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Opinión 10 de junio de 2016

La era del cambio: de dónde venimos y a dónde vamos

por Maximiliano Abad

En octubre del año pasado parecía imposible que Argentina cambie. Sentíamos que debíamos resignarnos a vivir en un clima de prepotencia y conflicto permanente. Cada día que pasaba, nos enterrábamos un poco más en un pantano de indecencia, populismo y dependencia de gobiernos cada día más insensatos.

Pero ese proceso llegó a su fin, no por la casualidad sino por la imparable fuerza de las urnas. Esa fuerza fue un vendaval, y Argentina cambió en menos de un año mucho más de lo que cambió en los diez anteriores.

Nuevos gobiernos, nuevas formas y nuevos métodos nacidos de una distribución de poder fabricada artesanalmente por los argentinos en las urnas tras doce años de hegemonía y con una precisión admirable: Legislatura y Congreso sin dueños, Gobierno Nacional sin mayorías y gobiernos provinciales sin caudillajes irreductibles.

Frecuentemente nos enfrascamos en debates y urgencias de la coyuntura, pero es necesario frenar el paso y mirar de dónde venimos, no con la finalidad de encontrar excusas, sino para entender mejor a dónde vamos y por qué transitamos el camino que elegimos.

Nos encontramos hace seis meses con un Estado Nacional construido sobre un discurso progresista pero con raíces abrazadas a la corrupción. Deudas por más de doscientos mil millones de pesos; sobreprecios en las obras viales por hasta el 50%, viviendas sociales indignas, y el PAMI con 400.000 afiliados muertos que eran usados para desviar así millones y millones de pesos todos los días.

Recibimos una provincia acostumbrada a las inundaciones con agua de lluvia pero con origen en la negligencia política, educación pública devaluada que naturalizaba la pérdida de veinte o treinta días de clase como parte del calendario, y vinculaciones entre el narcotráfico y el Estado que se conversaban en cada mesa familiar, se manifestaban en las esquinas de barrio y se desconocían en los juzgados.

Ese era el país y esa era la provincia que hace solo seis meses cambió de gobierno después de largos años de hegemonía populista. Ese es el punto de partida desde el que los bonaerenses estamos construyendo el cambio más importante de la provincia en los últimos cincuenta años; desde allí los argentinos afrontamos el desafío más grande desde 1983.

Argentina no ha superado las divisiones, lo que ha superado es la instancia de un Gobierno que las fabricaba y las profundizaba constantemente. Tampoco superamos la emergencia social, pero sí terminamos con la farsa de un progresismo que lejos de ayudarnos a crecer, condenó a generaciones de compatriotas a vivir dependiendo del Estado.

Pero sí dimos el paso más importante. Hemos empezado a construir sobre una cultura política distinta. Las provincias reciben fondos que el kirchnerismo les negó doce años y los jubilados recibirán las jubilaciones que les corresponden después de veinte años de negacionismo estatal; las escuelas abren de lunes a viernes y la política educativa la define el Estado, no los gremios; mientras tanto, la economía se pone a punto para que el Estado haga lo que debe hacer: obra pública productiva, con licitaciones transparentes e impacto directo en la calidad de vida de los ciudadanos.

Tan importante como eso: el Gobierno no se preocupa por poner o sacar jueces ni señala fiscales con el dedo acusador, se pone a disposición de la Justicia y deja que actúe con independencia sin dejar de exigirle celeridad.

Tenemos gobiernos que se equivocan pero se rectifican, que buscan acuerdos y no se ponen colorados para pedir colaboración a sus opositores. Tenemos gobiernos que saben que hay que tomar decisiones que a veces duelen, pero que se gobierna pensando en el país y no en las encuestas.

Al fin y al cabo, ahí radica uno de los cambios grandes de esta Argentina. Durante doce años se gobernó pensando primero en los gobernantes, después en su movimiento político y dejando para el final el futuro del país; así nació la inflación, se reprodujo la pobreza y nos colonizó el narcotráfico. Llegó la hora y llegaron los gobiernos que gestionan al revés, primero el futuro, aunque duela el corto plazo, después el espacio político y por último el gobernante. Así se administran las democracias que progresan en el mundo y por ese camino transita la Argentina.

(*): Diputado provincial por Cambiemos.