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La Ciudad 10 de diciembre de 2020

Montenegro, año uno: pandemia, consensos y roces con Provincia

Los primeros 365 días del intendente estuvieron atravesados por el virus y sus consecuencias. La puja por la apertura de actividades, el retroceso a la fase 3 y el 26% de desocupación, entre los momentos claves de un gobierno que también dejó atrás el estilo confrontativo de Arroyo.

Guillermo Montenegro cumple hoy un año como intendente.

Por Ramiro Melucci

“Mi objetivo es que el turismo funcione como un gran generador de oportunidades para que los marplatenses tengamos más posibilidades de crecimiento. Lo vamos a lograr a través de congresos, conferencias y proyectos relacionados al turismo gastronómico, cultural y deportivo, donde nuestro puerto ocupará un rol fundamental”. Este fue uno de los párrafos que el intendente Guillermo Montenegro dedicó al turismo el 10 de diciembre del año pasado, cuando asumió. Ni por asomo imaginaba que, ante el avance del coronavirus, tres meses después se iba a convertir en el primer intendente de Mar del Plata en pedir que los turistas no viniesen.

Es que el primer año de su gestión, que se cumple hoy, se recordará por la lucha contra la pandemia y sus consecuencias. Entre las que surgió, como un golpe del que será difícil levantarse, el 26% de desocupación que informó el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) para el segundo trimestre del año. La ciudad no solo se posicionó así, como otra infinidad de veces, en la cima del ranking nacional de desempleo, sino que además registró la peor cifra de su historia. Por encima, incluso, de la que arrojó la crisis del 2001.

Pero antes del coronavirus hubo otra historia. Montenegro debutó en el cargo con una noche negra: la del incendio de Torres y Liva. En el plano político, marcó de entrada diferencias de estilo con su antecesor, Carlos Arroyo. Trocó la confrontación por el consenso. El 20 de enero, después de haberlo adelantado en su discurso inaugural, anunció oficialmente el reintegro de la bonificación a los docentes municipales, con lo que se congració con un sector que había sido maniatado por el gobierno anterior.

El intendente tuvo la clásica luna de miel de los primeros cien días de gobierno, con una buena relación con la Provincia y la Nación y un Concejo Deliberante proclive a acompañar sus iniciativas. El 14 de febrero (sí: justo el Día de los Enamorados), el cuerpo deliberativo aprobó por unanimidad el primer presupuesto de su gestión, con el voto positivo de Acción Marplatense y la abstención del Frente de Todos. También un incremento de 55% para la tasa de Servicios Urbanos, aunque en este caso por mayoría. El gobierno había anunciado que sería del 49,5%, pero en el debate surgió con claridad que era mayor.

 

En el plano político, Guillermo Montenegro marcó de entrada diferencias de estilo con su antecesor, Carlos Arroyo 

 

El 2 de marzo, Montenegro inauguró por primera vez las sesiones ordinarias del Concejo. Lo hizo con un discurso antigrieta. Seis días después, la secretaria de Salud, Viviana Bernabei, dijo que el municipio estaba en alerta ante posibles casos de coronavirus. Era un indicio de lo que se venía: el 12 de marzo, ya con el Covid en la Argentina, se confirmó el primer caso en Mar del Plata. El de un hombre de 71 años que había regresado de España. En ese momento la realidad cambió abruptamente. Ya nada sería igual y todo lo planificado, lo presupuestado y lo pensado quedaría obsoleto.

Montenegro se anticipó a las medidas de aislamiento. Mar del Plata declaró antes que la Provincia y la Nación la emergencia sanitaria. El 14 de marzo, antes que lo anunciara Alberto Fernández, suspendió las clases. Pocos días después, por medio de otro decreto, dispuso el cierre de shoppings, restaurantes, rotiserías, bares, balnearios, cines, confiterías, cafés, cervecerías, gimnasios y piletas, entre otros rubros. Y luego, con la cuarentena en todo el país, la postal de la ciudad devolvió la imagen menos pensada: las calles desiertas, los comercios cerrados, la costa sin nadie que disfrutase su encanto. 

Al mismo tiempo comenzó a toda la planificación sanitaria para contener al Covid. A mediados de abril, el intendente anunció que los repatriados deberían aislarse por 14 días en un lugar dispuesto por el municipio. Así comenzaron a funcionar los hoteles como centros extrahospitalarios. También se dispusieron controles en los accesos a la ciudad para que el cierre fuera total. Pero a medida que pasaban los días empezaba a quedar claro que en Mar del Plata no sucedía lo mismo que en Capital Federal y el conurbano bonaerense. Hasta comienzos de julio, sólo se habían contado 50 casos y cuatro fallecidos, un puñado comparados con los centenares que se informaban cada día en el Área Metropolitana. Al punto que el ingreso de un joven cordobés infectado levantó una polvareda inusitada, a partir de la cual el municipio decidió reforzar los retenes.

La cuarentena vació las calles y la costa.

La cuarentena vació las calles y la costa.

 

En ese momento surgieron las primeras discusiones con el gobernador Axel Kicillof. Montenegro pujaba por el ablandamiento de la cuarentena; el gobernador no se la concedía. De hecho, el jefe comunal acordó la reapertura de comercios minoristas con el presidente Alberto Fernández, con quien siempre mantuvo el buen vínculo.

Las fricciones con Provincia se profundizaron con el sistema de fases. Mar del Plata ingresó en la cuatro, con un grado moderado de aperturas, y Montenegro siempre intentó ubicarla en la cinco. Con el objetivo primordial de que pudiera volver al ruedo la gastronomía. Pero no tuvo éxito.

Para tratar de reabrir actividades, el gobierno municipal alentó una diagonal desde el Concejo: la creación de la Comisión de Reactivación Económica, impulsada por el jefe del bloque oficialista, Alejandro Carrancio, que se encargaría de habilitar las que aún no contaran con el visto bueno de la Provincia o la Nación. La comisión tuvo el acompañamiento del Frente de Todos y fue la llave para que volvieran más de 50 actividades, entre ellas la de los cafés. En el medio hubo polémica por el aumento de boleto: Montenegro tuvo que pagar el costo de aumentarlo ante la falta de acuerdo en el Concejo. 

El avance del Covid fue abrupto desde julio. Comenzó como un brote en el Hospital Houssay, el geriátrico Namasté y una pesquera clandestina. El intendente sostenía que estaba controlado y repetía una y otra vez que no había transmisión comunitaria. Pero los contagios continuaron en alza y las muertes también. Y llegó un momento en que la discusión ya no era fase 5 si o no, sino cómo sostener la 4. Hasta que el 27 de agosto, después de reconocer la transmisión comunitaria del virus, el propio Montenegro decidió el retroceso a fase 3 y debieron cerrarse las actividades recreativas y productivas que había avalado la comisión. “Siempre dije que no me iba a temblar el pulso si teníamos que retroceder”, dijo Montenegro tras firmar el decreto.

 

Llegó un momento en que la discusión ya no era fase 5 si o no, sino cómo sostener la 4. Hasta que el 27 de agosto, el propio Montenegro decidió el retroceso 

 

Unas semanas después, el oficialismo pugnó en la Comisión de Reactivación por el regreso de la obra privada de construcción y por flexibilizaciones en el comercio minorista y la gastronomía, pero no logró el consenso y el Frente de Todos decidió retirarse. Fue un punto de quiebre con el principal bloque opositor, que a las críticas por los “recortes” de prestaciones en el sistema de atención primario de salud le sumó cuestionamientos por la falta de controles en los espacios públicos.

También volvió la tensión por las actividades que Montenegro pretendía habilitar y la Provincia no le concedía. Sobre todo a partir de que el 23 de septiembre se difundió el dato de la desocupación, que caló hondo en la dirigencia política y gremial de la ciudad.

El pedido de revisión del sistema de fases tampoco fue tomado en cuenta. Y desde entonces empezó a tomar forma lo que algunos llamaron “desobediencia civil” y otros “huelga a la japonesa”. Primero fue la construcción privada. Después le siguieron los locales gastronómicos. Y más tarde los gimnasios. Mar del Plata ingresó así en un limbo en el que casi todos los sectores trabajaban pero ninguno estaba oficialmente autorizado.

La relación de Montenegro con Kicillof fue de trabajo conjunto, pero también hubo roces.

La relación de Montenegro con Kicillof fue de trabajo conjunto, pero también hubo roces.

 

Hubo controversias por los datos oficiales de coronavirus y dos jornadas de furia por un avión sanitario que derivó a un paciente del Hospital Interzonal a Capital Federal. Montenegro sospechó de una operación política para mostrar que el sistema sanitario de Mar del Plata estaba colapsado cuando él insistía con que no lo estaba.

Con los casos en disminución y los preparativos de la temporada que hacían converger a las autoridades municipales con las provinciales y nacionales, el 10 de noviembre Mar del Plata salió del aislamiento, pasó al distanciamiento social y regresó a la fase 4. En diciembre se habilitó el turismo y Mar del Plata comenzó la temporada más atípica de su historia. Con un Montenegro que, 365 días después de su discurso inaugural, busca desempolvar la agenda que debió archivar de un día para el otro tras el surgimiento del Covid.