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Cultura 29 de junio de 2019

La mano de la paranoia

Nueva entrega de la historia de José Santos.

No creo que sea cáncer

 

Por José Santos
Martín despierta aturdido, con la confusión propia de no saber que pasó ni cómo. Rodeado de luminiscencias que lo enceguecen. ¿Está muerto? Intenta desplazarse, pero algo lo inmoviliza. Quiere escapar de los resplandores celestiales, cuando escucha una melodía angelical y ecos divinos que resuenan, y luego, abruptamente, un grito terrenal:

-¡Quédese quieto! No-se-mueva.

-¿Qué pasa?- balbucea.

– No terminamos la tomografía de su tumor.

Ve a un muchacho ajustando las bandas que lo sujetan a la camilla. Distingue sobre el techo, plafones de LED. Lleva puesto un suero en sus venas. Su vista borrosa, distingue su camisolín con manchas de sangre. Prueba levantarse, no puede. Sus manos están cubiertas de sangre. No entiende donde está. Forcejea. -No se mueva- le ordenan.

Un técnico se acerca, le sonríe, le palmea el hombro y agrega: -Se desmayó y se partió la cabeza- le señala una herida. – No tiene hemorragia, pero encontramos un tumor. No creo que sea cáncer.

Piensa que no está hablando de él. Todo sucede mientras el técnico con habilidad mecánica, le sujeta la cabeza en un arnés y los brazos a la camilla. Siente otra vez, un enorme rolido incesante que lo descompone y marea. Cierra sus ojos. Después, el mismo técnico agrega: -Para definir si es cáncer o no, lo mejor será una resonancia magnética de cerebro con gadolinio. Tiene mejor definición.

Martín incrédulo, lo escucha como si pudiera comprender esos tecnicismos.

Descubre un cartel frente a él, Clínica Medici Sector Tomografía. Más allá de la situación, hay algo que entendió: tumor. Después un camillero lo traslada hasta un consultorio. Dentro esperan Sofía y un médico. El profesional coloca la tomografía en el negatoscopio. La examina. Sofía saca un espejo de su cartera y se lo pone en frente de su cara. Martín nota la herida enorme en su cabeza. Ella le recuerda que cuando Francisco entró con la torta, lo vieron desmoronarse. Llamó a una ambulancia y ahora están acá, en la clínica, donde le suturaron la herida y le hicieron la tomografía. -Tuviste una convulsión horrible en el piso, después te quedaste desmayado.

Al terminar de examinar el estudio, el médico, les informa que la tomografía no muestra hemorragia ni fractura por el golpe. -Eso es lo bueno dice, y agrega -Lo malo es que hay una imagen tumoral en la región temporal.

Le indica una resonancia magnética. Martín ajeno a lo que escucha, se incorpora, agradece y pregunta si ya se puede retirar. El médico no está de acuerdo, pero Martín presiona. El médico, resignado, da pautas de alarma y recomienda la resonancia en breve. Cuando salen del consultorio, el doctor le informa a Sofía: -Lo de su marido es grave. –

En el camino de regreso apenas si hablan. Que va a hacer arreglos en la casa de playa y que deberían dedicar más tiempo a Francisco, señala Sofía. Que en Morando hay movimientos raros y nuevos inversores peruanos, comenta Martín.

Como si la no mención de los hechos recientes, le quitaran entidad, a tal punto que no hubieran existido. Los dos se cuidan de evitar las palabras malditas: foto y tumor. Prefieren hablar de banalidades, hasta que el silencio se instala apacible y cómodamente. El resto del camino Martín distrae su mente en el informe para Burt Thomas, su jefe en Morando Investement, sobre el mercado de petróleo. Y recuerda que debe revisar el pen drive que le entregó su padre, Lorenzo. Repasa el encuentro breve con él, esa misma tarde, cuando acababa de regresar de Lima. Lorenzo apareció en su oficina, le dijo, -Saldremos del laberinto del Minotauro, te lo aseguro- y le entregó un pen drive. –Ahí está el hilo de Ariadna. Dijo eso, lo palmeó en su espalda y se fue.

Acaso haya sido una broma. No sería la primera vez que lo hace. Recuerda cuando le entregó un DVD con algo urgente, en su último cumpleaños. Resultó ser un video compilado de su niñez donde Martín pintaba con su hermana, una mesa de pino.

Después recitaba el poema Ajedrez de Borges, con fragmentos intercalados tocando la batería. Entre redoblantes y platillos, su madre a gritos, ordenaba que haga silencio. Detrás de la puerta, su padre lo alentaba a que continúe. Extraña a su hermana. Se pregunta dónde estará su madre. Y si estará viva. Lo que sea, viva o muerta, lo mejor es que siga desaparecida.

Vuelve a su mente, el asunto en Perú. Una maniobra peligrosa. Y difícil impedir ser devorado por los Betta. Nota un temblor en su mano izquierda. Mal momento para tener enferma su cabeza. Sabe que ahora, puede ser doblemente fatal. Cuando arriban a la casona, Martín intenta dialogar. Sofía evita hacerlo. -No es momento. Y dándole la espalda, ella agrega:

-Nadie está libre de enamorarse de la persona equivocada. Se aleja. Martín la llama un par de veces, pero Sofía se pierde en la planta alta sin más palabras.

Se queda solo, camina a un espejo. Se ve la herida en la cabeza, un analgésico en una mano y un vaso de agua en la otra. No logra entender que quiso decirle. En cambio, ruega que alguien le informe que todo es un error del espacio-tiempo. Que en verdad no tiene un tumor, ni lo persigue su Burt Thomas, su jefe en Morando, ni Sofía descubrió su amorío con Annalisa. Que solo es un ridículo ensayo telepático o una pesadilla de la relatividad. Pero nada sucede durante los siguientes minutos y Martín resignado, entiende que, en efecto, todo se desmorona a su alrededor. Se pregunta si podrá enfrentar su apocalipsis. Es una pregunta de matices vagos y confines amplios, que prefiere no contestarse. Da medio giro y camina un tanto mareado con el analgésico y el vaso, hacia el dormitorio de huéspedes. Lo acompaña un dolor de cabeza salvaje y el deseo de que todo termine.



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