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Opinión 13 de septiembre de 2021

La derrota y sus orígenes

El panorama político nacional de los últimos siete días.

Por Jorge Raventos

 

Las PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) del domingo han sido, a su manera, prolíficas en materia de mensajes.

Para empezar por alguno de ellos: los ciudadanos manifestaron un rotundo desafío al último adjetivo que las define: “obligatorias”. Casi 12 millones de empadronados (uno de cada tres) se ausentaron de la obligación. Estas PASO fueron los comicios de menor participación de esta etapa democrática.

Era algo que se venía venir y que, de hecho, apuntamos en esta columna dos semanas atrás: “Lo  que ha crecido es el desinterés y la apatía de los ciudadanos en relación con estos comicios, por lo que es muy plausible que decaiga significativamente la participación electoral”.

Si se observan los datos electorales, el desapego social se registró en otros rubros, además del ausentismo: casi un millón y medio de votantes anularon su sufragio o votaron en blanco. Sumando esas tres categorías (ausentes, anuladores, votoblanquistas), casi 4 de 10 empadronados (13.224.340) tomaron distancia de todas las fuerzas y candidaturas que competían. ¿Habrá que interpretar ese hecho como una traducción práctica del discurso del “liberal menarquista” Javier Milei contra la “casta política”?

Señalábamos en la nota mencionada que, según estudios demoscópicos, hay en la sociedad “un creciente pesimismo social, una visión oscura sobre el futuro: poco más de 2 de cada 10 encuestados confían en que el año próximo la situación va a estar mejor. El resto la imagina igual de mala que la actual, o inclusive peor. Los pronósticos negativos no parecen ser monopolio de votantes automáticamente opositores, sino de un arco más amplio, que sin duda incluye a parte de lo que ha sido electorado oficialista”.

Se puede medir el enraizamiento de ese pesimismo a través de la sangría de votos experimentada por el kirchnerismo en sus bastiones. Esa pérdida ha sido mucho más significativa de lo que imaginaban los propios adversarios del oficialismo, que, con el optimismo a todo vapor, solo alcanzaban a imaginar un final de bandera verde, nunca una victoria en la provincia de Buenos Aires y menos en partidos emblemáticos del conurbano como San Martín, Quilmes, Tigre o Ituzaingó. Ni siquiera una diferencia en contra tan exigua (menos de 3 puntos) en el conjunto del Gran Buenos Aires.

Desde la elección que, dos años atrás, catapultó a Alberto Fernández a la presidencia, el oficialismo ha sufrido un retroceso monumental: en 2019 triunfó en 19 provincias, el último domingo apenas lo hizo en seis. En puntos porcentuales, los 31 que obtuvo el oficialismo en las PASO representan una caída de 16 unidades: en esa cifra se esconden derrotas en Chaco, La Pampa, ¡Santa Cruz!, Entre Ríos, Santa Fe y un decaimiento en el núcleo duro del conurbano donde, si bien ganó, lo hizo por diferencias pequeñas allí donde solía arrasar.

¿Hacia dónde derivaron los votos que el oficialismo perdió? Algunos sin duda optaron esta vez por ausentarse o por votar en blanco (el voto en blanco forma parte de las tradiciones peronistas), pero en la provincia de Buenos Aires no hay que descartar que haya habido mudanzas a la coalición Juntos, facilitadas por el origen justicialista de Diego Santilli y por la presencia de un importante número de operadores de matriz peronista que están conformando una fuerza propia en el seno de Juntos. Uno de ellos es Emilio Monzó, que trabajó como estratega de campaña de Juntos, otro es el ex ministro de Gobierno bonaerense, Joaquín De la Torre: en sus pagos de San Miguel el Frente de Todos perdió por 47 a 28 por ciento: imposible no detectar un trasvasamiento.

El oficialismo también perdió votos por izquierda: se observa en el conurbano una presencia, parejamente distribuida en los distintos distritos, del Frente de Izquierda y de otras variantes de esa galaxia (algunas de ellas no superaron el umbral y no participarán en las elecciones generales), que si bien no es numéricamente significativa luce asentada territorialmente, probablemente por su participación en los movimientos sociales que animan como estructura organizativa y militante.

 

Las PASO y algo más

 

La catástrofe electoral no está demasiado acolchada por la circunstancia de haber ocurrido en unas PASO que muchos consideran apenas una encuesta censal. Los resultados difícilmente sean revertidos en los dos meses que restan hasta la elección general. Si se confirman en noviembre, el gobierno habrá perdido la mayoría que tiene en la Cámara de Diputados y la hegemonía que el quórum propio le otorga en el Senado, donde reina la señora de Kirchner.

Con resultados análogos a los del domingo, el oficialismo pasaría de un bloque de 41 senadores a otro de 35 (siendo 37 el número del quórum) pues se quedaría sin dos senadores de Chubut, uno de Corrientes, uno de Córdoba, uno de La Pampa y uno de Santa Fe.

Lo que hoy discute el oficialismo es cómo disminuir los daños en noviembre y, sobre todo, cómo encarar lo que resta del mandato de Alberto Fernández: dos años que pueden ser un purgatorio o un infierno.

Para actuar sobre el corto plazo y en busca de objetivos electorales, es posible que se acreciente el gasto destinado a “poner dinero en el bolsillo de la gente”. Como los recursos no sobran, habrá que dosificarlos. La prioridad será política: aquellos distritos (provincias, municipios, que hay que reforzar porque se ganaron por poco o que hay chances de recuperar porque la distancia en contra no se considera insalvable), en primer lugar, aquellos donde se eligen senadores. La Pampa, Santa Fe y Chubut tienen chances de beneficiarse.

Más de fondo, el oficialismo afronta el desafío de rectificar el rumbo y adoptar un curso de acción que le permita acordar con el Fondo Monetario Internacional, encarar reformas destinadas a mejorar la productividad de las empresas, hacer más fluido y demandante el mercado de trabajo y dar respuestas a las grandes urgencias sociales. Todo eso requiere ampliar las bases de apoyo político del gobierno, una búsqueda que probablemente también ocasione quejas y desprendimientos en su estructura actual.

Un golpe como el que sufrió el oficialismo en las PASO tiene consecuencias. Y sobre ellas se pronunciarán actores que hasta aquí han preferido la reserva: gobernadores, movimientos sociales, sindicatos. Porque una de las consecuencias posibles es que una derrota sea el inicio de una cadena de derrotas.

 

Lo que no es kirchnerismo

 

En el campo no oficialista también se detectan cambios, aunque no sean igualmente dramáticos. Allí también ocurrieron derrotas inesperadas. Por ejemplo, la que padeció en Córdoba el presidente del bloque de Juntos por el Cambio, Mario Negri, que pretendía llegar al Senado y no lo logró. Negri contaba con el respaldo de Mauricio Macri y Elisa Carrió, que vieron ajadas sus dotes de influencers.

Macri tampoco tuvo suerte en la elección de candidato propio en Santa Fe. Esos reveses (y el de Córdoba lo debe de haber sufrido más duramente, ya que la consideraba una “provincia macrista”) dan el tono de una etapa de recambio de liderazgo en el Pro. Mientras la estrella de Macri se empalidece (en simultáneo con otra “star” de la grieta: la señora de Kirchner), se afianza el rol referencial de Horacio Rodríguez Larreta: diseñó una operación compleja en las candidaturas de provincia de Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma y se anotó una doble e influyente victoria con Diego Santilli y María Eugenia Vidal.

Además, un aliado importante, Rogelio Frigerio, se impuso en la provincia de Entre Ríos. Más aún: consiguió dar lugar en la coalición a una figura sólida como Ricardo López Murphy, que tiene capacidad de retención de votantes liberales que podrían haber huido hacia la extrañamente convocante candidatura de Diego Milei (otra de las revelaciones del comicio). La tonalidad liberal, con distintos matices, aspira a ser parte de lo que viene.

La apertura hacia López Murphy es el primer paso del objetivo de Larreta que consiste en ensanchar la coalición electoral con aportes de distinto signo y catequizar la idea de que se requieren acuerdos aún más amplio a la hora de gobernar.

Rodríguez Larreta ostenta en estos momentos críticos, donde el país tiene un gobierno conmovido por una gran derrota y encabezado por un Presidente cuya autoridad se ha esmerilado, una doble condición: la de orientador de una fuerza electoral y la de gobernador de una provincia sui generis, como la Ciudad Autónoma. Debe operar sobre la crisis en esa doble condición.

En perspectiva electoral, él trabaja para su candidatura presidencial en 2023, un terreno en el que competirá internamente con otro gobernador de la coalición -pero radical-, el jujeño Gerardo Morales. En su provincia aplastó al Frente de Todos por 18 puntos de diferencia y en su apertura hacia horizontes más amplios, respaldó en la provincia de Buenos Aires a Facundo Manes, que hizo una muy digna presentación en sociedad aportando un 40 por ciento del capital electoral con el que Juntos se alzó con la sorprendente victoria bonaerense.

Habrá que ver si, de aquí a noviembre, el impacto de esta derrota oficialista opera como un señuelo para recuperar la participación y la esperanza de los que tomaron distancia de la elección.

En cualquier caso, esta no deja de ser una elección legislativa, de medio término. Dejará cambios de personal en el Congreso y sería bueno que deje también el impulso para las tareas que el país seguirá necesitando: encontrar el rumbo para crecer y volver al mundo y reconstruir la autoridad presidencial que debería imprimir y controlar ese rumbo.