Cultura

Media hora

Un cuento de la escritora marplatense Carolina Bugnone.

Por Carolina Bugnone

Visitar a los tíos Mario y Elsa le parece algo demasiado aburrido. Hay que subir una escalera interminable, escalón por escalón, de mármol sucio y barandas frías, sin ventanas. Con la luz amarilla de los focos que cuelgan de un cable negro y finito y hace sombras raras en las paredes grises. El techo allá arriba, en un espacio tan ancho y alto como para gigantes. Primero tiene que esperar un tiempo largo hasta que atiendan el portero eléctrico, y después el otro portero, el señor con una panza que revienta la camisa y escupe al hablar. Buenas tardes familia les dice y la nena le mira los dientes negros, le llega desde él un olor fuerte que no puede definir. Buenas tardes José le dice el padre y la nena le detecta los ojos sobre su cuerpo flaco y chiquito. La voz del portero es gruesa y pastosa, como la sensación que le queda en la mano cuando la pasa por la baranda.

A la nena le gustan las cosas dulces, la madre le niega las golosinas por los dientes, así que ella espera que la tía Elsa le convide unos caramelos media-hora, dulces, horribles. Buenas tardes, buenas tardes, el portero repite con voz negra entre los dientes torcidos, y la nena camina con las piernas flaquitas que asoman de un short rosa con flores. A la madre le gusta vestirla linda y peinarle el pelo tirante en una colita, a la nena le gustan los caramelos, al portero le gusta mirarlas. La madre tiene una mini de jean y unas piernas largas sobre unas sandalias con plataforma, camina moviendo las caderas, su pelo es largo y ondulado. La madre es hermosa y el padre no se da cuenta. Ni de cómo las mira el portero mientras las saluda Buenas tardes, buenas tardes, la saliva se suelta en misiles contra las caras de la familia que sube sin apuro. La nena saldría corriendo, pero la mano de la madre la mantiene a su ritmo. Le parece que el ritmo de los grandes siempre es lento y pegajoso como los chicles cuando ya no sirven y los estira entre los dedos.

Y suben. Escalones, piernas, short, mini, la sombra del padre. En algún momento llegarán. La puerta del departamento se abre, la tía Elsa está contenta. Cuando le da un beso a la nena huele a maquillaje para viejas, a naftalina, a mal aliento. No puede saber muy bien cuántos olores se concentran en la cabeza de la tía cuando pega la boca a la mejilla. El padre pregunta por el tío Mario, que asoma detrás de la puerta de su habitación con cara de dormido. Se entusiasma con la visita, abre la boca en una gran sonrisa. Todos los hombres que conoce la nena tienen los dientes negros y salpican cuando hablan, excepto el padre que no le muestra seguido la sonrisa. El tío habla a los gritos. ¿Qué tal?, qué lindo que vinieron, ¿hace frío afuera? Y la madre: No, para nada, estás destemplado Mario.

Los tíos no saben conversar con nenas, le prenden el televisor. Arman un rincón con una silla frente al aparato y un vaso con jugo en una mesita ratona, al lado de un calefactor apagado y de la puerta ventana que da al balcón. Tienen un reloj cucú que hace ruido justo sobre la cabeza de la nena. Desde abajo, el pájaro tieso, chillón y verde canta en un gritito parejo, abre el pico al son del Cucú Cucú Cucú, mira con ojos fijos en un horizonte que no existe, los ojos de la nena también se sobresaltan.

Pasados diez minutos, la nena se aburre y se pone a pensar. Imagina que es una super heroína vestida de rosa, con capa y anteojos especiales, que vuela por encima de los edificios del barrio de sus tíos. Que bate los brazos como pájaro y salta de techo en techo en busca de los malvados que amenazan la ciudad. Sus anteojos especiales le permiten mirar todo lo que no se ve, y la capa la cubre del frío, el calor, la lluvia, el sol y la hace volar a una velocidad increíble. Da la vuelta al edificio más grande del centro de la ciudad y se choca con un gigantón de dientes podridos que la mira con ganas de atraparla. Así que estira los brazos, hace unos pases mágicos y le lanza unos rayos dorados que lo paralizan al instante. El gigantón llora como un bebé con voz quebrada, escupe, chilla. Se va a morir. Tía Elsa la interrumpe, le trae un puñado de caramelos media-hora y le acerca su boca a la cara. No puede estar segura si el olor es a cigarrillo, a colonia. Tomá querida, y los deja en la mesita al lado del vaso.

La heroína ya consiguió nombre, se llama Bellota o Bombón, como las de la tele. Mejor Bombón Bellota Burbuja Rosa de la Super Galaxia. Agarra uno de esos caramelos, se lo mete en la boca, ya sabe que son como bolitas y se pueden atorar en la garganta, y si eso sucediera no podría respirar y todos se asustarían. Por eso pasa con cuidado la bolita negra entre los dientes, tiene gusto a cocacola quemada. Lo almacena un rato en el costado, se toca con el dedo la mejilla agrandada y dura. El tío habla y habla, la madre se ríe a veces por compromiso, el padre se contagia del tío y también levanta la voz. Para Bombón Bellota Burbuja Rosa de la Super Galaxia es sólo un telón de fondo de la aventura que está por emprender, mientras rodea la mesita ratona y baja el picaporte de la puerta que da al balcón.

Las piernas flaquitas se mueven hasta correr, los brazos levantados con todo el Poder del Universo y el media-hora resistiendo la lengua y el tiempo. Corre y corre por el balcón hasta que se cansa y queda quieta frente a la baranda de madera. Abajo, el patio del vecino, una rosa china, un gomero, unas alegrías del hogar, las baldosas rojas. Arriba el cielo limpio, el sol, una única nube.

Las voces de los grandes cada vez más lejos, las voces penetrantes de los tíos, el media-hora guardado en la boca, inerte entre las encías. Bombón, frente a la baranda de madera vencida, pega su cuerpo a los barrotes, se balancea despacito, adelante-atrás, adelante-atrás. Las piernitas flacas se mueven sin doblar las rodillas, los brazos extendidos con todo el Poder del Universo y el silencio. Adelante-atrás, adelante-atrás y el super Poder está concentrado ahora en las piernas, arriba el cielo sin nubes, abajo el patio de baldosas viejas. Bombón puede salir volando cuando quiera, el mal la espera detrás de las plantas del vecino de abajo y tiene que liquidarlo lo antes posible. Adelante-atrás, adelante-atrás sin doblar las rodillas, el crujido de la madera, los barrotes flojos. Su chirrido es una canción de fondo,

adelante-atrás, cuic cuic, adelante-atrás, cuic cuic. El peso del cuerpito sobre los barrotes, el movimiento que no puede parar. Las manos sobre su cabeza, los brazos al sol. La tentación crece a medida que se balancea. De fondo las risas, una frenada en la esquina. El mal le hace burla y ella está dispuesta a terminar con él, despliega las alas todo lo que puede, los dedos hacia el aire despejado, las piernas en movimiento y cuic cuic cuic cuic las maderas desatornilladas, el monstruo de los dientes se acerca cada vez más, el tío de los dientes le mira la panza, le toca la bombachita, le mete un dedo salpicado de saliva con un olor feo a algo que no sabe qué es. La reina de la Galaxia empieza a llorar porque el monstruo no se va, ni en la visita anterior a los tíos, ni en esta ni en ninguna. Entonces, salta.

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