward Bond, que se ve idéntico a Ford, con el sombrero, la pipa, los anteojos… ¡y en el despacho mismo del director en Hollywood, despacho que hace muy poco recreó Steven Spielberg en el final de ‘Los Fabelman’!
Pero no nos alejemos de lo que quería contarles. Decíamos que, después del accidente, Wead no podía volver a la Armada, pero reconstruyó su vida convirtiéndose en un afamado escritor. Y, si bien nunca llegó a caminar igual que antes, logró incluso participar, después del ataque a Pearl Harbour, en acciones militares. ¿Y cómo superó su invalidez? Con un extraordinario esfuerzo de perseverancia. Como a Stephen King, lo salvó la literatura.
En la película, guionada por Frank Fenton, William Haines y el mismo Wead, el protagonista –magistralmente encarnado por un John Wayne conmovedor, en una de sus mejores actuaciones– yace boca abajo en una cama de hospital, imposibilitado de moverse; lo único que puede hacer es hablar y tomar líquidos gracias a un sorbete. Su amigo y camarada “Jughead” Carson (Dan Dailey) lo acompaña siempre y le propone un tratamiento diferente del de los médicos, que casi lo han desahuciado. De acá viene la expresión “Voy a mover el pulgar”, que Tarantino cita en los labios de su protagonista. La voz de Wayne, que al comienzo parece surgir desde el abismo de la depresión, se va transformando, a medida que su amigo le explica el procedimiento psicológico, y a medida que él mismo se va compenetrando con lo que tiene que hacer: “Mover el pulgar”. La frase, que repiten una y otra vez, incluso por momentos cantándola, contiene toda una filosofía de vida, y funciona como un conjuro que le permitirá a Wead volver a la acción.
Además de recomendarles que disfruten la biografía y los escritos de este escritor de raza, quiero contarles que estoy viviendo un proceso similar al de nuestro autor de esta quincena. Hace un par de meses sufrí un accidente de ciclismo. ¿Resultado? Una pierna rota y bastante tiempo de rehabilitación. Y si bien mi lesión –quebradura de tibia, rodilla pulverizada– no se acerca en gravedad a la de Wead, admiro su superación por vía de la literatura, y valoro desde el corazón el impresionante empuje que aportan quienes día a día me ayudan en la convalecencia y me dan alas para seguir volando. Por eso dedico esta nota a mis doctores Deganutti y Soulé, a las enfermeras Analía, Micaela y las hermanas Manfrin, a mi kinesiólogo Agustín Sullivan y su equipo, al personal de la Clínica Colón y de las ambulancias Sara. Un lugar aparte merecen mi familia, mis editores, y los amigos, que no me abandonan jamás. Y en el sitio más destacado pongo a mi John Wayne personal: Marcelo di Marco, mi maravilloso esposo y ángel guardián. Él, como Carson en la película, no sólo me acompaña continua y amorosamente, sino que no deja de alentarme para que mueva “mi” pulgar.
A quienes participan de un trance semejante al mío, les recuerdo este ejemplo de constancia, paciencia, cariño y perseverancia. Insisto: la literatura salva.
***
“Alas de águila” de Frank Wead
(fragmento del guion de la película homónima)
DOCTOR: (En el quirófano, durante la operación) Spig, ¿puedes ver algo?
WEAD: No.
CARSON: Se ha lanzado en picado. Hola. ¿Qué ocurre, Sr. Wead? ¿Nunca vas a ganar una pelea?
WEAD: Carson, siempre intentando mantenerme con vida.
CARSON: Así es.
WEAD: Lo estás haciendo, gracias.
CARSON: De nada.
WEAD (al médico): Sácalo de aquí.(…)
CARSON (a Wead, que está acostado boca abajo, inmóvil): Voy a ayudarte a superar este pequeño problema.
WEAD: Oye, ¿sabes en qué lío estás metido?
CARSON: Sí. Lo estuve averiguando toda la noche, y ahora te voy a informar.
WEAD: Bueno, adelante, informa.
CARSON: Muy bien. Mira, esto es una médula espinal. Es como el cable principal de cualquier circuito trifásico. Cuando bajaste por las escaleras, rompiste cinco sextos.
WEAD: ¿Se puede empalmar?
CARSON: Oh, estos gruñidores te dirán que no se puede hacer, pero yo te digo que sí. ¿Recuerdas que el manual decía que no podía empalmar el cable del timón?
WEAD: Queda un sexto.
CARSON: Correcto. Eso será suficiente. Vamos a aprender que una sexta parte sirve para llevar la carga hasta estos circuitos de alimentación.
Sabes, estos médicos de aquí nunca vieron ningún cable en un poste de magneto defectuoso.
WEAD: Es cierto. (Al médico) Doctor, lo oíste. Me da una oportunidad.(…)
CARSON: ¿Listo para empezar?
WEAD: ¿Por qué no?
CARSON: De acuerdo. Ahora, ese cerebro tuyo es como un generador. Vamos a generar esa energía justo más allá de esa rotura en tu médula espinal…, hasta aquí abajo, hasta estos circuitos alimentadores que llaman nervios.
Ahora, vamos a empezar con este pulgar izquierdo. ¿Lo sientes?
WEAD: No.
CARSON: Bueno, en fin, eso es todo. Ahora, empieza a decir: “Voy a mover ese pulgar”. Vamos, señor, dilo. ¡Muévete!
WEAD: ¡Muévete, pequeño muñón!
CARSON: No, dilo bien. Dilo bien. Vamos, dilo, señor. “Voy a mover ese pulgar”, dilo.
WEAD: Voy a mover ese pulgar.
CARSON: Está bien, dilo otra vez.
WEAD: Voy a mover ese pulgar.
CARSON: Está bien, más alto.(…)
WEAD: Voy a mover ese pulgar.
CARSON: Vamos, créelo.
WEAD: Voy a mover ese pulgar.
CARSON: Y otra vez.
WEAD: Voy a mover ese pulgar. (…)
CARSON: Bueno, ya basta. Descansa un poco.
WEAD: ¿Pasó algo?
CARSON: Bueno, todavía no. Pongamos un poco de aceite en el cárter. (Le convida whisky.) Ahora, no te impacientes. Tenemos mucho tiempo, señor Wead. Empieza a decirlo otra vez: “Voy a mover ese dedo”.
WEAD: Voy a mover ese dedo. (…)
CARSON: Cómo no pensé en esto antes. Espere a que vea esto, señor Wead. (Pone un espejo desde el cual Wead ve sus propios pies).
Tenemos esto bajo control. Dígame, ¿qué ve ahí?
WEAD: Dolores, cuarto 8.
CARSON: No, no, no. Aquí abajo, aquí abajo. ¿Ves esto? (Señala los pies de Wead.)
WEAD: Sí.
CARSON: Muy bien, mira esto. ¿Ves tu dedo?
WEAD: Sí.
CARSON: Muy bien, no lo pierdas de vista. Ahora, empecemos. Vamos, lo mismo de siempre. “Voy a mover ese pulgar.” Adelante. ¡A escucharte!
WEAD: Voy a mover ese dedo.
CARSON: ¡Oh, tienes que hacerlo!
WEAD: Voy a mover ese dedo, muchacho.
CARSON: Todos los hijos de Dios tienen dedos en los pies. Así que muévelo.
WEAD: Todos los hijos de Dios tienen dedos en los pies. Vamos a moverlos. (…)
DOCTOR: ¿Sigues con eso? Johnny, ¿sabes? Puedes excederte con esos ejercicios.
WEAD: ¿Quieres decir que podría suicidarme?
DOCTOR: No, solo digo que podrías excederte con el trabajo.
WEAD: Bueno, ya no me importa mucho cómo sea. Pero uno de nosotros va a ceder, o yo o ese dedo gordo.
DOCTOR: Puede que tengas razón. Duermes mejor, comes mejor. (…)
CARSON: Usa tu cerebro como generador, ¿vale? Vamos a llevar esa energía hasta abajo, justo aquí abajo, a estos nervios alimentadores. Justo… Justo aquí. ¿De acuerdo? ¿Captaste la idea? Bien, ahora, concentrémonos. Eso es, esa es la idea… (Mira el pie de Wead). Se movió.
WEAD: ¿Qué?
CARSON: (A la enfermera) Señorita… Señor Wead, yo… Vi… El pie. Hazlo otra vez.
WEAD: ¿Qué?
CARSON (emocionado): Se movió… Se movió… Se… Oiga, enfermera, doctor, ¿alguien…? Se movió. ¡Movió el pulgar, señorita Crumley!
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