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Opinión 17 de septiembre de 2023

Javier Milei y la única verdad

Panorama político nacional de los últimos siete días

Por Jorge Raventos

 

Abatida y exasperada ante el persistente declive de la economía y las condiciones de vida, una decadencia que sofoca la convivencia y las expectativas, la sociedad argentina ya ha empezado a ponderar la decisión que concretará en su voto dentro de cinco semanas.
En la mayoría de los estudios demoscópicos sobre el comicio el casillero “no sabe/no contesta” muestra números muy bajos, que parecen desmentir la idea de que muchísimos ciudadanos sólo a último momento piensan en los candidatos y en las opciones disponibles. La elección de octubre es tema de conversación cuando aún falta más de un mes para que ocurra. Se vislumbra un cambio de ciclo.

El futuro como retorno

Es irónico que, mientras la sociedad parece reaccionar contra una parálisis que impide a la Argentina acercarse al futuro (es decir, converger con los avances de los países líderes de la sociedad mundial), los relatos de las principales fuerzas políticas en pugna estén amarrados a imágenes del pasado, a símbolos de lo que cada fuerza establece como su “edad de oro”: el justicialismo, las dos primeras presidencias de Juan Perón, a mediados del siglo XX; el kirchnerismo, el mandato de Néstor Kirchner y el tiempo de los superávits gemelos, ya en el siglo XXI; el radicalismo, la década de ascenso Hipólito Yrigoyen y el discurso democrático de Raúl Alfonsín; el Pro, el instante de la victoria de Mauricio Macri y la fugaz expectativa de fundar una nueva política. También los libertarios de Javier Milei invocan su propia Arcadia; la sitúan a fines del siglo XIX y principios del XX, la emparentan con el pensamiento de Juan Bautista Alberdi (depurado del interés del tucumano por el empoderamiento nacional de las rentas de la aduana) y la extienden hasta la llegada de Yrigoyen o, mejor aún, hasta la Ley Sáenz Peña y la implantación del sufragio universal. Así las apelaciones al futuro suelen traducirse en promesas de retorno, un recurso tan generalizado (y ajado por el uso) que hasta Axel Kicillof advirtió: “Va a haber que componer una canción nueva, no una que sepamos todos”. Hablaba sobre el kirchnerismo, pero la reflexión puede extenderse al conjunto de la política.

Como los libertarios son una irrupción relativamente reciente, su relato y su estilo suenan novedosos. Sin embargo, si bien se mira, las promesas de recortar con una motosierra el gasto estatal (promete un ajuste del 15 por ciento) evoca el lápiz rojo con el que Eduardo Angeloz tachaba organismos públicos o empresas estatales deficitarias ante las cámaras de televisión y juraba que las eliminaría. Fue en 1989 y las urnas le impidieron ejecutar personalmente sus objetivos. En cuanto a la dolarización, el eficaz llamador que Milei emplea en su propaganda (aunque se diluye como “competencia de monedas” en la letra chica de sus aclaraciones académicas), sin duda está inspirada en la convertibilidad uno-a-uno de Carlos Menem y Domingo Cavallo. Nihil sub sole novum.

Lo sorprendente es, más que la letra, la música: el espectáculo de Milei, su forma de manifestar la propia programática. El jefe libertario puede pasar del modo profesoral, abrumadoramente teórico, al estilo líder de hinchada de fútbol o al modo superhéroe ( le explicó a la revista británica The Economist que “quien me maquilla y es mi asesora de imagen es cosplayer y ella sugirió que mi imagen mutara a la de Wolverine…y estoy muy feliz con mi apariencia actual”); puede declararse enemigo de la violencia y a los pocos minutos tratar airadamente de “burros e ignorantes ” a conocidos colegas con las que se encuentra en desacuerdo, imputarle al Papa ser “una encarnación del Maligno” y “un amigo de los dictadores” o considerar “una estafa” (a scam) a la entidad que emite dólares, la Reserva Federal de los Estados Unidos (“hasta ahora, en el siglo XXI ha generado un 100 por ciento de inflación”), aunque considerándola, eso sí, menos abominable que otros bancos centrales, particularmente que el argentino.

No fue menos sorprendente que Milei produjera en las elecciones primarias la performance que produjo, convirtiéndose en el candidato más votado y obteniendo resultados buenísimos en toda la geografía del país, particularmente en los distritos que menos frecuenta (la Capital y la provincia de Buenos Aires le dieron los resultados menos amigables).

Al ingresar en el último mes de la carrera (la primera vuelta electoral se define el 22 de octubre) Milei parece tener asegurado su pase al balotaje, pero sigue peleando para ahorrarse ese trámite y ganar directamente en el primer turno. Para eso activa sus presentaciones y recurre a buenos contactos en el exterior para mostrar que, aunque en la Argentina los públicos más ligados a la actividad científica y cultural lo repudien y la mayor parte del establishment empresarial y mediático desconfíe de su posibilidad de gobernar ordenadamente el país, en el mundo le prestan atención y le conceden credibilidad.

Así, el líder libertario recibió en término de pocas semanas la visita de un destacado integrante de The Economist y la de Tucker Carlson, el periodista favorito de Donald Trump, ex columnista de Fox News. Si Carlson no ahorró gestos de simpatía hacia el entrevistado (que Milei correspondió con diligencia), el enviado de The Economist lo interrogó larga y objetivamente, un procedimiento que pareció incomodar al libertario, que prefiere exponer (si se quiere: repetir sin impromptus ni interrupciones o preguntas inesperadas) una línea discursiva en la que se siente cómodo.
Moralismo y restricciones

De la charla con Carlson quedan como destacados la pan reiteración de que Milei no hará negocios con países comunistas (una lista que encabeza China, claro, pero que puede extenderse dada la predisposición del libertario a considerar comunistas o propensos al socialismo a muchos personajes, sin excluir al presidente de Estados Unidos, Joe Biden; Milei le aseguró a The Economist que el partido de Biden, el Demócrata, es un “socialismo light”). Con la revista británica, que lo sometió a varios centenares de preguntas, hubo algunos otros temas interesantes. Por ejemplo, Milei reiteró que “el estado es una organización criminal que vive de robarle a la gente honesta” y que “la sociedad viviría mucho mejor sin estado”, pero cuando le preguntaron si huno en la historia alguna sociedad que funcionara de ese modo, Milei admite que “estrictamente hablando, no hubo tal cosa”, pero que eso no impide “considerarlo como un marco normativo”. Si bien en el curso de esta charla el líder libertario asienta sus posiciones en un fundamento “absolutamente moral”, en otros tramos reconoce que “las cosas son como son” y se muestra decepcionado con algunos cíticos de su posición que dan opiniones sin contemplar las restricciones de la vida real. No se puede ignorar la existencia del Estado (…) yo no puedo dar recomendaciones sobre un mundo que no existe, especialmente siendo un político que propone políticas. La vida es lo que es”.

Cuando las preguntas desarman el orden de las respuestas premasticadas, detrás del Milei moralista, del superhéroe y del Milei profesoral e ideológico (o, si se quiere, junto a ellos) aparece un Milei realista dispuesto a moverse reconociendo las restricciones de la vida, la supervivencia prolongada del “estado criminal” y, presumiblemente de sus instrumentos, aún los más cuestionables. Es más, en ese contexto, Milei habla de sí mismo como de “un político”, y admite que “desde dentro se pueden comprender todavía más restricciones”.

Hay quienes censuran los cambios que paulatinamente va incorporando Milei a sus propuestas y a sus reflexiones y las asignan a lo que se ha dado en llamar “el teorema de Baglini”: la proclividad de un político a cambiar puntos de vista utópicos por otros más apegados a la realidad a medida que se aproxima a la posibilidad de ejercer el poder. ¿Por qué objetar una mirada más rigurosa y menos ideológica, sea cual sea el motivo que la impulse?

A esa aproximación si se quiere más pragmática puede adjudicarse, por ejemplo, el acuerdo al que habría llegado con Luis Barrionuevo para conseguir el respaldo de un sector del sindicalismo y, con él, la provisión de fiscales para controlar la elección de octubre. Ya en la charla con The Economist Milei había subrayaba que él no incluye el tema de la reforma laboral entre sus prioridades. En la misma entrevista también asegura que no disminuirá los planes sociales. Falta un mes para la primera vuelta y el político Milei quiere ganar ese día, superando a Massa y a Patricia Bullrich.

La vida es como es. La única verdad es la realidad.