Malvinas, esa “burbuja en el tiempo” para toda una generación
"Somos el mismo", la novela del periodista marplatense Carlos Crespo narra dos momentos en la vida de Rubén, un excombatiente de Malvinas que llega a jugar en el Mundial de Fútbol de México '86. El autor cuenta cómo fue pisar suelo malvinense y todo lo que despertó escribir su primera novela.
"El primer recuerdo firme que tengo de mi infancia es el momento en que empieza la guerra", recuerda Crespo.
Por Paola Galano
La novela es el resultado de un viaje conmovedor. El viaje, fruto de una guerra. 1982, Malvinas. Carlos Crespo tenía 5 años y recuerda que, en el hotel familiar en que vivía, ubicado en el barrio de la ahora ex-Terminal, el único televisor a color del hogar anunció la noticia del inicio de la guerra. Él estaba con su abuelo. “El primer recuerdo firme que tengo de mi infancia es el momento en que empieza la guerra”, rememora Crespo, periodista y autor de la novela “Somos el mismo” (Editorial Grupo Argentinidad).
Y reconoce que “inconscientemente” siempre buscó ponerse en contacto con el tema: primero lecturas varias, luego la ilusión de viajar al territorio del conflicto y después un viaje a las islas que pudo finalmente concretar en 2015 con un grupo de excombatientes de Malvinas. Fue en calidad de invitado. Así pudo conocer, entender, emocionarse y reconocer al detalle el mapa que tantas veces había memorizado en la escuela primaria.
“El contacto directo te da otra idea de lo que fue todo”, evalúa hoy, con el libro publicado y con varias satisfacciones más. Una de ellas, comprobar que el detallado diario de viaje que llevó durante el periplo austral es parte de la historia de Rubén, el protagonista de su ficción.
La otra satisfacción es más personal, se relaciona con las barreras que pudo vencer con la publicación de su primera novela. “Empecé a escribir sin una hoja de ruta. Eso me generó unos inconvenientes después. Empecé a escribir, pero me daba vergüenza comentarlo, lo hacía medio a escondidas. Porque tiene también otro componente esta historia y es el poder concretar un proyecto que me costaba mostrar, porque no estaba seguro de qué podía resultar”, se sincera, en una entrevista con LA CAPITAL.
“Tardé años en ir avanzando, entre mis dudas personales y que era un lío ordenar las líneas temporales”, cuenta el autor, que ya piensa en hacer una segunda edición corregida de su novela.
“Malvinas tiene el mismo huso horario que el continente, pero es como si estuvieras en una pequeña Londres. Me parecía que no estaba en mi lugar”.
El libro va y viene en el tiempo: la historia permite conocer al Rubén de apenas 19 que sueña con dedicarse al fútbol, que vive en Necochea y proviene de una familia de clase media. Y también muestra al adulto, un exitoso futbolista internacional pero marcado por las muertes y con las heridas siempre abiertas. No es raro que se enfrenten y que se tiren reproches durante las páginas de la novela.
Con las herramientas del oficio periodístico aprehendidas, Crespo aprovechó el viaje a Malvinas y agudizó la observación. Una libreta –a la vieja usanza–, una cámara de fotos y un grabador le alcanzaron. Además, no dejó pasar las interminables charlas con los exsoldados que pelearon en 1982.
“Aunque no estaba trabajando en un medio de comunicación, observar la realidad ya es natural. Fui haciendo un diario de viaje en el que anotaba todo lo que hacía con los excombatientes, siempre me amoldé al viaje que ellos habían planificado”.
Parte de esas notas terminaron convirtiéndose en crónicas que publicó en este mismo diario. Pero sentía que la experiencia era desbordante y lo motivaba a ir más allá de un texto periodístico. “Me seguía quedando la idea de que era poco lo que había logrado plasmar en una publicación. Tengo que hacer algo más con todo esto”, recuerda que le decía su voz interior.
Así, pudo decantar aquellas conversaciones en una idea:
“Recordé algo que me habían comentado ellos y que escuché también después. Quien más, quien menos, todos vivieron lo mismo: una parte de la adolescencia quedó atrapada en una especie de burbuja en el tiempo. La inocencia, la cosa cándida, la juventud que tenían… fueron a Malvinas como jóvenes y volvieron como hombres ya curtidos, con secuelas y cicatrices”. Ahí radicaba el núcleo de la novela que, además, cruza otro elemento: el Mundial de Fútbol de México, en 1986, en el que Argentina resultó campeón.

“Me seguía quedando la idea de que era poco lo que había logrado plasmar en una publicación. Tengo que hacer algo más con todo esto”, cuenta Crespo sobre su viaje a Malvinas.
-Es decir, ¿la historia de Rubén es un poco la historia de todos los excombatientes?
-Rubén está inspirado en Darío Gleriano (expresidente de los Ex-Combatientes de Malvinas), pero no es la historia de él. Es él y son todos. Aprovechando la posibilidad de hacer una ficción, no fui muy estricto ni con esta persona ni con cualquier otra. Puse un poquito de cada uno, pero me inspiré en esa figura, porque él también jugó al fútbol. La idea fue simbolizar lo que ellos experimentaron. Porque lo han dicho y lo han remarcado en conversaciones, en publicaciones, todo eso que les provocó la guerra y lo que les sigue provocando al día de hoy.
-En la novela el fútbol ocupa un lugar destacado, hablás del fútbol como un elemento vindicativo. ¿Fue el lugar de contención para Rubén que llegó deshecho por lo vivido en las islas?
-El fútbol fue el refugio del monstruo, de la locura y del estrés postraumático, que no tenía ese nombre en ese momento porque no se conocía como tal. Es el lugar donde él se refugia para evitar perder la cordura.
-Y es también una manera de recuperar esa juventud, porque en Necochea, antes de Malvinas, Rubén soñaba con el fútbol.
-Es volver a esa cosa de ser joven y jugar a la pelota. Al mismo tiempo que lleva adelante lo otro. Porque también le ocurre eso de que el fútbol lo anestesia de lo otro, de la locura, pero la locura no se soluciona mágicamente. Entonces lo corre de atrás y mientras está el fútbol presente no pasa nada. Después aparece y tiene que resolverlo. Tiene que enfrentarlo. Es imposible escaparte de tu sombra. Entonces en algún momento él dice, bueno, esto lo tengo que enfrentar. Y la vuelta a las islas es eso, es enfrentar el tema, que de alguna manera es reconciliarse con todo lo que vivió. Vuelve al pasado para poder mirar el futuro.
-Hacés que aparezca el Mundial de México ’86, ¿por qué?
-Usé el evento real. Es interesante porque es uno de los recursos que te permite la ficción. En el ’86 hubo un jugador, que no fue Rubén, que casi metió un gol contra Inglaterra. Fue el Chino Tapia. Tomé esa situación para hacerla de otra manera, para desarrollarla de otra manera y que estuviera esa especie de reivindicación a través del fútbol, de lo que nos quitaron en la guerra. Metí al fútbol como algo importante en la trama porque el fútbol lo lleva a vivir muchas cosas. Aparte de tener una superación profesional y personal, pudo encontrarse con gente que no hubiera imaginado encontrarse.
-Otro detalle de la novela es que elegiste trabajar la oralidad del personaje. Rubén habla como un chico de barrio, de pueblo. ¿Fue difícil trabajar esos parlamentos?
-Al principio empecé a escribir diálogos y busqué a alguien para asesoramiento y corrección. Entré en contacto con un profesor de letras que me dijo “fíjate los diálogos del personaje principal, porque habla como vos escribís”. Yo no tenía idea de eso. Me explica que la voz del personaje tiene que distinguirse del texto. Además, el personaje tiene dos momentos distintos de su vida en los cuales habla consigo mismo. Había que buscarle la vuelta: tenía que distinguirse el joven y del viejo. Honestamente, no sé si lo hice de la manera que me hubiera gustado hacerlo.
-En la novela aparece el concepto de “hermanos de guerra”, personas hermanadas con quienes combatieron de tu lado e incluso del otro bando.
-Fueron todas personas que tenían su vida, que quizás eran infantiles, inocentes, inmaduras y de pronto las metieron ahí a hacer algo que no imaginaban que tenían que hacer. Eso los marca tanto y de por vida, aún cuando se trata de bandos distintos o de gente que en principio no eran amigos. Te encontrás con esa persona y sabés que compartís algo que te vas a llevar para siempre. Me llama mucho la atención porque a veces pasan 20, 30 años sin verse. Porque la vida es así y de pronto se ven y con la mirada ya entienden qué está pasando, qué les está pasando, no hace falta que hablen y se abrazan como si todo hubiera sido ayer. Esa experiencia tan traumática no la pueden dejar atrás y pasan a ser como una especie de pariente o familia.
-¿Te parece que Rubén perdona?
-Para mí es una persona que sabe perdonar y perdonarse y creo que es consciente de eso, que lo hecho, hecho está. Lo que pasó es una experiencia que lo marca y lo enorgullece, pero ya está, ya ocurrió. Simplemente hay que abrazar y abrazarse y seguir para adelante.
-¿Qué te enseñó el libro?
-A animarme a proyectar sueños, a transformarlos en objetivos y concretarlos. Y después, a entenderme un poco más a mí y a entender a la gente. Nos la pasamos la vida quejándonos por pavadas, perdiendo tiempo, hasta que te pasa algo importante y ahí te das cuenta de que realmente eran pavadas. Son todas cosas que te hacen perder tiempo y energía y el tiempo transcurre y no te das cuenta o no lo valorás.
-¿Y Malvinas, cómo son las islas?
-Hay mucho territorio. Me llamó la atención que cuando vas llegando y el avión va perdiendo altura ves las islas dibujadas, ves el mapa. Y la gente es cerrada, desconfiada en general con nosotros, los argentinos. Los más chicos tienen más vehemencia para expresar su enojo o su incomodidad ante tu presencia. La gente que vive más lejos, la que tiene chacras y ovejas es gente muy de otra época. Sus costumbres me resultaron extrañas. Me parecía que no estaba en mi lugar. Tiene el mismo huso horario que el continente, pero es como si estuvieras en una pequeña Londres. Me impactó obviamente el frío y el viento, me emocionó recorrer las calles. Me emocionó ver desde la ventana del hotel los montes, que es donde se dieron todos los combates, porque los ves a la distancia, bien recortados en el horizonte. Y el cementerio, ver las cruces, los epitafios. Muy movilizante.
