La gente anda leyendo: Lectura en espera
Una señora que lee en una sala de espera de un consultorio médico parece ser una rareza en la era de los teléfonos inteligentes.
Por Dante Galdona
Hubo un momento en que las revistas y materiales físicos de lectura decidieron desaparecer de las salas de espera de consultorios. Fueron, tímidamente, desgajándose a sí mismas, recortándose, desmembrándose en infinitas posibilidades perdidas. Hasta que una mano atenta tuviera la lucidez de ir sacándolas una página antes de la indignidad.
Y así, cada revista fue dejando paso a vacíos, prolijidades minimalistas, pulcritud de ausencias.
Pero los asistentes, pacientes en doble sentido, quienes no sabemos esperar con el fluir de la conciencia activado y sabiendo que cualquier conversación puede estar censurada por la siempre influyente enfermera del cuadro, tenemos dos opciones: sucumbir a la tecnología y naufragar en las redes sociales o tener la precaución de llevar un libro.
Debo decir que si el gremio médico tuviera un sentido más realista de lo que significa un horario, la realidad de las salas de espera con turnos programados no hubiera motivado estas disquisiciones. La valía del tiempo con sentido de justicia, pero es otro asunto.
Señora cansada, con cara de dolorida y una piel con cromatos verdosos se despeja con el último libro de Gabriela Exilart, “Pulsión”. Nos miramos cómplices en algún descanso de la lectura o en el automático gesto de pasar página y mirar hacia el entorno al mismo tiempo. Yo no recuerdo cuál de todos los libros que siempre tengo en mi mochila estaba leyendo en ese momento. Pero sí recuerdo que éramos los únicos dos que en vez de celular teníamos libros. En uno de esos encuentros visuales logro que repare en mi pulgar hacia arriba y el inmediato señalamiento de su libro. Sonríe. Pienso si en su estado debería leer ese libro. Alguien dijo que una buena historia es la que se cuenta de la única manera posible. Eso es “Pulsión“, el hallazgo perfecto en la manera de contar una historia tan dolorosa.
Vuelvo a pensar si la señora, doliente en algún sentido, debería leer más dolor, por mejor contado que esté.
Pero también pienso que quizá empezó el libro antes del motivo que la trajo hasta la sala de espera. Y en ese sentido no puedo hacer otra cosa que respetarla, es un libro que no se puede dejar sino en el punto final, a pesar de los costos emocionales.