Cultura

Leila Guerriero: “Nunca, salvo excepciones, escribí un texto en una redacción”

La periodista y editora publicó "Teoría de la gravedad", una recopilación de sus columnas publicadas en El País desde 2014.

por Emilia Racciatti

En “Teoría de la gravedad“, la periodista y editora Leila Guerriero recuperó sus columnas escritas para El País de España durante cinco años, las editó y reorganizó a partir de ejes como la escritura, el duelo, la vida en la ciudad y la convivencia, para dar lugar a una condensación de sentidos que, en forma de crónicas breves, golpean, conmueven e interpelan al lector en torno a la práctica de la existencia.

Instalada en su estudio de Villa Crespo, la autora de “Los suicidas del fin del mundo” se dispone a una de las tantas conversaciones que mantiene en estos días vía Zoom con periodistas de distintas partes del mundo que quieren entrevistarla o con participantes de festivales de periodismo y literatura que se inscriben para escuchar sus intervenciones, y lo hace con un entusiasmo que crece cuando habla de su oficio, de su manera de contar el mundo.

En esta entrevista con Télam, Guerriero dice que “tenerse paciencia cuando las cosas no salen es indispensable”, compara el momento de la escritura con el de amasar o cosechar porque “no siempre sale igual y requiere tiempo” pero dice que “hay que hacer el esfuerzo” por preguntarse por lo que uno tiene para decir si va a romper el silencio y hablar con un altavoz porque asevera que una columna es eso: un altavoz.

– ¿Cómo fue el trabajo de selección de estas columnas?

– Son un recorte muy específico, son aquellas que tenían un punto de vista más personal, un paisaje que licúa lo interior con lo externo pero no hay cuestiones coyunturales. El editor y yo queríamos que el libro tuviera una especie de poética propia y, en ese sentido, hay columnas que funcionan como pequeñas crónicas, como un viaje a Junín, a mi pueblo, a mi ciudad y de pronto todo lo que son las reflexiones, añoranzas o no, lo que sale de un paseo por el campo o la ruta. En ocasiones funcionan como pequeñas crónicas, no siempre, pero hay en todas una mirada periodística. Sobre todo porque se trata de hablar de algo que puede tocar al lector más allá de mi propia historia. Siempre me interesa mostrar la tradición. No se me ocurrió hacer esto de la nada. Hay una serie de cronistas como Clarice Lispector que abundaban en ese mundo interno, a veces un poco atormentado, excusas para hablar de la escritura.

– Hay referencias a la poesía, muchos poetas citados. Pensaba en la potencia en los finales de estas columnas, ¿relacionás eso con la poesía?

– Puede ser, las columnas tienen un tipo de escritura que sería difícil de llevar a una crónica muy larga. Tienen un estilo muy denso, un perfume muy concentrado y llevar eso a un texto de 17 páginas, puede generar empacho. Así que por momentos es necesario aplicar una escritura mas efectista, como algo muy encendido. Me interesa también la dimensión visual, auditiva del texto. Puedo pasarme mucho rato buscando una palabra si necesito que una frase tenga una determinada métrica o si tengo que poner un subrayado, si la palabra que encontré suena débil y no convoca a la temperatura y la textura que quiero sobre el texto. Mucho de eso proviene de la lectura y de la poesía. Leo bastante poesía y adiestra mucho el oído. Muchas veces escribía una columna y entendía lo que quería decir y donde tenía que llegar pero faltaba algo para ese remate. Necesitaba que todo lo que postulaba fuera apoyado por una voz más fuerte y de golpe recordaba aquel poema de Viel Temperley, de Fabián Casas o de Mariano Blatt, de Sharon Olds o Louise Gluck y a veces terminaba encontrando una cosa inesperada. Otras encontraba un verso que era tan maravilloso que había que construirle una columna, ese verso decía tanto que quería expandirlo.

– Hacés un paralelismo entre escribir y amasar. ¿Cómo pensás la variable del tiempo en la escritura?

– Tenerse paciencia cuando las cosas no salen es indispensable. Hay columnas que uno las escribe en un estado de gracia, de suspensión, pero si espera escribir todo en ese estado, como dice Lililana Heker, se puede llegar a escribir dos páginas en toda la vida. Ese estado también hay que convocarlo, trabajarlo, con la humildad de saber que no siempre vas a poder escribir a ese nivel. Pero es una columna, la tenés que entregar. Estas columnas me han llevado días pero no es lo único que hago entonces no es que estoy tres días solamente escribiendo 360 palabras. No es así como funciona pero el tiempo es importante. Es como el pan, que es como cosechar: tenés que dejar levar, amasar, después dejar levar de nuevo, después fijarte de hacer un segundo levado y no siempre te sale igual aunque pongas los mismos ingredientes. El tiempo hay que hacérselo. Hay que hacer el esfuerzo de preguntarse: “si voy a romper el silencio, si voy a decir algo en voz alta con un altavoz -porque una columna es eso, un altavoz- ¿para qué voy a aprovechar este espacio? ¿para decir lo que ya dijeron todos, para regodearme y que miren todos diciendo qué linda metáfora tiene para decir?”. No, es para tener algo para decir. Escribir desde un lugar de incomodidad, no quedarte con lo primero que se te ocurre.

– ¿Estás de acuerdo con la idea de que la escritura es una práctica en soledad?

– En mi caso sí. No conozco a tantas personas que puedan escribir sin estar solas pero hay. Sergio Olguín puede escribir en cualquier circunstancia. Una vez le hice una entrevista y la mesa de escritura estaba en el medio de la cocina. Me produce mucha admiración esa capacidad de abstraerse. Otros escritores, como Martín Kohan, escriben en bares. No estaría de acuerdo en generalizar. Puedo tomar nota en bares pero no puedo escribir. Ahora, aún en los que escriben rodeados de gente hay introspección, concentración, es estar metidos en un mundo propio, que eso es la soledad en definitiva. Hay que escribir muy conectado con ese mundo que uno está intentando capturar y que se escapa todo el tiempo y para eso hace falta, no sé si estar solo, pero sí concentrado. Y la concentración en mi caso es casi sinónimo de soledad, para la escritura por lo menos.

– ¿Y cómo funcionaron en ese sentido las redacciones?

– Me encantó estar en redacciones pero tengo que decir que nunca, salvo excepciones, escribí un texto en una redacción. Siempre me iba a escribir a mi casa, me malacostumbraron en Página/30. Trabajaba mucho en la investigación, en el reporteo, durante la semana y después escribía en mi casa. Para las notas más complejas, empecé a pedir quedarme en mi casa. Siempre trabajé en revistas, que es un ventaja para mis tiempos porque soy muy lenta, pero después cuando trabajé en otras redacciones hablé con el editor y planteé que mi manera de trabajar era esa, que cuando escribía necesitaba estar muy ensimismada y en un lugar tranquilo. La redacción tiene esta cosa de la conversación informal, viene alguien a tu escritorio y te interrumpe, es muy invasivo. Me resultaba estimulante pero muy distractiva también. No podría decir cómo funciono escribiendo largo en una redacción porque salvo alguna cosa muy urgente, la tarea de escritura fuerte la hacía en casa.

– ¿Identificás el momento en el que definiste como periodista?

– Apenas empecé a trabajar como periodista y me compré mi primer grabador, al día siguiente de empezar a trabajar en Pagina 30. Me mandaron a hacer una nota sobre caos de tránsito en la ciudad de Buenos Aires. La posesión de ese grabador y de los TDK y el empezar a hacer entrevistas fueron claves. Ahora uso el digital, no uso el teléfono. Después hubo otro momento: ese mismo año viajé y tuve que llenar la ficha de migraciones a mano y en oficio puse periodista.

Télam.

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