CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Opinión 30 de mayo de 2017

Master of None, divino tesoro

La serie de Aziz Ansari y Alan Yang revisa el rol de una generación en el borde de dos mundos. La cultura digital, las citas sexuales, el peso de la tradición y la buena vida, siempre desde la lupa del humor.

por Agustín Marangoni

La segunda temporada de Master of None comienza con un capítulo en blanco y negro. Primera escena: suena un despertador viejo, Ansari abre los ojos e intenta apagarlo. Prueba metiendo los dedos entre las campanillas, nada, lo hunde entre las almohadas, tampoco. Decide salir de la cama. Ansari está en Italia. En Módena. Viajó para aprender a amasar pasta. Anda en bicicleta por las calles de adoquines, usa boina y saco, y tiene un amiguito de ocho años que se viste con una camiseta blanca. Cuando cruza la plaza central la cámara lo toma pedaleando en un plano general desde lo alto de alguna torre o balcón. El homenaje a Vittorio de Sica –y por momentos a Chaplin– es una ternura. Al punto que uno está esperando que le roben la bicicleta. Pero no. Le roban el celular. Y el drama es que hace cinco minutos había agendado el número de una chica que le gustaba.

Esa idea, tan elegante por la cita y por la actualización del conflicto, resume con una inteligencia extraordinaria el humor de la serie. Su personaje tiene 33 años y vivió el mundo analógico en su infancia, ahora es un usuario activo de los beneficios digitales. Sus padres lo obligaban a rezar el Corán, ahora se permite discutir la tradición, come cerdo, toma alcohol, fuma un cigarrillo electrónico de marihuana, no está interesado en tener hijos y consigue chicas a través de aplicaciones de citas. Los tiempos cambian, las formas de contar también. Su obra es breve, humorística y escapa de la dinámica del gag. Además, deja de lado esas risas de fondo que le señalan a uno dónde tiene que reírse y con qué efusividad: la tiranía del disfrute.

master_none_2

En la primera temporada, Ansari construye su personaje como un neoyorkino de familia inmigrante y amigos excéntricos. La serie muestra de a poco sus virtudes y la profundidad de sus planteos. Los temas son los de siempre, amor, familia, soledad, trabajo, la felicidad, pero enfocados en una gramática siglo veintiuno. La gran ciudad es el hábitat natural de los jóvenes que intentan cumplir sus objetivos, aunque no sepan bien cuáles son. Sí queda claro que los protagonistas de Master of none son de clase media y tienen visibles intenciones de llevar la buena vida. No les interesa ser millonarios ni tener poder, quieren comer en los mejores restaurantes, trabajar poco y divertirse todo lo posible, sin enaltecer la cultura del vicio, tan de moda en el relato de los noventa. En ese marco narrativo, que a primera vista parece un catálogo de cancheritos snobs, se deslizan temáticas fuertes. Y se abordan con astucia.

La segunda temporada es todavía mejor, más fina, mejor escrita y más pensada. Los capítulos, salvo uno, no superan los 35 minutos; tiempo suficiente para contar los nudos de una historia que continúa otras historias de larga data, en términos políticos, claro. Ansari le sacude a la religión, revisa la influencia de los padres en la formación del sujeto social, actualiza los dispositivos de control de las minorías y hasta se burla de su propia condición de joven clase media sin brújula y esclavo de una forma de pensar los asuntos centrales. Desde el lugar común dispara al corazón del lugar común. Los personajes se la juegan de superficiales, sin embargo meten el dedo en la llaga justa. Y aunque está muy lejos de ser una serie conservadora, hasta se da el lujo de subrayar incisos convencionales de la sociedad que bien vale la pena conservar.

La continuación de Master of None –que se estrenó hace dos semanas en la plataforma Netflix–  se esperaba con la ansiedad de un material de culto. Son las formas de contar, lo liviano sin solemnidad: casi todas las reflexiones surgen de cuestiones efímeras, simples. Ahí está la nota contemporánea. El protagonista (también coautor y director) no da puntada sin hilo y lo sostiene como si no estuviera pasando nada importante. Sin embargo, está llevando al humor la voz de una generación que conoció la transición entre dos mundos.

Y la comida: premisa clave. Las referencias a restaurantes y chefs famosos son un recurso narrativo que obedece a una tendencia mundial. A través de platos y rituales culinarios, la trama explica los personajes. Comer es una actividad transversal a cualquier cultura, el diseño de una receta habla de la sociedad, de su economía. También de caprichos e historias de vida.

Miren Master of None.