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Cultura 27 de junio de 2016

Londres, crónicas de busking: Highgate village

Músico y compositor, Luis Caro estuvo doce días en Londres realizando performances callejeras. El arte de repente, los tesoros culturales, el oficio de busking y el misterio del no lugar en la sobremodernidad son partes de estos relatos.

Por Luis Caro

Atravieso, con el resto del pasaje, Holloway Road. El bus 214 anuncia su destino final: Highgate Village. Me bajo y comienzo a recorrer con la vista el lugar. Magnífica fotografía. Camino. La plaza principal está sobre una colina donde se me ocurre instalar la escena. El sitio es soberbio. Busking para británicos.
Aquí no se ven inmigrantes o al menos, no tantos. Highgate es un barrio coqueto del norte de Londres que cuenta con una arquitectura bellísima y algunas curiosidades. Allí funcionó, hasta 1910, el primer tranvía de Europa. La estación del metro fue utilizada como refugio por el barrio que sufrió, y mucho, las bombas que cayeron durante la Segunda Guerra Mundial. Pero, quizá, lo más curioso de Highgate sea el cementerio, y no sólo por su estética victoriana, sino porque allí está enterrado Karl Marx. Reflexiono acerca del tiempo, que parece pisarnos los talones para convertir cada día en historia, cada hora en pasado; el tiempo que vuela nos exige comprender el homérico presente y nos dificulta la posibilidad de dar un sentido al ayer. Reparo, además, en que acabo de llegar y, en unas horas, partiré.
El tiempo.
¿El mundo siempre habrá sido así?
O la sobremodernidad, con su superabundancia de acontecimientos, acelera el ritmo de todo y acorta el pensamiento. ¿Habrá intuido Marx que sus huesos abonarían la tierra de sus archienemigos ideológicos? ¿Imaginó, acaso, que su filosa teoría, en menos de un siglo, pasaría de promover la revolución socialista más importante del siglo XX a desplomarse junto al muro de Berlín?
Y si su pensamiento lúcido no hubiera sido distorsionado y degradado por la experiencia soviética, ¿qué habría pasado? Demasiadas preguntas, tal vez. Pocas certezas. A veces me genera cierta desconfianza la gente que dice tener precisiones, certezas. A mi edad, la certidumbre me parece una imbecilidad.
Después del busking visitaré el cementerio de High Gate.

Apuntes sobre las vicisitudes del cuerpo sin vida de K. Marx

El 14 de marzo de 1883, Friedrich Engels pagó el funeral de Carlos Marx.
Amigos desde jóvenes, habían compartido los estudios universitarios y las luchas políticas. En 1848 redactaron juntos el Manifiesto Comunista, para luego elaborar una de las teorías filosóficas más revolucionarias de la historia: el materialismo dialéctico.
Tres días después de la muerte de Marx en Londres, donde el último tiempo había vivido en estado de pobreza extrema, el cuerpo fue llevado al cementerio de Highgate.
Permaneció enterrado en una tumba sencilla hasta que, en 1955, el Partido Comunista Inglés decidió trasladar sus restos hacia el sector central del cementerio y levantarle un busto de casi cuatro metros de altura. Workers Unite, reza la placa.
Desde aquel día se acabó la paz en Highgate, ya que, frente al monumento, comenzaron a desfilar intelectuales, políticos, artistas, revolucionarios y espías de toda laya. En la actualidad, según la administración de la victoriana necrópolis, unas 130 mil personas al año visitan la tumba para honrar su memoria.
Los ingleses, pragmáticos al fin, olvidaron las incomodidades y los malos tratos que la obra del filósofo alemán le infligiera al capitalismo y, después de la guerra fría, se sumaron a las pompas fúnebres.
A tal efecto, cobran unos ocho dólares por cabeza la entrada al cementerio.
Dice, con alguna razón, el epistemólogo panameño Rubén Blades: “La vida te da sorpresas”.



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