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Opinión 20 de diciembre de 2020

La educación y el gran desnudo de la brecha tecnopedagógica

Por Gustavo de Elorza Feldborg (*)

Para la educación, el 2020 se convirtió en uno de los escenarios más difíciles de sobrellevar, en todo lo que refiere al desarrollo de las prácticas educativas.

Los escenarios que se presentaron bajo el efecto de la pandemia encontraron y pusieron de manifiesto que el sistema educativo, en su gran mayoría, no estaba preparado para migrar de forma inmediata todo el quehacer educativo hacia la virtualidad: tanto en lo que se refiere al desarrollo de procesos comunicativos, pedagógicos y -por supuesto- mucho menos los referidos al uso de las nuevas tecnologías con sentido educativo en ambientes de virtualidad.

De lo anterior, se podría suponer que dicha situación es entendible y para muchos hasta podría tener una explicación. Pero no debemos olvidarnos que en el 2009 tuvimos un anticipo de estos escenarios donde todo el sistema educativo quedó aislado y sin concurrencia por parte de todos sus actores sociales dentro de la educación presencial.

Ahora bien, ¿Qué sucedió que no aprendimos de aquella experiencia? Tal vez se pensó que esa situación solo se daría por única vez, es quizás una ingenuidad por parte de los que planifican y llevan adelante las políticas educativas de no prever la posibilidad de reiteración de tales escenarios. O estamos frente a la realidad de un desconocimiento tan grande, en donde la educación de los últimos 20 años es rehén de inexpertos que en muchos casos sufren de miopía de la suposición, pensando que cosas así nunca volverían a suceder.

La realidad de este 2020 nos permitió darnos cuenta de la enorme falencia que sufre el sistema educativo como resultado de los últimos 70 años, consecuencia de un trabajo sostenido de abandono, desinterés y desconocimiento.

Sus efectos más inmediatos han quedado al desnudo en este ciclo lectivo, entre ellos encontramos falta de equipamiento tecnológico en las instituciones educativas, falta de capacitación de los docentes en cuanto a sus prácticas didácticas, no solo en la virtualidad, escenario de vital importancia para este año que ya finaliza, sino además que en escenarios de presencialidad también ya arrastrábamos problemas de contenidos, con pobres diseños de actividades e importantes limitaciones de factores comunicativos, que cuando son bien utilizados empoderan los procesos de enseñanza y de aprendizaje por mencionar solo algunos de ellos.

Por otro lado, distintos estudios realizados durante el proceso de pandemia o también ese gran desalojo que sufrió la educación presencial, han brindado mucha información y datos, que esperemos se puedan capitalizar, en lugar de que todo este proceso que costó mucho sacrificio y esfuerzo, en especial para los docentes, nuevamente sea devorado por misteriosas amnesias que se cristalizan dentro de olvidos políticos, económicos y sociales.

Dentro de estos estudios, se vislumbran distintas acciones y formas de operar la gestión de una educación que no encuentra su norte pedagógico para mantener el vínculo y la continuidad pedagógica. Con ello, las marchas y contramarchas en las formas de gestión, las clases en la virtualidad, la comunicación con estudiantes y familias puede resumirse en la frase de un directivo dentro de estos estudios que mencionamos, en ella, el directivo indicó a sus docentes el siguiente lineamiento: “Hagan todo lo que puedan y con lo que sea”.

Cabe aclarar que existen criterios estudiados, practicados y evaluados con resultados muy satisfactorios marcados por la tecnología educativa y la educación en línea, en especial en lo referido a las prácticas docentes en escenarios de virtualidad. Entre ellos, podemos mencionar que es imprescindible que en territorios con presencia digital se pueda establecer, mantener y gestionar el vínculo con los estudiantes, ya que si esto no sucede o se interrumpe dicho vínculo cae inmediatamente la continuidad pedagógica.

Por lo tanto, es muy importante analizar y comprender a partir de ahora, una de las brechas que no se han mencionado hasta el momento y que denominaré como brecha tecnopedagógica, entendiendo a la misma como la distancia que separa las prácticas pedagógicas correctas en la virtualidad, de los procesos que los docentes desarrollan en lo presencial y que intentan forzar dentro de lo digital, cuando su labor se desarrolla mediante la educación en línea. Es decir, al implementar procesos de enseñanza y de aprendizaje en lo digital, las nuevas tecnologías deben ser analizadas desde las perspectivas de la oportunidad, pertinencia y relevancia antes de decidir su utilización.

Por otro lado, es casi imposible pedirles a los docentes que se desempeñen con efectividad en relación de superar esta brecha tecnopedagógica, cuando los procesos de capacitación no se desarrollan en una apropiación de carácter instrumental primero, para luego profundizar distintas decisiones tecnopedagógicas en su implementación, superada estas dos instancias previas podremos comenzar a pensar en procesos de calidad educativa.

En lo referido a la incorporación de las nuevas tecnologías y en especial cuando el fin es educar, debemos recordar los tres procesos universales del cerebro y cómo este aprende. Es decir, en primer lugar, el cerebro debe conocer (sentir), para que en segundo lugar pueda comprender (pensar) y así en tercer lugar pueda decidir (actuar). De esta forma y con estos principios en mente, bien podremos establecer pautas de aprendizaje para la incorporación de las nuevas tecnologías por parte de los equipos docentes y directivos, sin que estos experimenten frustración en el intento.

Por último, y no por ello menos importante, nos encontramos con el proceso de comunicación. Se pudo observar en las investigaciones mencionadas un rasgo muy visible dentro del intento de educar mediante la virtualidad, es decir, se encontraron prácticas educativas comunicacionales, donde una baja cantidad de docentes mantuvieron un tipo correcto de comunicación multidireccional en la que se incluyeron comunicaciones mediante distintos artefactos digitales.

También se pudo relevar una gran mayoría de prácticas comunicacionales unidireccionales en donde las mismas solo cumplieron el simple carácter de informar a los estudiantes sobre que cuestiones debían resolver mediante el uso de la tecnología, anulando de esta forma la creación de espacios de diálogo y procesos de interacción e interactividad, creando así dificultades en el desarrollo de los procesos de enseñar y de aprender.

Es evidente que para muchos la conducción y el desarrollo de políticas y lineamientos educativos funcionan como una suerte de “piloto automático”, además de considerar como una obviedad que la planificación de la educación puede darse por si sola, la cual no requeriría de análisis e intervenciones reales y presentes con una prospectiva para su mejora.

Para concluir, debemos capitalizar desde la educación toda la experiencia, el esfuerzo, el compromiso, el tiempo que insumió transitar y sobrellevar este desalojo de la presencialidad, no desatendiendo ningún aprendizaje construido y mucho menos presuponer y dar como obvio posibles escenarios de un futuro cercano, atendiendo a lo que Max Weber nos recomienda al manifestar que debemos tener cuidado ya que “lo obvio es lo que menos se piensa”.

(*) El autor es Doctor en Tecnología Educativa, profesor e investigador universitario (UFASTA) y especialista en educación y nuevas tecnologías (FLACSO).