“Me interesa que sepan que las buenas salidas siempre son colectivas, nunca individuales”
Magela Demarco, autora de "Mi amigo el mar", dice que, para escribir, es central disfrutar de la lectura. Elaboró una historia sobre la necesidad de experimentar el desapego.
La historia de un niño que se acerca al mar y ve cómo las olas se llevan su autito favorito es el disparador que utilizó la escritora Magela Demarco para idear el libro “Mi amigo el mar”, una narración que habla del desapego, de pensar en el otro, cuidar el medioambiente y dejarse sorprender. El cuento de Demarco se refiere a un mar que “está vivo”, un mar personificado para los más pequeños que lleva y trae cosas, las aleja y las acerca, como metáfora de compartir y de estrechar lazos.
El libro ilustrado por Caru Grossi y publicado por La brujita de papel “trata del valor de la amistad, de lo que puede costar o no hacerse de amigos en el lugar de veraneo”, comenta de Demarco.
“Quise reflejar todo lo que representa para mí el mar, que se lleva con sus olas las tensiones, las mochilas que uno carga”, detalló la escritora.
Demarco es periodista y comunicadora. Trabajó para Clarín, el Fondo Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y el Banco Internacional de Desarrollo (BID), así como en revistas y fundaciones internacionales, profundizando en temáticas como violencia familiar, educación, salud y medio ambiente.
Nacida en 1976, su infancia transcurrió entre Zárate, Campana y la ciudad de Buenos Aires; se creció escuchando cuentos e historias narradas que alimentaron su amor por los libros y ahora escribe cuentos para manuales escolares.
En tanto que Caru Grossi nació en Bariloche en 1979 y creció dibujando, un poco sola y otro poco acompañada -“tuve grandes maestras que me ayudaron a verme y a sentir confianza”, cuenta en la página web de la editorial-, y antes de saber que deseaba ser ilustradora estudió y trabajó en escenografía, vestuario y diseño de indumentaria.
“Dibujo porque necesito comunicar lo que siento, veo y me conmueve; por placer y porque me ayuda a ver, encontrarme, crecer y ser”, asegura la ilustradora que actualmente colabora con varias editoriales.
– ¿Qué te inspiró a escribir esta historia y qué hay de personal en ella?
– La idea del cuento nació a partir de una situación que ocurrió con mi hijo Tobías hace dos años, un verano en Villa Gesell, cuando él tenía tres. Una ola se llevó un autito. No lo pudimos rescatar, desapareció y él rompió en llanto, con mucha angustia. Entonces yo le dije que seguro era porque el mar se lo iba a llevar a algún chico a quien su mamá no podía comprarle ninguno. Que él tenía muchos, que después le compraba otro. Creo que esa explicación era mi intento para que él pudiera entender antes que yo ciertas cuestiones del desapego, de no aferrarse estáticamente a las cosas, porque la vida es movimiento, es cambio, y hay que aprender a ser más flexibles y a fluir.
– ¿Cómo fue que te acercaste a la literatura infantil?
– Para que te guste escribir antes te tiene que haber gustado leer y a mí me gustó desde chica. Mi familia me leía muchos cuentos. Recuerdo que mi tía Mary me había comprado una colección de libros que se llamaba Musicuentos, de Viscontea: eran enormes y de color verde; venían todos los relatos clásicos en muy lindas versiones, con toques de humor y traían un disquito para escucharlos. Me fascinaban, me veo de chica sentada en el hall de la casa de mi tía en la calle San Martín, en Campana, escuchando relatos. Mi abuela Margarita, era la contadora oficial de aquellas historias que les habían ocurrido a antepasados nuestros, y recuerdo con especial cariño un libro que me acercó mi mamá, “El libro de los chicos enamorados”, de Elsa Bornemann, que tenía un poema que amaba y me sabía de memoria: “Yo”.
– ¿Cuándo decidiste escribir para chicos?
-Escribí cuentos desde que era adolescente. Hacía cuentos para grandes, de un humor bastante ácido; seguí periodismo justamente porque me gustaba escribir; pero fue recién pasados los 35 años cuando dije: “Si a mí lo que más me gusta es escribir cuentos, ¿por qué no intento ir hacia ahí?”. Y acá estoy. Para los más chicos empecé a escribir cuando nació Tobías, mi amor, que hoy tiene cinco años. El es mi gran musa, mi gran maestro y mi gran todo.
– Poldy Bird es uno de esos casos que comienzan con su escritura a partir del nacimiento de un hijo. ¿Por qué creés que se da esa situación?
– Creo que con nuestros hijos revemos todos los temas que nos quedaron pendientes. Tobías me impulsó a terminar de definir y clarificar muchas cosas en mi vida y una de ellas tiene que ver con animarme a tomar este camino. Porque aprendemos con el ejemplo, no con las palabras, y yo quería que me hijo tuviera una madre que se animara a ir en busca de lo que quería, de lo que más le gustaba hacer. Desde que él nació los cuentos para niños fueron saliendo solos y le quitaron lugar a los de adultos. Aunque también me divierte mucho escribir en el tono ácido que casi siempre toman mis cuentos para adultos.
– Cuando se trata de literatura infantil, ¿qué es lo que buscás?
– Me interesa transmitirle a las niñas y niños de las nuevas generaciones que no sean ajenos al dolor ni a las necesidades del otro; que sepan que las salidas, “las buenas salidas”, siempre son colectivas, nunca individuales; que entiendan que si alguno tiene la suerte de recibir amor, contención, cariño, comida, instrucción, hay otros que no, y es ahí donde me interesa que comprendan el valor que tiene el compartir.
– ¿Este libro deja algún tipo de enseñanza?
– Hablo sobre algunos de los temas que a mí me convocan pero me gusta que cada niña, niño, adulto o adolescente encuentre su hilo conector con el cuento. Los seres humanos nos conectamos o vibramos con cosas a veces similares y a veces diferentes. Este hijito de papel recién está saliendo a la luz. Todavía no tengo mucho el feedback. Me encantaría que las chicas, chicos y grandes me escriban diciéndome qué les resonó o qué les vibró a cada una/o.
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