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Cultura 5 de diciembre de 2022

Jorge Estefanía: “Abajo del pueblo, en los fondos, hay cosas monstruosas, seres con tentáculos”

El escritor de Otamendi charla con LA CAPITAL sobre su nuevo libro de cuentos, “La luz que cayó en el monte”, en el que trae la mitología de H. P. Lovecraft a los pueblos bonaerenses, fusionando hechos históricos y leyendas locales con el terror cósmico del autor estadounidense. Los dioses arquetípicos de tiempos remotos y futuros también pueden esconderse en los suelos de nuestra región.

Además de escritor, Jorge Estefanía es ilustrador, bajista y docente de Educación Física.

Por Rocío Ibarlucía

En la tranquilidad de la llanura pampeana o a pocos metros de la costa atlántica, se esconden criaturas viscosas y nauseabundas, con formas de reptiles, moluscos o peces, más antiguas que cualquiera de las civilizaciones que poblaron la Tierra alguna vez. Estos seres que hablan lenguas de tiempos inmemoriales habitan en “La luz que cayó en el monte” (Gogol Ediciones), el nuevo libro de cuentos del escritor, ilustrador, bajista y docente de Otamendi Jorge Estefanía, quien hace trascender a los pueblos bonaerenses al convertirlos en portales hacia dimensiones desconocidas.

Los títulos y los nombres de sus personajes ponen en evidencia el homenaje de Estefanía a la obra de H. P. Lovecraft (1890-1937), de quien se fascinó a temprana edad por su manera de hacer terror, alejada de los castillos embrujados, los fantasmas y los vampiros que ya tanto conocía. Carlos Dardo Guardia, por ejemplo, es “un avatar de Charles Dexter Ward en América del Sur”, explica su autor, al tiempo que el doctor Horacio Pérez Lovera es el Howard Phillips Lovecraft argentino, como lo es José Corvalán de Joseph Curwen, que en lugar de practicar su magia en Massachusetts lo hace por las tierras de Tandil desde 1840. Los cuentos de “La luz que cayó en el monte” se proponen recuperar la mitología del autor norteamericano, con sus dioses, libros, lenguas, símbolos e invocaciones a rituales arcanos. Sin embargo, no son una mera copia de sus temas y formas, sino que traen el terror cósmico a los espacios que Estefanía bien conoce: Otamendi, su pueblo natal, aunque también aparecen otras localidades de la provincia de Buenos Aires.

Sus ficciones fantásticas se construyen a partir de la recopilación de datos históricos y leyendas de la región, como la historia del cacique Yanquetruz que mató a Nicanor Otamendi, los misterios alrededor de la estancia El infierno de uno de los fundadores de este mismo pueblo o el desembarco de nazis en las playas de Mar del Sud hacia 1945. La apuesta de este libro es demostrar que también se puede hacer terror acá, por lo que busca, como dice el autor en el prólogo, “darle un halo de misterio a mi pueblo, mi Arkham”.

“Pienso que escribí estos textos fantásticos para poner a Otamendi en un contexto distinto, sacarlo de la Fiesta de la Papa, del campo, de los lugares comunes y meterlo en otro universo diferente”, dice el autor a LA CAPITAL.

Como las ficciones de Lovecraft, Jorge Estefanía muestra al ser humano débil e insignificante ante la inmensidad del cosmos, del que solo conocemos una ínfima parte. Y propone que el peligro puede habitar en cualquier lado, no solo en el norte del continente, sino debajo de nuestro propio suelo pampeano.

"La luz que cayó en el monte y otros cuentos" Jorge Estefanía Gogol Buenos Aires 2022 108 páginas

“La luz que cayó en el monte y otros cuentos”
Jorge Estefanía
Gogol
Buenos Aires
2022
108 páginas

-¿Cómo y cuándo surgió tu interés por Lovecraft?

-Lo primero que leí fue Edgar Allan Poe, Lord Dunsany, August Derleth, Guy de Maupassant, en antologías de terror, “Frankenstein” de Mary Shelley, “Drácula” de Bram Stoker y los nuestros, como Horacio Quiroga, Borges. Y cuando llego a Lovecraft me sorprende enormemente porque tiene una visión distinta del terror. Mi editor, Javier Chiabrando, me comentó que se realizó una reunión sobre el género de terror, que planteaba una trilogía entre Poe, Lovecraft y Stephen King, que me parece bien pero también pienso que son tres autores muy distintos, en especial King en relación con los otros dos. Esta selección tal vez se deba a que hoy se tiene un acceso al terror desde un ángulo más cinematográfico. Yo me crié con el terror de las letras, de leer y meterme en esos universos oscuros, umbríos, terroríficos, que Poe y Lovecraft me despertaban. Entonces en este libro trato de volcar eso en un lenguaje un poco más sencillo, porque Lovecraft es muy gótico, tiene muchas palabras y puede ser pesado hoy. Además, tuve en cuenta la experiencia de lectura de mi hijo, que le dieron para leer en la escuela Sherlock Holmes y Harry Potter. Harry Potter se lo devoró y, en cambio, a Sherlock Holmes le costó leerlo, le gustó pero le costó. Claro, es distinto tipo de lectura. Uno es un balazo, un ‘boom’ en la cabeza y al otro tenés que leerlo, procesarlo, ubicarte en ese lugar, en ese contexto, en esas ideas. Con el terror de Poe y de Lovecraft sucede eso, ellos son descendientes de los inmigrantes irlandeses e ingleses y venían con ese imaginario de los castillos, las mansiones, lo medieval. En cambio, Stephen King es moderno, es una hamburguesa. Yo he leído a Stephen King, es un crack, sabe cómo decir las cosas, pero piensa en una película y desarrolla el libro como una película. Pensando en la selección de esa trilogía, dejaron afuera a Bram Stoker y a Mary Shelley, que son los creadores. Entiendo que no todos pueden jugar, está bien, pero a mí me atrae el terror de Poe y Lovecraft. Poe apunta a lo personal, al miedo que vos tenés, al que cada uno tiene. Por ejemplo, en “El corazón delator”, que es genial porque hay elementos del policial, hay romance y terror, nadie más que el personaje escucha el corazón. Entonces, ese tipo de terror es lo que busca Poe, el miedo que uno tiene y cómo resolverlo.

-Incluso, nos hace ver que el mal puede estar dentro de uno y no en un otro, en el afuera.

-Sí, es uno el que tiene todos los monstruos adentro. En cambio, Lovecraft crea un universo distinto, los monstruos vienen de otro lado. Es como decía Borges, son criaturas que están en otro mundo que vienen a observarnos.
-¿Qué es lo que te atrajo especialmente de Lovecraft que te llevó a escribir estos cuentos?

-Fue una especie de travesura literaria la que mandé. En el 2000 y pico, cuando no había WhatsApp ni el acceso a la información de ahora, doy con una página de catalanes, la revista digital Malacandra, que tenían publicaciones sobre Lovecraft. Y pensé, les voy a mandar un mail con un cuento mío, “El caso de Carlos Dardo Guardia”, como un chiste, porque vi que había otro cuento a partir de Lovecraft. En unos días, me responden que les había gustado y que lo iban a publicar. Después, en ese tiempo, yo estaba haciendo un libro de cuentos, “Dionisia”, sobre mi pueblo, pero eran costumbristas, entonces había dejado el terror de lado. Tenía en ese momento en la cabeza tratar de buscarle al pueblo algo entretenido, porque es un pueblo chato de provincia, no tiene nada.

-Un punto en común con Lovecraft es que él construía sus ciudades imaginarias a partir de los pueblos donde vivió en Estados Unidos o cercanos a él. Tus cuentos también se sitúan en pueblos, pero bonaerenses, como Otamendi. ¿Por qué las atmósferas del pueblo son propicias para estos relatos de terror?

-¿Viste el dicho “pueblo chico, infierno grande”? Es así. Todo pueblo tiene un lado oscuro, siniestro o no, pero bueno, yo le busqué que sí. Pasan cosas en ese suelo, no es tan tranquilo caminar por la calle como se cree. Abajo del pueblo, en los fondos, hay cosas monstruosas, seres con tentáculos. Si a los Kent les cayó una nave con Superman en Smallville, cómo no puede caer en Otamendi un alien, ¿por qué no? ¿Por qué allá sí y acá no? Entonces, estaba con esa búsqueda de revalorizar al pueblo y de buscarle al pueblo algo distinto. Por ejemplo, en Stephen King aparecen de forma recurrente las figuras de los payasos y las arañas. King tendría que analizar el tema de la infancia porque tiene un problema con los payasos y con las arañas que no lo resuelve, no sé, nos pasa a nosotros sus miedos. Yo recuerdo que el payaso en la infancia era algo divertido. Y la atmósfera del pueblo tiene algo de eso, parece tranquilo y familiar, pero de pronto se vuelve siniestro, pasa de todo, de todo. Hay gente que no se puede tocar, hay cosas que no se pueden contar. En ese escenario tan micro, pensé en proyectar un poco más. Pensé, vamos a traer a esos dioses arquetípicos de Lovecraft para acá también.

El escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) es considerado el creador del terror cósmico.

El escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) es considerado el creador del terror cósmico.

-Y no solo aparece en estos cuentos Otamendi, sino también Mar del Sud.

-Sí, está el cuento sobre el submarino nazi, claro. También quise volver a los primeros colonos que traen misterios de otro lado y los reviven acá, como en el cuento de José Corvalán, un tipo que vino de Europa. Muchos datos son reales, por ejemplo, el tema del submarino. Un amigo que le gusta investigar la historia me contó que habían visto en Mar del Sud bidones con la esvástica nazi, después está semejante hotel, todo es raro, así que quise escribir una ficción a partir de eso. Justo cuando ya estaba en la imprenta el libro, me entero por la radio de otro posible submarino nazi en la costa. Como me dijo Javier Chiabrando, fui un visionario.

“Si a los Kent les cayó una nave con Superman en Smallville, cómo no puede caer en Otamendi un alien, ¿por qué no? ¿Por qué allá sí y acá no? Entonces, estaba con esa búsqueda de revalorizar al pueblo y de buscarle algo distinto. Pensé, vamos a traer a esos dioses arquetípicos de Lovecraft para acá también”.

-¿Hiciste un trabajo de archivo o de campo para crear estas historias? Porque si bien te apropiás de la tradición norteamericana, la cruzás permanente con escenarios, hechos históricos y leyendas de la provincia de Buenos Aires.

-Sí. Para este libro hablé con una de las dueñas de una estancia de Otamendi y a partir de sus relatos, me tomé la licencia de crear un dios arquetípico de la zona, a partir del cacique Yanquetruz que mató a Nicanor Otamendi. Tomé los hechos reales de la estancia El infierno, que era de los fundadores del pueblo y que la quemaron once veces. Y yo estuve ahí, conocí, me quedé una noche a dormir. Había un cementerio indio ahí también y tomé todos esos datos para darle un condimento real a lo que es esta fantasía. No sé si salió bien o no, el lector juzgará. Yo tengo cierto reparo con publicar lo que escribo, soy muy crítico. En cambio, lo que dibujo sí lo muestro.

-Ya que mencionaste el dibujo, ¿cómo incide tu formación como ilustrador para la construcción de estos relatos? ¿De algún modo interviene la ilustración en el proceso para construir estos monstruos?

-Bueno, el dibujo de la tapa lo hice yo. Busqué hacer en la ilustración una especie de síntesis de Cthulhu, la deidad de Lovecraft. Yo trato, basándome en los monstruos de Lovecraft, de tirar pistas en los cuentos y que el lector se imagine, como quiera, esos seres con tentáculos, viscosos, pegajosos, feos, desagradables. Por ejemplo, en el primer cuento no digo nada, simplemente se escucha una voz, un olor pestilente, ruidos…. Un amigo de La Plata, que también es dibujante y bajista como yo, me dio una devolución espectacular y me dijo: “Te doy nueve puntos porque si vos hubieses dibujado en cada cuento, hubiera sido diez puntos”. No me di cuenta de ilustrar los cuentos.

-Pero también que quede solo en el plano de la escritura, mediante omisiones, imágenes borrosas, apelando a otros sentidos, provoca más terror y suspenso que si lo viéramos con la imagen, ¿no?

-Claro, el dibujo condiciona. Mi hijo leyó “El sabueso de los Baskerville” en una historieta y ya vio una imagen de Sherlock Holmes, lo que es diferente a la experiencia que uno puede tener leyendo a Conan Doyle. Lo mismo pasa con las adaptaciones al cine y series, que están buenísimas. Pero yo me imaginé a mi sabueso, a mi Holmes, a mi Watson y entonces está bueno en este caso no incluir dibujos en mi libro. En cambio, la escritura despierta la imaginación. Cuando le di un cuento a mi vecino, me preguntó a qué raza pertenecían los perros que aparecen en un cuento. Y yo le dije que a ninguna raza o, mejor dicho, a la raza Lovecraft. Él no había leído a Lovecraft. En la contratapa, José Piergentili dice que el lector tiene que tener un diccionario al lado para leer los cuentos, porque por ahí hay datos que no están y no sé sabe a qué se refiere, pero están haciendo alusión a los textos de Lovecraft.

Jorge Estefania2

-De igual modo, los cuentos pueden leerse de forma autónoma respecto de Lovecraft y además resulta una invitación para que los lectores que todavía no conocen al autor vayan a leerlo.

-Exactamente, yo lo que hago es invitar a descubrir el universo de Lovecraft. Una de las cosas que tiene el autor que a mí me gusta es que dice sin decir, sugiere cosas. Tira datos de otros dioses que están reclamando un lugar que les fue quitado. Te hace pensar a quién pertenece la Tierra. ¿A los ángeles caídos, a nosotros que somos seres simples, seres mortales, de carne y hueso y vamos a perecer? ¿Somos los únicos humanos que habitaron la Tierra o somos una oleada humana que va una tras otra y, por lo tanto, hubo otras que desconocemos? Porque hubo civilizaciones que están descubriendo ahora gracias a tumbas y arquitecturas que están saliendo del mar. Y uno se pregunta, ¿de dónde salió esto? Una de las teorías de la formación de la vida en la Tierra es la panspermia. Dice que hay cadenas de aminoácidos dando vueltas por ahí, por ahí está en un meteorito, el aminoácido se combina y sale una forma de vida y capaz que después de mucha evolución, salimos nosotros. Leía que de todas las especies que hay en la Tierra, la más extraña y la que menos encaja son los crustáceos, los pulpos, y justamente son los que Lovecraft usa para construir sus seres. Y los toma como deidades que vinieron de otro mundo. Yo cuento en el prólogo que existió una especie de clan de escritores que querían estudiar este fenómeno. Por ejemplo, Lovecraft era amigo de Robert Howard y todos los dioses de Conan son similares a los que aparecen en Lovecraft. El correlato de varios autores refuerza la idea de que, tal vez, esto existió, esto pasó.

-Leyendo a Lovecraft y también tus textos, se pone en primer plano lo insignificantes que somos los seres humanos. Nos muestra como una cadena más dentro de la cadena de seres vivos que habitan la Tierra. Y también es un cuestionamiento de los alcances de la ciencia, hasta qué punto puede acceder el hombre al conocimiento y si conoce, muchas veces ese saber es una condena, más que una posibilidad.

-Sí, nos muestra como sujetos completamente desprotegidos en este universo. La física cuántica descubrió una rama de la ciencia que estudia cosas muy misteriosas, como conexiones entre partículas distantes, en las que estimulás una partícula acá y reacciona acá la misma sin tener conexión. Hay un libro excelente que se llama “La Matriz Divina”, que es una especie de reconciliación entre la religión y la ciencia, porque hay un punto en que se encuentran. Nos dice que hay respuestas que no tenemos y que el mundo no nos cabe en la cabeza. No sabés qué va a pasar en un rato, somos imprevisibles, hasta en el carácter, no somos nada en realidad y por ahí magnificamos algunas cosas insignificantes y no le damos valor a otras cosas que sí son importantes. Sí, somos ante el universo una cosa totalmente débil, prescindible, aplastable, pero el poder que tenemos de tratar de entender el universo y de que tu universo se conecte con el mío, esa ligazón es muy fuerte, es genial y puede ser a través de lo que sea, con un chiste o un gol de Messi. El ser humano en general en los cuentos de Lovecraft está condenado y ni siquiera la muerte lo salva. Eso es otra cosa que también veo en mis cuentos: lo apocalíptico. En Poe, puede haber una redención; acá no, nadie se puede salvar. En “El cuadro”, el último cuento de mi libro, hay una posibilidad de escaparse a otra dimensión pero, de todas maneras, les queda esa cosa latente en la cabeza, porque el final queda muy abierto.

“Lovecraft te hace pensar a quién pertenece la Tierra. ¿A los ángeles caídos, a nosotros que somos seres simples, seres mortales, de carne y hueso y vamos a perecer? ¿Somos los únicos humanos que habitaron la Tierra o somos una oleada humana que va una tras otra y, por lo tanto, hubo otras que desconocemos?”.

-Por mucho tiempo se ha considerado el terror como un género menor o una mera evasión de la realidad, pero sin embargo plantea profundas reflexiones filosóficas. Lovecraft, de hecho, decía que la causa por la cual escribe relatos fantásticos es para lograr que se suspendan aunque sea de forma momentánea las limitaciones del tiempo, del espacio y de las leyes naturales y así “escapar del encierro de lo común y lo real”. En tu caso, ¿compartís estos motivos por los cuales escribir literatura fantástica y no otros géneros?

-Escribo de todo. Tengo un libro de cuentos costumbristas, que son relatos satíricos sobre mi pueblo, también escribí como una autobiografía sobre mi carrera docente y después cuentos de humor político. Tengo una novela corta de ciencia ficción política, sobre los masones. Pero sí, lo fantástico, la ciencia ficción, el terror son géneros no tan valorados. Sin embargo, Arthur C. Clarke, Isaac Asimov son científicos, no son ningunos improvisados. Bradbury era poeta y se ve su poesía en la narrativa, mientras que en Asimov se ve lo técnico y el sustento científico, piensan en un futuro posible. Está bueno sacarse esa idea peyorativa de esta literatura y pensar otra cosa. Después, pienso que escribí estos textos fantásticos también para meter a Otamendi en un contexto distinto, sacarlo de la Fiesta de la Papa, sacarlo del campo, de los lugares comunes y meterlo en otro universo diferente, que se vea otra cosa. Bueno, también tomé la zona. Está Mar del Plata, la costanera, la Rambla, escribí sobre dos tipos sentados en la Rambla que salvan al mundo y nadie se entera. “La luz que cayó en el monte” se sitúa en un campo, que podría ser cualquiera de la zona. “El extraño José Corvalán” arranca en Tandil, donde mi abuelo de Galicia llegó buscando los paisajes gallegos. Traté de unir todo, Lovecraft con lo nuestro, con mi pueblo, mi Arkham.