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Arte y Espectáculos 3 de junio de 2016

Mercedes Morán estrena en Mar del Plata “Ay, amor divino”

Desde hoy y hasta el domingo en el Roxy, la reconocida actriz sube a escena con textos de su autoría en los que evoca su vida con humor. Está dirigida por Claudio Tolcachir, con producción de Lino Patalano.

“Me especialicé en decir que los personajes que hacía me protegían y, de hecho, me sentí protegida por los vestidos de esos personajes. Pero no sé muy bien por qué tomé esta decisión de despojarme del personaje que me protegía y ponerme en este riesgo”, confiesa Mercedes Morán. El desafío del que habla y que sacude su “zona de confort” es aparecer sobre el escenario contando experiencias de su vida personal que ella misma escribió y que dirigió Claudio Tolcachir. Así nació “Ay, amor divino”, que se estrenará en Mar del Plata esta noche, en el escenario del Teatro Roxy y que también podrá verse mañana y el domingo en el mismo escenario.

Sin que medie artificio ni manipulación alguno para lograr historias atractivas, Morán escribió esos textos amparada en su memoria y en una mirada que le permite contar su vida con altas dosis de humor. “Es la primera vez que escribo, lo más cercano fue una adaptación que hice junto a mi marido de un texto de Agosto, pero es la primera vez que me puse a escribir. Estoy escribiendo sobre temas de los que conozco, sobre la infancia, sobre mis vínculos familiares, sobre mi experiencia de vida, no es una obra de teatro sino que es un monólogo”, señaló la actriz a LA CAPITAL.

En el espectáculo aparecen su infancia en un pueblo de provincia, su amor a Dios como hija de una madre “hipercatólica”, dice. Y sus primeros amores, su paso por un colegio de monjas, los hijos y la vocación. “Después hay un espacio de epílogo final o un segundo acto muy corto y donde me paro en el presente y dejo de evocar y hablo de lo que significa para mí el paso del tiempo, lo que me angustia, lo que me confunde, lo que me perturba y como lo quiero atravesar”, cuenta.

Cálida, recién llegada de Buenos Aires, Morán señala que este cambio radical en su manera de interpretar un texto dramático supone que obedece a su necesidad de tener otra clase vinculación con el público, “a una altura de mi carrera en que lo estaba necesitando”, sigue.

– ¿Qué estabas necesitando?

– Hablar de mis cosas a partir de mí y sin la famosa cuarta pared, inaugurar una manera diferente de hacer teatro, de relacionarme con la gente. Creo que cuando termine de hacer la experiencia voy a tener más respuestas de esto que surgió como una necesidad a la que obedecí. Cuando tuve temores y quise escaparme, alguna de la gente que me rodea y que escucho con atención me dijo que siguiera por ese camino, pero creo que todas esas respuestas las voy a tener cuando haya hecho la experiencia.

– ¿Tendrá que ver con que estás más madura para emprender este desafío?
– Eso no sé, quizá sí me parece que tengo un poco más de confianza y que he perdido un poco el temor al ridículo que me acompaña siempre. Y lo celebro. Eso me despoja de tensión y algo de eso… no sé si tiene que ver con la madurez, sí estoy más grande sin lugar a dudas pero ojalá tenga que ver con el madurar, creo que tiene que ver básicamente con una necesidad de subrayar algo que tiene que ver con la confianza, la confianza en los otros, en la gente que me rodea y en el director y entregarme a un espectáculo muy íntimo, donde establezco con el público una relación más bien a la amistad. Comparto cosas muy íntimas, por lo preciadas, porque es una evocación de la infancia y me parece que en la infancia es donde vive la verdadera persona más allá del tiempo que haya pasado. Ahí es donde se creó esa persona que uno lleva encima.

– Están escritos desde el testimonio personal, ¿por qué sin ningún artificio?

– No hay artificio, por eso cuando estos cuentos no pasaban del círculo de amistad siempre les parecían lo suficientemente atractivos como para empujarlos a hacerlos en público. Yo lo escuchaba como un halago pero nunca los había tomado en serio, hasta que no me apareció a mi la necesidad de hacerlo, no lo tomé en cuenta, pero son reales. El setenta por cuento del espectáculo es una evocación de mi vida, con todo lo que tiene la mirada, uno no sabe hasta donde está la pura verdad, la propia mirada y el transcurrir del tiempo hace que uno distorsione un poco las cosas, pero no es una cosa consciente. No hay una manipulación de intervenir los cuentos reales para que resulten más atractivos, o más efectivos.

– Decís que los personajes te protegían, ¿de quién?

– Son una máscara, me protegen de sentirme menos expuesta. Cuando encarno un personaje que no se parece a mi y es una personalidad menos inhibida que la mía es el personaje el que me permite hacerlo, el que está detrás de esa mascara. Cuando se termina la obra y llega el momento del saludo no es el personaje el que sale a saludar sino la actriz y eso a mi me da mucho pudor. Ahí puedo ver claramente esto de que el personaje te protege, porque en aras de otra te animás a hacer cosas que por ahí vos no harías. Y en este espectáculo soy yo desde que empiezo a que termino. Ahí es donde uno corre riesgos y es bueno también correr determinados riesgos y no quedarse en una zona de confort. Es saludable.

– ¿Qué vida tuviste y tenés, como la definís?

– Sí, una buena vida porque la puedo contar, porque me llevó a ser lo que soy y a construir una realidad de la que disfruto y de la que me siento muy satisfecha y muy agradecida, muy privilegiada. Siento que he hecho un largo camino con mi vida y bueno, estoy contenta, pero no estaba exenta de contradicciones y de sufrimientos. Lo que pasa es que lo miro desde una óptica y desde una distancia que me permite mirarlo con humor.