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Interés general 17 de julio de 2025

La batalla electoral más importante, la mitad que no llega a fin de mes y “el que no se actualiza se archiva”

Todos los entretelones de lo que es noticia en Mar del Plata

En La Plata lo saben: el peronismo se juega mucho más que bancas. Es una elección de subsistencia, no de gloria. Y en Balcarce 50 también lo tienen claro: si Milei no arrasa en Buenos Aires, no podrá sostener el relato de cambio irreversible. La madre de todas las batallas no será solo numérica: será emocional, territorial y simbólica. Mientras los dirigentes afinan la campaña, el votante afina el bolsillo. Porque el que no escucha el pulso bonaerense, pierde el país. En los cafés de la política, ya no se habla del Congreso ni de Olivos: se habla de la provincia. Porque si hay un territorio donde se cocina la suerte del Gobierno y la oposición, es Buenos Aires. No es solo la más grande: es el termómetro más crudo de lo que pasa abajo. El último relevamiento de opinión pública de Management & Fit que conduce la marplatense Mariel Fornoni (con 800 casos en PBA, margen de error de +/-3,5 %) muestra un tablero inquietante: la desaprobación a Javier Milei en la provincia alcanza el 53,7 %, y la aprobación cae al 42,6 %. Pero no es homogéneo: en el conurbano profundo, el rechazo es más fuerte (57,5 %), mientras que en el interior bonaerense Milei levanta hasta el 49,3 %. La polarización geográfica es tan fuerte como la política.

 

 

Axel Kicillof logra mejorar su aprobación al 38,4 % (sube 4,7 puntos respecto de mayo), aunque la desaprobación sigue arriba: 57,1 %. En un escenario nacional fragmentado, el gobernador resiste mejor que lo esperado. Las mujeres, los mayores de 40 y el nivel educativo bajo son su núcleo duro. No es mucho, pero en la tierra del peronismo rengo, es lo que hay. ¿La paradoja? El 67,1 % de quienes desaprueban a Milei, aprueban a Kicillof. Y viceversa: el 93,5 % de los que bancan al Presidente no quieren saber nada con el gobernador. La grieta sigue viva y coleando, ahora reconfigurada entre “anti Estado” y “Estado presente”. En criollo: motosierra vs. escuela pública. Si las elecciones legislativas fueran hoy, el 51,5 % votaría a un candidato opositor al gobierno de Milei, mientras que el 40,3 % lo haría por alguien afín. O sea: más de 10 puntos de diferencia. Ese dato por sí solo sería titular. Pero no es todo: cuando se desagrega por el espacio político, La Libertad Avanza (en alianza con el PRO) lidera con el 41,3 %, contra un 33,5 % de Unión por la Patria. Es decir, la coalición oficialista nacional pierde en intención de voto, pero gana en armado político. Por ahora. En el escenario sin alianzas, la distancia se alcanza: 35,4 % para LLA y 32,6 % para UxP. Lo que confirma que la sociedad Milei-Macri-Bullrich aún rinde, pero no le sobra nada.

 

 

 

La provincia no es ajena al humor social que cruza al país. La mitad de los bonaerenses (50,8 %) dice tener dificultades para llegar a fin de mes y el 83 % modificó hábitos de consumo. No es solo menos carne y menos salidas: hay menos fe. Los sentimientos predominantes son la preocupación, la tristeza y el enojo. Pero, curiosamente, la “esperanza” aún aparece como primera mención positiva (25,4 %). El “aguante” libertario todavía existe, pero ya no es furioso: es prudente. En tanto, el 58,2 % de los bonaerenses está de acuerdo con la condena a Cristina Kirchner, aunque entre los votantes de Unión por la Patria el rechazo roza el 90 %. Más que un hecho judicial, fue una jugada de ajedrez político. El 35,3 % cree que el fallo favorece al gobierno de Milei, mientras que un 33,2 % cree que no cambia nada. Dato no menor: el 35,7 % dice que la condena le hizo perder confianza en la Justicia, especialmente los mayores de 40 años. El lawfare, aunque sea relación para algunos, cala hondo en otros.

 


El 7 de septiembre se vota en la provincia. Según la encuesta, el 76,9 % ya lo sabe. El interés por ir a votar alcanza el 68,6 %, con mayor entusiasmo entre varones y sectores medios-altos. Se perfila una elección polarizada, con territorios claramente segmentados. La batalla bonaerense no está definida. Milei necesita consolidar el interior. Kicillof apostó al conurbano. La oposición fragmentada (UCR, Schiaretti, FIT) no logra despegar. Y el votante, como siempre, espera un último momento para decidir. Hay clima electoral, pero todavía no hay candidato fuerte. Hay grieta, pero la gente empieza a mirar otras cosas: la heladera, la boleta de luz, el transporte. La política, si no afina el oído, se queda sorda. “El porcentaje de votantes que concurra a la elección será fundamental y un termómetro para marcar el malestar de la sociedad con la política. Y hoy por hoy me animo a vaticinar que vamos a estar en los porcentajes más bajos que se hayan registrado al menos desde el retorno de la democracia en 1983”, admitió un exfuncionario municipal, hombre de consulta de la clase política vernácula, fumando un cigarrillo en la legendaria terraza del Provincial mientras arrancaba la “pachanga” en el salón donde se realizaba la fiesta por los 90 años del Centro de Constructores.

 

 

 

La joda siguió para un nutrido grupo que a la madrugada decidió encarar por la costa hacia el sur con parada en La Normandina. Es que allí se producía la apertura de Chocolate, la emblemática discoteca que también marcó historia en la ciudad. La reapertura de Chocolate –abrirá todos los sábados para mayores de 30– fue la excusa para el reencuentro de quienes supieron disfrutar históricos momentos en esa disco de la avenida Constitución. El sábado pasado todo arrancó con un tapeo para los invitados especiales, para arrancar luego una fiesta que se prolongó hasta la madrugada. “Fue una reapertura increíble y estamos seguros de que será un éxito sábado a sábado. Arrancamos a las 22 con cena y luego sí, fiesta para todos los que buscan un rato de diversión en el fin de semana”, referían exultantes los responsables del lugar.

 

 


“El que se duerme, no es que pierde: lo reemplazan”. En el patio de los ministerios, en las redacciones con olor a toner, en las aulas que todavía proyectan en VHS y hasta en el Congreso, hay una certeza que ya dejó de ser futurista: no te va a reemplazar una máquina, te va a reemplazar alguien que sepa usarla mejor que vos. La frase es de Alan Daitch, un especialista que se mueve entre el mundo techie y el tablero de políticas públicas y que concedió una amplia y esclarecedora entrevista al programa de streaming Mesa Chica, de Canal 8 y LA CAPITAL, prometiendo venir esta temporada a dar una charla en Mar del Plata, ciudad a la que aun no conoce. Pero en los pasillos —los reales y los digitales— ya la repiten como mantra de supervivencia. El que no se actualiza, se archiva. La inteligencia artificial —esa que muchos siguen viendo como “algo que viene”— ya está sentada en la mesa chica. Según Goldman Sachs, puede llegar a reemplazar hasta 300 millones de empleos en todo el mundo. No, no es el guion de Black Mirror, es un informe de banco serio. Y lo más irónico es que los que más riesgo corren no son los operarios, los mozos o los choferes, sino los que hasta hace poco se creían inmunes: administrativos, abogados, contadores, periodistas, redactores, analistas, consultores políticos, docentes de PowerPoint. Todos, en zona de peligro.

En cambio, los oficios manuales, físicos, territoriales —el plomero, el enfermero, el albañil— por ahora respiran. Pero ojo: eso no quiere decir que estén a salvo, sino que todavía no hay una aplicación que les gane. Mientras tanto, en muchas escuelas todavía discuten si los chicos pueden usar ChatGPT para hacer la tarea. “Algunos docentes se indignan si el texto no es “original”, como si el objetivo fuera memorizar y no pensar con herramientas nuevas. Seamos honestos: el sistema educativo está más preocupado por capturar copias que por formar criterios. La IA ya está escribiendo ensayos, componiendo canciones, editando vídeos y analizando datos. Pero acá, se la trata como si fuera el machete del siglo XXI. Y no: es el idioma del siglo XXI”, se sostiene desde un sector de la docencia argentina.

 


En política, la cosa va parecida. Muchos se llenan la boca hablando de “soberanía digital” pero no saben distinguir entre un algoritmo y una planilla. El riesgo no es que nos domine una máquina. El riesgo es que el que sí entienda cómo usarla, domine a todos los demás. Porque en esto hay algo más que productividad: hay poder. Poder para definir agendas, construir relaciones, manipular emociones y moldear decisiones. ¿O alguien piensa que la guerra cultural del siglo XXI se va a dar en el Congreso y no en los datos? En los medios, en tanto, la incomodidad es doble. Por un lado, la IA puede producir notas enteras en segundos. Por otro, el periodista que no se suba a ese tren se queda con el casette puesto. “La amenaza no es que te reemplacen: es que cobres menos, produzcas más y entiendas menos lo que estás haciendo. Porque si no sabés cómo se genera un contenido con IA, tampoco sabés cómo se manipula. Y si no sabés eso, ya no sos periodista: sos lector con credencial”, razonaba, irónico, un veterano periodista en la sala de prensa del Congreso. Esto no es futurismo ni tecnofobia. Es realidad. Y la diferencia entre surfear la ola o no, está en una sola palabra: adaptación. El que no aprenda a convivir con estas herramientas, queda afuera.