María, la más mía
En esta nota, LA CAPITAL ofrece una pormenorizada semblanza de María Kodama, la esposa de Jorge Luis Borges, que supo ganarse el amor del escritor. Sus pasos por Mar del Plata, proyectos inconclusos y muchos aspectos desconocidos de la historia, son repasados con exquisita y melancólica memoria por Juan Pablo Neyret.
Por Juan Pablo Neyret
“Pienso también en esa compañera
Que me esperaba, y que tal vez me espera.”
Jorge Luis Borges, “Lo perdido”
A Fabián O. Iriarte, en la amistad irrenunciable y el común amor por la traducción.
“A la realidad le gustan las simetrías”, escribió Borges. En su volumen “El arte del olvido” (título tomado de un soneto borgesiano), el teórico, crítico y docente Nicolás Rosa dejó (a)sentado que hoy “escribir sobre Borges es escribir con Borges”. Sombra terrible de la literatura que lo sucede en busca de un imposible parricidio, es cruel y es mucha la tentación de sumergirse en su universo textual y subordinar al mismo incluso a la destinataria de estas líneas, su mujer, María Kodama.
El cronista tratará de ceder lo menos posible, pero las casualidades que no existen indican que ambos murieron a la misma edad (86 años; Borges, nacido el 24 de agosto de 1899, el 14 de junio de 1986 y Kodama, 38 años menor, el 26 de marzo de 2023), en el mismo día de la semana (domingo) y ella, a un exacto siglo de la edición del primer libro de su pareja, el poemario “Fervor de Buenos Aires” (1923).
Hubo controversias acerca de la edad de María, la hija del químico japonés Yosaburo Kodama y María Antonia Schwaizer, de ascendencia suizo-alemana, inglesa y española. Según su acta de matrimonio con Jorge Francisco Isidoro Luis Borges, habría visto la luz en 1941.
Sin embargo, de acuerdo con su partida oficial, lo hizo cuatro años atrás, el 10 de marzo de 1937. No es de extrañar: según refirió Tomás Eloy Martínez, para quien la ficción es más propicia que los documentos históricos a fin de acceder a la verdad en la Argentina, en 1945 Evita mintió a conciencia su edad en el certificado de enlace con Juan Domingo Perón, a la vez que el General omitió un casamiento anterior y, sobre todo, su condición de hijo ilegítimo así como su linaje derivado del pueblo originario tehuelche, que le hubiera impedido ingresar al Ejército en el temprano 1911.
Borges aprendió a hablar en inglés antes que en castellano. A Kodama, con exiguos 5 años, su profesora particular de la lengua sajona le hizo memorizar los “Two English Poems” (“Dos poemas ingleses”; mi traducción) de él, editados en su libro “El otro, el mismo” de 1964 y que reúne su producción de tres décadas. El joven Georgie era, igual que el cronista, un enamoradizo consuetudinario, a tal punto que le dedicó esas páginas a Beatriz Bibiloni Webster de (sí: “de”) Bullrich.
El versículo final del segundo poema inglés juega una apuesta a perdedor que tantos tanto hemos practicado: “estoy tratando de sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota” (nuevamente mi traducción). De este modo llegó la una al otro no menos que el uno a la otra a través del “divino / laberinto de los efectos y de las causas” (“Otro poema de los dones”) para definitivamente quedarse. (Cuando al cronista le preguntan qué es la literatura, invariablemente responde: “la vida”. Y, dijeran los españoles de España, quien no se ha enterado de esto “no se ha enterado de nada”).
En otras palabras
No es improbable que la traducción sea la forma más amorosa de la lectura. Lo es también la crítica literaria, que buceando en la significancia más profunda de los signos se liga con la terapia psicoanalítica, con la tarea detectivesca, incluso con la criptografía (que lo diga, si no, Rodolfo Walsh, la aparición de cuyos restos seguimos reclamando). Amorosa y morosa, la traducción ha de detenerse en todo y cada detalle para transcrear los textos y que éstos devengan, nuevamente invocando a Borges, los otros, los mismos. Con el mismo desvelo que los copistas previos a Gutenberg, quienes traducen entregan sus pestañas a la incineración para redimir a los libros circulares de Alejandría no menos que a los de “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury.
En el diario El País de Madrid, José Pablo Criales tituló con elocuencia “Muere la traductora María Kodama, viuda y albacea de Jorge Luis Borges”. Bien lo conoce el cronista, ni un título ni el orden de sus palabras han de ser inocentes en un buen periódico. Licenciada en Literatura por la Universidad de Buenos Aires, la traductora Kodama se especializó en letras anglosajona e islandesa, que volcó al castellano.
Borges publicó junto a María Esther Vázquez en 1966 el manual “Literaturas germánicas medievales”, que concluye precisamente con las obras en islandés, al cual él consideraba junto con el anglosajón una lengua madre. Borges y Kodama tradujeron en colaboración el “Gylfaginning” (“La alucinación de Gylfi”), primer libro de la “Edda Menor” -entendida Edda como una modalidad de la escritura nórdica medieval-, obra del poeta Snorri Sturlusson, cuya edición asimismo prologaron y dieron a conocer en 1984. María colaboró con él en otros dos libros: “Breve antología anglosajona” (1978) y “Atlas” (también 1984), testimonio literario-fotográfico de sus viajes alrededor del mundo.
La balada de María y Yoko
El cronista escribió en este mismo diario acerca de las semejanzas entre María Kodama y Yoko Ono. Ambas hijas de japoneses, por ende “exóticas” para la concepción de Occidente, talentosas, mujeres y parejas de dos genios: Jorge Luis Borges y John Lennon. Pionera del arte conceptual en la Londres de los 1960, Yoko no solamente fue la mujer de su vida para el cantautor sino también, y ante todo, la persona en quien él halló la paz interior. Para la consideración popular, sin embargo, es quien “secuestró” a Lennon, la misma idea discriminatoria que circula acerca de la manipulación que Kodama habría hecho con Borges. Quienes sostienen esta concepción quizá no ven que a la vez que cuando las están atacando a ellas lo están haciendo con ellos al creerlos dos peleles, más allá de y junto con que nadie puede habitar una cabeza o un corazón ajenos.
No sólo eso une a estas parejas: también su pasión rockera, evidente en Lennon y Yoko, casi desconocida en Borges –un gozante de The Beatles y The Rolling Stones– y María. Cada cumpleaños de Georgie, él y su mujer lo celebraban en su departamento de Maipú 994, 6° B, en Buenos Aires (que mi hermano mayor putativo Luis Alberto “Betto” Lecuna me llevó a visitar en 1982), escuchando a todo volumen Pink Floyd y, en particular, la ópera “The Wall”, “La pared” si hiciese falta traducción. Cabe agregar que el contacto de Borges con los Cuatro de Liverpool se remonta a principios de los 1960 y a Mar del Plata, cuando su amiga Victoria Ocampo trajo de Inglaterra uno de los primeros vinilos del grupo que llegaron a la Argentina, el LP “Please Please Me” (“Por favor, complaceme”), y lo hizo sonar en el tocadiscos de nuestra Villa Victoria. No por nada el propio Borges remató su emblemático y ya citado “Otro poema de los dones” agradeciendo “por la música, misteriosa forma del tiempo”.
Dos días en la vida
El periodismo le ha otorgado al cronista demasiados dones, entre ellos el de compartir dos entrevistas con Kodama para LA CAPITAL en los 1990, amén de que su propia curiosidad de joven impertinente ya le había permitido sostener una reunión inicial y tres extensas conversaciones con Borges.
El primer encuentro con María tuvo lugar en el Hotel Iruña o el Hotel Guerrero, esos establecimientos siameses que llevan a que uno no recuerde cuál era, pero sí que se trataba de un lento atardecer de invierno, que ella lucía un sacón oscuro bajo una luz tenue y que la pregunta clave fue qué había sentido ante la dedicatoria del poema “La luna” que le había hecho Borges. (Éste escribió dos textos homónimos. El primero, largo y farragoso. El segundo, de solamente cinco versos y un prodigio de concentración semántica, dedicado a ella.) Dijo entonces sonriendo: “Y… Es como el lado oscuro de la luna”, sin que el cronista supiera hasta mucho después que más allá de la referencia astronómica María estaba aludiendo al disco cumbre de 1973 “Dark Side Of the Moon” de Pink Floyd. Quien escribe cree recordar que allí estaba también su profesora de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Marta Villarino, y desde luego no importa si fue así o no.
La segunda y principal entrevista se desarrolló durante un desayuno de verano en el Hotel Costa Galana, entre café con leche (la bebida favorita de Borges) y medialunas dulces, con un ventanal que reflejaba el sol sobre el mar y, afuera, un calor criminal. La noche anterior Kodama había repasado su vida en Villa Victoria en diálogo con María Rosa Solsona y el cronista quiso profundizarla la mañana siguiente, encuentro que se logró de inmediato -mi Flaco Jefe lo sabrá recién ahora- porque el entonces Director de la Villa, el recordado marplatense escritor Juan Carlos “Cachi” García Reig, le mintió a ella que este escriba era Secretario de Redacción de LA CAPITAL.
El cronista recuerda a María de cabello blanco, menuda, sonriente, pícara, cómplice hasta lo compinche, aceptando de inmediato el voseo y respondiendo a todas las preguntas, incluida una en especial. Una vez más, ante el apelativo habitual que se le asignaba, enfatizó que “nunca fui la secretaria de Borges” –con quien se trataban de usted, ella llamándolo por el apellido y él, por el nombre de pila- y soltó una frase que mostraba su orgullo por haber sido la elegida y terminó siendo el título de la nota: “Borges era un hombre muy codiciado”.
El cronista avanzó hasta el punto de preguntar: “¿Tuviste sexo con Borges? Quiero decir, sexo físico como les cabe a las parejas”. Ella volvió a sonreír y dijo: “No te lo voy a contestar, pero no porque no quiera. No ahora. Un día lo voy a contar en un libro y ahí te vas a enterar”. El transcriptor de estas líneas sigue esperando el ya infinito regalo que no llegó a concretarse, el libro que tal vez más deseó leer y nunca fue escrito, quizá por Eros y Thánatos, porque el Amor y la Muerte caminan de la mano y puede que incluso 86 años no hayan resultado suficientes.
La Eterna novela del Museo
Otro caluroso día de verano, por la tarde, en la casa de otra Directora del Centro Cultural Villa Victoria, Susana López Merino, urdiendo iniciativas como era habitual, ella dejó al cronista al borde del pasmo. Concretamente, le pidió que redactara el proyecto para un Museo Borges en Mar del Plata, del cual él sería Director. No sin vago horror sagrado lo hizo, firmó a la izquierda de la funcionaria y los papeles le fueron elevados al intendente entonces sí electo, Mario Roberto Russak. Susana poseía un contacto en su agenda que se mostraba irrevocable: María Kodama. Sin embargo, por ello mismo la idea no logró prosperar.
¿Qué ocurrió? Hoy opuestas por el vértice, anteriormente Villa Victoria y Villa Silvina, ésta la residencia marplatense de Silvina Ocampo, hermana de la directora de “Sur”, y su marido, Adolfo Bioy Casares –el mejor amigo de Borges-, estaban comunicadas en “L” por una manzana.
Cuando las familias Bioy-Ocampo y Borges-Kodama se distanciaron a causa de que el primero sostenía la teoría del “secuestro” de Borges por parte de su mujer, ella se negó terminantemente a que el Museo del cual este escriba iba a ser titular se situara, como estaba previsto, en la segunda de las casonas, que había salido a la venta. No hubo López Merino que valiera para torcer su voluntad y el edificio finalmente fue comprado por Juan Carlos Ciancaglini, sobrino político del cineasta Leopoldo Torre Nilsson, para lo que en la actualidad es: la ampliación de su Mar del Plata Day School.
Aun así, fue un voto de inmensa confianza y otro hermoso regalo incesante la posibilidad de que el cronista tuviera a cargo un Museo consagrado al escritor del cual es devoto. No hubo ocasión para que quien esto escribe lo hablara directamente con María.
La guardiana de los libros
Aquella noche de Villa con Solsona, Kodama concluyó leyendo dos cuentos suyos que el cronista no dudaría en calificar como casi perfectos. Sin embargo, aunque su pareja la animaba una y otra vez a publicar, ella se negó a hacerlo en vida de él, otra de sus demostraciones de pudor, respeto y amor. Recién en 2016 editó “Homenaje a Borges”, a treinta años de su partida, y, de hecho, se trata de una selección de conferencias dictadas por María sobre Jorge Luis en todo el mundo. En 2018, por fin, dio a conocer sus “Relatos”.
En 2021 se publicó “María Kodama: Esclava de la libertad”, libro de memorias en diálogo con el periodista Mario Mactas; ella, hija de padres separados, consideraba acerca del matrimonio que “cuando me hablaban de esposas yo sólo conocía las que se les ponían a los presos.
Desde los cinco años, en mi cabeza ya primaba el razonamiento: yo no quería casarme para ser una prisionera y menos tener hijos que me iban a absorber toda la vida, no quería generarme una esclavitud: quería ser libre. Mi madre me decía que Borges podía ser mi abuelo y tenía razón. Por esa diferencia de edad era una adelantada”. En este 2023, finalmente, editó “La divisa punzó” con sus opiniones acerca de Juan Manuel de Rosas basadas en sus diálogos sobre él con Borges. A diferencia de su esposo, ella estimaba al caudillo y así lo hizo saber.
Lugar común la muerte
En 1914 la familia compuesta por el escritor, traductor y docente Jorge Guillermo Borges, su mujer Leonor Acevedo y sus hijos Jorge Luis y Norah (Leonor Fanny, su nombre original), artista plástica, se trasladaron a Ginebra para que los adolescentes cursaran sus estudios secundarios en el Colegio de la capital suiza, al mismo tiempo que los retuvo en esa nación neutral el estallido de la Primera Guerra Mundial. Todos los doctorados posteriores de Borges fueron honorarios y por ello él se definía irónicamente como “un mero bachiller ginebrino”.
El 21 de septiembre de 1967, a sus 68 años, Borges, el agnóstico (agnóstico y anarquista, lo mismo que el cronista) se casó por iglesia con Elsa Astete Millán, de 57. La injerencia de doña Leonor terminó por disolver el vínculo pero nunca pudieron hacer la separación legal. Todavía inexistente el divorcio en la Argentina, el 26 de abril de 1986 él y María se casaron por poder vía Asunción del Paraguay, y aquí cae otro mito: fue Borges quien decidió el matrimonio, al saber de su leucemia, con el propósito de que Kodama fuese su heredera universal.
En tren de demoler mitos, tampoco fue una imposición de su mujer que Borges se marchara a morir en Ginebra. La adolescencia puede ser una edad dorada en la cual la vida está en flor y la mayor preocupación es reprobar un examen de Historia o Matemática, en tanto las auténticas responsabilidades llegan con la adultez. Ya en su poema “Límites” había escrito sobre “el incesante Ródano, y el lago, / todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino” y también en su cuento “El otro”, acerca de un encuentro entre el Borges joven y el anciano, el primero situado -nuevamente- a orillas del Ródano y el segundo, del río Charles que me fue dado conocer e inclinarme sobre él, y que divide Boston y Cambridge en Massachusetts, Estados Unidos de América. De hecho, en el último libro que publicó, “Los conjurados” (1985), encontramos el poema “Abramowicz”, que le dedica tan retrospectiva como prospectivamente a su mejor amigo, judeopolaco, en el Colegio de Ginebra.
El gentilicio correspondiente a Borges es “borgesiano”, según lo establece la principal revista del mundo dedicada a él, “Variaciones Borges”, hoy con sede en la University of Pittsburgh, USA, y anteriormente, cuando le fue concedido a quien escribe, en su faz académica, el don de publicar en ella en 2002, en la Aarhus Universitet de Dinamarca, gracias a otro divino laberinto de efectos y de causas que lo unió con el eminente teórico y crítico argentino Noé Jitrik. Otro río fluyó allí: el asimismo incesante de Heráclito, el griego, que el cronista había analizado en principio para una revista de la carrera de Filosofía de la Facultad de Humanidades de la UNMdP por invitación de su amiga y asimismo estudiante Miriam Destri. El escribidor hace la salvedad que inicia este parágrafo porque el incorrecto “borgiano” podría conducirnos al envenenamiento renacentista (Borgia) y borgeano, a la Revolución Sandinista nicaragüense (Borge).
Betto Lecuna, cuando los presentó en la calle Maipú porteña -la Maipú marplatense se le reserva con exclusividad a la Escuela Piloto-, le reveló a Borges a “un joven escritor de 18 años”. Georgie respondió “yo alguna vez tuve 18 años” pero el cronista jamás podrá decir “yo alguna vez fui Borges”, anécdota que se lee en “Borges y yo” de su libro -en rigor un pliego de cordel- “Cometas en el cielo: Crónicas” (Torreón, México: Iberia, 2006). Y para ello no hay vida pasada ni futura que valga.
María Kodama eligió fallecer, afectada por un cáncer de mama, en el hotel Loi Suites de Buenos Aires. En un artículo de la agencia Infobae escrito por Belén Marinone, que el plural autor de estas líneas desea se asocie con la profesora de Literatura Hispanoamericana contemporánea Mónica Marinone, de nuestra Universidad pública, pueden leerse, y léanse aquí como un fin que no es sino otro principio, estas palabras de la mujer del más grande escritor argentino: “Es muy divertido porque él (Borges) me decía siempre que nosotros, seguramente, de todas las formas posibles después de la partida, la más lógica, con eso significa que ya no creía, era la reencarnación. Y que seguramente nosotros veníamos de varias reencarnaciones, entonces me decía que en la próxima nos íbamos a reencontrar”. Parafraseando a un rosarino del 63, allí van, parte del aire, allí van, en libertad.
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