“La máquina de hacer feliz” de Alejandra Dabel: la felicidad que nunca termina de llegar
El libro de cuentos de la escritora marplatense muestra un compendio de personajes que buscan la felicidad pero muchas veces chocan con una dura realidad. La presentación será el sábado 13 de diciembre a las 18 en Dickens.
Alejandra Dabel, autora de "La máquina de hacer feliz".
Por Félix Lencinas
“Esta gente ahora no se da cuenta, pero va a llegar un momento en que les va a explotar la cabeza”. Así habla Hans, uno de los primeros personajes que transitan la galería de 16 relatos que conforman “La máquina de hacer feliz”. Y esa es su premisa: personajes a los que les explotará la cabeza por diversas circunstancias que los llevan al límite: la muerte, el crimen, la locura, la incertidumbre, la tragedia.
La autora, Alejandra Dabel, ha publicado algunas crónicas en la sección Entretextos de este suplemento y ahora publica este volumen a través de la editorial Caburé. En un diálogo con LA CAPITAL, cuenta acerca de su proceso creativo:
—Mi proceso es bastante poco ortodoxo. No me siento a escribir en un horario fijo ni con un ritual. Escribo a lo largo del día, en la app de notas del teléfono: en una sala de espera, en el colectivo, entre series en el gimnasio. Lo veo como ir desarmando un nudo. La historia va tomando forma de a poco y yo sigo tirando de ese hilo. Un poco como descubrir un fósil –como dice Stephen King–: la historia ya está ahí, enterrada, y mi trabajo es ir limpiando la tierra para ver qué forma tiene.
—¿Cuáles son tus influencias literarias?
—Hay muchos autores que me marcaron en distintos momentos, pero si tengo que nombrar a alguien fundamental, digo (Juan) Rulfo. Su manera de hacer hablar a los silencios y de construir un mundo entero con muy pocas palabras me resulta increíble. Después, de cada uno tomo algo distinto. Me interesan los cuentistas latinoamericanos que escriben al hueso, sin vueltas. También me gusta ese humor mínimo, casi invisible, que aparece en algunos autores, como (Alejandro) Zambra. Y me atraen las narraciones que miran lo cotidiano y lo social sin golpes bajos, algo que encuentro en Selva Almada. No me gusta pensar en “herencias” literarias, pero sí en afinidades, esas lecturas que te dejan un tono, una cadencia, algo que después se te pega sin que te des cuenta.

Se nota la influencia de lo latinoamericano: los cuentos van al hueso y no le esquivan a los temas fuertes y duros. A veces, la angustia predomina en la narrativa, pero es la misma angustia que un lector puede sentir leyendo una crónica policial: esa sensación de leer algo crudo, violento, real y que puede interpelarlo y provocarle escalofrío.
El primer cuento, titulado como el libro, desconcierta: parece que va por el camino de la ciencia ficción o por la fantasía, pero el final nos deposita en el realismo. Y también es el camino que siguen los otros relatos. Un realismo a veces bastante descarnado, convirtiendo al título en una antítesis de los textos que lo prosiguen.
—¿Por qué elegiste “La máquina de hacer feliz” como título del libro?
—El título no se me ocurrió a mí, fue una sugerencia que me dio el profe de un taller de narrativa en el que participaba en ese momento, y es una referencia a una canción de Charly García. El cuento que lleva ese nombre nació de una consigna del taller y el nombre quedó ahí, dando vueltas. Con el tiempo entendí que también funciona como una metáfora bastante fiel a nuestro modo de vida: esa idea de perseguir una felicidad que nunca termina de llegar, como si siempre hubiera que “producirla”. Por eso lo mantuve. Me cerró desde ese lado, casi sin proponérmelo.
Los personajes, efectivamente, buscan la felicidad en los relatos. Haciendo algo que les gusta, en las situaciones más extremas, pasando penurias, buscando mejorar su situación económica, huyendo de la traición, encontrando el amor, haciendo terapia, resolviendo un misterio. Los relatos cruzan diversas caras de nuestra sociedad, creando un elenco bastante amplio: clase alta y baja, jóvenes, viejos, animales, hombres y mujeres. Estos protagonistas desde su punto de vista cuentan diversas situaciones en las que les tocó estar: la pobreza, la soledad, el paso del tiempo, el crimen, la religión y la política intervienen e invitan a reflexionar más allá de la trama de las historias.
—Decidiste tocar temas duros, cruzás épocas y distintos mundos sociales. ¿De dónde provienen esos relatos? ¿Hay algo de denuncia en ellos?
—No sé muy bien de dónde vienen. A veces aparecen imágenes sueltas, otras veces una frase, o un clima, y trato de ir, seguirlos, a ver a dónde me llevan. No los pienso en un primer momento como denuncia. Si algo resuena o incomoda, supongo que tiene más que ver con lo que uno ve y vive, y con la forma que cada lector le termina de dar a cada relato.
De esta forma, termina resonando en casi todos los relatos lo trágico y la muerte. Cuando se entra en el mundo que propone la autora, la tragedia es casi una rutina. La primera muerte llega en el segundo relato, y luego viene otra más adelante y luego otra. A medida que se avanza con cada cuento, hay que prepararse para la irrupción de esas escenas trágicas. Y cuando se vuelve rutina, con cada nueva historia empieza el interrogante de cuándo llegará lo trágico. A veces, llega con violencia, a veces es el comienzo de algo nuevo, a veces, como en la realidad, es algo absurdo.
Pero también es posible encontrar en la tragedia, la comedia. Si bien tocan temas delicados, los cuentos no son melodramáticos, ni se toman demasiado en serio, de hecho hay mucho lugar para el humor. Así como pueden angustiar, algunos relatos pueden sacar una risa.
—En medio de lo descarnado aparece a veces un toque de comedia. ¿Es una forma de sobrellevar la tragedia?
—Creo que siempre hay que reírse un poco de todo. Incluso –o sobre todo– cuando la historia es pesada. El humor afloja, abre otra puerta y nos deja tomar aire por un ratito.
Terminar de leer el libro se siente como el final de un viaje en el que pocas cosas salieron bien. Una de ellas es llegar al final después de haber aprendido, de haber visto, de haber leído, de haber tenido experiencias, aunque hayan sido difíciles. En el momento de vivir ese viaje, hubo momentos angustiosos, pero a la distancia, luego esas historias se convierten en aquellas que más vale la pena contar.
“La máquina de hacer feliz” se presentará el próximo sábado 13 de diciembre a las 18 en Dickens (Diagonal Pueyrredon 3017), con la conducción de Eva Aguilera. El libro se puede conseguir en la presentación y también en la librería El Gran Pez.
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