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Cultura 11 de agosto de 2023

Las mil y una vidas de Françoise Sagan

La escritora francesa que se consagró en el ámbito literario siendo apenas una adolescente gracias a su novela "Buenos días, tristeza" tuvo una vida y una obra que siempre despertó polémicas. Un recorrido por sus textos más emblemáticos, sus amistades con autores como Orson Welles y Tennessee Williams y su triste final.

Françoise Sagan (1935-2004) en su propia casa.

Por Carla Duimovich

Françoise lee los diálogos de una obra de teatro que acaba de escribir. Es una niña querida y mimada: sus abuelos le cumplen todos los gustos. Tiene 12 años y repasa el texto a viva voz sabiendo que quizás sea un poco duro para ser oído por una madre. Pocos años más tarde, como cuenta ella misma en “Con mi mejor recuerdo” (Emecé, 1985), “(la madre) lloraría en la tercera fila de la platea junto con todo París petrificado de espanto y de admiración”.

Françoise Quoirez (1935-2004) adoptó el apellido Sagan luego de que su padre le prohibiera el suyo. Su primera novela, “Buenos días, tristeza” (1954) publicada con 18 años y escrita con 17, bajo el pseudónimo de Françoise Sagan, tuvo un éxito sin precedentes en la historia de Francia, lo que generó un escándalo al tratarse de un contenido literario que no se “pretendía” de una mujer, primero, y de una menor de edad, después. “Nos dio libertad a las mujeres, como Simone de Beauvoir”, expresó la biógrafa Geneviève Moll.

En el bachillerato se aburre. Tiene modos indisciplinados y transgresores. Junto a su cómplice y amiga Michelle, se esconden a fumar cigarrillos y beber whisky. Escribe y devora decenas de libros, pero su poco acatamiento a las reglas le vale que la echen del colegio. Sus padres la inscriben de inmediato en uno católico. A las pocas semanas recita frente a la clase un poema de Jacques Prévert. Se trata de Pater Noster (incluido en “Paroles”), en donde se habla de las delicias de la tierra. Para la época, el poeta no era bien visto por el conservadurismo. La Madre Superiora llama a sus padres y, por segunda vez, la echan de una institución escolar.

A los 17 años, Françoise pasa un verano en un departamento familiar de París. Lo único que hace es escribir. Una clarividente le confirma que su obra será un éxito literario, entonces, para mecanografiar el texto, hace una “vaquita” entre sus compañeros de colegio. El 9 de enero de 1954, lleva su primer manuscrito a dos editoriales. A los pocos días, René Julliard, uno de los más grandes editores del país, insiste a los padres de Françoise para que firmen los permisos de publicación sobre la obra de su hija (aún menor de edad). Su padre accede, descreído, pero no sin antes modificar el contrato para que no aparezca su apellido (su familia era una acomodada dentro de la sociedad francesa). Françoise elige el seudónimo Sagan, extraído del libro “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust, que encontró rápidamente ante la insistencia telefónica de su editor. En la misma conversación, Julliard le pregunta cuánto pide como adelanto por la publicación de su primera novela “Bonjour Tristesse”. Ella responde: 25 mil francos, él le da 50. La novela se publica cinco meses después de firmado el acuerdo. “Yo soy perezosa, tengo demasiada prisa, tengo facilidad para hacer las cosas”, dice en una entrevista televisada apenas publicado el libro.

Buenos días, tristeza:
buenos días, Sagan

“Dudo al llamar con el nombre bello y serio de tristeza, a este sentimiento desconocido cuya dulzura y cuyo dolor me tienen obsesionada”, así comienza “Buenos días, tristeza” (Sudamericana, 1959), la novela más escandalosa del momento. Los motivos se deben a que su protagonista, Cécile, una joven de 17 años de vacaciones con su padre en las costas de Francia, gusta de la libertad y del placer. Su padre es su confidente y comparte con él un modo de vida que no sabe de límites cuando se trata del disfrute. Para la época, que Cécile fume, tenga sexo con un muchacho y beba whisky era un escándalo.

Escribir que “Bonjour tristesse” narra solo a una juventud viciada, plena y libre es dejar de lado los planteamientos existenciales en torno al amor, a la manipulación o al poder, a la noción de pecado y de tragedia. De alguna manera, Françoise Sagan logró plasmar todas las inquietudes que estaba experimentando en carne propia en una obra que sigue asombrando por su claridad y capacidad narrativa. “Lo que sorprende es el talento”, dijo en una entrevista radial. En el episodio documental de “Portraits du Monde” dedicado a Françoise Sagan, titulado ‘la fureur de vivre’, su amiga entrañable, la actriz y cantante Juliette Gréco, afirma: “tenía una manera de travestir la realidad absolutamente formidable. Fue una obra de arte”. Se animaron solo a compararla con escritoras transgresoras de la talla de Colette (“El trigo tierno”). Sus referentes fueron Gide, Dostoievski, Camus, Rimbaud, Montaigne, Proust, entre otros primeros amores de adolescencia.Sagan 01

“Buenos días, tristeza” se convierte en un fenómeno y ella en la persona más famosa de Francia. La novela es llevada al cine y dirigida por Otto Preminger. Dueña de una gran riqueza a sus 18 años, los paparazzi la siguen a donde vaya. Sus padres insisten con que a su edad no es aconsejable poseer tanto dinero y que lo gaste. Así empieza a comprar lo que le da la gana y a pagar rondas en bares para todos los presentes. Según las declaraciones de sus amistades más cercanas, siempre es ella quien paga: a todos todo. Con esto, Sagan es una mujer simple, inteligente y graciosa; querida por sus amigos, deseada por hombres y mujeres, sinónimo de éxito y con una vida que la comienza a deslumbrar.

En el documental dirigido por Priscilla Pizzato titulado “Bonjour Sagan” (2022), se oyen fragmentos leídos por la voz de otra de sus amigas, Catherine Deneuve, montada entre entrevistas radiales y televisivas de la propia Sagan. “La novela empezó como un debate entre el orden y el desorden”, aclara cuando le preguntan qué la llevó a escribir su primera novela. En la prensa, las palabras “monstruo” y “libertinaje” son las más leídas para referirse a la escritora, opiniones que no hacen más que agrandar el fenómeno literario. La búsqueda constante por compararla con la protagonista es agotadora. Los comentarios de los reporteros (en su mayoría hombres) no aceptan que una joven tenga relaciones sexuales por placer, sin quedar embarazada, sin estar enamorada o recibir cualquier tipo de castigo. Hacen preguntas incómodas, complejas e imposibles, las cuales Sagan resuelve con altura y simpleza. Pasa un año o dos. La novela no deja de venderse ni de traducirse. Sagan comienza a trabajar en cine y teatro mientras publica sus próximas obras, entre ellas: “Una cierta sonrisa” (1956; dedicado a su amiga del alma, Florence Malraux, hija de André Malraux) o “¿Le gusta Brahms?” (1959), entre decenas de proyectos. Muchos de sus textos fueron llevados a la pantalla grande y, en la mayoría de los casos, guionados por la propia Sagan. Tal fue el caso de la película que convocó a la última edición del Festival de Cannes 2023: el afiche de “La Chamade” (película de 1968, escrita por Sagan tres años antes), dirigida por Alain Cavalier y protagonizada por Catherine Deneuve. Por este motivo y por el escándalo que constantemente la perseguía, Sagan no fue bien recibida por los círculos literarios del momento. La veían como a una estrella y no como a una mujer de las letras. Este aspecto le molestó, porque si algo era Françoise Sagan, era escritora.

El 14 de abril de 1957 Françoise (de 21 años) maneja a 160 km/h por una ruta de campo francesa. Despista, el auto gira en el aire y finalmente se da vuelta. Los tres acompañantes resultaron ilesos, la conductora es trasladada al hospital con signos de muerte inevitable: traumatismo craneal, entre tantas cosas, “sin esperanzas”, dicen. Sin embargo, Françoise despierta, pero los dolores que siente producto del accidente (y que la acompañarán siempre) la inician en el consumo de un medicamento nuevo, más fuerte que la morfina: el opioide palfium. Rápidamente, se vuelve adicta dependiente, tanto psíquica como físicamente, y a los pocos meses decide internarse en una clínica de desintoxicación. Declara: “El opio es la manera más eficaz que conozco de llevar con elegancia las trivialidades de la vida”. Mientras tanto, escribe todos los días en su diario y, aunque todavía es adicta, logra recuperarse del estado crítico del palfium.

Sagan entró por primera vez al casino de Palm Beach en Cannes también con 21 años y, desde que aprendió las reglas del bacará, nunca abandonó el juego. Se imagina jugando su destino velozmente, en una tirada de cartas, y eso la seduce tanto como ir a toda marcha por las rutas. Cuando le preguntan sobre la velocidad o el juego responde que forman parte de una misma cosa, que es una forma de vivir. Pierde miles de francos, los recupera y los vuelve a perder. Tanto es que juega que se le prohíbe la entrada a algunos casinos que frecuenta (llamando ella misma a la policía para que no le permitan el ingreso). En uno de sus relatos cuenta cómo fue la compra de su casa de la playa, en 1958, cuando llega a las 8 de la mañana, del 8 de agosto, habiendo ganado a la ruleta con el número 8, la suma de 8 mil francos viejos en el mismo momento que le ofrecen la compra de la casa que alquila: “Saqué los billetes de mi cartera que desbordaba y se los puse en la mano”. La casa estaba a tres kilómetros de Honfleur y a doce de Deauville (donde se encontraba el casino).

Es marzo del ‘58 y Françoise Sagan contrae matrimonio con el editor Guy Schoeller. Un suceso sorpresivo, seguido minuto a minuto por la prensa, al que concurren grandes cineastas, escritores y personalidades de la época. Pero Sagan sale por las noches y duerme durante el día y él no. Al poco tiempo, este desencuentro de vidas los lleva a una irremediable separación. Por esos años la llamaban el James Dean de la literatura y fue justamente por esa época cuando se conocieron con Juliette Gréco. “No nos perdimos jamás, nos hemos amado siempre de la misma manera”, expresó la cantante.
Al poco tiempo, Françoise comienza una relación con una joven de nombre Paola. La pareja se hace muy amiga de otra, conformada por dos muchachos, uno de ellos el modelo norteamericano Robert Westhoff. Una noche, los cuatro amigos deciden cruzar destinos y Sagan se casa con Robert y Paola, con la entonces pareja de Robert. “Fue un matrimonio-juego”, confirman sus amistades, ¡qué escándalo!

Producto de ese matrimonio cruzado, en 1962, Françoise tiene a su único hijo, Denis Westhoff. “Probablemente lo hizo para complacer a su madre”, afirma Denis. Naturalmente, Françoise no es una madre ejemplar y Denis se cría en gran parte con sus abuelos. La comunicación madre e hijo es compleja, Sagan no está dispuesta a abandonar sus placeres conquistados para tener una vida acorde a las necesidades de un niño pequeño. Al poco tiempo, se separa de Robert y Françoise continúa dedicándose a escribir.

El amor más importante y duradero en la vida de Françoise Sagan fue la diseñadora Peggy Roche. Se conocieron en la redacción de Elle, para la cual trabajaban, cuando aún estaban casadas. Al poco tiempo de separarse legalmente de sus maridos, se trasladan a un departamento en París. Se querían y compartían un estilo de vida singular. Peggy fue el cable a tierra de Françoise, y gracias a ella pudo continuar publicando y evitando la muerte más de una vez. En otras palabras, la protegía de sí misma. Gréco afirma: Peggy “tenía una paciencia infinita… porque la amaba”. Según Marie-Ève Lacasse, biógrafa de la relación, Françoise mantuvo sus romances con otras personas, entre ellas: Bettina Braziani, Charlotte Aillaud y Annick Geille. Una libertad burguesa, le llamaban, porque sabían hacer las cosas con cierto orden, con cierta clase; en lo relacionado a su vida íntima, Françoise continuaba siendo una joven de buena familia, en esto coinciden los testimonios. En su libro autobiográfico está incluida la carta de amor al pensador Jean-Paul Sartre. Previo a ser publicada en la prensa, Sartre pide que se la lean (él ya está ciego) y, entonces, decide reencontrarse con Sagan y cultivar una amistad que durará hasta su muerte, una pérdida de la que ella nunca se recupera del todo.

Con el pasar de los años, la escritora debió ser nuevamente hospitalizada. Su páncreas no resistió, no permitía una gota más de alcohol. Esta prohibición fue catastrófica para el desarrollo creativo de Sagan. Naturalmente, las drogas comenzaron a reemplazar la falta de whisky. En ese período, Françoise entabla una amistad de mutua admiración con el entonces presidente de la República, François Mitterand. Tal era su amistad que terminó por convencer a Sagan de viajar junto a él a Colombia para un evento oficial. En 1985, Françoise y François descienden en Bogotá. Un día después de su llegada, la escritora es encontrada en el piso, inconsciente, con una insuficiencia respiratoria severa y un problema de altitud para la prensa. Prácticamente sin signos vitales, Françoise permanece en el hospital militar de Bogotá, en donde intentan volverla a la vida. Mientras tanto, el presidente acude al hospital junto a su comité y los cientos de periodistas que lo persiguen. Es él mismo quien otorga una rueda de prensa en relación con la salud de Sagan en medio de su visita diplomática. Sagan debe ser repatriada a París de urgencia.

Sus amistades con Tennessee Williams,
Billie Holiday y Orson Welles

A los veinte años, Françoise viaja por primera vez a Nueva York sin saber mucho del inglés. Su libro alcanzó a venderse al ritmo de 15 mil ejemplares por día (una locura inimaginable). En sus memorias relata que su llegada fue al estilo de la Dolce Vita: “Decenas de fotógrafos me esperaban en el aeropuerto”. Su vida pasó a estar ordenada a través de eventos editoriales y presentaciones públicas. “Tardaron quince días en darse cuenta de que ponía como dedicatoria de mis libros with all my sympathies lo que en inglés significaba “con mis sentidas condolencias” y no «toda la simpatía»”. En Key West comenzó su amistad con Tennessee Williams (autor de “Un tranvía llamado deseo”): “Apareció un hombre de ojos azules y una mirada divertida, el hombre que desde la muerte de Whitman era y sigue siendo a mi criterio el poeta más grande de Estados Unidos”, contó Françoise. Con él llega también “la mejor escritora norteamericana”, Carson McCullers (“El corazón es un cazador solitario”). El testimonio es largo, por momentos alegre, de picnics, botes o carreteras en otoño; por otros, lleno de tragedias y tristezas.

Su regreso a Nueva York fue dos años después, junto a su amigo Michel Magre, con un único objetivo: conocer a Billie Holliday, la voz del jazz. No fue sencillo. El taxi hasta Connecticut recorrió 300 km en medio del frío del invierno, debido a que al llegar a Nueva York y preguntar por Billie les dijeron que la cantante estaba vetada de los escenarios y no iba a presentarse en mucho tiempo. “Pasamos quince días -o más exactamente quince amaneceres- escuchando cantar a Billie Holliday en esa boîte incesantemente llena de humo”. Con el pasar de las madrugadas se hacen amigas, rodeadas de grandes figuras del jazz. Françoise vivió las noches de Nueva York sin sus días, con sus fatalidades y placeres junto a la voz más prodigiosa del momento. Volvieron a verse en París dos años más tarde, cuando la cantante ya no era la misma: “había perdido esa seguridad natural, ese equilibrio físico que la mantenía impasible en medio de las tormentas”.

La vida de Françoise estuvo llena de amistades extraordinarias. A Orson Welles lo conoció porque la rescató de una multitud de gente (no una, sino dos veces). Se hicieron amigos tiempo antes de que Welles rodara “Sed de mal” con Marlene Dietrich: “Qué soberbia silueta la de este hombre inmenso en lo que se pida, condenado a vivir entre semienanos sin imaginación y sin alma; y arrancándoles, en un acto de soberano desprecio, lo justo para nutrir y abrevar su esqueleto. Nunca podrá hacerse una película sobre Welles, por lo menos así lo espero, porque nadie en el mundo tendría su estatura, su cara y sobre todo esa especie de destello en los ojos que jamás se opacó y que es del genio”.

Buenas noches, Françoise

Además de estar bajo grandes presiones por problemas legales y económicos, en 1991, los médicos les informan que a Peggy le quedan pocos meses de vida. Françoise cuida día y noche de la persona que tanto la protegió; pareciera una mala broma del destino ver morir a la mujer que ama después de haber estado al filo ella misma tantas veces. Tras su fallecimiento, Françoise no sabe cómo continuar.

En 1993, Françoise se encuentra como mediadora diplomática del Presidente (trabajo que acepta por necesidad) en un asunto controversial sobre el petróleo. Este episodio (complejo a nivel judicial, personal y político) en la vida de Sagan culmina con el Estado confiscando todos sus bienes.

Françoise se aísla, no recibe llamadas telefónicas. Está hundida en una inmensa depresión, en la oscuridad que habita dentro de la hermosa casa que le presta una de sus amigas de la alta sociedad. Lo único que hace es leer y escribir: escribe incansablemente; en otras palabras, hace lo único que ama y aún puede hacer. Cree con fervor que aún no escribió el libro de su vida, ese que debía escribir. Está rodeada de cuadernos, de decenas de cuadernos con anotaciones; también de drogas, de alcohol, de soledad.

Sagan muere el 24 de septiembre de 2004 a los 69 años, en el hospital en donde casi pierde la vida al comienzo de su carrera, sin terminar su último libro. Dejó a su hijo todos los derechos sobre su obra y una deuda de un millón de euros (que continúa pagando). Françoise hizo de su vida una obra de arte, una novela voraz, despiadada, trágica, (triste -vamos a decirlo-). Su ascenso fue vertiginoso, precoz y a todo o nada. Burló los deberes, las suposiciones, las normas. Vivió lo que quiso como quiso. Su descenso fue fatal, a toda velocidad.

Desconozco si algún día podrá hacerse una película a la altura de Françoise Sagan que sea justa con su existencia. Cuando se la lee, resalta en ella una profunda sensibilidad, además de un enorme talento narrativo y, naturalmente, una coherencia vital con relación al placer y a su forma de vida, aspecto que fue (y sigue siendo) muy incomprendido. Una biografía rica por donde se la mire que nos dejó libros brillantes y hermosas anécdotas. Sus restos están enterrados en el cementerio de Seuzac. A su lado descansan su último marido y, en una tumba anónima, Peggy.



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