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Opinión 8 de marzo de 2020

La política internacional se hace adentro y afuera

por Jorge Raventos

En el extenso e interesante discurso con el que Alberto Fernández abrió una semana atrás las sesiones ordinarias del Congreso escasearon las palabras sobre una materia a la que, sin embargo, su gobierno le ha dedicado mucha actividad en estos tres meses de gestión: la política exterior. Hay algunos territorios de la acción oficial que Fernández comparte o concede a socios importantes del Frente de Todos, pero el relacionamiento internacional y la economía son dos terrenos en los que el Presidente ejerce una conducción indiscutible y constituyen, por otra parte, una clave principal para el destino de su gobierno.

Sin duda el tema prioritario es el de la renegociación de la sofocante deuda externa que padece el país y la recuperación del financiamiento y las inversiones. En ese sentido los movimientos exteriores de Fernández se han enderezado a allanar el camino para negociar con los acreedores, incluido el FMI, y abrir posibilidades para atraer a los inversores.

La Casa Rosada es consciente de que para esos objetivos es crucial la palabra y el aval de Washington y trata de conseguir ese apoyo con una estrategia de aproximación indirecta, que muestra progresos pero que aún debe superar varias pruebas prácticas.

La Cancillería -desde el Palacio San Martín hasta ciertas embajadas- ha movido piezas con sutileza para recalibrar un vínculo que siempre parece avanzar por desfiladeros estrechos.

Barrio de los guapos

En las próximas semanas la diplomacia tendrá que atravesar una nueva prueba. El 20 de marzo se elegirá al próximo titular de la Organización de Estados Americanos. El actual, el uruguayo Luis Almagro, aspira a la reelección pese a que había prometido no hacerlo. Su candidatura fue presentada por Colombia y está sostenida por pesos pesados: Estados Unidos, Brasil, Canadá, por ejemplo. Washington está jugando fuerte por Almagro, quien -más allá de sus orígenes izquierdistas (llegó con la protección del expresidente José Mujica)- se convirtió en un paladín de la confrontación con el chavismo continental. La acción de la OEA en la última elección boliviana fue decisiva para el desplazamiento del presidente Evo Morales.

Junto a México, Argentina está impulsando una candidatura que compite con la de Almagro: la de la ecuatoriana María Fernanda Espinosa.

Así como Almagro presentó su postulación reelectoral sin respaldo del gobierno uruguayo (que en ese momento lideraba el frenteamplista Tabaré Vásquez), Espinosa tampoco contó con apoyo del gobierno de Ecuador: fue promovida por Antigua y Barbuda. En su país no es santo de la devoción ni del actual oficialismo del presidente Lenin Moreno, ni de su antecesor y archirrival, Rafael Correa, de quienes fue ministra de Relaciones Exteriores. Con experiencia diplomática (fue la primera latinoamericana que presidió la Asamblea General de la ONU), Espinosa compite con Almagro más que nada por el tono: no es menos abierta a presionar a los regímenes autoritarios de Venezuela o Nicaragua, sino más moderada en los procedimientos.

Estos deben de ser los rasgos que atraen a la cancillería argentina (o a la mexicana), sumado al hecho de que ella parece sin duda la más respaldada para oponerse a Almagro. Los cálculos previos le asignan unos 16 o 17 votos (mismo pronóstico que para el uruguayo), es decir: está al filo de los 18 votos que se requieren para imponerse. ¿Es bueno para Argentina este desafío al candidato de Washington en momentos en que necesita el respaldo de la Casa Blanca en la disputa por la deuda? Habrá que ver aún si el desafío se concreta en la práctica o si se encuentra una diagonal antes de la hora del voto. En cualquier caso, lo que esgrimen los diplomáticos argentinos es que la candidatura de Espinosa no implica un enfrentamiento con Washington, sino la adopción de un camino diferente para un objetivo compartido: recuperar una democracia saludable en la desangrada Venezuela todavía manejada por Nicolás Maduro y las cúpulas militares.

Estas incógnitas se tramitan mientras la diplomacia argentina trabaja para concretar el encuentro cara a cara entre Fernández y un Donald Trump que avanza raudamente hacia la elección de noviembre que seguramente lo habilitará para su segundo mandato.

En la residencia del presidente, en Florida, Donald Trump se reunió con Jair Bolsonaro, otro personaje con el que Fernández tiene un encuentro pendiente.

La clave brasileña

Brasil es, sin duda el principal aliado de Estados Unidos en la región. Ha adquirido el rol de principal aliado extra OTAN (un rango que la Argentina había conseguido en los años 90, bajo la presidencia de Carlos Menem) y un general brasileño -Valeriano de Faria Júnior- ha sido invitado a ejercer la vicecomandancia del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, un hecho inédito. El vínculo entre Buenos Aires y Brasilia es un eslabón inescindible de la relación con Washington y también de las perspectivas económicas de Argentina.

Ese vínculo atravesó algunos cortocircuitos entre el declive del gobierno de Mauricio Macri (que era el candidato preferido de Bolsonaro en el comicio presidencial argentino) y la asunción de Fernández. Las cosas empezaron a cambiar con la presencia en Buenos Aires del vicepresidente brasileño, Hamilton Mourao, durante la entronización de Fernández. En su discurso de aquel día, el presidente argentino destacó que la amistad entre Argentina y Brasil estaba por encima de las diferencias entre sus dirigentes.

Hubo después un denso tejido de contactos (parlamentarios, con protagonismo local de Sergio Massa; de gobernadores: con mucho activismo del tucumano Juan Manzur; del canciller Felipe Solá y el vicecanciller económico, Jorge Neme, que se reunieron con sus pares brasileños y con el propio Bolsonaro) y finalmente el presidente brasileño invitó a Fernández a encontrarse; acaba de reiterarle esa invitación a través de Sergio Massa, que estuvo con él esta semana. Del relacionamiento entre Buenos Aires y Brasilia va surgiendo una agenda constructiva más allá de las divergencias de tono y de contenido que mantienen ambos presidentes.

Por supuesto, todos los pruritos parecen banalidades ante la presión de la realidad. Brasil es socio principal de la Argentina; cada vez que Brasil crece, ese crecimiento se refleja en nuestro país: por cada punto que gana Brasil, Argentina crece la cuarta parte. Una sexta de lo que le vendemos al mundo, se lo vendemos a Brasil.

El gobierno de Bolsonaro parece decidido a redefinir las reglas de juego del Mercosur para encarar con mayor libertad de movimientos relaciones económicas con los grandes jugadores (Estados Unidos, China, Europa); al menos ese es el programa de su ministro de Economía de Paulo Guedes.

Guedes aspira a que Brasil se abra y comercie libremente con todo el mundo: ahora es uno de los tres países más cerrados del mundo y el Mercosur está contagiado de esa clausura.

El gobierno de Alberto Fernández insinúa líneas de acción que no coinciden con la ortodoxia que predica el socio brasileño; la combinación que empieza a esbozarse, apoyada en antiguos consensos de rasgos proteccionistas, mezcla criterios de rigor fiscal con elementos de intervención estatal y trata de balancear los estímulos a la inversión con criterios de reparto guiados por el concepto de la equidad social. Pero indudablemente en materia de apertura, Argentina estará presionada por los ritmos más decididos que se prepara a imponer un Brasil a quien acompañan ahora los otros dos gobiernos mercosurianos, Paraguay y Uruguay (aunque los industriales brasileños tienen sus propias objeciones al aperturismo que predican Guedes y Bolsonaro).

Mientras desarrolla con cautela y firmeza su relacionamiento y la negociación por la deuda, el gobierno de Fernández tiene que contener los conflictos del escenario doméstico, donde se observa la acción de encontradas fuerzas centrifugadoras, que operan desde los extremos y parecen prepararse para circunstancias propicias.

Lasciate ogni speranza

Un potencial escenario urbano de tensiones es la bandera de la justicia: el cese de la detención preventiva de Julio De Vido puede ser fácilmente articulado, en el relato de la oposición más intransigente, con las sospechas de manipulación que ya se esgrimieron para descalificar la reforma judicial. Ese relato encuentra mucha audiencia en el núcleo más intenso del electorado que votó por Cambiemos, siempre preparado para golpear cacerolas. Una frase del columnista de La Nación Joaquín Morales Solá reflejaba en estos días esa atmósfera de vísperas: “No se puede esperar más nada. Después de lo que pasó con De Vido, con el personaje más emblemático de la corrupción kirchnerista libre, se ha perdido cualquier esperanza de que en este país haya Justicia”.

Del otro lado del mostrador, los núcleos más atrevidos del paleokirchnerismo presionan al gobierno de Fernández para que adopte su retórica sobre los “presos políticos”, lo que confirmaría las sospechas del extremo opuesto y recocinaría la lógica de la grieta.

La rebaja de las retenciones

Empieza a corroborarse que otro punto de conflicto se da en el campo. Hemos señalado en esta columna que “la Casa Rosada tiene plena conciencia de los riesgos que suscitaría un eventual cortocircuito con el sector más competitivo de la producción argentina, no solo (ni principalmente) a la luz de la experiencia de 2008, sino por la comprensión del aporte que el sector hace al comercio exterior del país”. Por ese motivo Fernández no mencionó el tema retenciones en su discurso ante la Asamblea Legislativa e impulsó, a través del ministerio de Agricultura, un mecanismo redistributivo que, en los hechos, implicó una reducción de las retenciones para la gran mayoría de los productores y de los productos: sólo incrementó el gravamen al 26 por ciento de los productores de soja que producen más de 1.000 toneladas, todos los demás se ven beneficiados con compensaciones que reducen el gravamen entre 3 y 13 puntos, de acuerdo al tamaño del productor (a los más pequeños, más beneficio).

Lejos del “ajuste fiscalista” que le enrostran al gobierno, de los 353 millones de dólares extra que se recaudarán con el aporte de quienes paguen los incrementos, 186 millones se dedicarán a compensar a los productores de soja más pequeños y 167, para compensar las rebajas de retenciones a economías regionales y otros granos.
El gobierno aplica en el campo un criterio redistributivo análogo al que aplicó en el terreno jubilatorio. Dentro del conglomerado rural hay diferencias marcadas (de ubicación geográfica, de acceso a los puertos y mercados, de rubro productivo): cada situación requiere un tratamiento propio.

Aunque la primera reacción de las entidades agropecuarias fue reconocer la voluntad de diálogo del gobierno, las Confederaciones Rurales Argentinas anunciaron para el lunes el inicio de un paro de cuatro días. La medida no será acatada por la gran mayoría de los productores de la Federación Agraria. En cualquier caso hay que considerar la medida en una doble dimensión: las entidades que reúnen más grandes productores lanzaron el paro como una vía “tranquila” de canalizar los reclamos de protesta de los sectores más militantes, que reclamaban tomar las rutas. Los “duros” empujaron a los más dialoguistas pero estos apenas concedieron un gesto. Salvando las distancias, una dialéctica análoga (intransigentes/negociadores) a la que suele observarse en el mundo sindical. El gobierno está convencido de que los duros del campo son activistas políticos de la oposición.

Tal para cual: como ocurre en el tema Justicia, los duros de un lado energizan a los rígidos del otro: desde el Instituto Patria, el senador Oscar Parrilli -a quien la señora de Kirchner impuso tiempo atrás un quizás inmerecido apelativo- describió como un hecho deseado o deseable el conflicto con el campo que el gobierno procura, en realidad, sensatamente, evitar.

La Casa Rosada atiende a los problemas domésticos, donde sufre evidentes interferencias, y dedica su mayor esfuerzo al territorio decisivo, del cual pueden emanar las fuerzas que en otro campo siente retaceadas o condicionadas.

Cada vez se volverá más acuciante la necesidad de una política internacional lúcida que, como decía Perón, “se juega adentro o afuera de los países”. Cada paso exigirá definiciones y redefiniciones, tensiones y conflictos internos. Como dirían los chinos, éste será un año muy interesante.