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Cultura 15 de agosto de 2016

Mosaico (Literatura Brasileña Contemporánea): Sarmento, el contemporáneo

Por Agustín Arosteguy // (Desde Brasil)

Género: novela, páginas: 226, editorial: CEPE, año: 2015.
Segunda Parte

En esta segunda parte de la entrevista con el escritor brasileño Tadeu Sarmento, habla de la muerte, de su oficio y del paso que tuvo por una clínica psiquiátrica, experiencia de la que extrajo escenas enteras para su novela, Asociación Robert Walser para sosías anónimos (CEPE, 2015).
-La muerte siempre parece enaltecer la figura del autor/a. Casos como los de Bolaño (1953-2003) e Levreiro (1940-2004) de cierta forma muestran eso. ¿Vos pensás que el buen escritor es el que está muerto?
-Prefiero buenos escritores. ¿Vivos o muertos? Lo mismo da. Particularmente prefiero estar vivo. Ya coqueteé mucho con la muerte, pero hoy tengo una familia (una mujer linda, que me ama, y que tiene dos hijas que adoro como si fuesen mías) y pretendo vivir lo máximo posible al lado de ellas. Creo que la tesis de que el buen escritor es el que está muerto, tiene que ver con cierta idea sentimentaloide de posteridad o “inmortalidad literaria”. Stendhal afirmó que solo sería comprendido en 1900 y Nietzsche contrajo la misma tara por el futuro al remitir para los siglos venideros el entendimiento de su Zaratustra. En el fondo, sabemos que este tipo de esperanza es el consuelo de todo resentido. Si no seré leído en mi tiempo deseo que los lectores del mañana nunca entren en una librería de usados (en 2050 todas las librerías de usados quedarán en sótanos o parques de diversión abandonados). La buena nueva es que el escritor que sueña con la inmortalidad literaria no estará aquí para ser confirmado o desmentido. De cualquier forma, Nietzsche y Stendhal acertaron.
-En tu opinión, ¿autor hoy en día significa ser: un utopista incurable o un constante acto de resiliencia?
-Significa tener una vocación, posteriormente desarrollada con mucha lectura y trabajo diario. Claro que escribir en un país en donde lectores son cada vez más raros es, antes que nada, un acto suicida. Pero todo depende de la manera como el escritor lidia con la cuestión. El escritor solo tiene una gran enemiga: la expectativa. En literatura, grandes expectativas generan grandes desilusiones. En general, es preciso saber que vos no ganarás dinero suficiente con derechos autorales, no te harás famoso y no venderás más de mil libros. ¡Y estoy siendo optimista! Nunca tuve ilusiones, entonces, la salida que encontré fue la de Bolaño: escribir como un loco e inscribir mis libros en premios literarios que paguen en dinero. No existe premio literario en este país en el cual no esté inscrito o en vías de inscribirme. El único escrúpulo que aún mantengo es con la calidad de mi texto. No cambio mis diamantes por pedazos de vidrio, solo preciso ganarme la vida, como cualquiera. Pero la gloria no me interesa, ni la posteridad. Solo quiero una casita suburbana, con un basset salchicha llamado Pato meando por la sala. La única cosa que me interesa hoy es la seguridad de mi familia. Soy un grafomaníaco que besa los dados antes de apostar en la ruleta. Y apuesto alto, ya que apuesto la vocación de toda una vida.
-¿Vos reivindicás el papel del lector antes que del escritor, o mejor dicho, creés mucho en el escritor que es primero que nada lector? ¿Cómo pensás que tu escritura refleja eso?
-En el caso de “Asociación Robert Walser” ese reflejo es visible. En los otros, el reflejo queda oculto en los mecanismos del texto. El escritor que no es un lector obsesivo está predestinado a repetirse. Antes que nada, la lectura es una técnica de escucha. Vos aprendés a escuchar. Esto desarrolla tu empatía, tu capacidad de colocarte en el lugar del otro. Y la empatía es esencial para un escritor. Sin ella, quedamos eternamente presos a aquella mugre amarilla que llena nuestro ombligo o lambiendo nuestros testículos y sintiendo pena de nosotros mismos, como un perro abandonado en el bosque por un indio.
-Me llamó la atención que los títulos de los capítulos son muy poéticos. Hay muchas frases que forman parte del acervo oral de un pueblo. Personalmente me parece de una riqueza sin igual encontrar este tipo de escritura en una novela de un escritor joven. Por otro lado, este tipo de construcción comparativa me recordó al libro “Los siete locos” de Roberto Arlt. ¿En Recife aún las personas usan este tipo de habla o es algo que vos recuperaste de tus padres o abuelos?
-No leí ese de Arlt. Leí “El juguete rabioso”, que aquí fue publicado con el título “A vida porca”. Ahora voy a contar algo de primera mano: en 2010 tuve una crisis de estrés que culminó en una depresión que me llevó a pasar siete días en una clínica para loquitos moderados. Después que salí, hice tratamiento de un año y estoy bien desde entonces. El hecho es que tanto en la clínica como en la terapia, participé de grupos de autoayuda para personas en la misma condición en que yo estaba y, en las reuniones, era muy común el uso de refranes populares y frases hechas del estilo, para confortar el sufrimiento de las personas. Todas las reuniones de la Asociación Robert Walser están basadas en esas reuniones de las cuales fui parte. De modo que el acervo oral al que te referís proviene de esa fuente de jergas, frases de estímulo y otras cosas que escuché en aquella época. Lo genial es que, a pesar de estar sufriendo, conseguí ver algo muy cómico y muy teatral en aquellos encuentros. Esa impronta humorística sobre un sufrimiento terrible atraviesa toda la novela. Me acuerdo que en la clínica, siempre después de jugar nuestro metegol (hay un metegol en la Asociación) íbamos para la fila para recibir nuestros remedios, pero cada uno se preocupaba en ceder el lugar para el otro, de modo que el avance de la fila quedaba comprometido. Todos eran muy educados, muy cordiales, hasta de forma excesiva, y ese exceso de cortesía se observa en los personajes de la Asociación. Otro recuerdo que me emociona: en el patio donde íbamos a fumar había un teléfono público. Un día pregunté a uno de ellos cuál era la razón de aquel teléfono estar ahí. Y él me respondió: “Somos las máquinas quebradas de Dios. Estamos siendo arreglados. Cuando estemos listos, Dios llamará para decir que ya podemos irnos”. Esa escena también está en la novela, de modo que Chapman, Sílvio, Allen, Hussein, Lennon y todos los otros existen realmente. Yo los conocí. Anoté el número del teléfono público y llamaba para ellos todo fin de año. Solo paré después de que, año tras año, encontraba cada vez menos de los amigos que hice ahí. Hasta que un día llamé y nadie me atendió. Espero que tengan recibido el alta, que Dios haya finalmente telefoneado para ellos. Y si por una de esas casualidades del destino, alguno de ellos llega a leer esta entrevista algún día, solo quiero decir una cosa: amigos, nunca me olvidé de ustedes, nuestra bandera (que es la bandera de André Breton) sigue izada, gracias por todo.

¿Quién fue Robert Walser?

Robert Walser (Biel, Suiza, 15 de abril de 1878 – Herisau, Suiza, 25 de diciembre de 1956): fue un escritor suizo que cultivaba el anonimato. Escribió nueve novelas, de las cuales restan cuatro, además de más de mil cuentos. Intentó matarse diversas veces y se internó voluntariamente en un hospicio, negándose a volver a escribir y se suicidó en 1956.



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