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Opinión 11 de junio de 2020

La lección de Ana Frank

Por Paloma Doti (14 años)

Siempre me pregunté por qué no todos nos conmovemos con las mismas historias. Hay libros que me obligan a cerrar sus tapas violentamente, mientras me acomodo para llorar al lado de mi almohada. Sin embargo, para otros la misma historia no significa nada. Esto me pasó con Un monstruo viene a verme. Hablaba de una madre enferma y de su hijo sufriendo por ella. Probablemente no sea un libro tan bueno, ni tenga la mejor prosa, ni cuente la mejor historia. Pero en ese momento, mi abuelo estaba enfermo. Y leerlo me hizo sentir identificada. Me vi ahí, llorando con el protagonista, sufriendo con él.

Hay una historia que comenzó el 12 de junio de 1929. La de Ana Frank. Hoy cumpliría noventa y un años. Todos la conocemos: tuvo que esconderse en un anexo atrás de la fábrica de su padre porque estaba siendo perseguida por la Gestapo. Fue forzada por las circunstancias a renunciar a todas las pequeñas cosas que conocía como vida: paseos con amigos, ir a la escuela, al cine, ver a su abuela, viajes, sueños, tranquilidad. Incluso fue forzada a renunciar al pudor. Vivió con otras siete personas en un lugar estrecho, peleándose por quién recibiría la mayor ración de la bolsa de papas y siendo condicionados por el reducido espacio a perder todo tipo de privacidad. Esta historia siempre me pareció muy alejada de mi realidad. Era algo del pasado, algo irreal; perteneciente a otro mundo. Pero en esta cuarentena, aburrida en mi casa, releí el diario de Ana Frank. Y de pronto, me encontré un poco a mí misma en su historia. Ella siempre expresaba sus deseos de salir y encontrarse con sus amigas como lo haría normalmente alguien de su edad. Y yo sentí el mismo deseo: ver a mis amigos, ir a la escuela, ir al cine, comer afuera. También leo como Ana lo hacía: para poder olvidar que estoy encerrada.

Hace un par de años nunca habría podido entender todo esto. Cuando leí su diario por primera vez, sentí pena por ella, compartí sus reflexiones y sus miedos sobre la vida. Pero nunca había imaginado lo que realmente significaba tener que renunciar a las pequeñas cosas a las que llamamos vida. Tengo la misma edad que ella tuvo en un momento de su diario y tengo también la incertidumbre y el miedo conmigo. No quiero exagerar: mi situación tiene muchas diferencias con la de ella. Pero hay un punto que tenemos en común: el encierro. Ahora entiendo y leo la historia de otra manera. Entre sus pensamientos, Ana dijo una vez: “Nadie quiere ver el peligro hasta que lo vive en su propio pellejo”. Y esto se aplica a nosotros. No podemos leer un libro de la misma manera hasta que alguna situación de la vida nos conecte con la historia. Cuando lo que se nos cuenta es similar a nuestra realidad, entendemos el mensaje y traemos la historia hasta nuestra dimensión.

En todas las historias existe un momento oscuro, donde el personaje principal parece rendirse. En el diario de Ana Frank, también. Hubo momentos donde, angustiada por la injusticia de su encierro, por la absurda situación, por el miedo y el constante no saber qué iba a pasar, nuestra protagonista pareció rendirse. En medio de la pandemia a veces también nos pasa lo mismo. Nos enojamos, protestamos, nos ponemos paranoicos, decimos que no soportamos más. Pero también está ese momento donde el protagonista hace un click y a pesar de los obstáculos, pelea. Ana peleó. Siempre se mantuvo positiva, fuerte y valiente. Nunca paró de estudiar, leer o escribir. Se repetía a sí misma que solo con perseverancia y fe se podía seguir adelante. Peleó a pesar de verse obligada a ocultarse por el odio de un régimen político. Peleó a pesar de enfrentar una guerra que parecía no tener un final. Nosotros estamos encerrados para cuidarnos; seguimos conectados y tenemos esperanzas en la ciencia: sabemos que inevitablemente esto va a terminar. Tenemos que pelear.

Ahora que la entendemos y empatizamos con ella, solo queda un paso: imitemos a Ana Frank. Imitemos su valentía, su perseverancia y su fe. Tenemos que ser como Ana.
Mi pregunta ya tiene respuesta. No todos lloramos con el mismo libro porque no todos atravesamos los mismos momentos oscuros ni peleamos las mismas batallas. Nuestro sufrimiento nunca va a ser como el de Ana. Pero si ella pudo mantener las esperanzas, nosotros tenemos que honrar su ejemplo. “El que tiene valor y fe, nunca estará sumido en la desgracia”, Ana Frank. 1929-1945.