Cultura

Marcelo di Marco: “A los doce años escribí el mismo cuento que escribí toda mi vida”

Asegura que el terror sucede siempre en el ser humano cuando se apaga la luz, incluso la espiritual. Alma de docente, escritor prolífico, tiene muchos proyectos. Algunos libros en marcha, otros esperando edición, revela un proyecto que involucra a todos los escritores noveles de Mar del Plata.

Por Dante Galdona

Marcelo di Marco está feliz, acompañado de su esposa Nomi Pendzik, muestra la hermosa casa en que desde hace muy poco viven. Juntos decidieron instalarse en esta ciudad que ama desde pequeño, cuando visitaba a su abuela, cuyo nombre, Anita, está tallado en una hermosa madera y cuelga en el frente de su casa. Adentro, es algo así como el paraíso de todo escritor, libros meticulosamente ordenados en todos los ambientes. Mientras muestra una hermosa colección de cuchillos, ofrece algo para tomar y comer, y ofrece algo más importante: su cálida forma de ser y una gran sabiduría que a lo largo de casi toda su vida fue acumulando.

Autor de muchas de las historias más políticamente incorrectas que hayan podido leerse jamás, y especializado en cine y narrativa fantástica y de horror extremo, a Marcelo di Marco se lo considera entre los pioneros del género de terror en Argentina. Según Nicolás Amelio-Ortiz, “Cualquier relato de ’25 noches de insomnio’ (Bärenhaus, 2017) podría guionarse para ‘Black Mirror’ o ‘La dimensión desconocida’”. Es el autor del longseller “Taller de corte y corrección. Guía para la creación literaria” (Sudamericana, 1997), del thriller “Victoria entre las sombras” (Sudamericana, 2011), y de otros quince libros de poesía, narrativa y ensayo editados entre 1983 y 2019. Recién radicado en “la dorada ciudad del mar” (así se refiere a Mar del Plata en uno de sus poemas), Di Marco celebra este año las primeras cuatro décadas de una carrera que lo consagra como uno de los escritores más destacados de su generación.

-¿Cómo te formaste primero? ¿Como escritor o como tallerista?

-Lo primero y principal, como lector. Todo empieza con la lectura. El hecho de encontrarte con la literatura de un Edgar Allan Poe a los doce años, con la de un Horacio Quiroga o un Kafka a los diecisiete, con García Márquez. Es un universo que te posibilita pensar que en literatura se puede hacer todo. Leyendo a un Baudelaire, un Joyce, un Marechal, vos te das cuenta de que está todo en pañales, no es que ya “se contó todo” como dice la gente que no tiene imaginación. Y eso, al margen de la corrección política, que hoy te cercena con lo de la cancelación y todas esas carajadas que incluso pueden propiciar en vos una especie de autocancelación, por miedo. Pero imaginando uno es libre, y la imaginación tiene justamente su representación en las obras literarias. Y si vos no tenés el talento suficiente, por lo menos lo podés buscar en esa cantera que son los libros. Los libros son justamente la pauta que uno tiene para preguntarse: “¿Me conozco yo como lector, puedo llegar a ser un autor de esta forma u otra? Una cosa que yo recomiendo mucho es preguntarte a quién te gustaría parecerte. En una época, a mí me hubiera gustado parecerme a Patricia Highsmith, por ejemplo. Pero, cuando vos leés a esa mujer, que tiene tanta garra, un ímpetu narrativo arrollador, y leés la literatura mía, no se parecen en un sentido servil de “seguimiento”. Lo que sí se nota es una asimilación. Lo que quiero decir es que, si no conocés la literatura de los demás, es muy difícil que puedas escribir una obra singular, una obra propia. Y también hay gente que aún conociendo mucha literatura y leyendo mucho no tiene la herramienta como para convertirse en escritor.

-¿No creés que cualquier persona, teniendo base de gran lectora, puede llegar a ser un escritor? ¿No hay una base de talento necesaria?

-La parábola de los talentos de Jesús lo dice bien clarito. El talento en aquella época era una unidad monetaria, por eso se habla del talento que se le da a cada cual. El dueño de un campo -Dios- le dio diez talentos a un trabajador, a otro le dio cinco, y a otro uno, y después se fue de viaje. Al volver, quiso verificar qué hicieron con los talentos. Y aquel trabajador a quien le dio un solo talento le dijo: “Yo tenía miedo de perderlo y lo guardé aquí, sin invertirlo”. Bueno, a ese lo sacó a patadas. Todos tenemos talento. Grande, mucho, poco, pero lo tenemos. A partir del momento en que vos leés una novela como Moby Dick, después decís bueno, esta es literatura marítima, quiero ver qué otros exponentes hay. Y ahí aparecen Stevenson, Jack London, Conrad. Si llegaste ahí, si tenés el talento para disfrutar de esa búsqueda sin que no haya ninguna guía, si vos tenés el talento como para disfrutar con esa literatura, y aparte tenés el amor suficiente, eso ya es suficiente. Yo quería en mi carrera llegar al otro, cruzarme en su camino con historias que no puedan olvidarse. Ese fue justamente el punto de partida.

-¿En qué momento fue que asumiste que querías ser escritor? ¿Fue algo así como una epifanía, o llegó sin darte cuenta?

-Es sin darte cuenta, no es algo que uno decida. Es algo que está o no está. Si está, bien. Y, si no está, tenés una larga carrera como lector en tu vida. Te dije que leía a Poe, por ejemplo, y cuando me entero de las cosas que se pueden hacer…

-¿Poe como narrador o como poeta?

-En narrativa. El gusto por la poesía vino después, y también fue justamente gracias a Poe. De adolescente, fui a jugar un campeonato de pelota a paleta en Rosario, y encuentro allá, en la batea de una disquería, un longplay insólito: Alfredo Alcón leyendo el poema “El cuervo”, en la versión impresionante de Pérez-Bonalde, de 1882. Quedé fascinado, me aprendí de memoria “El cuervo”, y ahí empecé a buscar otros poemas. Entonces me entero de que Baudelaire lo dio a conocer en Francia a Poe, y al siglo siguiente los surrealistas franceses lo canonizaron. Entonces decidí leer a Baudelaire, y ver además qué era eso de la literatura simbolista francesa. Y así llegué a Verlaine, Mallarmé, Rimbaud. Es todo un arbolito que se va armando. Por eso mi recomendación pasa por ese lado. En suma, no lo decidís: en realidad, la cultura te toma de sorpresa. Y así me descubrí un buen día, a mis doce años, escribiendo un cuento que yo creo que es el mismo cuento que iba a escribir toda la vida. Es la historia de un tipo que descubre en sí mismo que es un hombre lobo. Es un asunto que me pareció fascinante. Después, estudiando un poco, me entero de que los sacerdotes anglicanos celebraron la aparición de “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde“, de Stevenson, porque decían que Hyde era el hombre viejo al que se refiere San Pablo, el hombre al que hay que anular para que salga el hombre nuevo. Siempre me fascinaron aquellos personajes que se muestran muy encantadores, muy serviciales, muy pilar de la sociedad, y de puertas adentro son una calamidad. Eso es lo que representa para mí el mito del hombre lobo.

-Ese primer cuento marca que ya desde chico ibas a escribir terror.

-Sí, totalmente.

-Ha cambiado mucho el terror desde las primeras obras. Hoy en día no nos asustan las cosas que antes sí nos provocaban terror. Lovecraft, por ejemplo, cambió el terror que se escribía hasta esa época.

-Hay una cosa que siempre nos va a dar miedo: que te apaguen la luz. Cuando se cortó la luz, cuando se apagó la luz, incluso la luz espiritual, ahí agarrate. El miedo a la oscuridad, el miedo a lo desconocido, lo invisible que puede estar en este momento junto a nosotros, eso no lo podemos saber nunca. Y la oscuridad tiene mucho que ver con ese disparar la imaginación, tanto para el que no escribe como para el que escribe.



-¿Stephen King qué te parece?

-Me parece fascinante en su primera etapa.

-Creo que dio una vuelta de tuerca con el terror. Eso que decís del miedo a lo desconocido, él lo puso en la vida cotidiana.

-Hay dos Stephen King. El King de las primeras novelas, escritas mucho antes de la Medalla Nacional de las Artes que le entregó Obama y el accidente que tuvo hace veinte años, y el King de después. Creo que la corrección política le limó los colmillos a este monstruo de la literatura, que es un genio. Pero bueno, le va a pasar un poco como a Stevenson. ¿Vos qué títulos recordás? “La isla del tesoro”, “La flecha negra”… Pero la lista con su bibliografía son páginas y páginas. Yo pienso, como Abelardo Castillo, que de King va a quedar “El resplandor”. “It” es otra maravilla también. Y ese acercamiento a lo cotidiano en el terreno del terror que acabás de mencionar para mí tiene un interés adicional: King era una especie de radiógrafo de la sociedad contemporánea suya. Lo que él escribe no puede pasar ni en Malasia ni en Argentina, es americana su literatura. Pero de ahí la universalidad, por aquello de “pinta tu aldea, y serás universal”. Un lector de Malasia o de Argentina pueden disfrutar perfectamente la literatura de King, aunque no van a escribir lo mismo. A mí, como autor, King me dio esa libertad de entender que las ficciones de terror no suceden solamente en Europa. A Poe mismo le achacaron que se parecía a E. T. A Hoffmann, que lo copiaba. Y nada que ver. Hoffman es muy conocido por su relato “El hombre de la arena”, que le dio pie a Freud para ese ensayo formidable que se titula Lo siniestro. Bueno, a Poe le achacaban que se parecía a este autor anterior a él, y Poe respondió con una frase formidable: “Mis terrores no vienen de Alemania, vienen del alma”. Y un alma que ha vivido hace mil años y en la otra punta del mundo, es la misma que hoy está viviendo en la sociedad contemporánea, y acaso en estas latitudes: el ser humano es el mismo, siempre y en todo lugar; nuestra capacidad de crear belleza y gozar de ella es la misma de siempre, al margen de las herramientas de cada lugar y de cada tiempo.

-¿En Argentina, qué escritores del género de terror te parecen fundamentales?

-Para mí el más supremo es Carlos Chernov, aunque sería arriesgado calificarlo como autor del género. Dije en otras entrevistas que me hubiera encantado escribir su Anatomía humana.

-¿A Abelardo Castillo lo tenés adentro de lo que es terror?

-Podríamos incluir a ese maestro narrador en una antología de cuentos de terror subtitulada “autores no pertenecientes al género”. Es más un horror psicológico el de Abelardo, él no te va a plantear universos descabellados, cosmogonías ni nada de eso; pero sí te mostrará el horror en lo de todos los días. Aparte que estamos hablando de una generación de autores muy grandes, para mí uno de los cuentos más terroríficos que he leído en mi vida es “Adentro y afuera”, de Gustavo Nielsen. Una historia impresionante. Pero estamos hablando de autores que cerraban sus cuentos. Yo lo que noto hoy en día es que no se están cerrando las historias. Como se nos obliga a la tan mentada “deconstrucción”, también el cuento parecería deconstruirse, y un cuento deconstruido no es nada. Es una simple composición. Es como contratar un pintor, y sólo te pinta tres paredes, y a la cuarta se te fue. Entonces, cuando le reclamás esa que quedó sin pintar te dice que él no se hace cargo de las angustias tuyas.

-Esto nos lleva al tema de la cancelación que nombraste al principio. Hay una confusión entre el autor y el personaje bastante peligrosa. Creer que porque el personaje es un asesino el autor va a pensar lo mismo. Nadie se fija en la historia, sino en que esa historia tenga que ser políticamente correcta. Es peligroso. Es el fin de la ficción en todos los sentidos, ¿no te parece?

-Eso te decía, es un análisis clarísimo el tuyo. Si hoy en día Dostoyevski escribiera “Crimen y castigo”, en las redes sociales lo acusarían de proponer partirles un hacha en la cabeza a las usureras ancianas y a sus hermanas. Imaginate el lío con “Moby Dick”: aparecen los animalistas y denuncian al pobre Melville por estar proponiendo una linda masacre de ballenas. Bueno, es irrespirable. Y esto no es broma: en institutos educativos de Minnesota cancelaron “Las aventuras de Huckleberry Finn” y “Matar a un ruiseñor” por “el uso de insultos raciales”, como si quemando libros se erradicara esa tara que se llama racismo. Yo tengo un personaje en “Victoria entre las sombras”, que es la Gorda, la cruel madrastra de mi personaje protagonista, casada con un tipo recontrapollerudo que no la pone en vereda en ningún momento. Y la Gorda arrasa con todo. Esto es del año 2011, no existía en esa época la palabra obesofobia. Hoy el discurso sería este: “Mire, señor, esta mujer puede comer lo que se le antoje, la cuestión de sus lípidos es cosa de ella”. O sea, hoy estamos padeciendo el culmen del neoliberalismo, que es el relativismo. Hoy los editores le consultarían a su comité de lectores sensibles, como se los llama, y ellos les dirían: “Acá hay una gorda mala. Mi tía es gorda, mi abuela es gorda, yo soy gordo. Y todos somos buenos. Por lo tanto, este señor queda cancelado”. En mi novela puse algo así como que la Gorda sería igual de mala aunque fuera flaca, y con eso ya me gané el cielo: quedé inmunizado contra la intolerancia de los apóstoles de la tolerancia. Simone de Beauvoir fue la culpable de todo esto cuando dijo, palabras más, palabras menos, que todos sabemos, porque no somos ingenuos, que cuando un árabe malo aparece en una novela, el autor está diciendo que todos los árabes son malos. Dijo eso, y toda la pelotudez progre compró semejante barbaridad. Es increíble, pero es así. ¿Cómo pueden creer que uno está haciendo una especie de apología del asesinato o del suicidio, al presentar personajes asesinos o suicidas? ¿Entonces a Bram Stoker habría que acusarlo de fomentar el vampirismo, y quemar Drácula? Qué absurdo.

-Esa necesidad de salir a explicar que el autor no es el narrador, y que además no piensa como el personaje…

-Exacto. O como cuando decís: “Mirá, hay empresas que tienen que estar en poder del Estado”, van y te contestan “¡Ah!, entonces vos sos un estatista”. “No, no, esperá -respondés-: hay otras empresas que deberían ser privadas”. “¡Ah!, entonces sos un privatista”. Ayer hablaba de este tema con mis alumnos. Les dije que nosotros resistimos como la aldea gala de Astérix. Escribamos como decía Roberto Arlt, con la prepotencia del trabajo. El cross a la mandíbula pegalo siempre.

-¿Cómo fue que empezaste con los talleres?

-Resulta que yo integraba una barrita, a los quince años, del club Obras Sanitarias, y había una parejita que eran chicos muy de barrio. Él era una bestia total, pero no obstante tenía el interés de informarse. Y por ahí me pedía la recomendación de alguna lectura. Entonces le empecé a recomendar libros. Le anoté en unas fichas las cosas que tenía que leer de esos libros, sin hacer un análisis de ningún tipo textual ni nada de eso. Que se fije, por ejemplo, en cómo maneja Poe el suspenso cuando el asesino va abriendo la puerta en “El corazón delator”. Al chico lo perdí de vista, pero andá a saber si con los años se convirtió en lector. Una vez fuimos los miembros de una revista literaria a la casa de Sabato y le dije que lo que quería para mi carrera era ser crítico. Me contestó, con esa cosa campechana que tenía, más o menos así: “Le voy a decir una cosa: siempre usted va a encontrar en la biografía de los críticos algún librito perdido por ahí de poesía, de narrativa. Dedíquese a escribir literatura”. Durísimo.

-¿Y a qué otros escritores frecuentaste?

-Abelardo Castillo. Gracias a Liliana Heker, a mis veintiún años yo escuché por primera vez la versión en inglés de “El cuervo”, leído por Basil Rathbone, en la casa de Abelardo. Otro de mis maestros fue Santiago Kovadloff, una persona maravillosa. Me dio una entrevista para mi libro “Hacer el verso”, que vino después del éxito de “Taller de corte y corrección”. Otro grande que conocí en persona fue quien creo que es el mejor poeta que hemos tenido en el país: Ricardo Zelarayán. Es autor de obras fascinantes, y fue el que dio inicio a todo lo que sería en poesía el neobarroco en su versión gauchesca y paródica, con un poema titulado “La gran salina”, del libro “La obsesión del espacio”, mirá qué hermoso título. Después vinieron “Roña criolla” y otro libro que escribió en mi casa, “Traveseando”. Ricardo no tenía lugar para trabajar, yo vivía en un departamento de Charcas y Gallo que en mis tiempos de oficinista quedaba libre todo el día. Y arreglamos que el “Zela” se viniera con su máquina de escribir, y así escribió esos bellos cuentos para chicos. “Traveseando” me lo dedicó a mí y a sus hijas.

-¿Y de los que pasaron por tus talleres?

-Hay escritores de los que me siento muy orgulloso, porque hoy protagonizan la cultura. Por mencionar sólo a algunos, pienso en el novelista peruano Mario Zegarra, en Pablo Di Marco, en Miguel Sardegna, en Pablo Forcinito. Otros que pasaron por mi taller durante años, aunque están más dedicados al cine, son Matías Orta y Nicolás Amelio-Ortiz. Cuando Cristian Acevedo, el autor más leído de Argentina hoy en día, escribió “Matilde debe morir”, él ya no estaba en mi taller. Pero le pasó algo parecido a lo que me pasó a mí con mi maestro en narrativa, Vicente Battista: Cristian me llamó para mostrarme las primeras páginas de su novela, para ver si el juego que proponía quedaba claro. Lo mismo había hecho yo con mi novela “Victoria entre las sombras”: lo consulté a Battista por teléfono para ver si mi comienzo se entendía, porque en la primera página hay un registro muy raro que te transmite la impresión de que estás viviendo las cosas en el mismo momento en que el personaje las está viviendo, y para llegar a ese logro tuve que darle vueltas y vueltas a las conjugaciones; uno pierde objetividad.

-Trabajaste palabra por palabra, prácticamente.

-Exacto. Leon Surmelian, el autor formidable de Técnica de la ficción narrativa, dice que el buen narrador pesa sus palabras con miligramos.

-Hace poco te viniste a vivir a Mar del Plata. ¿Qué proyectos tenés para acá?

-Ahora revisé la continuación de “Victoria entre las sombras”, que se titula “Victoria en el infierno de las pesadillas vivientes” y que saldrá dentro de poco por Bucanera, sello de Jorgelina Etze. Estoy trabajando también en el quinto tomo de cuentos de “La Abadía de Carfax”, el círculo de escritores de fantasía y de terror que fundé en 2005. Toda gente salida de mi taller, una especie de cuerpo de élite. También para este año mi editor en Zclub, Adolfo Chouhy, tiene programada la publicación de “La Muerte por Mil Cortes”, una novela con “plandemia”, tremenda. Una especie de esteroscopía caleidoscópica con pluralidad de voces y situaciones que se entrelazan todo el tiempo. Se titula así en alusión a una tortura inimaginable que había en China hasta principios del siglo XX, que era colgarte en medio de la calle para ir cortándote la carne a tiras, sin tocar ningún punto vital. Y terminás desangrado y deseando que se acabe de una vez ese infierno. Lo más que puedo decirte para no arruinártela es que trasladé la acción al universo de la ópera. Es un policial, con terror intenso. Un thriller que ejecuta una música muy oscura. Y otro proyecto que tengo en vista es contribuir a ese semillero de escritores que es Mar del Plata, según lo destacó la gran Evangelina Aguilera en la entrevista publicada en esta misma sección hace algunos domingos. Pienso que podría dar en La Anita, mi casa de Parque Luro, unas Charlas de Kincho, por así llamarlas. Quiero reunir en casa a escritores de acá, ofrecerles algo de comer, echarlos a la pileta cuando el calor apriete. Incluso tengo un ático muy confortable en el que podrían quedarse a dormir. Creo que en Estados Unidos este sistema se conoce como “residencia”: vos, por ejemplo, te venís un viernes, te ves una película, comemos, después escribís bajo una consigna, y después te quedás a recibir el mejor taller posible. Contándotelo así, me entusiasmo cada vez más.

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