Cultura

La literatura de Silvina Giaganti, un “cóctel de fútbol, padre y barrio”

La autora recupera en su flamante libro "Donde brilla el tibio sol" partículas sensibles de su historia, como su amor por Independiente y el alejamiento de su Avellaneda natal para refundar su vínculo con la pelota y afirmarse en una identidad sexual que su entorno sofocaba.

Por Josefina Marcuzzi

Autora de unos de los poemarios más vendidos de los últimos años, “Tarda en apagarse”, Silvina Giaganti recupera en su flamante libro “Donde brilla el tibio sol” partículas sensibles de su historia, como su amor por Independiente -el club de fútbol que eligió a contramano de la afición paterna- y el alejamiento de su Avellaneda natal para refundar su vínculo con la pelota y afirmarse en una identidad sexual que su entorno sofocaba: “Yo me fui para romper, me fui rompiendo y rompí antes de irme”, dice.

Asegura en la contratapa de “Donde brilla el tibio sol” (Mansalva) que Giaganti “hizo un cóctel con fútbol, padre y barrio que podría haber sido un desastre”, pero, por el contrario, Independiente, Avellaneda y la familia es el plantel que la autora utiliza para desarmar su propia intimidad, regresar al barrio de origen y repasar el vínculo con su padre, fanático de Boca Juniors.

Este es un libro de textos breves sobre fútbol, sobre ser hincha, sobre ser del conurbano, dejarlo y volver cada tanto, sobre el movimiento personal que se produce cuando alguien abandona su lugar de origen. Sobre ser una niña que le gusta el fútbol (y además lo juega mejor que los varones) en los años 90, sobre ser una chica a la que le gustan las chicas cuando eso era, según ella misma, hostil.

En la Navidad del 83, Livia le preguntó a su hija Silvina qué regalo quería: el equipo de Independiente todo rojo con el escudo cosido en la remera, dijo. El esqueleto de este texto tiene un color que lo atraviesa, en cada relato, como una arteria central que bombea rojo. Silvina logra que el libro, mediante una prosa llana y sagaz, interpele incluso a cualquier persona a la que no le guste el fútbol ni sea hincha de Independiente.

La educación sentimental literaria de Giaganti son sus coterráneos Néstor Perlongher y Alejandra Pizarnik, y también autores como Didier Eribon, Richard Ford y Olivia Laing. La autora moldea su escritura con destellos poéticos para volver a las escenas icónicas y las jugadas inolvidables de un rojo Rey de Copas que ganaba todo.

Giaganti estudió filosofía en la UBA y es escritora. Cuando publicó su primer libro, “Tarda en apagarse”, uno de los poemarios más vendidos hoy, no les contó nada a sus padres porque su propio éxito le daba vergüenza. Ellos se enteraron por una nota periodística. “Donde brilla el tibio sol’ está dedicado a ellos dos”, dice la autora a Télam en una entrevista que transcurre en un bar porteño.

-El texto de arranque es un extracto de “Regreso a Reims”, de Didier Eribon, en donde habla de los mundos que nos constituyen, y del medio del que uno viene como una especie de regreso a sí mismo. ¿Cómo es ese viaje de regreso a Avellaneda para vos?

-Me es útil comparar el libro con mi libro anterior, cuyas temáticas detecté que son la salida del barrio, de la familia y del origen, entre otras. Y si bien hay una salida, también hay un regreso hacia mí. El título del primer poema hace referencia a que del barrio hay que irse… pero las cosas se van con vos. Es imposible eludir nuestro origen, es imposible hacerse la boluda. En “Donde brilla el sol” me llegó el momento de volver a ver de qué estuvo hecho mi origen y por lo tanto de qué estoy hecha yo.

– ¿Cuáles son las claves para construir un libro del yo que tenga un balance y equilibro en la nostalgia, pero sin ser melancólico, y que habilite también la sensibilidad sin caer en el dramatismo?

– Hay algo de buscar un equilibrio a través de trabajar el matiz y las contradicciones, propias y ajenas. Los libros más logrados o los autores a los que vuelvo constantemente son aquellos autores para quienes la pureza no es una opción. La pureza no es un valor. Y cuando hablo de pureza hablo del intento de sofocar las contradicciones para generar una historia coherente, limpia. Porque esas historias limpias y con personajes sin contradicciones lo que generan, más que un artefacto artístico, es un manifiesto. Me parece que es en las contradicciones y los matices en donde aparecen cosas más interesantes, y sobre todo donde el sentido de algo no se cierra, sino que se abre.

En este libro, para eludir un poco esa bajada de línea moral o ese ideal de pureza, el trabajo es des-idealizar. Están muy presentes mi papá y Avellaneda, pero tampoco me interesó eso de la “oda” al barrio. Si bien es un regreso a un origen, lo acaricio, pero también lo miro de reojo. Digo que es hermoso en su fealdad, pero también digo que es uno de los lugares más hetero-normados que me tocó habitar. Puedo ser melancólica, nostálgica, pero me vinculo muy bien con el presente. Y eso me reubica, me corre de esa tendencia. Santiago Llach dice en la contratapa “Silvina hizo un coctel con fútbol, padre y barrio que podría haber sido un desastre” porque en general esa combinación, en un escritor varón, es una idealización a todo lo que fue. La nostalgia del tipo que se sienta en un cafetín, putea el presente y se aferra a dos o tres cosas que tiene idealizadas para sobrevivir. No me interesa idealizar para soportar, y por eso quise construir una historia donde no todo es maravilloso. Porque además estoy hecha de un montón de puntos ciegos que me llevaron a irme de ahí mucho antes de haberme ido físicamente.

– Vos sos hincha de Independiente y tu viejo, de Boca. Una relación que recorre todo el libro, con el fútbol como excusa y como base fundacional. ¿Qué dijo tu papá del libro? ¿De qué modos el libro reconfigura el vínculo?

– Cuando cito a Eribon hago referencia a que él siempre sintió pertenecer a dos mundos irreconciliables: el mundo que se construyó y el mundo en el que se crió, un mundo intelectual y parisino frente a uno precario, en donde su destino estaba atravesado por las condiciones materiales de su existencia. Él se sentía un tránsfuga de clase, hoy podría decirse un “desclasado”. Tuvo que romper con algo para poder acceder a otra cosa. Hay algo en “Donde brilla el tibio sol” que tiene que ver con esto: yo me fui para romper, me fui rompiendo y rompí antes de irme. Porque mi vida empezó a ir hacia un lugar que no tenía que ver con la historia de mis padres. En 2017, cuando escribí mi primer libro, mi mundo familiar y el de la cultura todavía me parecían dos mundos irreconciliables. Yo nunca les conté que había escrito un libro, ellos no se enteraron. Dos años después, en 2019, mi mamá leyó una nota sobre “Tarda en apagarse”. Y me llamó por teléfono: ¿cómo que escribiste un libro, Silvina? Siempre me avergonzó mostrarles logros a mis padres, logros que quizás por subestimación pensé que no iban a apreciar. Y con este libro pasa algo muy particular: ellos son las personas a las que se lo dedico. Esta vez encaré con dos ejemplares a Avellaneda y fui. Les mostré la dedicatoria, se quedaron en silencio, mirándolo. Y mi papá empezó a repetir el título: “Donde brilla el tibio sol”. Ahora, imagino, lo están digiriendo.

– En un tramo del libro hacés referencia a cuando a los 7 años pediste un equipo de Independiente todo rojo con el escudo cosido, y complejizás la mirada que tenía tu familia sobre ese gusto. Tu relación con el fútbol es diferente hoy: jugás una vez por semana, construiste un sentido de pertenencia en el deporte. ¿Cómo evaluás este camino entre la Silvina futbolera de los 7 años y la de hoy?

– Hubo un momento en que fue pintoresco o gracioso que yo jugara al fútbol siendo una nena, jugar en la cuadra con mis amigos. Pero luego dejó de ser gracioso y empecé a sentir una censura: ya sos grande, ya deberías ser una señorita. Y la verdad es que el fútbol conspira bastante para comportarse como tal. Esto fue a los 11 o 12 años. Yo jugaba bastante bien, venían a vernos pibes de otras cuadras. “No parece una piba como juega”, decían. Y una tarde mi vieja salió y pegó un grito: “Vení. No podés estar haciendo eso”. Entendí que ahí hubo algo más que el fútbol, se vio venir algo de cómo se le estaba armando la sexualidad a su hija. En ese momento había una idea horrible de que una mujer no podía jugar al fútbol ni comprenderlo. Y si podía jugar y le gustaba, no era una mujer, era otra cosa. El discurso que primaba era que la mujer no tuviera vínculo con este deporte, nos privaban de la construcción colectiva del fútbol. Así se cortó mi vínculo durante algunos años con el fútbol, mi sexualidad empezó a manifestarse y a pedirme respuestas, y manifestar que te gustaban las mujeres no era bien recibido. Era hostil. Fueron años complicados, hasta que a los 17 fui a una escuela de fútbol en Caballito. Y ahí empecé a jugar a full. Ahora juego en un complejo donde miro a cualquier lado y hay siempre, de ocho canchas, tres ocupadas por chicas. Esto, en aquella época, era impensado. Y hay algo que especialmente me alegra: que muchos varones me pidan jugar en el equipo.

“En ese momento había una idea horrible de que una mujer no podía jugar al fútbol ni comprenderlo. Y si podía jugar y le gustaba, no era una mujer, era otra cosa. El discurso que primaba era que la mujer no tuviera vínculo con este deporte, nos privaban de la construcción colectiva del fútbol”.

– En uno de los textos afirmás: “Dicen que se escribe o bien cuando se vivió bien o bien cuando no se puede vivir. A mí me pasaba lo segundo”. ¿Te sigue pasando lo segundo?

– Creo que ahí hay una definición sobre la escritura, sobre cómo se imbrican vida y escritura. Es una afirmación que hoy, con cierta distancia, es una definición demasiado binaria. No estoy tan de acuerdo con que la escritura se dé bajo determinadas condiciones de existencia, como si la escritura dependiera de eso. Ni tengo tan en claro tampoco cómo se vincula la escritura con la vida; no sé cuál es el resorte que lleva a alguien a escribir. Empecé a leer porque me sentía aislada del mundo que me rodeaba, y después se me hizo un hábito tan placentero e indispensable que leer terminó siendo una justificación para estar sola. Y la escritura también apareció como una respuesta a sentirme aislada, en el sentido de que era el único dispositivo que me permitía manifestar cosas que no le podía manifestar a nadie. Hoy no sé muy bien cuáles son los motivos por los que escribo, pero definitivamente están alejados de esta definición.

– En el libro hay referencias o guiños a Perlongher, a Pizarnik, a lugares de Avellaneda que te marcaron o que son parte de tu historia. ¿Cómo era tu relación con Avellaneda antes y como es ahora?

– Bueno, pienso en esa Avellaneda industrial, la Avellaneda de los trabajadores de fábricas en los relatos familiares. Esa evocación del pasado, de la que mi familia formó parte, me hacía pensar de una manera intuitiva: ¿esto soy yo? ¿Este es mi ADN y mi destino? Yo me retobaba contra esa idea… ya me gustaba leer, pasar tiempo sola. Descubrir a los 16 años a Pizarnik y luego a Perlongher fue como: “Ah, claro, también existe la posibilidad de ser poeta acá”. No hay que terminar la secundaria y conformarse con un trabajo precario. Alguien acá, a 20 cuadras, fue una de las poetas más importantes de la Argentina. Pizarnik. Eso fue habilitante.

“Gracias a Pizarnik descubrí que se podía ser poeta y ser de Avellaneda”.

– “Sé que si necesito llorar, me voy a Independiente”, decís en el primer texto. Y en casi todo el libro se recuperan momentos gloriosos del club, figuras icónicas y jugadas tradicionales. ¿Cuál es tu visión del equipo hoy?

– Yo no recuerdo haberme hecho hincha de Independiente por una decisión racional. No sé si mi viejo, por dejarme ser independiente, no me instigó o no le interesó participar de la elección de mi club. Yo pienso mucho en el nombre del equipo del que soy hincha. Independiente en los 80 era el Rey de Copas, el equipo más importante de Argentina y de América. Ganaba todo, llegaba a finales. Tenía jugadores descollantes: era un equipo en la cumbre. Hoy rechazo un poco esta idea de aferrarme a la nostalgia y a lo que fuimos. Abrazo la historia, la atesoro y es parte de lo que me emociona del club. Pero no me copa tanto el énfasis de lo que fuimos cuando ya no lo somos. El famoso vivir del pasado. Veo a Independiente y voy a la cancha, aunque últimamente me hace mal porque juega horrible, no gana ni disputa. Y eso me arruina el día.

– ¿Cuáles dirías que fueron las influencias fundamentales para vos a la hora de escribir este libro?

– Obviamente y fundamental “Regreso a Reims”, de Didier Eribon. Luego un libro de Jeanette Winterson, una autora inglesa, que son memorias, que se llama “Por qué ser feliz si se puede ser normal”. Es una historia sobre su infancia, muy dura, porque fue hija adoptada por un matrimonio ultra religioso que la restringía en sus deseos y en su vida. Su madre repudió que ella fuera lesbiana, la echó de su casa, se fue a vivir a un auto, pero ella luego consiguió una beca y terminó estudiando en un lugar súper reconocido en Inglaterra. Después de mucho tiempo tuvo la inquietud de buscar a su madre biológica y la encontró. Y eso le permitió volver a su madre adoptante y valorar lo que había hecho por ella. Ese libro es, también, un regreso. Son libros que, como el mío, trabajan de repensar las sensaciones de la juventud y adolescentes con respecto a lo familiar.

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