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La Ciudad 7 de enero de 2019

La rambla, una clásica postal marplatense, repleta de vendedores ambulantes

Uno al lado del otro se encuentran los comerciantes que ofrecen una gran variedad de productos. Juguetes, shorts, sahumerios, trenzas y fotos impresas con el Monumento al lobo marino. "Trabajamos más tranquilos", dice Cintia respecto a la falta de controles.

 

Las tardes nubladas en la rambla tienen ese algo especial. Todos parecen estar felices. El clima de celebración se hace sentir y este parece ser uno de los pocos lugares de la ciudad en donde manifiestan “estar mejor” por las consecuencias del conflicto salarial entre los municipales y el Ejecutivo que mantiene paralizada a Mar del Plata desde el 11 de diciembre.

La clásica postal marplatense junto al Monumento al lobo marino es captada repleta de vendedores ambulantes. Entre ellos no hay mucha distancia y todos parecieran llevarse muy bien.

“Los encontramos en el supermercado y estaban en oferta”, resuena la voz de uno de los cuatro animadores que está en el lugar mientras bromea y anuncia a una pareja de marplatenses que va a mover las caderas con un ritmo increíble.

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David los mira, con una bandeja de chipás gigantes sobre la cabeza. Un cartel anuncia que se venden a uno por 30 pesos y dos por 50. Es de Buenos Aires, pero los veranos los pasa en Mar del Plata porque “hace la diferencia”. El año pasado tenía que estar caminando todo el día porque los efectivos así se lo exigían. Este año, está tranquilo sentado en un lugar. Nadie va a llegar a pedirle nada.

A Ash poco le interesan los dotes pélvicos de los bailarines, él quiere vender. Desde Senegal se fue a vivir a Buenos Aires y desde Buenos Aires cada verano religiosamente Mar del Plata se vuelve su hogar. Habla un español fluido y mientras fuma un cigarrillo recuerda que en la temporada anterior “venía Municipalidad y había que correr”. Se ríe, ahora no está ni preparado para levantar las carteras y mochilas que antes rodeaba con una manta para que sean más fáciles de levantar en caso de tener que escapar. En medio del recuerdo termina su cigarrillo e instintivamente lo tira al suelo, olvidando que no será limpiado. “Levantalo pibe”, le exigen y un poco avergonzado lo tira dentro del tacho de basura desbordado.

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Este es el segundo verano en el que Cintia trabaja en su puesto de trenzas para el pelo en la rambla, que este lunes está ubicado junto a Ash. “Toda la gente está bién porque no está inspección, nos dejan trabajar”, asegura. Y agrega, ajena a la suciedad de las plazas, al caos en el tránsito, a la demora en trámites importantes o a la falta de prestación de servicios de salud: “Ojalá que la medida de fuerza no se levante”.

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La samba terminó y los bailarines vestidos de verde pasan la gorra buscando la recaudación del día. Nicolás prepara las bolsas de pochoclo porque se acerca la noche y sabe que es el mejor momento del día para las ventas. “El año pasado había varios controles por día. Uno a la tarde y otro un poco más de noche. Ahora nada. Igual nosotros estamos tranquilos porque tenemos el permiso de Inspección General”, aclara.

Sahumerios, equipos de mate, bolsos, shorts, juguetes, churros, sanguches y facturas, y hasta tres chicos que invitan a los turistas a fotografiarse junto al lobo marino y llevarse la imagen “al instante”. La oferta es amplia y descontrolada. Y los vendedores ambulantes son de los pocos que festejan esta falta de control.

 



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