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Cultura 5 de agosto de 2025

Itinerarios de lectura: la magia de la información

Una visita guiada por el comienzo de la saga "Harry Potter" con el fin de analizar la destreza narrativa de la autora para dosificar la información.

J. K. Rowling.

Por Nomi Pendzik

Nunca deja de maravillarme la literatura. Me corre frío de sólo pensar que, partiendo desde algo tan abstracto como una idea, y gracias a una determinada combinación de palabras y signos, el escritor inventa un mundo en el cual podemos sumergirnos gozosos.

La tarea del narrador es extraordinaria. En especial, si consigue crear ese universo que nos atrapa: un universo diferente del nuestro, pero tan congruente que nos hace sentirnos vivos en él, junto a los personajes, a quienes percibimos tan vivos como a nosotros mismos.

Una de las estrategias que los autores cuidan para que esa magia funcione así es el manejo de la información. La magia consiste en saber cuándo y cómo proporcionarle al lector los datos indispensables para ir comprendiendo la estructura de ese mundo.

En esto, J. K. Rowling es magistral. Pensemos que, desde el primer tomo de la saga de Harry Potter, ha inventado un mundo paralelo al real, que sin embargo discurre por otros carriles y tiene sus propias reglas. Los lectores vamos captando y aprendiendo esas realidades paralelas y esas reglas, mientras el narrador en tercera persona nos cuenta la historia. Hay también información que nos aportan los diálogos entre los personajes, con detalles más o menos relevantes, siempre en función de las necesidades narrativas, y de una manera que resulta natural, no forzada. Y conocemos la mayor parte de esa información al mismo tiempo que el protagonista, lo cual nos identifica cada vez más con él.

Hoy les traigo un fragmento del comienzo de la saga, ideal para observar esta estrategia de selección y dosificación de la información. Quienes ya conocen la historia, al releerla advertirán cuántos indicios nos provee, indicios que se comprenderán en su totalidad a medida que avancemos en la novela. Quienes no la conocen, notarán cuánta tensión se agolpa en este primer capítulo, que nos aporta —y también nos oculta— la información imprescindible para que no podamos abandonar la lectura.

Harry Potter y la piedra filosofal
J. K. Rowling

[Traducción: Alicia Dellepiane. Emecé Editores, 1999.]

Capítulo 1: El niño que vivió

(…) A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las paredes. «Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó del número 4.

Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato estaba mirando un plano de la ciudad. Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había estado pensando? Debía de haber sido una ilusión óptica. El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mirada. Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben leer los rótulos ni los planos). El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos.(…)

El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra. (…)

Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó a oír unas pocas palabras de una conversación.

—Los Potter, eso es, eso es lo que he oído…

—Sí, su hijo, Harry…

El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo. (…)

No, se estaba comportando como un estúpido. Potter no era un apellido tan especial. Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que tenían un hijo llamado Harry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su sobrino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O Harold. No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así…! Pero de todos modos, aquella gente de la capa…

Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.
—Perdón —gruñó, mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al suelo.

Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de los que pasaban:

—¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted deberían celebrar este feliz día!
Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó. El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un desconocido. Y por si fuera poco le había llamado muggle, no importaba lo que eso fuera. Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación).

Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor) fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana. En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.

—¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.

El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa. (…)

Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron. (…)

Dumbledore (…) fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.

—Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.

Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. Parecía claramente disgustada.

—¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.

—Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso. (…)

La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.

—Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo detuvo?

Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más deseosa estaba por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo el día en una fría pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a Dumbledore con tal intensidad como lo hacía en aquel momento. Era evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos decían», no lo iba a creer hasta que Dumbledore le dijera que era verdad. Dumbledore, sin embargo, estaba eligiendo otro caramelo y no le respondió.

—Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort apareció en el valle de Godric. Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily y James Potter están… están… bueno, que están muertos.
Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta.

—Lily y James… no puedo creerlo… No quiero creerlo… Oh, Albus…

Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda.

—Lo sé… lo sé… —dijo con tristeza.

La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.

—Eso no es todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry. Pero no pudo. No pudo matar a ese niño. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no pudo matarlo, el poder de Voldemort se rompió… y que ésa es la razón por la que se ha ido.

Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.

—¿Es… es verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de todo lo que hizo… de toda la gente que mató… ¿no pudo matar a un niño? Es asombroso… entre todas las cosas que podrían detenerlo… Pero ¿cómo sobrevivió Harry, en nombre del cielo?

—Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo sepamos.