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Cultura 12 de febrero de 2017

La infelicidad es una pérdida de tiempo

por Gabriela Urrutibehety

El lector que escribe un diario lee “La esposa joven”, la última novela de Alessandro Baricco, un autor al que viene siguiendo desde las épocas de “Seda”.

Esta vez la historia se ubica a principios del siglo XX e involucra a una extraña –obvio, tratándose de Baricco- familia en la que nadie tiene nombre, si descontamos al mayordomo que se llama –obvio- Modesto, sino que son identificados come le Padre, la Madre, la Hija, el Hijo, el Tío.

Y, claro, la Esposa Joven, que viene desde la Argentina a casarse con el Hijo que, al momento, está en Inglaterra “empezando a volver”, cualquiera sea el significado de esa frase.

“El mundo abstracto de la Familia” incluye el ritual de desayunos que duran horas, a los que asisten todas las personas con las que es necesario tratar para la marcha de los negocios –prósperos, ciertamente- con los que se mantienen.

Como en otros tantos personajes de Baricco, cada uno de los miembros de la Familia tiene un aspecto desmesurado, aunque esa desmesura siempre se mantenga en el límite estricto de la elegancia, una palabra que el lector que escribe un diario está tentado a contar cuántas veces se repite en el texto aunque pronto desista de la idea.

La Esposa Joven llega desde el fin del mundo y es la encargada de descubrir, cargando con la visión ignorante del lector, cada una de esas desmesuras, incluyendo, básicamente, el miedo a la noche, que actúa como punto de partida de los rituales de comportamiento y motor de la trama. “En cada palabra, en cada gesto, padres y madres no hacen otra cosa que trasmitir un miedo”, copia el lector que escribe un diario. “Cuando las familias parecen estar enseñando la felicidad a los niños, está por el contrario infectando a los niños con miedo”. Por eso, para esta Familia en la que todos han muerto de noche, los desbordados desayunos representan “ritos de agradecimiento”.

Una Madre de belleza inusual y una propensión a los “silogismos inescrutables” que hacen recordar a los proverbios de Sancho Panza; un Padre amante de la lógica y la racionalidad; una Hija levemente inválida; un Hijo ausente e ignoto y un Tío que duerme todo el tiempo pero aun así puede seguir una conversación o tocar el piano -, además del mayordomo que actúa como instructor de la Esposa Joven en los secretos del funcionamiento de la organización familia, son los personajes que pueblan este universo macondiano.

Pero, además, el narrador, el escritor que va escribiendo el libro de la historia de la Familia es un personaje de permanente presencia. Un juego constante de deriva de la primera persona que va desde el que narra a cada uno de los personajes sin aviso previo, lo introduce como una presencia vigilante: “existe una asonancia entre los ocasionales saltos de la voz narrativa en mis frases y lo que me ha tocado descubrir en estos meses acerca de mí y de los demás”, dice para agregar que “estoy escribiendo un libro que probablemente guarde relación con lo que me está matando”.

Por eso, sin que sobre ni moleste, la historia de la Familia permite ciertas deliberaciones sobre la escritura, como los párrafos destinados a narrar las oscilaciones en la frase “No voy a morir de noche, lo haré a la luz del sol”.

O la reflexión sobre el yo –de esto mismo estábamos hablando- en la escritura que el lector que escribe un diario no puede dejar de copiar: “interponer entre nuestra vida y lo que escribimos una distancia magnífica que, forzada por la imaginación primero, y colmada luego por el oficio y la dedicación, nos lleva hacia otro lugar donde aparecen mundo que no existían con anterioridad, donde todo lo que hay es íntimamente nuestro, inconfesablemente nuestro, así vuelve a existir, pero ya ignoto para nosotros y tocado por la gracia de formas delicadísimas, como fósiles o mariposas”.

Por eso, la historia de la Familia se despliega del derecho y del revés, en voces que van armando una historia totalmente creíble de inverosímil que resulta, en la que, como en la vieja fórmula del realismo mágico lo extraño es cotidiano y lo cotidiano extraño.

Una Familia en la que está prohibido leer, pero casi todos lo hacen a escondidas, pero en la que se refleja la desmesura de otro libro que tiene mucho que ver en la trama como es el Quijote, ejemplo de la desmesura propiamente dicha.

Una Familia que no se permite ser infeliz porque “la infelicidad es una pérdida de tiempo y, en consecuencia, una forma de lujo que, durante cierto número de años, nadie puede permitirse aún”.

(*): www.gabrielaurruti.blogspot.com.ar