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Cultura 26 de septiembre de 2016

La araña, mi presidio

Por Susana Trajtemberg

Mariposas con fecha de vencimiento se posaban sobre los pétalos donde la garúa había dejado sus huellas nocturnas.

Caminaba llena de sensaciones plácidas recolectando flores silvestres y plantas medicinales, rescatando imágenes de pájaros, y sonidos que me alimentarían para siempre.
Aparté matas y creé el sendero que mis pies necesitaban para encontrar el vientre del bosque donde perderme. Era el objetivo.

De pronto una fantástica tela de araña, brillante, abrumadora, me atrapó igual que a un insecto. Mis latidos, como martillazos en una pared, era lo único que escuchaba y casi podía ver. Porque a veces el miedo se ve y es un abrazo con garras sin consuelo.
Desde todos los puntos cardinales comenzaron a llegar hombres de diferentes salivas. Los que venían montados en sus caballos se apearon trayendo sus cintas métricas, prontos a medir mi cruz. Los de a pie, observaban el espectáculo.

Ya sentía cerca mío el aliento fatídico de la araña que se acercaba.
Sin rosario, conté interminables veces las nomeolvides que me miraban de frente, sumisas y reverentes como un rezo. Yo rogué porque apareciera un sólo hombre entre tantos, que fuera héroe de mi salvación; antes de que la araña ejerciera su canibalismo. La curiosidad los tenía atónitos.

En el mismo instante en que la boca del animalejo mostró hasta las amígdalas, una jauría de perros salvajes traspasó mi presidio cortando cada filamento, cada ángulo.
La araña, de inmediato perdió tamaño. Quedó indefensa como un prendedor de plata en el cuello de mi camisa.
Los hombres se marcharon; por ahora no les sirvo.
Una mujer libre es una araña peligrosa.



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