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Cultura 6 de febrero de 2019

“Las Puertas del Cielo”, una novela de motocicleta de Eduardo Balestena

En la última novela del escritor marplatense se conjugan las vivencias de un reciente viaje en moto con la trama de los relatos sobre una experiencia similar realizada por los padres del autor.

En "Las Puertas del Cielo", Eduardo Balestena vuelve a centrarse en un viaje como núcleo de la narración.

 

por Oscar Lardizábal

En 2016 Eduardo Balestena (63) dio rienda suelta a dos de sus pasiones, viajar y andar en moto. Sobre dos ruedas recorrería durante varias semanas caminos de la Patagonia. Se había propuesto recrear, más de seis décadas después, un viaje similar que realizaron sus padres y un matrimonio amigo por varias provincias del país.

El relato de esa experiencia de sus padres y sus amigos, realizada en 1953, dos años antes de su nacimiento, le creó desde chico una impresión que jamás se borraría; marca emotiva desde la cual se gestó, muchos años atrás, el sueño de protagonizar algún día un viaje patagónico en persona y en idéntico vehículo.

Lo concretó en noviembre de 2016 y al volver, el abogado, trabajador social, crítico musical, colaborador de medios periodísticos, retirado de Tribunales, autor hasta entonces de 5 novelas –todos aspectos de la trayectoria y personalidad de Balestena–, recibió de parte de la editora de LA CAPITAL Cultura, Paola Galano, la sugerencia de plasmar en el papel el relato del periplo.

“Ese postulado inicial me motivó y se fue transformando hasta concebir la novela como un relato sobre el recuerdo, que se vale de los viajes”, señala ahora el autor de “Amores de Lejos”, su tercera novela, que también se refirió a un viaje pero en territorio de México.

De este modo surgió la sexta y hasta ahora última novela de Balestena, que tiene por título “Las puertas del cielo”, el mismo de un cuento de Cortázar. Elección no casual porque la narración toma elementos de estilo del autor de Rayuela como también de las obras “Por el camino de Swann”, de Proust” y “Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar.

Aquel viaje de los ensueños, al culminar, había estallado en el espíritu y mente de Balestena en muchos “viajes”. “Nunca terminamos de volver de los viajes –dice– porque su memoria surge de nuevo a medida que hacemos otros”.

Sentir otros lugares

De la novela “Las puertas del cielo” y de esos otros “viajes” trata el diálogo con Balestena.

LC: Evidentemente, heredaste de tus padres ese deseo de “sentir” otros lugares, recorriéndolos.
E. B.: Te decía que nunca terminamos de volver cada vez, y en el 16 se dio la circunstancia de que yo había prácticamente sentido la presencia de mis padres durante todo el viaje y que en aquél de ellos está, de alguna manera el origen de todos los viajes.

-Hablás del camino como metáfora de la vida. ¿Antes, durante o después de escribir “Las puertas del cielo”, reflexionaste sobre el camino vital y hacia dónde conduce?
–Ese es otro de los elementos: el lied (Schubert, Brahms) basado en poemas como “El viaje de invierno a los macizos de Hartz”, de Gôethe: el viajero se encuentra a sí mismo en el viaje, que es una metáfora de la vida. No sabemos a dónde nos lleva, es incierto, pero nos probamos a nosotros mismos al emprenderlo.

—¿Y por qué Proust?
—Extraje de Proust lo que llamo signos: los podría resumir en la debilidad y al mismo tiempo fortaleza del recuerdo: sobreviven escenas y se desvanecen otras, pero las que sobreviven se hacen más fuertes y nos permiten, por un momento, estar muy próximos a quienes ya no están, sobre esas hebras recae todo el peso de lo que sentimos y ellas nos sostienen.

Peregrino en moto

—¿Cómo explicás, si se puede explicar, la pasión por las motos?
–Llevo las motos, también los aviones, en el ADN. Es una pasión que me viene precisamente de los relatos de ese viaje de mis padres de 1953. Siempre tuve motos, ahora tengo dos: una BSA 350 (1947) y aquella con la que viajo, una Honda NC 700. Por Estados Unidos viaje en una Harley Davidson, por Carlifornia y Arizona hasta el límite de Utah y visité, como en una peregrinación, el Museo de la Motocicleta Vintage de Solvang.

—¿Podés también resignificar literariamente a la moto?
—Por la etapa de mi vida en la que anduve por la Patagonia, a los 60, veo que la metáfora está simbolizada en que para el viaje en moto se requiere renunciar a todo lo que es superfluo y quedarse con lo esencial (aquello que cabe en las maletas): en esta etapa de lo que resta de la vida también aplica éso, lo esencial, vivir despojado de valores superfluos. Las de ellos, las de mis padres, fueron vidas muy cortas y llenas de sufrimientos: hubo un sólo momento de gloria que fue el emprender la marcha por 10 mil kilómetros a Bariloche, Mendoza y Córdoba en 1953 en dos motos AJS sin suspensión atrás, cuando más allá de Bahía Blanca todo era ripio.

El devenir como mandato

—¿Cómo te difinirías como escritor, a partir de los textos que has producido, desde joven hasta hoy? ¿Fueron producto del devenir, o fuiste concretando lo que te propusiste?
—Como un escritor que sólo puede escribir sobre las cosas que siente y las que le han pasado. Incluso en el ensayo, escribo sobre lo que ha producido una impresión intensa sobre mí y trato de analizarlo de la manera más rigurosa. Lo mismo la crítica musical. Novelas, ensayos, artículos y críticas tienen eso en común. Y pienso a “Las puertas del cielo” como una especie de continuación de “Ana, el interior del fuego”, todas las novelas están conectadas de alguna manera. Ojalá hubiera podido todo lo que me propuse (las novelas fueron apareciendo solas, se impusieron a mí), sin embargo, otras cosas fueron surgiendo en ese camino. Ciertamente he sido el producto de un devenir porque son las cosas que me sucedieron en la vida las que originaron mi escritura, lo mismo en la novela, que en libros de ensayo como “La fábrica penal”.

Se viene la séptima

—¿Tenés proyectos literarios pendientes? ¿Estás trabajando en un nuevo libro?
—Desde hace más de un año vengo trabajando en una extensa novela (la séptima), que es una novela-ensayo sobre los crímenes de la CNU (Concentración Nacional Universitaria) en Mar del Plata y el sistema judicial que juzgó a esa asociación criminal. Ello debido a que por motivos familiares me tocó de cerca; me baso en mis recuerdos de esa época, el dictamen fiscal en los juicios por el derecho a la verdad, documentos legales y los archivos de la hemeroteca del Museo Emilio Mitre, particularmente del diario La Capital. Es un trabajo que se alarga en la medida que voy encontrando más elementos.

La CNU es probablemente uno de los capítulos más terribles, crueles y de pesadilla de la historia de Mar del Plata, sin embargo, el sistema que la juzgó no es para nada inocente, ni de aquella época ni de cosas que vinieron después.