Cultura

Julia Navarro: “Si buscamos países realmente democráticos, nos llevamos un susto porque no son tantos”

En “El niño que perdió la guerra”, la escritora española sitúa su trama entre el franquismo y el estalinismo para reflexionar sobre los totalitarismos del pasado y del presente, el rol de la literatura frente a la censura, y la lucha de las mujeres y los niños por sobrevivir a la violencia y el hambre.

Por Rocío Ibarlucía

La escritora madrileña Julia Navarro se encuentra en Argentina presentando “El niño que perdió la guerra”, una novela editada por Plaza & Janés que entrelaza la España franquista y la Unión Soviética de Stalin para reflexionar sobre las autocracias del siglo pasado y pensar, a su vez, en cómo sus mecanismos de control, miedo y censura persisten hoy.

La novela cuenta la historia de Pablo, un niño de cinco años, hijo de militantes comunistas, que en los últimos meses de la Guerra Civil española es enviado por su padre a Moscú para salvarlo del conflicto, pese al dolor de su madre Clotilde, que se resiste a separarse de él. En la Unión Soviética será acogido por Anya Petrova, una mujer que, en pleno estalinismo, desafía la censura a través de la poesía y la música. Entre cárceles franquistas y los gulags soviéticos, Navarro teje un relato coral en el que mujeres y niños encarnan una resistencia silenciosa frente al fanatismo ideológico y en defensa de la libertad.

Nacida en Madrid en 1953, la reconocida periodista Julia Navarro comenzó su trayectoria literaria con “La Hermandad de la Sábana Santa” (2004) y consolidó su prestigio en la ficción con títulos como “Dime quién soy” (2010), “Historia de un canalla” (2016) y “De ninguna parte” (2021). Traducida a más de treinta idiomas y con millones de lectores en todo el mundo, Navarro combina en su obra la investigación histórica con una mirada crítica sobre la sociedad contemporánea.

En diálogo con LA CAPITAL, la autora reflexiona sobre la vigencia de los autoritarismos, la fuerza de la palabra poética frente a la violencia y la censura, y la necesidad de recordar que sin mujeres ni niños no hay historia completa.

-¿Por qué decidió situar su novela, por un lado, en la España de la Guerra Civil y el franquismo y, por otro lado, en la Unión Soviética de Stalin, teniendo en cuenta que son procesos históricos distanciados en el espacio pero, como se puede advertir en la novela, con muchas zonas de contacto?

-Pues precisamente por eso, ¿no? Porque quería hacer una reflexión sobre lo que significan las dictaduras y las autocracias. Las podemos pintar de rojo, las podemos pintar de azul, del color que quieras, pero tienen muchos puntos en común. Uno de ellos es que cercena la libertad de los ciudadanos y luego instauran inmediatamente una censura. Los dictadores y los autócratas tienen mucho miedo de toda creación artística, tienen miedo de los escritores, de los pintores, de los músicos, de los cineastas, tienen miedo de todos aquellos cuyas obras pueden tener un efecto en la opinión pública, en los ciudadanos. Efectos que ellos no pueden controlar y, por tanto, la censura es una de las primeras medidas que instauran los autócratas y los dictadores.

“No basta con votar cada cuatro años para que un régimen sea democrático”

-¿Fue una motivación situar su novela en estos procesos históricos porque encuentra cierta vigencia en la sociedad actual de estos mecanismos de censura y cercenamiento del pensamiento crítico?

-Evidentemente, ¿no? Primero porque es algo común en todos los gobernantes totalitarios y autocráticos intentar controlar a la población e intentar estrechar los márgenes de que accedan a otras ideas, a expresiones políticas distintas de las que ellos imponen. Entonces, ¿qué está pasando hoy en el mundo? Si buscamos en un mapa cuántos países hay realmente democráticos, nos llevamos un susto porque no son tantos. No eran tantos en el pasado y no son tantos en el presente. Por tanto, recordarlo no está nunca de más, sino decir ojo, porque hay países que se deslizan hacia sistemas autocráticos.

No basta con votar cada cuatro años para que un régimen sea democrático. Hace falta que el Poder Judicial sea independiente, hace falta que los medios de comunicación puedan expresarse en libertad, que no haya ningún tipo de censura, ningún tipo de restricción a la libertad en cualesquiera de sus manifestaciones.

-En el libro aparecen mencionadas Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva, dos poetas rusas que se enfrentaron al estalinismo a través de la literatura y defendieron la libertad de expresión. ¿Qué significan ellas para usted como lectora y escritora?

-Bueno, sobre todo Anna Ajmátova. Cuando yo era jovencita, me regalaron un libro de poemas en el que estaba su texto “Réquiem”. Aquello me produjo una sacudida en el alma y quise saber quién era aquella mujer que había escrito todas esas palabras. Y entonces me encontré con una biografía llena de dolor, la biografía de alguien que había apoyado la revolución y había terminado siendo devorada por esa revolución. Ella era una poeta y no podía escribir si no era desde la libertad y además tenía un sentido crítico sobre todo lo que sucedía a su alrededor. Entonces, a través de ella fui buscando más información sobre qué les había pasado a los intelectuales rusos de aquella época y me encontré con que la mayoría habían terminado en la Lubianka y en el Gulag y dije ¿pero qué es esto?

Y también me daba cuenta de que en la España de Franco había sucedido lo mismo. Nosotros no teníamos gulag o no teníamos Lubianka pero había una represión feroz, había gente que había habitado las cárceles franquistas, que había sido torturada, que había sufrido años de privación de libertad y, por tanto, era muy fácil establecer ese paralelismo. Es decir, cada país con su tipología diferente pero al final el resultado era el mismo, que era cercenar la libertad de la mayoría de los ciudadanos e instaurar una censura a toda manifestación artística que no fuera del gusto de los dictadores.

“Las mujeres no hemos tenido otra opción que ser fuertes para poder sobrevivir”, dice Julia Navarro a LA CAPITAL. Foto: Juan Manuel Fernández.

-En el discurso de los personajes también se puede ver cómo la palabra poética puede ser un arma frente a la opresión, la censura, los fanatismos. ¿Qué rol cree que tuvo o que puede tener el arte y la cultura en contextos totalitarios?

-Claro que tiene un rol. Los autócratas y los dictadores tienen auténtico pavor por la creación artística, sea esta la que sea, porque saben que un libro, un cuadro, una canción, una película tiene un efecto en los ciudadanos, un efecto que ellos no pueden controlar. Por eso imponen esas censuras tan férreas y por eso persiguen con saña a todo aquel que crea una manifestación artística. Por tanto, lo que yo quiero decir es que eso sucedió en el pasado y sucede en el presente.

O sea, ¿qué pretendo? Pretendo llevar al ánimo de los lectores esa reflexión. El poder elegir qué quiero leer, qué música escuchar o qué cine ver se convierte muchas veces en un ejercicio de libertad y me parece importante. Por eso los dictadores autócratas lo que hacen es cortar y perseguir esos ejercicios de libertad, tanto por parte del que los crean como del que acude a leer este libro, a escuchar esta canción o a ver este cuadro.

“Sin las mujeres no hay historia”

-Me gustaría preguntarle por los personajes femeninos de esta novela, Anya y Clotilde. Son dos mujeres que evidentemente resisten al autoritarismo político pero también al autoritarismo de sus padres y en algún punto de sus maridos. ¿Cómo las definiría?

-No, yo les defiendo muchísimo a los maridos. Me parece injusto porque no se puede juzgar el pasado con los ojos del presente. Son dos mujeres que forman parte de un contexto en el que el papel de la mujer estaba subordinado al de los maridos.

Agustín, el marido de Clotilde, no es un malvado. Decide mandar a su niño a la Unión Soviética porque quiere a su hijo y piensa que así le salva de los estragos de la guerra. Pero no es por fastidiar a Clotilde, sino simplemente porque adopta una decisión por amor a su hijo.

Y Borís es un hombre que quiere profundamente a su mujer, que no está de acuerdo ideológicamente con ella, pero que la ayuda, la apoya, la intenta salvar de sí misma. O sea, tampoco es un malvado, es un hombre que no la comprende. ¿Por qué? Porque viven en un contexto en el que el papel de la mujer estaba subordinado al de los hombres, sobre todo en el caso de las mujeres casadas.

Entonces, yo no les quiero ver y además no les he descrito como unos malvados de “ahora te tengo aquí cogida del pelo y no te puedes mover”. No, son dos hombres que se mueven en un contexto en el que la sociedad era como era. Y ellos piensan que sus mujeres se meten en unos líos enormes, que se van a llevar por delante primero a ellas mismas y después al resto de la familia. Pero esa incomprensión de esos hombres hacia esas mujeres es porque realmente la sociedad estaba montada de una manera en que los márgenes de actuación de las mujeres estaban muy limitados. Y ellas son dos mujeres que realmente sienten la necesidad de romper las costuras de esa sociedad en la que se sienten oprimidas. Pero no tanto por sus maridos, que también responden a ese modelo de sociedad en ese momento.

-¿Y le interesó a través de ellas destacar el papel de las mujeres en la Historia y dar voz a los sujetos marginados por los relatos oficiales?

-Fíjate, yo siempre digo lo mismo, sin las mujeres no hay historia. La historia la han escrito los hombres y no la han escrito bien. Han escrito una historia en la que solamente estaban ellos, pero es mentira. Nosotras también estábamos ahí. Y formamos parte de todos los acontecimientos históricos que se han sucedido. Allí había mujeres, allí estaban las mujeres. De manera que ellos han contado la mitad de la historia, no han contado la historia total. Entonces, mujeres fuertes, mujeres que han afrontado situaciones difíciles, siempre hubo.

Yo me rebelo contra la idea de que describo mujeres fuertes. No, nosotras hemos sido fuertes siempre, porque no hemos tenido otra opción. Entonces, mujeres que han tenido que afrontar situaciones durísimas ha habido a lo largo de toda la historia. No es que me las invente yo o no es que alguien se las invente en una novela, es que las mujeres no hemos tenido otra opción que ser fuertes para poder sobrevivir.

Foto: Juan Manuel Fernández.

-El título de la novela pone en el centro al niño. ¿Por qué hizo foco en la historia de Pablo? ¿Son los niños, en definitiva, los que siempre pierden las guerras?

-Los niños no eligen ni las guerras ni las batallas de sus padres. Por tanto, si sus padres pierden esas guerras o esas batallas, ellos son las primeras víctimas. Hoy en día estamos viendo en tantos y tantos lugares del mundo conflictos bélicos donde los niños son las principales víctimas. Entonces, al hablar de Pablo, al hablar de todos esos niños que les llevan a otros lugares, que sufren, que mueren, es una manera de recordar que los niños también forman parte de la historia. La historia parece que la hacen los hombres y que ellos son los únicos protagonistas. Pues no, nosotras también lo somos, aunque ellos no lo cuenten, y los niños también lo son.

-¿Y, como narradora, qué cree que aporta la mirada infantil de la guerra para pensar estos tiempos?

-Yo creo que esa es una mirada que los gobernantes deberían tener más en cuenta. Esa mirada de esos niños absolutamente desesperados, a los que les arrancan de sus vidas, de sus casas, que pierden sus familias. Los que deciden, los que toman decisiones deberían de tener en cuenta la mirada de la infancia.

-El exilio, el desarraigo, la migración forzada son un motivo, podríamos decir, de su obra literaria. ¿Por qué la interpela tanto?

-Porque me preocupa, porque no puedo permanecer indiferente ante lo que sucede a mi alrededor, porque son tragedias que se sucedieron en el pasado, pero que también se suceden en el presente. Si ahora mismo buscamos cuántos conflictos hay en el mundo, hay más de una veintena de guerras, de situaciones de violencia. Unas salen en la televisión y otras no salen en la televisión, pero están ahí. Y hay niños a los que les niegan tener una vida normal, una vida con sus padres, con sus familias, la posibilidad de crecer jugando, de crecer aprendiendo, pues hay millones de niños en estos momentos que están pasando por esa situación. Muchos niños se convierten en migrantes involuntarios, porque sus padres tienen que marcharse con ellos a otro lugar, ni siquiera para vivir mejor, a veces solo para poder sobrevivir. Entonces yo me meto en la piel de esos niños y pienso en el miedo, el horror, el desconcierto que deben de sentir. Y creo que no debemos de perder nunca de vista la mirada de esos niños.

-¿Y qué lecciones le ha dado la escritura de esta novela, luego de tantas otras obras escritas?

-Que la historia de la humanidad se repite de distintas maneras, con distintos protagonistas y en distintos lugares, pero parece que siempre tiene unos elementos comunes, que son la guerra, la violencia, el hambre. Y uno piensa, ¿cómo no hemos aprendido del pasado? Pues no hemos aprendido. Ahora, a veces se dice “esto es igual que lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial” y no es igual, es diferente, pero el efecto sobre las personas es el mismo. La guerra no se hace con las mismas armas, ahora se hace con drones, antes en la Edad Media se hacía con catapultas y en el siglo pasado se hacía con tanques, pero el resultado es el mismo.

-¿Y ve que haya alguna esperanza o a qué se aferra para seguir entre tanta violencia?

-Yo creo que el perder la esperanza es condenarse a uno mismo a la melancolía y al pesimismo. Por tanto, lo que creo es que las cosas pueden ser mejor, las cosas se pueden cambiar, pero que todos nos debemos implicar en eso. Siempre digo que la política no hay que dejarla exclusivamente en manos de los políticos, que la democracia es algo que nos concierne a todos y que somos los ciudadanos los que también tenemos que coger en nuestras manos el cómo hacer el presente y cómo diseñar el futuro. Que no nos conformemos con ir a votar cada cuatro años. La democracia es algo que tenemos que cuidar y en la que tenemos que participar todos los días.

-Dedica esta novela a quienes se atreven a decir no, ¿por qué? ¿Podría explicarlo?

-Porque el mundo no avanzaría si no fuera por todas aquellas personas que tienen el valor de decir no y, por tanto, se la juegan diciendo no. Es mucho más fácil fundirse como los camaleones con el ambiente y decir pues esto también pasará. Sí, esto también pasará, pero solamente cambiará y solamente pasará si hay gente que es capaz de decir no.

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