Cultura

Monique Schwitter: “En tiempos de capitalismo, el amor se vuelve un valor económico”

De donde surge la melancolía que lleva a una persona a repasar su educación sentimental tiene una respuesta posible en “Los amores de una vida”, novela de Monique Schwitter que se propone fracasar desde el principio, cuando la narradora decide inventariar y catalogar todos los nombres que dieron forma a su experiencia amorosa.

Como la onda expansiva del planeta de Lars Von Trier colisionando contra la Tierra (“Melancholia”), como la escena final de “La maté porque era mía”, donde el juez misógino que interpreta Philippe Noiret comparte una cena elegante con cada mujer que consideró su posesión, “Los amores de mi vida”, publicado por Edhasa, repasa una idea sobre el amor a la vez que la aniquila.

La novela de Schwitter (Suiza, 1972) acomete sobre el capitalismo en tiempos de amor y no al revés, porque, dice la autora, “cada vez más las relaciones amorosas se leen bajo reglas de economía” que muy, muy lejos de la impunidad patriarcal de la comedia francesa donde los nombres de las actrices aparecían en los créditos detrás de los actores, no opta por el asesinato.

En su primera visita al país, en el marco de la 45° Feria del Libro de Buenos Aires, Schwitter dice que esta ciudad “es una fantasía de 30 años” que comenzó cuando una compañera del colegio volvió hablando castellano a Zurich después de pasar un año aquí.

Para la escritora, “Buenos Aires fue un espacio de nostalgia aún sin conocerlo, quizá por su nombre. Es al menos contradictorio que una gran ciudad se llame Buenos Aires, además de que en alemán el plural no existe. No tenía una imagen, sino la idea de un país donde coexisten las culturas y me interesaba ver eso”.

De inmediato le llamó la atención “la gran presencia del castellano, a diferencia de otros lugares donde el inglés es la lengua del turista. Me encantó ver hasta qué punto las personas viven en su idioma, como una obstinación salvaje de autonomía ante la hegemonía de otras lenguas”.

– Ese interés por el lenguaje atraviesa su novela.

– Me fascinó notar que la lengua de adiestramiento de perros es en inglés básico en cualquier país, como ese inglés internacional que se usa para solamente dar órdenes precisas. Eso, que no tiene nada que ver con la comunicación y mucho menos con el amor, se traslada a otras escenas: en Suiza la regla es el alemán que se habla en Alemania y no el que hablamos los suizos, existe una noción de subordinación de una lengua sobre otra. Lo llaman alto y bajo alemán y se vive como quiénes dominan sobre quiénes.

– Una operación narrativa notable es ese último capítulo capaz de cambiar todo el significado de “Los amores de una vida”.

– Si dejaran de leer el libro en el anteúltimo capítulo la historia sería absolutamente otra. Ese cierre me permitió pasar revista de la formación sentimental con una óptica inesperada, volver diferente el punto de partida. Me fascina saber qué nos pasa cuando leemos, porque siempre estamos haciendo algo simultáneo, repasamos nuestra propia experiencia, vemos qué tipos de colisiones produjo eso en nosotros mismos.

– Hay una comunidad amorosa y hay una noción de capitalismo atravesando el amor. Cuando se habla de “Su Lisa”, “Su Urs”.

– La narradora fracasa ante su propio proyecto, comienza diciendo que irá repasando hombre por hombre, una especie de educación sentimental heteronormativa, pero eso se desintegra cuando su marido no aparece donde debería. No funciona en el libro y no funciona en la sociedad, solo funciona en la medida en que ellos mismos se llaman mío o tuya, conceptos vinculados a la pertenencia. El capitalismo está presente en todo tipo de relaciones personales cada vez más fuertemente, me interesa mucho esta correspondencia entre poder adquisitivo y el valor amoroso. Las parejas clásicas que aparecen en el libro funcionan en la medida en que se llaman “tuyo” o “mía” y dejan de hacerlo cuando ese acuerdo ya no se puede sostener.

– Un cuerpo muerto, probablemente ya desintegrado, marca el comienzo del texto y en contraposición surge un fuerte registro sensorial.

– Trabajé esa idea de que estamos encerrados en el cuerpo, que dependemos de nuestros sentidos, que eso es transitorio, perecedero y que a través del espíritu podemos contactarnos con el pasado y con el futuro. Los libros pueden establecer un vínculo entre vivos y muertos tan real como las experiencias corporales.

– Otra operación interesante es que la escritura no hace distinciones evidentes entre lo que se piensa, lo que se sueña y “la realidad”.

– Es que me interesa la coexistencia entre esa voz interna y el afuera, los espacios imprecisos donde una se pregunta si lo que dice es propio o ajeno, un “entremedio” que hace que no entendamos de inmediato de qué se trata, porque así es el mundo, no puede ser entendido ni percibido de manera unívoca.

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