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Policiales 5 de julio de 2017

Llega a juicio el dueño de la “Casa del Terror”

Edgardo Oviedo está preso desde septiembre de 2015, cuando la Justicia y la policía descubrieron que mantenía encerrados a su esposa y a su hijo autista en una jaula ubicada en el patio trasero de su casa del barrio Las Dalias. También será juzgada una mujer considerada su cómplice.

Por Bruno Verdenelli
[email protected]

Una historia sin precedentes. Así define el fiscal Alejandro Pellegrinelli el caso que le tocó investigar desde septiembre de 2015, cuando junto a la policía descubrió que la maldad del ser humano podía ser verdaderamente ilimitada.

Era viernes a la tarde. El movimiento de los patrulleros quebró la tranquilidad del barrio Las Dalias y el ruido de las sirenas rebotó entre plantas y calles de tierra. No muchas horas después, y gracias a la omnipresencia de internet, la ciudad, el país y el mundo se hacían eco de la noticia: en una de las precarias casas de la zona, un hombre había mantenido encerrados varios meses adentro de una jaula a su esposa y a su hijo autista, a quien obligaba a aspirar nafta y alimentaba con comida para perros.

Nadie quería creerlo, pero la Justicia tenía suficientes pruebas de que era cierto. Por ese motivo, y tras una pesquisa que había comenzado con la denuncia de los demás hijos del acusado, el personal de la Delegación Departamental de Investigaciones (DDI) allanó la propiedad, en Los Naranjos 4045. La situación que se desentramó entonces fue reproducida por agencias como AP y ANSA, y a través de ellas, la noticia se publicó en medios internacionales como The New York Times, la BBC o El País de España. Y finalmente, en septiembre próximo, el hecho será ventilado durante un juicio oral y público ante el Tribunal Nº 4 de Mar del Plata.

El principal acusado es Edgardo Raúl Oviedo, un ex sindicalista de 68 años que lleva detenido los últimos dos en la cárcel de Batán. La denuncia en su contra fue realizada por sus propios hijos, quienes viven en el mismo barrio y cansados ya de sus maltratos, revelaron la situación en la que se hallaban su madre y su hermano discapacitado, respectivamente.

En las declaraciones que le presentaron al fiscal Pellegrinelli, describieron a Oviedo como un monstruo. Narraron diversos momentos de sus vidas que dejaron atónito al investigador. Recordaron tormentos y torturas, físicas y psicológicas, sufridas desde el instante en que tuvieron uso de razón.

Elsa, una de las acusadoras, se aferró a la religión. Y después de mucho tiempo se animó a contar su historia. La de su padre, nieto de un nazi alemán, y supuesto miembro de la Triple A en los ’70, gremialista de la Uocra, y hasta militante del Modin que alguna vez tuvo entre sus adeptos al actual intendente Carlos Arroyo.

Para la Justicia, desde mediados de 2014 hasta septiembre de 2015, Edgardo Raúl Oviedo “sometió en forma ininterrumpida a su dominio y voluntad” a su hijo Gerardo -apodado “Gago”-, de 32 años, y a su esposa Margarita del Carmen Zamora, de 61 y con severos trastornos psiquiátricos.

“Los sometía a condiciones de esclavitud, servidumbre u otras análogas, privándolos de alimentación, en casos suministrándole los mismos en forma insuficiente o proveyéndole alimento para consumo no humano”, explica el fiscal en la requisitoria de elevación a juicio del imputado.

oviedo

Edgardo Oviedo.

Eso hacía -agrega- que el hijo de Oviedo se viera obligado a “efectuar sus necesidades fisiológicas en un pozo”, que también había sido confeccionado por el hombre, con tal fin, en el mencionado espacio.

De noche, Gerardo era trasladado junto a su madre Margarita a la vivienda emplazada en el frente del lote. Ahí, Oviedo los encerraba a ambos en una habitación en la que permanecían “en condiciones infrahumanas, e impedidos por todos los medios de ejercer su libertad locomotiva”.

El hecho fue reproducido por agencias como AP y ANSA, y a través de ellas, publicado en medios internacionales como The New York Times, la BBC o El País de España.

Y no lo hizo solo: según el informe judicial, para la concreción de su macabra idea Oviedo contó con la colaboración “necesaria e indispensable” de Alejandra Lía Suárez Bacone, con quien “mantenía una relación amorosa”.
La mujer también está imputada, aunque a diferencia del hombre llegará al juicio en libertad. Se le acusa de haber provisto medicación para que la esposa de Oviedo durmiera “cinco o seis días seguidos”, y de intentar extraer de la casa a Gerardo para llevárselo del lugar en un Fiat Uno, el 4 de septiembre de 2015, día en que la policía llegó para liberar a las víctimas de todo aquel flagelo.

Familia sufrida

Tras abandonar a su primera mujer, Edgardo Oviedo tuvo cinco hijos con Margarita del Carmen Zamora, precandidata a reina de la Vendimia en 1974: fueron tres hombres y dos mujeres. La mayor de ellas murió cuando era bebé, y la familia vivía en Entre Ríos.

Ya eran tiempos de militares en el poder y, para Oviedo, las cosas se habían complicado demasiado debido a sus vinculaciones con el sindicalismo. Inclusive, previo al golpe del ’76, había sido miembro de la Uocra en Mendoza, al igual que su padre.

El fiscal Pellegrinelli poco después de dejar la "Casa del Terror".

El fiscal Pellegrinelli poco después de dejar la “Casa del Terror”.

Así fue que en el derrotero por distintos lugares del país los Oviedo recalaron en Mar del Plata. Más precisamente en el barrio Las Dalias, que en ese momento era un monte en el que sólo se habían edificado unas pocas viviendas.
“Mi papá nos crió a los palos”, cuenta hoy Elsa, aliviada desde que “conoció” a Dios y a la vez comenzó a ser asistida por Eugenia Larrocca, una psicóloga que puso a su disposición el municipio luego de conocidos los hechos, hace casi dos años.

Al ser entrevistada por LA CAPITAL, la mujer confiesa que fue víctima de la violencia de su padre durante toda su infancia, al igual que sus hermanos Leonardo, Juan Domingo y Gerardo. “Cuando mi papá se enteró de que iba a nacer Leo rompió toda la casa a hachazos”, lanza con la mirada perdida. Y, más tarde, explica que en los momentos en que la familia no tenía dinero para comprar comida, Oviedo los obligaba a todos a comer caracoles hervidos porque “decía que así se alimentaban los soldados franceses durante la Segunda Guerra Mundial”.

Los propios hijos del imputado fueron quienes lo denunciaron ante la policía, cansados del maltrato al que sometía a Margarita y a Gerardo. La primera presentación judicial fue en 2011, después de que se produjera la muerte de la madre del imputado, lo que hizo que se agudizara su ira y su agresividad en perjuicio directo de quienes aún vivían con él.

“Es el clásico psicópata, manipulador. Uno busca siempre que cambie, pero no. Si lo largan ahora, es capaz de matarnos”, advierte Elsa. Y además revela que, cuando era chica, su padre estaba convencido de que ella había sido abusada sexualmente por un vecino. “Yo se lo negaba porque no era verdad. Me ataba a una silla y me pegaba hasta que le decía que era cierto”, recuerda entre lágrimas, sin poder entender aún -y tal vez no lo haga nunca- por qué debió vivir esa dramática situación.

Después de la primera denuncia, realizada en el complejo Juan Vucetich, nada cambió. Según la mujer, el psiquiatra enviado por el Juzgado de Familia no creyó la historia. Sin embargo, cuatro años después, ella se dirigió a la Comisaría de la Mujer, esta vez acompañada por sus hermanos. Y la uniformada que les tomó declaración rápidamente puso manos a la obra para notificar al fiscal Pellegrinelli de lo ocurrido. En menos de una semana, la DDI allanó la casa de Oviedo y lo detuvo inmediatamente.

En la causa judicial figuran algunas declaraciones de Leonardo y de Juan Domingo. “Mi hermano era tratado como un animal y se escapaba, por lo que mi padre decidió encerrarlo durante el día en una especie de casilla lindante a la habitación de éste compuesta por una pared de mampostería, con piso de tierra y el resto de lo que oficiaría de paredes es de chapa al igual que el techo y posee una reja de barrotes (sin ninguna abertura), que da al patio intermedio del terreno entre las dos viviendas. Era alimentado ahí, le pasaba comida a través de la reja y hacía sus necesidades en un pozo”, reza la versión del primero de los hombres.

Y añade: “Le daba nafta para aspirar ya que eso, según él mismo decía, lo calmaba. También le daba cachetadas para que reaccionara”.

En cuanto a su madre, menciona que “todos los días salía a caminar sola y volvía con bolsas de basura”. “Me sorprendió después de que pasó todo esto ver tanta cantidad de basura en la casa de mi padre. Cómo vivían así…”, señala asombrado. Y su hermano Juan agrega: “Mi padre siempre fue una persona violenta con todos nosotros. Gerardo se encontraba en total estado de abandono y suciedad”.

“Es el clásico psicópata, manipulador. Uno busca siempre que cambie, pero no. Si lo largan ahora, es capaz de matarnos”, dice Elsa, la hija del imputado.

Tal fue la conmoción que alcanzó a todos, incluyendo a las nueras de Oviedo y otros testigos que declararon en la causa, que nadie más ingresó a la vivienda familiar para ordenar ni recolectar elementos de valor, ni siquiera de índole afectivo. “Yo no entré más a la casa. Si no hubiera sido por los medios y la policía, todo seguiría igual o peor, porque muchos vecinos sabían lo que pasaba en esa casa, pero nadie hacía nada, y nosotros vivimos con miedo mucho tiempo”, dice Elsa, que vive a pocos metros de esa propiedad junto a su esposo y sus hijos. Uno de sus hermanos también habita el barrio, mientras que el restante se fue de la ciudad.

En la actualidad, Margarita está alojada en el geriátrico “La Tranquilidad”, donde se encuentra asistida por personal especializado. Y lo mismo ocurre con su hijo Gerardo, quien permanece bajo el cuidado de los médicos y los enfermeros del hogar Nuevo Rumbo. Pese a sus discapacidades, ambos gozan de un buen estado de salud, después de tantos años de vivir en la miseria. Tal vez ya ni recuerden el infierno por el que pasaron.

La demencia que no fue

Cualquiera, al leer parte de la causa o escuchar el relato de los investigadores, pensaría que Oviedo es inimputable. Un demente que no comprendió lo que hacía. Pero no. Para los peritos especialistas en psiquiatría y psicología que lo trataron en el marco del caso no lo es. Todo lo contrario: afirman que entendía perfectamente lo que sucedía pero no mostraba arrepentimiento y hasta intentaba defenderse bajo el pretexto de que las acusaciones en su contra eran falsas cuando, a priori, estaban probadas.

“Es todo mentira, nunca esclavicé ni encerré a mi compañera de más de 40 años, que sé que tiene problemas psiquiátricos por los cuales estuvo internada en tres oportunidades, ni a mi hijo Gerardo Antonio, que padece deficiencia mental severa desde su nacimiento. Yo quedé a cargo de mis cuatro hijos cuando Margarita tuvo el primer episodio, en el año ’84. Los crié como pude, logré que dos de ellos terminaran la secundaria”, declaró Oviedo ante el fiscal Alejandro Pellegrinelli.

También especificó que Gerardo comía lo mismo que él, y no comida para perros como lo sostenían las denuncias. Y quiso justificar su conducta con el relato de una de las huidas de su hijo, que casi termina a los tiros: un vecino lo encontró desnudo en el patio de su casa y quiso echarlo apuntándole con una escopeta.

“Hace cinco años que adquirió el hábito de aspirar nafta y se me escapaba. Es autista, no hablaba, es un tipo grande… Yo llegaba a casa y no estaba. Por resguardo traté de evitar que no se escapara y cuando yo salía quedaba en mi pieza: le ponía un candado a la puerta de salida de mi casa y le dejaba la llave a Margarita o a mi hijo Juan, colgada afuera en una ventanita. Gerardo podía circular por toda la casa, inclusive podía ir al baño, pero no lo hacía, hacía sus necesidades en el galponcito de chapa donde yo tenía mis herramientas”, agregó.

En ese marco apareció Suárez Bacone, según el mismo Oviedo confesó entonces. “Es una vecina, tiene también su madre con problemas psiquiátricos y por amabilidad se fue arrimando. Primero se hizo amiga de Margarita, después mía, y tuvimos un acercamiento, de tipo sexual. Soy hombre…”, dijo.

En ese contexto, Oviedo rememoró sus días en la época de la dictadura militar, contó que en los ’70 había tenido una hija de tres meses que falleció mientras vivían en una carpa, y cargó contra sus hijos: “Los crié como pude y estos vagos de mierda no se hacían cargo. A pesar de lo que me hicieron, yo los adoro”.

Pero eso no es todo, porque al rescatar al hijo autista del detenido, los investigadores ordenaron su atención médica urgente. Fue entonces cuando descubrieron que Gerardo padecía, además de los demás sufrimientos, un cuadro de cáncer testicular con metástasis del que luego pudo reponerse en forma sorprendente. “Todo el cariño que necesitaba se lo daba. La atención de su problema fue a los 8 años, lo llevaba a la salita del barrio… Nunca pude detectar otra cosa, su cáncer testicular lo ignoraba. Me siento culpable, ignoraba que dejarlo resguardado en la pieza cuando me iba a trabajar era un delito”, mencionó Oviedo ante los absortos operadores judiciales. Cuando le preguntaron cómo se ganaba la vida, contestó que era albañil y en el último tiempo “salía a cirujear”.

“Yo no tengo nada que ver”

Alejandra Suárez Bacone también se desvinculó de la acusación en su contra. “Yo no tengo nada que ver, no sé nada de todo esto. Llevé a arreglar en varias oportunidades mi auto a la casa de Oviedo. Me enteré por la prensa de lo que pasó”, expresó la mujer, que además negó haber mantenido un romance con el imputado: “Teníamos una relación de vecinos, me da bronca que me inventen un amorío con él porque yo no tengo nada que ver, tengo otro estilo de vida. Además tengo pareja de hace muchos años, es un profesional de altísimo prestigio en Mar del Plata, pero esta situación amorosa mía es desconocida por mis hijos”.

Según su relato, ella sólo buscó ayudar a Oviedo con el traslado en auto de su hijo al médico, y a la dependencia estatal donde iban a realizarle el DNI. Sin embargo, la Justicia desestimó su versión y la procesó por considerarla cómplice y partícipe necesaria de los delitos de “reducción a la esclavitud y servidumbre” y “privación ilegal de la libertad agravada por el vínculo” que se le adjudican al hombre, quien actualmente se encuentra de novio con otra mujer a pesar de estar preso y bajo semejante acusación.